Evangélicos: Estereotipaciones, Estigmatizaciones y Teorías Conspirativas. Opinan: Mansilla Aguero, Panotto y Córdova.

(Intervención de la foto periodística: Migo Welsh. Gracias FB Alejandro Agostinelli)

Del sueño con el “hermano Evo Morales” al sueño con una “ciudad sin indios”por Miguel Angel Mansilla Aguero (Universidad Arturo Prat, Chile)

Una colega boliviana que es aymara y evangélica me escribe, respecto de lo que sucede a lo menos en El Alto: “Hay tanta desinformación y mi gente Aymara y quechua es usada como carne de cañón, el racismo se respira en las calles. Todos enojados, sensibles… Uno debe tener cuidado de lo que dice, NO se usa la wiphala por miedo. Hubo dos noches terribles en que grupos de personas saqueaban las casas y la gente organizada por zonas hicieron barricadas hasta que salió el ejército y permitió disminuir tales actos. Se quemaron casas, estaciones de policía, saquearon tiendas… TRISTE todo. Ahora hay escasez de alimentos, gasolina, diésel. El área rural bloqueó la mayoría de los caminos y no hay viajes. Mi gente es usada y creen que Evo Morales volverá a la presidencia, no aceptan a la presidenta… La iglesia evangélica está dividida, una parte ora y, aunque, no lo crea otra parte cree y apoya firmemente al ex presidente”.

Parto con esta cita para destacar 6 aspectos:

1. Hemos entrevistado y conversado con cientos de personas bolivianas EVANGÉLICAS quechuas y, especialmente, aymaras en los últimos 10 años, tanto en Chile como en Bolivia. Para ellos Evo Morales es el “hermano Evo” gente que ha llorado de emoción por lo que Evo ha hecho con el pueblo indígena y subrayo algunas frases: “él nos dio dignidad como indígena”; “le dio dignidad a la whipala”; “le dio dignidad a las polleras”; “hemos perdido la vergüenza de ser indios”; “ya no sentimos vergüenza de hablar nuestro idioma indígena”, etc.

2. No podemos negar que la responsabilidad de lo que está ocurriendo, inicialmente es parte de Evo Morales, que se fue contra la propia Constitución que él mismo firmó. Todo el mundo, incluso quienes lo apoyaban le decían que no se presentara como candidato, porque era inconstitucional; que esperara y se presentara a una próxima elección. Obviamente, es injusto que personajes oscuros como Meza, “se sentara sobre la mesa servida”, pero así es la democracia.

3. Aún así, hubo una parte de Bolivia que lo apoyó: a lo menos un 40%. Incluso iglesias neopentecostales como Emannuel lo apoyaron en el pasado cuando Evo, pasó por otras crisis. Del mismo, modo iglesias de corte neopentecostal (no las señalo para no incitar odiosidades) en Santa Cruz apoyaron, aún en estas últimas elecciones, a Evo Morales.

4. Evo Morales le “hizo un gran guiño” a los evangélicos al promulgar la ley de igualdad religiosa que no todos los países de América Latina disfrutan.

5. El hecho que hayan aparecido personajes como Luis Fernando Camacho o la actual Presidenta Jeanine Añez enarbolando una Biblia, no significan que sean evangélicos, porque además levantan Biblias católicas; más que hablar de neopentecostalsimo serían neocatólicos. Cada vez que un sujeto levante una Biblia defendiendo a “personajes oscuros” enseguida aparece la generalización, demostrando la odiosidad de la prensa hacia los evangélicos que en otros lugares hemos llamado evangélicofobia, pentecosfobia y otros hablan de “neopentecosfobia”, etc. La actual Presidenta Añez es la más peligrosa por sus anteriores declaraciones sobre los indígenas. Una persona así no debería gobernar por racista y promoción al odio. Ha dicho cosas como que “el año nuevo aymara es satánico” o “sueño con una ciudad sin indios”.

6. Finalmente decir, tal como, supuestamente Dussel señaló. Siendo Dussel un respetado intelectual, que “Grupos evangélicos son la nueva arma de EE.UU. para los golpes en Latinoamérica” es volver a la teoría del complot del siglo XIX y que fue muy enfatizada en la década de 1960. Algo que respetados colegas como Pablo Seman, Mariela Mosqueira, Sol Prieto o Nicolás Panotto han rechazado tales generalizaciones, confusiones y odiosidades. No se puede comparar lo de Bolivia con Brasil. Ni mucho menos recurrir al trasnochado evangélicos y Pinochetismo que rebatimos en nuestro libro “Evangélicos y Política”. Los que estudiamos evangélicos y políticas concordamos en que: a) un importante sector evangélico son conservadores en términos políticos y se identifican con la derecha; b) siempre ha existido una minoría, cada vez más importante de evangélicos que son de tendencia de izquierda, progresista o antidictaduras, pero que son permanentemente invisibilizado, por una mala prensa o por declaraciones generalizadora como la de Dussel; c) que hay un nuevo ecumenismo entre evangélicos y catolicismo, tanto progresistas como conservadores que luchan por agendas valóricas en el espacio público. Decir que grupos evangélicos son armas de EEUU es bajar al nivel mínimo la capacidad reflexiva del sujeto. Eso implica otra forma de racismo, otra forma de negarle al indio, al latinoamericano su capacidad de reflexión, de resistencia y autonomía. Es comprensible el “antinortemericanismo” pero nunca, volver a vaciar al indígena de su capacidad reflexiva.

 

Evitar los lugares comunes sobre los evangélicos -por Nicolás Panotto (GEMRIP)

En este último tiempo, medios de comunicación y portales de análisis político se están inundando con notas sobre la incursión de los grupos evangélicos en la política. De las expresiones que podemos identificar, hay una que se destaca: los evangélicos son un peligro para la democracia. Lo vimos con fuerza en algunos análisis de coyuntura chilena con el escándalo desatado en 2018 en la controvertida figura del obispo Durán. También en el difundido proyecto de investigación titulado “Transnacionales de la fe”, que intenta demostrar la existencia de una especie de teoría de la conspiración evangélica fundamentalista a nivel regional a través de la “comprobación” de vínculos entre organizaciones religiosas, iglesias y espacios políticos. Brasil, Bolsonaro y la famosa bancada evangélica nos dan letra a diario sobre este tema. Y en estos últimos días, la asunción de Jeanine Áñez como presidenta interina de Bolivia y la destacada figura del líder social Luis Camacho en los conflictos previos, que utilizaron la Biblia como un símbolo de poder para “reconquistar” el Palacio de Gobierno, han dado mucho qué hablar.

Una mínima sensibilidad democrática y laica, nos moverá naturalmente a una condena frente a estos episodios. Pero en muchos de los comentarios sobre estos escenarios (por no decir en una importante mayoría), se cae en un error muy común: la generalización. Es decir, se habla de “los evangélicos” como una totalidad, como un cuerpo homogéneo, y lo que es aún peor, refieren a estas acciones como sinónimo de las creencias de todo su espectro, como si todos sus adherentes fueran fundamentalistas anti-derechos que respaldan regímenes anti-democráticos.

Dicha generalización da cuenta de un profundo desconocimiento sobre varias áreas: primero, sobre el fenómeno religioso en sí, el cual se tiende a determinar como una instancia compuesta de acciones y prácticas homogéneas, y  como únicamente conservadoras; segundo, sobre el campo evangélico, el cual se describe desde una incomprensión sobre su pluralidad interna, sus matices, su inherente complejidad, o se tiende hacer un correlato con estructuras como la católica; y tercero, sobre la relación entre lo religioso y lo socio-político, donde se omite también el hecho de que no existe un vínculo unidireccional entre marcos simbólicos religiosos y acciones sociales particulares. Este lazo, por el contrario, es sumamente heterogéneo.

La caída sobre estos lugares comunes por parte de la prensa y de análisis académicos da cuenta de la presencia de importantes prejuicios donde, como afirma la especialista argentina Mariela Mosqueira, se pone al campo evangélico como un “chivo expiatorio” de las crisis de representación en contextos religiosos como socio-políticos, o resalta lo que el antropólogo chileno Miguel Mansilla denomina como “pentecosfobia”, es decir, una reacción negativa y condenatoria frente a sectores pentecostales debido a su singularidad en términos de expresión ritual o simbólica heterodoxa, lo cual también hace caer en dañinos prejuicios.

¿Por qué decimos esto? Por dos motivos. Primero, como ya hemos mencionado, estas lecturas promueven una imagen acotada del campo evangélico, y con ello difunden prejuicios y estigmas, antes que brindar claves reales de conocimiento. Pero en segundo lugar, esto también impacta en la posibilidad de aportar a la construcción de un espacio democrático desde la afirmación de la diversidad evangélica: al generalizar estas lecturas enajenantes, no se da lugar al reconocimiento de la inmensidad de voces que existen hacia dentro de las iglesias, las denominaciones, los grupos pastorales, las organizaciones basadas en la fe y tantos espacios más, donde los tipos de identificación socio-política son sumamente diversos, y que inclusive, van mucho más allá de escuetas dicotomías entre “conservadores” y “progresistas”. Con ello, se obtura la posibilidad de hacer públicas otras voces y posicionamientos que no tienen nada que ver con las figuras hegemónicas que logran tanta visibilidad.

En otros términos, creemos que la difusión de estos estigmas lleva a clausurar la posibilidad de identificar distintos contextos y lugares desde donde apelar a lo evangélico, para precisamente hacer frente a visiones fundamentalistas (que no es lo mismo que hablar de conservadoras), que están cobrando cada vez mayor visibilidad pública, pero que no son necesariamente expresión de todo el espectro evangélico, más allá de representar sectores con un alcance importante.

Por todo esto, es fundamental comenzar a delimitar más específicamente a qué grupos nos referimos al hacer un análisis de coyuntura, sino podríamos promover una peligrosa visión reduccionista que legitima una imagen falsa o acotada sobre los complejos factores que entran en juego. En nuestros vicios por querer categorizar todo lo más abarcativamente posible, cometemos el error de hacer juicios imprudentes (¡de los errores he aprendido!) Creo sensato, primero, prestar mucha atención con el lenguaje que utilizamos (remitir a términos como “algunos grupos”, “ciertos sectores”, puede ayudar), y segundo, identificar concretamente a qué tipo de colectivos nos referimos, ya que cada uno posee caracterizaciones muy diversas. Si hablamos de iglesias o denominaciones, es imposible hacer un correlato con visiones socio-políticas únicas. En una iglesia local, más allá de los presupuestos institucionales que puedan existir, la forma en que la membresía asume su posición política puede divergir enormemente de su liderazgo o de las teologías “oficiales”. Si vamos afinando nuestro enfoque hacia grupos más acotados, como juntas pastorales, organizaciones basadas en la fe o redes regionales de litigio e incidencia política, las fronteras se van delimitando de manera más específica. Por ello, no podemos hablar de “los evangélicos”. Tenemos que precisar qué tipo de grupo es y cuál es el tipo de mecanismo de identificación con el campo evangélico (¿Una iglesia? ¿Una denominación? ¿Un marco teológico? ¿Una cosmovisión social o moral?)

Creo también que debemos dejar de estigmatizar de forma paranoica la acción pública de sectores evangélicos como si su sólo accionar político se respaldara en una especie de teoría de la conspiración. Una cosa es el respeto por el Estado laico y el peligro que visiones particulares intenten imponerse por medios políticos, y otra distinta es reconocer la legitimidad del trabajo que están realizando organizaciones de sociedad civil relacionadas con la cosmovisión evangélica, conjuntamente con otras organizaciones. No desconocemos la existencia de sectores con más influencia que otros, con una capacidad de lobby extraordinaria, con acceso a importantes recursos financieros y el apoyo de organismos multilaterales y gubernamentales para la promoción de agendas particulares, generalmente opuestas a iniciativas sobre derechos humanos. Pero el problema no reside en la propia incidencia política. Más bien, resaltamos dos factores. Primero, el hecho de que muchas veces estas voces se presentan desde un lugar de “oficialidad” frente a todo el espectro evangélico, cuando en realidad no lo son. Es decir, los mismos grupos religiosos cometen el error que estamos advirtiendo sobre los análisis periodísticos y políticos. O peor aún, intentan legitimar su visión o lugar en el espacio público apelando a su “singularidad religiosa”, desconociendo la igualdad de términos que deben tener con otras organizaciones (este tema se encuentra en candente debate en este momento dentro de la Unión Europea). El segundo elemento es que la disputa con respecto a dichos grupos debe darse en el ámbito del diálogo político, y por ende confrontar dichos posicionamientos desde el reconocimiento de las visiones diversas que existen dentro del espectro evangélicos, siendo incluso antagónicas en muchos casos.

Por esto último, es importante inscribir dicho debate también hacia dentro de los grupos evangélicos, especialmente desde aquellos que abordan temas políticos. Muchas de las discusiones que se gestan, se hacen desde las tensiones identitarias que residen en el propio seno evangélico con respecto a cuestiones eclesiales o teológicas (o buscando legitimar una visión supuestamente más representativa que el resto), como una forma de evadir la discusión sobre las implicancias políticas que poseen los discursos en cuestión. Es decir, confundimos debate político con debates eclesiológicos o estrictamente teológicos.

Por supuesto que toda representación política en estos escenarios posee un correlato teológico. Pero también creo que muchas de las recriminaciones que dividen a sectores entre sí, parten de la escapatoria al diálogo en torno al impacto político que poseen algunas de las propuestas. Por ejemplo, ¿cómo vamos a hablar de Estado de derecho y por otro lado negar la legitimidad de posicionamientos teológicos que trabajan entre minorías sociales, por causa de temas religiosos, históricos, de tradición o teológicos? Dicho debate puede tener sin duda muchas posibles salidas; pero el meollo de la discusión es que las implicancias estrictamente políticas deben tratarse y no esconderse en un espadeo bíblico, ya que si queremos un Estado de derecho, entonces debemos afrontar los reclamos de las minorías, sea cual fuere la demanda. Sino, ¿para qué existe el Estado? Hacer dicha distinción puede culminar, finalmente, en la legitimación de un contexto anti-político: hablamos de Estado y democracia como hermosos ideales, pero nos callamos, esquivamos el tema o nos concentramos en cuestionar la ilegitimidad de nuestros adversarios, cuando esa discusión se acerca a temáticas específicas y prácticas que rozan temas sensibles para la iglesia.

Desde lo político (incluyendo la prensa y la academia), hace falta dejar de lado los prejuicios históricos y entender el lugar de ciertos grupos políticos identificados con el campo evangélico (no “los evangélicos” o “la iglesia” en tanto generalidades) como una práctica legítima (a pesar de las diferencias que existan en términos ideológicos), siempre y cuando sean respetados ciertos mínimos de la convivencia democrática (claramente, acciones como el ingreso de Áñez con la Biblia al Palacio no son muestra de ello) El debate no debe concentrarse sobre su legitimidad o no, sino en abordar, cuestionar y desafiar sus presupuestos a partir de las reglas del diálogo público (valga aclarar que este principio debe ser, también, reconocido y respetado por los sectores evangélicos) Por otro, desde el ámbito propiamente teológico y eclesial, necesitamos inscribir el valioso debate político que se viene gestando en estos últimos años, tanto en las iglesias como desde distintas organizaciones en su polifónica representación, en un marco estrictamente político, es decir, reconociendo y dando cuenta de las implicancias sobre la convivencia democrática que conlleva el sostenimiento de ciertos principios, la defensa irrestricta de algunos discursos y el bloqueo que se evidencia en el no reconocimiento de la diversidad.

 

Tres ideas equivocadas y una tesis sobre religión y crisis política de Bolivia  –por Julio Córdova (GEMRIP)

1. Es una “conspiración” de iglesias conservadoras.

El derrocamiento de Evo Morales no tuvo la “participación orgánica” de la Iglesia Católica o de Iglesias Evangélicas. Ni en el círculo íntimo de colaboradores de Fernando Camacho (líder cívico que lideró las movilizaciones en su última etapa), ni con Jeanine Áñez (Presidenta actual) se observan influencias de líderes eclesiásticos.

La Conferencia Episcopal de Bolivia cuestionó la relección de Evo Morales y apoyó al movimiento cívico. Pero no influyó en su desenvolvimiento (ver aquí)

2. Es legitimación religiosa de un golpe de Estado.

El concepto de “golpe de Estado” no es adecuado para entender la crisis boliviana. Es mejor analizarla a través del prisma de “agotamiento de un modelo estatal” (1) . Este agotamiento es “estructural” (crecimiento sin empleo de calidad, extractivismo sin industrialización, baja de precios de commodities), social (persecución a las bases sociales del MAS: indígenas, campesinos), de legitimidad (casos de corrupción, no respetar el voto del referéndum de 2016 que impedía una cuarta reelección de Evo) y el descontrol de los aparatos represivos del Estado (motín policial los últimos días del régimen).

En la última etapa de la descomposición del régimen del MAS se presenta una revuelta masiva de las clases medias, que es capitalizada por liderazgos cívicos y políticos de la derecha conservadora. Es esta revuelta ciudadana la que termina por carcomer los frágiles cimientos del ciclo estatal nacional-populista liderizado por Evo Morales. (2)

Por tanto, no se puede hablar de una legitimación religiosa de un golpe de Estado. No hubo tal. A lo sumo se puede decir que fue una legitimación religiosa de una sublevación de las clases medias, y que la misma contribuyó al giro conservador de estas movilizaciones en su última etapa.

3. Hubo una influencia del “fundamentalismo evangélico”.

La categoría de fundamentalismo alude a una postura basada en un conjunto de verdades “divinas” que no se negocian, y que otorgan al actor religioso un posicionamiento intolerante con la modernidad y con el pluralismo democrático (3) . El fundamentalismo estuvo presente en la campaña electoral antes de la crisis, con dos pastores evangélicos. Uno candidato a la Vicepresidencia por el partido UCS, y un coreano nacionalizado boliviano, candidato a la Presidencia por el partido PDC. Ellos se movieron en función de “doctrinas” no negociables por la “defensa de la familia natural y de la vida desde la concepción”.

Pero, en la crisis misma no se observa la presencia del “fundamentalismo típico”, y menos de cuño evangélico. Fernando Camacho, el líder cívico, es católico. Aunque es cercano a líderes evangélicos, no se mueve por determinadas “doctrinas divinas”; sino por una religiosidad católica tradicional, pero efervescente. El impulsó la consigna “que la Biblia vuelva a Palacio de Gobierno”. La actual Presidenta, Jeanine Áñez, aunque es hermana de un pastor evangélico, no se mueve por la defensa de doctrinas. Se limitó a concretar la consigna de Camacho: “introdujo la Biblia en Palacio de Gobierno”.

Tesis: Se trata de una “religiosidad en tanto legitimación supletoria en el ámbito político”.

La legitimación del orden político basada en la democracia, el respeto del voto del soberano (la ciudadanía) y la independencia de poderes, entró en crisis en Bolivia. Sobre todo desde el desconocimiento de los resultados del Referéndum de 2016 por el Gobierno de Evo Morales, y por las sospechas de fraude en las elecciones del 20 de octubre de este año. Sospechas que eran certezas para las clases medias sublevadas. Al final, las mismas fueron confirmadas por el informe preliminar de la auditoria electoral de la OEA.   (ver aquí)

Durante esta crisis, no es suficiente la legitimidad de “defensa de la democracia” para los actores sociales. Esta referencia se ha debilitado. En varios casos recurren a su religiosidad como “legitimadora supletoria de sus acciones en el ámbito político”.

En esta crisis no sólo Fernando Camacho y Jeanine Áñez recurren a su religiosidad como forma de dar sentido a sus acciones políticas. Se ha visto a grupos de policías rezando el Ave María y con crucifijos en lo alto. Algún periodista (probablemente evangélico) orando por el aún Presidente Evo Morales antes de su renuncia.  Funcionarios públicos orando por el entonces Ministro de Gobierno del MAS. Grupos de periodistas tanto en occidente como en oriente, orando de rodillas y pidiendo paz, antes de salir para dar cobertura informativa a los conflictos sociales, en los que ponen en peligro su integridad física.

En la “ciudad aymara de El Alto”, en una asamblea popular (cabildo) que desconoció a los líderes vecinales ligados al MAS y rechazó el plegarse a las protestas contra “el golpe de la derecha”, se realizó una oración de corte evangélico “pidiendo fuerzas a Dios”. (4)

La nueva Ministra de Culturas y Turismo, la aymara de El Alto, Martha Yujra, miembro de una iglesia pentecostal, aparece orando con sus pastores pidiendo sabiduría a Dios, e invitando a reuniones de oración y alabanza en su despacho, justo después de su posesión.

El recurso a la religiosidad de todo tipo, sea esta católica tradicional, neopentecostal, evangélica popular o pentecostal clásica florece por todas partes en Bolivia en medio de esta crisis. Cuando las instituciones fallan, cuando la apelación a la democracia no es suficiente, y en medio de conflictos sociales y represión militar y policial, en medio de inseguridades y de muertes innecesarias, las personas acuden al ámbito de lo sagrado en busca de sentido y esperanza.

(1) Thwaites, Mabel y Ouviña, Hernán (2018), “El ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina: auge y fractura”. En Thwaites, Mabel y Ouviña, Hernán (Comp.) Estados en Disputa: Auge y Fractura del Ciclo de Impugnación al Neoliberalismo en América Latina. Clacso: Buenos Aires, p. 17-65.  Disponible aquí.

(2) En este sentido, el mejor análisis que se ha hecho en el exterior sobre la actual crisis boliviana es el de Raúl Zibechi Un Levantamiento Popular Aprovechado por la Ultraderecha. Ver aquí.

(3) Pineda, Andrey (2018), “Secularización, laicidad y fundamentalismo religioso en las sociedades occidentales contemporáneas: algunos aportes para la discusión”. En: Revista Rupturas N° 9, Costa Rica, p. 209-239. Ver aquí.

(4) De igual manera, en los años 70 y 80, en el emergente movimiento indígena y campesino Katarista, era normal comenzar las asambleas con una oración, debido a la influencia metodista y adventista en este movimiento social.

El primer texto sale del muro facebook del autor, los otros dos fueron publicados originalmente en el blog del GEMRIP.

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Nicolás Panotto

Nicolás Panotto

Licenciado en Teología, Magíster en Antropología Social y Política y Doctor en Ciencias Sociales (FLACSO Argentina). Director general del Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Política GEMRIP.
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