De las hierbas al imaginario religioso –por Milton Acosta
Las primeras casas de venta de artículos religiosos que conocí, allá por 1970, fueron la Herboristería Pampeana en la Avenida General Flores y la Espada de San Jorge, una casa que se especializaba en velas de diversos tamaños y formas -aún hasta las más insólitas- atendida por don Constantino Gayol, en la Avenida Daniel Fernández Crespo pegadito al puente de Galicia. También vendía imágenes y collares de cuentas, pero su rubro principal eran las velas.
Constantino fue en muchos aspectos un pionero, porque además de ser él mismo umbandista, creó unos defumadores en polvo de auto-encendido que se conocieron en Montevideo aún mucho antes que los de marca Espiritual venidos de Brasil. Los Espiritual, producidos por la fábrica Hana-Noka, eran de lejos los mejor perfumados y los que quemaban sin problema por la adecuada pulverización del aserrín de base, pero en comparación costaban el doble de los modestos Espada de san Jorge. Tuvo también un programa radial, el primero en su especie, porque sólo varios años más tarde comenzó el de pai Armando Ayala en la radio Fenix, espacio que duró casi dos décadas.
Asimismo y desde ese su programa radial “Música y canciones de Umbanda” Constantino logró movilizar en 1972 a una buena cantidad de casas de religión en una procesión que partió de la plazoleta de Galicia y República para finalizar frente al Palacio Peñarol. Desde los zaguanes de las casas del barrio, las ventanas y las veredas, los curiosos miraban con desconfianza aquella centena de religiosos vestidos de blanco que avanzaban cantando “Se Ogum é meu pai vencedor de demandas” por la calzada, con modestos farolitos de papel que amparaban velas en sus manos.
Es de notar que en esos años la Umbanda –y sobre todo el Batuque- si bien no eran clandestinos, pues de hecho muchas casas poseían una especie de permiso de funcionamiento expedido por la Dirección de Orden Público de la Jefatura de Policía de Montevideo, no eran lo que se dice bien vistos. Y no por un tema de competencia con la Iglesia Católica, que veía estas prácticas con un dejo de superioridad maternal y condescendencia, sino porque la sociedad montevideana no concebía esta forma de religiosidad sino como “un cachivache”, una “merienda de negros” y un “reducto de amorales” según yo mismo he podido escuchar de labios de un comisario ya fallecido.
Era todo un tanto secreto, y un baldón que vieran entrar a una persona más o menos conocida en una casa de religión, por lo que generalmente eran los pais y mães quienes visitaban semanal o quincenalmente a ciertos personajes del medio político, artístico o empresarial –y me consta que en muchos casos eran introducidos por puertas secundarias- Recuerdo con gran afecto a una sacerdotisa ya desaparecida que se cruzó en la casa de un empresario muy importante de la época con una cliente suya muy pitucona ella, a quien la dueña de casa presentó como “la señora que viene a pulir la platería”, ignorando tal vez que su visita sabía perfectamente de qué trabajo se trataba.
Por eso señalo que Gayol tuvo la iniciativa de sacar a la calle a los umbandistas apoyado sobre todo por el extinto pai Beto Farías de Oxossi bastante antes que otros sacerdotes quizá mucho más conocidos, pero que en vísperas de la dictadura y con las cosas un tanto entreveradas en Montevideo en conflictos estudiantiles y obreros, se cuidaban bastante de dar que hablar. Constantino nunca recibió un merecido reconocimiento de la colectividad a excepción de la del mensuario Atabaque, durante la que quizá fuese la segunda entrega de premios, en que fue llamado al escenario del Palacio Sudamérica para serle entregado un trofeo y un diploma, que a mi juicio tenía más que ganados.
La “Pampeana”
La Herboristería Pampeana, en la Av. General Flores entre Colorado y Av. Garibaldi funciona desde 1950. El nombre recuerda la procedencia de su fundador, un visionario argentino que se avecinó en Montevideo y era oriundo de la Pampa. El local primitivo, que recuerdo nítidamente, era muy reducido por una estantería frontal repleta de cajas con miniaturas de acero, semillas de las más variadas clases, piedritas de imán, bolsitas de papel con yuyos medicinales, frasquitos con “fluidos” para la suerte y una completa serie de productos apotropaicos o para todo aquello que se nos ocurriese. A la derecha de la puerta de entrada otra estantería atiborrada de imágenes, del piso al techo. La trastienda era, sin lugar a dudas, un espacio a mis ojos maravilloso, tanto por lo variado de los objetos sueltos y en cajas de cartón que se caían de las mesas, como por lo atestado. Era toda una aventura caminar por ahí, entre medio de esa cantidad de mercadería que parecía que uno iba a ser devorado por ella. Recuerdo a Cristina, la hija del propietario, muy jovencita en ese tiempo, dedicándome su tiempo y aconsejándome las mejores compras y opciones para luego obsequiarme con un porcentaje de descuento. Sin duda uno de los motivos del afianzamiento en la plaza de este comercio, más allá del sentido para los negocios de su padre y hermano, haya sido el trato de Cristina para sus clientes, siempre parejo y afable.
Otro punto interesante es que si bien eran importadores de productos para uso religioso desde Brasil, tomaron la decisión de competir consigo mismos, produciendo la marca nacional Saravá en polvos, fluidos, perfumes e inciensos en polvo y en varilla, pólvora, etc. Indudablemente eran de mejor calidad que los fabricados por La Espada de san Jorge y tenían mucha salida, por lo menos hasta los años noventa. La familia también usó su capacidad de trabajo y su sentido comercial para surtir otros locales de venta que, si bien no eran lo que se dice sucursales, eran propiedad de tíos y tías. Recuerdo a doña Carmen, que tuvo al menos tres locales por Fernández Crespo: la Santería del Carmen en la intersección de Av. Uruguay; el local esquina de Cerro Largo que luego pasó a ser “Omi o Babá” con Jesús y Dolores Sánchez, y el que luego funcionara con el nombre de Rinconcito de los Orixás atendido por el fallecido pai Horacio de Yemanjá, casi en la esquina de La Paz. También pertenecía a otro miembro de la familia una santería ubicada en Carlos Roxlo y Colonia (Yemanjá) que hoy no existe, y otra en la avenida Agraciada a la altura de Santa Fe, que tampoco está en funcionamiento. Hoy La Pampeana continúa vigorosamente en su antiguo local de la Av. Gral. Flores totalmente remozado –aunque carente del misterioso olor a hierbas de los primeros tiempos y de amontonamiento- como un emprendimiento moderno dedicado, más que nada, a la importación de materiales y que cuenta con un nutrido equipo de artesanos que les confeccionan collares rituales y vestidos, tanto para las imágenes de culto como para las personas.
Las santerías en la avenida
En la Av. Daniel Fernández Crespo, próxima a la Av. Uruguay, La Llama Sagrada es un negocio familiar paralelo a la casa matriz inaugurado apenas una década y poco atrás y atendido por una tercera generación de “pampeanos” que continúa la tradición de proveer material para los adeptos a Umbanda, Kimbanda y religiones de cuño afro, así como artículos new age y para decoración feng shui. Tengo la certeza de que la ubicación de los negocios dedicados a la venta de insumos para religiosos no es casual. La Avenida Fernández Crespo, que concentra la mayor cantidad de comercios de este tipo, ofrecía un posible anonimato en épocas en las que ser visto comprando estos artículos no era demasiado bien conceptuado. Hoy este detalle parece ser totalmente superfluo. Del mismo modo, La Pampeana en la Avenida General Flores, tenía la ventaja de una fachada muy discreta –que conserva aún, pese a la sustancial renovación de su interior- y aprovechaba la aglomeración de la parada de ómnibus que permitía matizar la espera descubriendo entre la heterogeneidad de la vidriera aquel “algo” que sirviera para el uso ritual del transeúnte.
Sin embargo, es bastante rara la presencia de sacerdotes y sacerdotisas conocidos o de cierto nombre frente al mostrador, comprando de manera directa. “Generalmente se hace previamente un pedido telefónico de velas, aceite de dendé, pólvora o cuentas de vidrio o porcelana por peso que son retiradas luego ya sea por medio de un hijo o hija del templo o directamente por el pai o la mãe para evitar la demora” (Sr. José, veterano vendedor de La Pampeana). El informante añade también que “las imágenes de tamaños mayores suelen ser regalos de los hijos a los templos, por lo que casi nunca son elegidas directamente por los sacerdotes, a menos que las hayan visto en una escapada y mencionen a sus feligreses su ilusión de tenerlas en la casa”.
En síntesis, parece bastante común que los parroquianos más numerosos de este tipo de comercio sean personas que no están vinculadas directamente a las religiones afrobrasileñas, los que compran buscando “cambiar su suerte” y que se asesoran directamente con el vendedor acerca de lo más conveniente o efectivo; en segundo término los hijos de terreiro, que necesitan algunos productos para ofrendas o servicios, y sólo en tercer lugar los profesionales religiosos, que compran pocos y determinados productos con buena salida de reventa en sus casas ya sea de manera natural o manufacturados, como collares armados de forma individualizada o amuletos organizados ritualmente a la espera de ser consagrados.
El lado de la religión que nos cuesta admitir – por Alejandro Frigerio
Siempre me llamaron la atención las santerías.
Miradas con recelo por la sociedad por vender imágenes heterodoxas y productos «mágicos», ninguneadas por las ciencias sociales por probable «mercantilización de la religión»; para mí, en cambio, siempre fueron la prueba más visible de la diversidad religiosa y de la enorme variedad de seres espirituales en los cuales creemos en nuestras sociedades, atendiendo, además, una demanda mágico-religiosa (y resalto religiosa, por si es necesario) descuidada desde las religiones institucionales. Los indispensables soportes materiales de la religión -de las religiones- que proveen me parecieron siempre preciosos para las prácticas del creer.
Me maravilla, además, las diferentes formas que pueden tomar. Desde negocios polvorientos en mercados muy tradicionales como el de São Joaquim, en Salvador, Brasil, a otros más modernizados en mercados gigantes como el de Madureira en Rio, o de una tradicionalidad remozada como las floras del Mercado Público de Porto Alegre a los de una modernidad setentista que adornaban una galería que desembocaba en la Praça da Sé -también en Salvador. O las botánicas de Nueva York, Miami y San Francisco, testigos elocuentes de fuertes procesos de transnacionalización religiosa -y ni que hablar de los pequeños pero potentes puestos del Mercado Sonora, en México, minúsculos pero milagrosos lugares en los que a la vez se compra, se consulta, y se reciben limpias.
Las muchas santerías que existían (y aún lo hacen, en menor número) alrededor de la iglesia de San Cayetano, en Buenos Aires en la década de 1980 eran testimonio visible de que en plena dictadura militar, la heterodoxia religiosa popular y los caboclos, pretos y ogunes de la Umbanda sitiaban a uno de los principales santuarios católicos de la ciudad.
Cuando conocí las primeras santerías en Montevideo (ambas en camino a la Feria de Tristán Narvaja, una en la 18 de Julio, unas cuadras antes de llegar y otra en una de las calles que cortan la feria, Uruguay) parecía que no tendrían este carácter gregario que mostraban en otras ciudades. Gracias al babá Milton, sin embargo, pronto llegué a la avenida Fernández Crespo, y vi que también aquí estaban agrupadas, como dándose fuerza, ante un entorno «secular» y laico como el de la ciudad de Montevideo.
Con más atención este año, pude ver también la disparidad de los emprendimientos que permanecen en esta calle (algunas han cerrado, otra se ha abierto recientemente). Desde la mítica Santería del Carmen, con sus cinco décadas a cuesta que hacen que parezca una antigua pulpería poblada por dioses, hasta la Llama Sagrada, que abarca una cantidad y variedad increíble de objetos mágico-religiosos de todo tipo y origen, desde las infinitas estatuas de múltiples tamaños y los defumadores que llegan de Brasil, hasta las artesanales prendas que manos locales han bordado cuidadosa y amorosamente con diseños de todo tipo y coloridas lentejuelas que cubrirán los cuerpos de médiums en trance con sus exús y pomba giras. Algunas tienen grandes imágenes en los rincones que ostentan pilas de monedas (o cigarrillos o caramelos) como ofrendas, otras ponen carteles que expresamente prohíben esta práctica.
Agradezco mucho a los dueños y empleados de las santerías que me autorizaron a sacar (como siempre, demasiadas) fotos y espero que estos ensayos, visuales y literarios, ayuden a visibilizar, comprender mejor y legitimar un emprendimiento económico-religioso que forma parte importante de nuestra cultura que no siempre queremos ver.
Una visión panóramica del álbum acá
muy interesante. Me gustaría contactar con el autor del texto por correo electrónico. Soy afroreligioso, de Brasil (cidade de Porto Alegre e Pelotas), del Batuque de Nação. Me interesa leer tu libro «Contribución al estudio de Batuque». Mi nombre Vinicius Oliveira – viniciuspoliveira2@gmail.com