Francisco y su recorrido por el laberinto de la soledad mexicano por Renée de la Torre (CIESAS Occidente, Guadalajara)
El nombramiento de Jorge Bergoglio para ser el nuevo Papa en Marzo de 2013 despertó gran expectativa en México. El puro hecho de ser argentino, y por extensión latinoamericano, aseguraba que habría empatía entre los mexicanos y el nuevo Pontífice. Sin embargo, aunque México es un país mayoritariamente católico, que practica una fe devocional y ritualista, capaz de construir figuras carismáticas en los papas (incluso en su antecesor Benedicto XVI), el terreno para crear esta empatía no estaba garantizado.
Desde el inicio de su pontificado, el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, vio la oportunidad de usar la visita papal como un recurso propagandístico para levantar la crisis de popularidad de su gobierno debido a los altos índices de corrupción, de inseguridad y de impunidad presentes en el país. Aunque este recurso fue bien instrumentado con Juan Pablo II y con Benedicto XVI, en esta ocasión las relaciones tersas no estaban garantizadas, ni siquiera por la producción televisiva especializada en proyectar las imágenes que consagraron a México como el pueblo siempre fiel al catolicismo y a sus papas.
El Papa Francisco contrastaba con los papas anteriores tendientes a reconstruir una catolicidad tradicional. A éste se le definía como el Papa de los pobres, de los tiempos cambiantes, del pensamiento social cristiano. Sin duda no sólo sería una figura carismática (como lo fue Juan Pablo II para México), sino además un protagonista con un discurso crítico y una agenda social demócrata que con anterioridad había expresado su preocupación personal por la problemática del atropello de los derechos humanos en México, en especial por victimizar a los transmigrantes mexicanos y centroamericanos (el caso más sonado fue el asesinato de 75 indocumentados centroamericanos en San Fernando Tamaulipas), y por los miles de casos de muertos y desparecidos en un país tomado por organizaciones criminales. Y no es para menos. De acuerdo, con Ansa Latina, según fuentes oficiales e independientes, la espiral de violencia derivada del ataque a las bandas de narcotraficantes, con apoyo de las Fuerzas Armadas, ha provocado más de 100.000 muertos, 27.000 desaparecidos y unos 250,000 desplazados internos” («Violencia desangra la economía nacional”, en sipse.com información a cada momento, consultado en: http://sipse.com/noticias/marzo del 2014). A sabiendas de la situación violenta el Papa había acuñado el término “la mexicanización” para referirse a la tendencia a la descomposición social marcada por el poder del narcotráfico, por la corrupción y por la inseguridad y la violencia llevadas al extremo.
Si bien las relaciones no planteaban un terso encuentro entre el Papa y las cúpulas del poder (con ello me refiero al Presidente y secretarios de gobiernos, a empresarios y a el conjunto de obispos que conforman la Comisión Episcopal Mexicana) que han mantenido alianzas de complicidad con las atrocidades que suceden en México, el Papa era consciente de la importancia de visitar México, por varias razones. Entre ellas enumero las que considero pudieron ser las más significativas. México es un país que juega un lugar central en la geopolítica vaticana: es actualmente el segundo país en población católica en el mundo (83% de los mexicanos se declararon católicos en el censo 2010 de INEGI) y representa el bastión del catolicismo del continente latinoamericano que en últimos años está experimentando un éxodo de creyentes provocando diferencias intercontinentales. Países que, según el modelo de laicidad de Alonso (1), fueron clasificados como naciones católicas, como es el caso de Brasil (el país que tenía más población católica en el mundo) cuya población ha descendido a 65%, y Perú, Colombia y Argentina que hoy están poblados por una sexta parte de evangélicos-pentecostales (Véanse los resultados 2014 de Pew Research Center). Segundo, porque es la sede de la Virgen de Guadalupe, nombrada Reyna de las Américas, que es promovida como un símbolo de fe sincrética muy importante para la evangelización y la asimilación de las diferencias etnoculturales en el continente. Tercero, porque al ser el vecino de Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, símbolo del neoliberalismo y del consumismo global, se convierte en un territorio estratégico de la problemática social latinoamericana contemporánea que ha sido interés de la promoción de la defensa de los derechos humanos y del catolicismo social impulsado por el Papa Francisco, donde destaca su preocupación por los estragos del neoliberalismo en los problemas de migración, pobreza, cultura materialista, exclusión social y deterioro ambiental.
No obstante, el interés del Papa Francisco por estos temas, su elocución no sería tan fácil, pues México, además de ser un país mayoritariamente católico, es a su vez un Estado nacional laico, en donde las relaciones entre religión y política han estado reguladas por una rígida constitución, buscando impedir o al menos frenar la acción directa de la Iglesia católica en la vida pública, en la participación y en las decisiones políticas, en la educación pública nacional y en la salud.
Por su parte, había otras expectativas sociales en torno a su visita. Los militantes de izquierda y los activistas de derechos humanos que, por cierto están vinculados con ciertas congregaciones religiosas católicas de corte progresista, y que no reciben apoyo por parte de las cúpulas eclesiales mexicanas, veían con esperanza la visita del Papa, deseando se pronunciara con firmeza en torno a algunos temas de flagrante complicidad entre el Estado y las sociedades delictivas que gozan de impunidad en el país, como fue el caso de la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa, que se ha convertido en un estandarte de reclamo de justicia a partir de su slogan 43; o la denuncia del uso de México como trasiego de la droga, o el pronunciamiento por las fosas clandestinas, o los feminicidios, o la sistemática victimización que sufren los miles de centroamericanos al cruzar por México para alcanzar el sueño americano. De la misma manera, para otro grupo había expectativa de que en esta ocasión el Papa pidiera perdón a las víctimas de abuso sexual del Padre Marcial Maciel, fue el del director y fundador de la orden de Los Legionarios de Cristo, tomando en cuenta que ha sido uno de los casos más escandalosos de pederastia dentro de la Iglesia católica.
La visita del Papa Francisco I se concretó finalmente en febrero del 2016, y en el aire estaba quién ganaría con sus visita: ¿las inercias prefabricadas por la dictadura perfecta de México para proclamar que México le será siempre fiel al Papa mientras éste se rinda bajo el manto de la virgen de Guadalupe? ¿El uso político electoral de quienes detentan los puestos de gobierno en México? ¿El interés de Televisa por transformar al Papa de los cambios, en el Papa congelado en una imagen carismática y mexicanizada? ¿La preocupación de Jorge Bergoglio de desarrollar una visita pastoral será capaz de desempolvar el tema de los derechos humanos y despertar conciencias críticas?
Un balance sobre lo visto y lo dicho en México
Los resultados apuntan a que todos estos elementos, aunque parezcan opuestos y contradictorios son los saldos de la visita papal de Francisco a México. Hay empate técnico. Pero ¿qué significa ese empate? ¿qué sentidos provoca?
Desde su arribo al aeropuerto se le recibió con un México ficcionalizado por su esplendor folklórico, haciendo uso de los recursos del nacionalismo cultural y de la producción de estrellas consagradas de la música hispana pop. El Papa, por su parte, intentó romper protocolos saludando a los más insignificantes: al mariachero, o al niño, al enfermo, y aunque sorteó la alfombra roja, no puedo escapar de la puesta en escena que aprovechó su presencia y su imagen para coronar el poder, el lujo, la fama y la publicidad política. Desde su llegada se confirmó que poniéndole el sombrero de mariachero, el Papa estaba siendo presa de su mexicanización, es decir de una intervención mediática que pretendía banalizarlo a la vez que convertirlo en un recurso de popularidad de masas.
Al segundo día de su visita, acompañado siempre del Presidente de la República, y de su esposa (“La Gaviota” una famosa actriz de telenovelas de la empresa Televisa), el Papa tuvo que cumplir con los protocolos de una pomposa clase política nacional. El Presidente lo recibió como representante de un pueblo guadalupano, contraviniendo con ello a los límites de un Estado que se presume laico, que pretendería no tener una preferencia por una religión y mantener una distancia sana hacia la cultura del pluralismo religioso. Su discurso tocaba las problemáticas que se sabía eran de interés del Pontífice, pero aludiendo a ellas como parte de una realidad mundial, en la daba a entender que los problemas que vive México fueran reflejo de la problemática del sistema mundo, y por lo cual los dirigentes de la nación no son responsables de la situación, sino víctimas de sus efectos. A su turno, el Papa, se presentó como misionero y peregrino. Y en cuanto agarró tono en su discurso, reinscribió la problemática en un México real, con una historia que le aporta una riqueza de biodiversidad y bioculturalidad, y con un presente que tiene rostro joven, aunque lamentó que éstos aspectos “no gozan de buen mercado”. Alertó que una política que no vela por el bien común es el terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la violencia y la inseguridad. De manera enérgica exhortó a los políticos a promover una política auténticamente humana, y los conminó no a repetir las leyes de una cultura mundial que llamó “cultura del descarte”. Pero en pocos minutos, al terminar su discurso, se vino la avalancha de aplausos y porras, su presencia fue la ocasión de cazar un “selfie”, y el ritual político terminó en la ceremonia de besamanos de los secretarios de estado y sus esposas. La imagen acabó por darle el triunfo al tono demagógico de su visita.
Ese mismo día, el Papa Francisco visitó la Catedral de México y ahí se reunió con los obispos. Este encuentro permitió ver el desencuentro entre el dirigente máximo de la Iglesia Católica y el episcopado mexicano. Sus intervenciones mostró una Iglesia dividida –“Si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal.”–, pero a la vez distante de las aspiraciones cristianas que busca emprender el Pontífice — “No se necesitan «príncipes, sino una comunidad de testigos del Señor”. “Hagan de la iglesia una casita humilde familiar”. “sean obispos de mirada limpia”. “No tengan miedo a la transparencia”. “La iglesia no necesita oscuridad para trabajar”– Aludió a que la falta de compromiso era síntoma de: “la conciencia anestesiada”–. Los calificó de retrogradas: —“no dar viejos respuestas a nuevas demandas”. Los invitó a que “superen el clericalismo”, y a que “reconozcan la riqueza multicultural de las raíces indígenas” , Y sentenció «hay de ustedes si se duermen en sus laureles«.
La cúpula mexicana lejos está de subirse al tren de los tiempos cambiantes, tampoco se ajustan al ejemplo de humildad y caridad que ha querido ejemplificar el Papa con sus gestos y su actitud cotidiana, alejados del pueblo y de espaldas a las periferias humanas encuentran mayor comodidad en sus relaciones con los poderosos, preocupados en las cruzadas por la defensa por la vida, luchan contra anticonceptivos y abortos para defender la vida de los que no han nacido y se oponen a la eutanasia para garantizar la vida de quienes ya no desean o ya no pueden vivir. En cambio, los mexicanos hemos sido testigos de los silencios de los obispos frente a las muertes de niños inocentes, los desaparecidos forzados, las tumbas clandestinas, las víctimas del narcotráfico. Quizá es por esa razón, que el santo padre intentó interpelarlos con la siguiente interrogación: –“¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es el antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?” –.
Los escenarios y las tras bambalinas de la gira papal
El Papa Francisco había elegido los lugares de su visita pastoral que simbolizaban problemáticas sociales nacionales: la Basílica lugar de encuentro con la Virgen de Guadalupe, la morenita, la Reyna de las Américas, la Tonatzin, en suma la madre compasiva de los indígenas y los que sufren; San Cristóbal de las Casas en Chiapas sede de la teología y la pastoral indígena promovida por Samuel Ruiz; Ecatepec poblado en el Estado de México con altos índices de marginalización y exclusión de los jóvenes, Michoacán presa de la mexicanización (de los cárteles del narcotráfico y la complicidad de las fuerzas policíacas), Ciudad Juárez en Chihuahua, ciudad fronteriza que es trasiego de las drogas, sede de maquiladoras que representan el nuevo esclavismo laboral, tierra de feminicidio, y lugar amurallado donde se victimiza a los millones de migrantes que buscan pasar al lado norte. No obstante, en cada uno de los lugares se habían montado paisajes de utilería, y en lugar de estar presente sus enunciatarios nativos y los representantes de las periferias sociales para quienes iba destinado su discurso (ancianos, jóvenes, enfermos, reos, migrantes, obreros indígenas, etc.) se habían colocado zonas acordonadas en las primeras filas para ser ocupadas por “los privilegiados”, aquellos que gozan de relaciones para convertirse en invitados VIP de empresarios y políticos.
Aun así, el representante del catolicismo habló con autoridad moral. Pero sobre todo, se mostró conocedor de las problemáticas que se vivían en cada lugar que visitó. Su voz además denunció causas y responsables. Exhortó a la necesidad de un cambio urgente para poder salir de los problemas. Su mensaje tocó muchos asuntos delicados y centrales de la condición contemporánea de experimentan los mexicanos, entre ellos denunció la cultura del descarte como mal estructural del maltrato a la naturaleza, del tejido social y familiar. Instó a la necesidad urgente de una cultura de la inclusión de la diversidad (indígenas, jóvenes, mujeres u hombres, divorciados o presos) que se opone a las políticas de discriminación. En su visita a los enfermos en el hospital, promovió la “franciscoterapia”, basada en la terapia del amor y del cariño, como mejor medicina para la enfermedad de la humanidad.
Durante su visita a Chiapas colocó su preocupación por la situación ambiental del mundo y de aprender de los indígenas y ancianos para convivir armónicamente. Al rezar en la tumba de Samuel Ruíz (obispo que en los años 90 fue acusado por sus orientaciones marxistas y bélicas, por considerarlo cómplice del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN) reconoció su línea de teología indígena, pero también legitimó la pastoral profética que Samuel Ruiz emprendió en la defensa de los derechos humanos de los más oprimidos: los indígenas. Autorizó las biblias en idiomas mayas y la participación de los diáconos indígenas.
Ante los religiosos recalcó que era indispensable hacer frente a la globalización de la indiferencia y adecuó la oración del Padre Nuestro a: “no me dejes caer en tentación de ser indiferente al otro”. A los jóvenes les enumeró las principales tentaciones actuales: riqueza, vanidad y orgullo, propiciadas por la cultura de consumo. Colocó los valores de la misericordia, el perdón y la solidaridad como primordiales. Dirigió sus discursos con rigor a ciertos sectores de élite en la sociedad, entre ellos a las cúpulas del gobierno, de la Iglesia y del gremio de trabajo. Cuestionó el sistema carcelario. Habló de la familia, sin defenderla de los enemigos que ponen en crisis el matrimonio y la reproducción, sino colocándola como un hogar que pueda dirimir la precariedad generada por la soledad y el aislamiento. Hizo un gesto para aceptar a los divorciados. Condenó las formas de resolver los problemas aislando apartando y encarcelando. Destacó el problema de la migración forzada, como el problema de nuestra era, que tiene como causa la exclusión de las oportunidades. Denunció la pobreza como la simiente del narcotráfico y la violencia. Por su parte, también hablo con dulzura y trajo palabras de esperanza. Colocó los valores de la misericordia, el perdón y la solidaridad como primordiales. Llamó a una conversión total.
Su último día en Ciudad Juárez, en la frontera lacerante que divide familias (se estima que alrededor de medio millón de familias viven divididas), fue quizá su mayor oportunidad para poner el dedo en la llaga de las causas de lo que él llama la mexicanización: violencia, feminicidio, discriminación, trabajo esclavizante, trata de mujeres, tráfico humano, narcotráfico, corrupción, desapariciones, crimen organizado, sede de cárteles de droga y de organizaciones de crimen organizado, tierra de desaparecidos. Aunque es difícil colocar estos temas en medio de la fiesta y (continuas olas, vivas, canciones a coro por los asistentes), la frontera, por su situación estratégica con Estados Unidos y por ser un lugar marcado por la muerte (en el paisaje lo testifican las cruces rojas que recuerdan a las mujeres asesinadas) y la injusticia, constituía el escenario propicio para dar un mensaje de derechos humanos y de misericordia por las miles de víctimas de un México convertido de norte a sur en frontera Latinoamericana de la cultura del descarte. De hecho, se invitó a los familiares de los muertos y desaparecidos. Se montó un altar en la zona del Chamizal, en un territorio entre-lugar del recorrido de los migrantes que intentan traspasar la muralla que divide un mundo de oportunidades con un mundo de expoliación. Ahí se montó un altar que simbolizaba un puente de esperanza en medio del desierto. Fue, sin duda, la misa más nutrida pues además se celebró simultáneamente en ambos lados del muro, uniendo con la fe las políticas nacionales que dividen a estas dos naciones.
El Papa Francisco le dio un tono apocalíptico a su sermón. Comparó la frontera con la población de Nínive que merece ser destruida debido a su decadencia, y como si fuera el profeta Jonás hizo un llamado urgente a la conversión profunda para evitar el próximo cataclismo. Instó en hacer de México una tierra de oportunidad y no el terreno de los traficantes de la muerte. Describió la situación con los términos de: injusticia, degradación y devastación. Anunció que sólo las lágrimas pueden curar tanto dolor. Rogó: “Señor apiádate de nosotros”. E invitó a una conversión.
No obstante, su intensa actividad misionera quedó mediatizada por un México de fachadas que se esmeran en enseñar un país ficcionalizado por el nacionalismo cultural y por el espectáculo televisivo. Su voz se perdía entre las vivas, las porras y las canciones que frenéticamente entonaban sus fans. Algunos se comportaban como si estuvieran en una procesión frente al santo (buscaban irrespetuosamente tocarlo para conquistar su fuerza milagrosa), otros como si estuvieran frente a un pop star lo acosaban con sus cámaras fotográficas.
Tras bambalinas se supo que las audiencias privadas no correspondieron con las personas que están en los márgenes en las periferias, como él proclamaba, sino fundamentalmente con élites empresariales, políticas y clericales. A su misa en Ciudad Juárez no asistieron los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Tampoco estuvo presente el padre Solalinde, quien en últimas fechas es el sacerdote más activo en la defensa de los derechos de los migrantes. Ni vimos a Javier Scicilia, laico católico que encabezó un movimiento de justicia y esperanza. En fin, su peregrinaje se realizó por un México que, sumido en su laberinto de la soledad, sólo estalló estruendosamente en situación de fiesta y algarabía y que entre tanto ruido y muestras fanáticas de proximidad con “su santidad” no le permitió conectar el dolor profundo y las heridas que habita dentro de la epidermis con un mensaje de esperanza y conversión.
Estos contrastes, acaban por generar un paisaje de incongruencia entre las palabras del Pontífice y sus escuchas, entre los gestos del Papa y las coreografías y escenarios hiper-estetizados que convirtieron su visita en una especia de “Papatlón” (programa televisivo llamado teletón, donde se realiza una maratón musical para conseguir donaciones para los niños con discapacidades), entre la cuidadosa elección de lugares con sentidos densos y la usurpación constante de las élites que vieron en su visita por México una oportunidad para atraer los reflectores .
A pesar de que en ningún otro lugar había sido tan crítico, algunos mexicanos representantes de lo movimientos progresistas y militantes de la defensa de los derechos humanos, se sintieron decepcionados porque el Papa no se pronunció por los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Argumentaron que no hizo suya la bandera de la sociedad civil organizada que ya constituía un símbolo. Tampoco tocó el tema de la pederastia que no es menor en México. En ningún momento se le vio con los líderes afines a un modelo de iglesia como la que él promueve: la de la solidaridad, los derechos humanos, la preferencia por los pobres, quienes trabajan y se arriesgan por proteger la vida de los migrantes. Tampoco dio audiencias privadas a los actores más dolientes y emblemáticos que denuncian la violencia y claman por justicia. Ni en las audiencias estuvieron personas que están en los márgenes en las periferias, como él proclama, sino fundamentalmente fue (a excepción de Chiapas) un encuentro con élites empresariales, políticas y clericales. A lo más que se acercó fue a las vallas de los niños del Teletlón, los ancianos y los chicos de escuelas católicas de élite que lograban accesos preferenciales para esperarlo afuera de la nunciatura.
A pesar de que como dije al inicio él eligió los lugares emblemáticos de su gira pastoral, como lugares conectados con las problemáticas periféricas del país; su peregrinaje fue rediseñado bajo la mampostería teatral, montando escenarios y telones sobrepuestos que buscaban generar paisajes de oropel, o mostrar la riqueza multicultural a través de las estampas folklorizadas por 100 años de nacionalismo cultural, o el melodrama bien afianzado y repetitivo de la televisión mexicana. Tampoco los presentes fueron siempre los enunciatarios originales de su discurso. En todos lados, se repartieron boletos a ciertos grupos sociales que conforman el influyentismo en México. En este sentido, el México que recorrió no le permite mostrar sus entrañas, sus dolores, sus sentidos y heridas profundas. Tampoco nos dejó ver que en su iglesia hubiera una forma de organización alternativa a la de su cúpula que tuviera los bríos para impulsar la evangelización que Francisco promueve.
Vimos un líder sin discípulos. Un Papa solitario. Un Papa que transita en su papamóvil por las calles de México sin protección, pero que termina confirmando que es un mito que ésta sea una sociedad violenta e insegura. Esto crea incongruencia entre las palabras y los gestos del Papa Francisco, entre su actitud y las prácticas que se puedan derivar de ella, entre su presencia y la ausencia de una iglesia que lo acompañe. Fue atrapado por la videocracia, que lo convirtió rápidamente en una estampita milagrosa que replicaba la misma imagen de Juan Pablo II en los brazos de la Virgen Guadalupana, y que en automático fijaba su imagen para crear el efecto de continuidad con el México Siempre fiel protagonizado por el milagro de la Fe.
Pero lo más preocupante, es que su paso por México, cayó en la trampa de su propio Laberinto de la soledad, invitándolo a la fiesta, los mexicanos aparentaron celebrar juntos un mismo encuentro, sin embargo: “Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos. ¿Se olvidan de sí mismos, muestran su verdadero rostro? Nadie lo sabe. Lo importante es salir, abrirse paso, embriagarse de ruido, de gente de color. México está de fiesta. Y esa fiesta, cruzada por relámpagos y delirios, es como el revés brillante de nuestro silencio y apatía, de nuestra reserva y hosquedad» (Octavio Paz, El Laberinto de la Soledad, Fondo de Cultura Económica, Edición Conmemorativa 50 aniversario, México, 2o00: p. 52).
[1] Alonso A. 2008. Exclusión y diálogo en la confrontación de hegemonías: Notas sobre la relocalización de influencias en el campo religioso latinoamericano. En América Latina y el Caribe. Territorios religiosos y desafíos para el diálogo, ed. A Alonso, pp. 15-27. Buenos Aires: CLACSO.
Ensayo Visual: El Papa en Morelia
Dice Renée de la Torre sobre las fotos que podemos ver más abajo: «Esta es una selección que tomé durante la misa que ofreció el Papa Francisco a los Religiosos y Seminaristas de México en la ciudad de Morelia Michoacán. Traté de dar una visión que mostrará la publicidad, el contexto de inseguridad, lo plural de los presentes (contrastando tipos de religiosos que nos dejan ver las estéticas que marcan las clases sociales al interior del campo religioso, por ejemplo los contrastes entre misioneros, las seguidores de Teresa de Calcuta, y los relucientes jóvenes novicios de la orden de los Legionarios de Cristo, acá conocidos como los millonarios de Cristo).
Otras imágenes las seleccioné para dar cuenta del ambiente que ahí se vivió. Les puse un nombre a cada foto, para que quien la vea tenga una idea de qué trata la imagen. Fue muy divertido, porque era una fiesta de los religiosos que bailaban en el tenor de los animadores del movimiento de Renovación Carismática, pero también renovando sentidos incluso críticos. Por ejemplo, cuando los religiosos están bailando la canción «y las montañas se moverán», hay un momento en que cambian la letra e improvisan «Y los obispos se moverán» y todos empezaron a señalar a los obispos, y estos no pudieron con la presión y acabaron bailando. Acto seguido fue la única ocasión donde se pronunciaron por los 43 estudiantes desaparecidos de la secundaria de Ayotzinapa que es un reclamo de justicia que se ha transnacionalizado. Solo que el locutor al hacerlo se equivoco y dijo 49- Luego ya se hizo un conteo por cada uno de los desaparecidos. Otra situación divertida era la de las monjitas que estaban en éxtasis total con la visita del Papa, pero las colocaron en la parte trasera al templete, manteniendo la estructura machista de la iglesia. Pero ellas, estaban muy animadas y con su habitos traían sus pompones como las cheer leaders del fútbol americano. Otra situación chusca fue que al final de la misa anunciaron que el Papa subiría a su Papa móvil, entonces empezaron a pedir que diera una vuelta por el estadio para que todos lo pudieran fotografiar, y la gente empezó a gritar «Vuelta, Vuelta», pero esta forma de corear es la que se grita ahora en los table dance, pues se retoma de un programa de variedades de medio día, que conducía un famoso locutor de un programa de revista musical, Paco Stanley, quien después fue asesinado porque resultó ser un dealer de cocaína dentro de la empresa Televisa. «Vuelta, vuelta» es el coro que pide a la edecán que gire ante las cámaras para que los señores admiren su cuerpo curvilíneo (la edecán era nada menos que la voluptuosa Ninel Conde). Esto fuera del contexto de la cultura del televidente mexicana es difícil de entender. Pero en México empalma los planos entre la banalización del Papa y la emoción carismática que lo consagra.»
Para una visión panóramica del álbum, ver aquí
Excelente y lúcida crónica de la visita del Papa Francisco. ¡Muchas gracias Renée!