Por Alejandro Frigerio
Algo parece haberse quebrado en la relación entre los argentinos y Francisco -o al menos entre algunos de ellos y el pontífice que llegó del Sur. Se puede apreciar muy fácilmente en buena parte de los lectores de Clarín y La Nación, por el tenor de los comentarios a notas que antes despertaban loas a su simplicidad, humanidad y don de gentes -y que ahora chorrean odio sobre su populismo, su peronismo y, cuando no, su condición de argento irrespetuoso de las jerarquías de este mundo. El punto de quiebre parece haber sido su último encuentro con Cristina, su tozudez en pedir «que la cuiden», y el golpe de gracia, esa foto con el «Cuervo» Larroque y la remera de «la Campora» (una foto similar y sonriente con El Maligno hubiera quizás desilusionado a menos gente). Los más desencantados parecen ser quienes antes no dudaban en postularlo como el líder moral de la nación, el jefe -deseado y apenas no revelado- de la oposición -en síntesis la verdadera reserva moral que tanta falta nos hacía en estos tiempos sombríos.
Dije antes, y pensamos con algunos colegas, que Francisco era un nuevo héroe cultural argentino, cuya significación excedía en mucho el campo de lo religioso, y que muy probablemente el endiosamiento de su persona nos dijera más acerca de nuestra cultura, de nuestras maneras de construir la nación y de crear imágenes ideales de nosotros mismos, que sobre nuestra manera de relacionarnos con lo(s) divino(s). Particularmente, la relación entre catolicismo y política fue dotada de una nueva dinámica que la visibiliza, acentúa e incentiva. Las peregrinaciones en busca de la foto con Francisco y las continuas lecturas de sus declaraciones en clave política local así lo demuestran. Esta incidencia, sin embargo, no debe ser concebida como un transvasamiento natural a la arena política de los valores católicos como consecuencia de la identificación religiosa mayoritaria -como la Iglesia Católica parece pensar y nos quiere hacer creer- sino que deriva principalmente de la relación que todavía se establece entre religión oficial (aunque no esté reconocida como tal) y autoridad moral. El mito de la nación católica perpetúa el de la autoridad moral: si la Iglesia ya no controla nuestras relaciones con el mundo espiritual (si alguna vez lo hizo efectivamente) continúa teniendo un notable poder como árbitro moral de lo que es deseable o correcto -especialmente en la esfera del «deber ser», en la que pocos políticos se le oponen en público, aún cuando en sus vidas privadas hagan o piensen cosas muy diferentes. Mostrar afinidad, cercanía y simpatía con Francisco se transformó en una certificación de virtud en el gran teatro público que son los medios de comunicación.
De la misma manera que los comentarios elogiosos sobre Francisco de antaño -de hace apenas unos meses, en realidad- decían poco acerca de nuestra relación con el mundo espiritual, los comentario críticos de ahora son igualmente más reveladores de nuestras visiones políticas y del lugar que nos asignamos en el mundo que de nuestras concepciones religiosas. En una proporción sorprendente -por su escala y virulencia- de los comentarios, Francisco es ahora «un peroncho», cuando no «un peroncho villero», un argentino «típico» que exporta informalidad y populismo y que está casi a un paso de confirmar que, efectivamente, somos una verguenza mundial. Parecen olvidadas las varias notas de tapa de revistas internacionales que mostraban satisfacción por su accionar y que fueron una fuente de orgullo local (Times, Fortune, Rolling Stone, Forbes, la publicación gay The Advocate -el cielo era, realmente, el límite). Las notas de color que antes tenían el efecto de crear un «Papa humano» en el contexto más sacro y formal del mundo, un perpetuo «amigo de sus amigos» y casi pibe de barrio a quien los brillos del gran triunfo mundial no cambiaron (Francisco en el Vaticano como Carlitos en Nueva York) ahora despiertan comentarios que lo muestran como el «argentino (peronista) típico» que sólo puede llevar el caos marca nacional adonde no debería nunca llegar: las esferas sagradas del Primer mundo.
Los ejemplos que aquí figuran son particularmente reveladores, y, como bien señala un lector atónito ante este cambio » Hace un par de meses, Francisco era el último bastión de la santidad en la tierra y la barrera contra la lacra K. De pronto, sin dejar de hacer lo mismo que hacía en la Catedral, es un demagogo, populista, amigo de homosexuales, papelonero y camporista. Sería un milagro pedir ser ecuánimes?» Un milagro que, aparentemente, ni Francisco es capaz de lograr…..
Y, somos argentinos, los peronistas y los antiperonistas, los K y los anti k, los de derecha y los de izquierda. Sabemos que ahora que Bergoglio es Francisco va a hacer lo que siempre hizo: luchar contra lo que él consideraba indecoroso. El problema es que antes, cuando era obispo, podía tirar alguna indirecta del tipo: ¨pensemos en los pobres¨ en la misa del 25 de mayo, y el gobierno de turno se ponía nervioso porque sabía que era un tiro por elevación. Hoy dice lo mismo pero como el mismo gobierno se amigó cuando antes era su enemigo, entonces creemos que está a su favor. Hoy Francisco es una persona poderosísima que maneja dos números imposibles: el dinero del Vaticano y el de cantidad de fieles. Y donde diga: ¨muchachos, hoy comamos pescado¨ los mares del mundo se quedan sin merluza. No nos equivoquemos, el Papa tiene que estar en todo el mundo, lo de La Cámpora es tan secundario como las camisetas de Boca y River que le llevan cada quince días los representantes de esos clubes. Pensemos un poco más seriamente; las fuerzas que quieren manejar al Papa (éste y anteriores) son inconmensurables, y no pasa sólo por cuatro curas pedófilos, pasa quizás por una congregación pedófila, no pasa porque matan a un negro en EEUU, pasa por el racismo infinito que hay en ese país; él no maneja los números de los diarios, los curas de las miles de parroquias por todo el mundo le envían informes cotidianos al obispo respectivo y éste los despacha a San Pedro. No seamos ingenuos, es tan bonachón como sutil y político. Gracias.