Ensayo Visual/Crónica: «El arte de vivir con fe. Diario de viaje a la fiesta de Iemanjá en Mar del Plata»

DSC_5888Viernes
Anticipando lo que va a ser el clima del fin de semana, verifico algunos sitios de internet para ver cómo va a estar el tiempo en Mar del Plata. Ninguno me da buenos augurios: lluvias con tormentas eléctricas durante la tarde y la noche del domingo. Antes de salir de la oficina chequeo nuevamente y nada cambia, apenas anuncian lluvias leves por la mañana del lunes. Aparentemente no habrá mejora.

Cerca de las 9 de la noche llego al templo “Reino de Iemanjá Bomí”, del Babá Hugo de Iemanjá -el organizador de la fiesta- ubicado en el barrio porteño de Parque Avellaneda. El taxi me deja del otro lado de la avenida, y mientras la voy cruzando puedo ver que ya hay una gran cantidad de gente esperando para subir a los dos micros contratados -un tercero va a salir desde otro templo, a unas pocas cuadras. Ingreso al templo en busca de la mãe Susana, sabiendo que es ella quien tiene la responsabilidad de ubicar a los pasajeros en los micros, y le consulto sobre el micro y el asiento que me toca. Con la cordialidad de siempre, chequea una lista y me responde “micro 3, asiento 35”. Luego me da el correspondiente ticket. Al salir, comienzo a reconocer algunas caras amigas y nos saludamos afectuosamente, tal como se acostumbra en el lugar.

Los pasajeros, además de los hijos de la casa, mayormente son religiosos que vienen de otros templos con los que ya existe un conocimiento previo -por ser de la familia extendida o por tener lazos de amistad entre los templos. Pero también hay otros que, pertenezcan a la religión o no, se han enterado de la salida de los micros y se acercaron para sumarse al evento.

De a poco, y una vez que ya estamos todos notificados de nuestra ubicación, comenzamos a cargar las maletas en la bodega de los micros. Esto no es nada sencillo, porque la gran mayoría de los pasajeros se va a alojar en el Club San José -un club de barrio que cede su salón y su cancha de fútbol cubierta para albergar a los peregrinos- por lo que, además de las valijas con ropa para el fin de semana y con vestimentas para la procesión, también deben llevar los colchones donde van a dormir y demás enseres que les serán necesarios en el fin de semana. Algunos también llevan las barcas que el domingo van a ofrendar para Iemanjá en el mar.

Estamos saliendo y apenas han pasado las 12 de la noche. Yo viajo solo, pero afortunadamente me tocan en suerte unos compañeros de viaje muy cordiales que, además de compañía, me proveen de algo preciado mientras se hace trabajo de campo: compartir unos buenos mates. La iluminación del micro se apaga apenas ingresamos a la ruta. Estoy ubicado en el piso superior, hacia la parte trasera del micro, y allí organizamos un grupo reducido -de 5 o 6 personas- para conversar y compartir el mate. El resto del pasaje parece mas bien callado, quizás conversando con sus compañeros de asiento, pero no más que eso. Imagino que en parte deben estar agotados del día de trabajo y en parte se reservan para disfrutar del día en Mar del Plata. Llegamos al Parador Minotauro, en Castelli, cerca de las 3 de la madrugada. Allí estiramos un poco las piernas, nos reabastecimos de agua caliente y volvimos a salir camino hacia la Perla del Atlántico.

Bahianas en la rambla

Bahianas en la rambla

Sábado
Mar del Plata nos da una bienvenida nublada, gris. El micro llega directamente al Club San José. Son casi las 7 de la mañana y los pasajeros comienzan, aún somnolientos, a bajar sus equipajes. Valijas, bolsos, colchones, barcas. De a poco se van acomodando en algún lugar de la canchita cubierta, distribuyendo estratégicamente las ubicaciones según las preferencias: estar más cerca de la salida o estar más lejos pero tranquilos.

A media mañana parece que el día se compone y muchos deciden ir a pasar un rato en la playa. Aún se observa alguna nube perdida, pero se puede disfrutar de un cielo mucho más limpio que las tormentas que auguraban los pronósticos por internet hace unos días. El mediodía me encuentra conversando con una mujer de Catamarca que desde el jueves viene viajando en auto para llegar hasta allí, a la fiesta de Iemanjá. Recorrió 1700 kms., me dice, y hace que mi viaje parezca una nimiedad. Catamarca, Buenos Aires, Mar del Plata. También hay un micro que vino desde Rosario para participar de la procesión.

De a poco comienza a acercarse gente al salón. Allí está la imagen principal de Iemanjá del “Reino de Iemanjá Bomí”, una imponente escultura de madera traída de Nigeria, que viajó con nosotros en el micro, y las barcas que serán ofrendadas el domingo. Ya están el Babá Hugo y el Babá José Luis, impulsores y organizadores del evento, para ultimar detalles para la próxima actividad: repartir volantes en la rambla de la Playa Popular. Mientras se hacen las 17:30 hs., momento en que Babá Hugo pautó salir hacia la rambla con las bahianas (mujeres vestidas con trajes típicos religiosos), todos tienen alguna tarea que llevar adelante. No hay persona en el salón que no esté llevando, acomodando, limpiando, preparando algo. Algunos están elaborando la merienda para los que pasaron el día en la playa y otros están abocados a tareas más específicas del evento: desarmar los ramos de flores y ponerles agua, limpiar las ánforas, terminar de armar las barcas, preparar las ropas que vestirán en la procesión de mañana y preparar las banderas y el alá de Oxalá -el gran paño blanco que simboliza la protección de este orixá.

Cerca de las 4 de la tarde, las mujeres que más tarde serán las bahianas que repartirán los volantes en la rambla se retiran para prepararse. Comienzan a maquillarse, luego se van a vestir, para finalmente hacer gala del notable arte de ponerse el pañuelo/turbante en la cabeza. Llegan los taxis y partimos hacia la rambla junto con 10 bahianas y miles de papeletas. Ya en el playón, las mujeres comienzan a dispersarse para repartir los volantes y explicar de qué se trata el evento. La gente se distribuye en partes casi iguales entre los que toman la hoja y continúan caminando sin prestar demasiada atención -¿a qué repartidor de volantes no le pasó esto?-, los que desconocen de qué trata el evento pero se quedan para escuchar y sacarse una foto de recuerdo, y los que saben de qué trata y directamente preguntan cuándo y dónde va a ser la procesión. «Mañana domingo, a partir de las 20 salimos desde el playón de las piletas cubiertas, pasamos por acá, por los Lobos, y terminamos en Playa Popular 2» responden las bahianas casi de memoria.

Reunión organizativa

Reunión organizativa

Luego de dos horas y media de difundir el evento, paramos unos taxis y nos disponemos a regresar al club. Durante nuestra ausencia, los que se quedaron habían preparado el salón para la reunión organizativa que está prevista para las 9 de la noche. Corrieron las mesas, ordenaron los elementos que se van a utilizar en la procesión y llenaron el salón de sillas, en las que los invitados que van llegando se acomodan ordenadamente. Falta poco para las 9 y lentamente el salón se va llenando.

El primer orador de la reunión es el Babá Hugo, que les da la bienvenida a los más de 100 asistentes y nos pone al tanto de la situación del evento. Luego toma la palabra Virginia Ceratto, asesora cultural del evento, que da cuenta de la relación con las nuevas autoridades municipales. Finalmente se hace cargo de la palabra el Babá José Luis para asignar las responsabilidades que cada uno tendrá durante la procesión. «Necesitamos dos bahianas para llevar estas dos ánforas de mimbre con flores» dice, y las manos no tardan en levantarse para ofrecerse. «Belén de Oxalá y… tú nombre cuál es?», pregunta. Es que no todos los que participan son conocidos entre sí. Pareciera que los únicos requisitos que tácitamente se revela son los de tener la voluntad de participar y la responsabilidad de observar las directrices que los organizadores definen. No hay preferencias por los hijos de la casa, por los conocidos, por nada en particular. Quien levanta la mano puede participar de la procesión.

Es casi la medianoche y ya se han asignado los más de 100 lugares de la procesión, las 5 personas que se van a hacer cargo del cuidado de los menores, los cerca de 20 responsables de la limpieza de la playa para cuando finalice la entrega de ofrendas, los cuatro coordinadores y los encargados de la pirotecnia. Presenciar este complejo proceso de organización permite tener una idea de lo difícil y enrevesado que es llevar adelante una empresa de la magnitud de la Fiesta en Homenaje a Iemanjá. Los asistentes comienzan a retirarse. Es hora de cenar -una parte se dirige a los restaurantes del centro y los demás se quedan a cenar en el club- y luego descansar.

Domingo
Un trueno ensordecedor me despierta. El reloj dice que apenas pasaron las 7 de la mañana. Llueve. Llueve mucho. Me acuerdo de los pronósticos que vi en Buenos Aires y me duermo un rato más, esperando que la lluvia solamente sea un mal sueño.

Pequeña bahiana

Pequeña bahiana

El mal tiempo sigue cuando me despierto. Durante el desayuno no puedo evitar transmitir mi preocupación a mis interlocutores: «!La cantidad de agua que está cayendo! ¿Será que parará la lluvia para la tarde?», pregunto una y otra vez. Para mi sorpresa, casi todos dan por sentado que va a dejar de llover para el comienzo de la procesión: «Nunca suspendimos por lluvia», «nuestra madre no permitiría que tanto esfuerzo no valga la pena», «una vez llovió torrencialmente hasta un rato antes de comenzar y después se abrió el cielo» son las frases que recibo como respuesta. Chequeo nuevamente en mi teléfono y el clima figura con tormentas eléctricas durante el resto del día y la noche. Me comunico con el Babá Hugo para consultarle qué van a hacer en el caso de que la lluvia no cese y él, con mucha tranquilidad, me responde que «vamos a esperar hasta las 19:30 horas y si continúa lloviendo sólo haremos la entrega de las ofrendas en Playa Popular». Unos minutos después recibo un mensaje de Alejandro Frigerio, que también está en la ciudad para presenciar la procesión, donde me manifiesta su propia preocupación por la lluvia. Le comento que me siento un pesimista -cuando en general soy bastante optimista- porque todos aquí están convencidos que va a dejar de llover y que van a hacer la procesión sin problemas. No llego a asimilar los motivos de tanta confianza, si hay una realidad -que cae a baldazos desde el cielo- que me dice todo lo contrario. Y recuerdo los pronósticos de los últimos días y más me desmoralizo. Entonces Frigerio, que siempre saca respuestas como agua de las piedras, me escribe, parafraseando a Os Paralamas: «El arte de vivir con fe». Y en este momento caigo en la cuenta.

Son las 2 de la tarde y llovizna. El Babá Hugo llega al club y me dice lo mismo que me dijeron los demás: «en 32 años nunca suspendimos una procesión por lluvia», «Iemanjá no va a permitir que no hagamos nada», «una vez llovió hasta las 7 de la tarde, después se abrió el cielo y pudimos hacer la fiesta sin problemas». No me quedaba más que creer, entonces. Tener fe. Por lo pronto, la organización se pone en marcha más allá de lluvia y de mi pesimismo. Las barcas se empiezan a adornar, se ponen las flores en las ánforas de mimbre y de cerámica, las frutas se depositan en los canastos, se arman los cestos donde van los perfumes y las guías (collares) que se entregarán a los asistentes.

Iyá Peggie Odumola Sowunmi y Babá Hugo de Iemanjá

Iyá Peggie Odumola Sowunmi y Babá Hugo de Iemanjá

La aplicación de mi celular sigue mostrando que el clima no cambia: el pronóstico es de lluvias con tormenta eléctrica. Son cerca de las 4 de la tarde y el salón ya es un hormiguero. Gente que lleva cosas, gente que trae cosas, que se saluda, que se ríe. Gente a la que no le importa si llueve o no.

Comienzan a prepararse, a vestirse para la gala. Cuestión nada sencilla, ya que ataviarse con las vestimentas religiosas no es una tarea simple: los amplios vestidos, los miriñaques, los pañuelos de la cabeza, las guías. Todo está cuidado hasta el último detalle. Los más chicos se acercan de a uno para que el Babá Hugo les arme el pañuelo de la cabeza, cuestión que me llama mucho la atención. Ese hombre que tiene sobre sus hombros la responsabilidad de tamaña empresa, que debería estar preocupado por la lluvia -pienso, aunque noto que hace un rato que ya no llueve- para que meses de trabajo no se vean empañados, se detiene para vestir las cabezas de los más chicos. Este gesto, sencillo pero conmovedor, me hace comprender que es imposible entender el prestigio que ha conseguido este evento si no se tiene en cuenta el amor y la dedicación que le ponen todos y cada uno de los que participan.

Lentamente comienzan a sumarse las personas que tienen alguna responsabilidad asignada. Cuando están todos, el Babá José Luis comienza a entregar los elementos según lo habían acordado la noche anterior: “Ánfora de mimbre con flores para Cecilia de Oxúm, antorcha para Marcelo de Ogún”, y así hasta terminar la lista. Cada uno tiene igual importancia y responsabilidad. Una vez entregados todos los enseres, da la orden de partir. Los encargados de portar la imagen de Iemanjá se preparan mientras el resto se dispone formando un corredor que facilite la salida.

Los tamboreros comienzan a tocar, la plataforma con la imagen comienza a salir y todos aplauden celebrando el paso de la homenajeada. Afuera esperan una camioneta para transportar la imagen y las barcas, un micro escolar para las bahianas y los dos micros que nos trajeron desde Buenos Aires para trasladar al resto de las personas hasta la rambla. Más que la emoción del momento (que ya me es familiar) me llama la atención la claridad que me espera en la calle: la humedad ambiente es mucho menor, el cielo está aún nublado y gris, pero hay retazos de blanco y celeste que se van haciendo progresivamente mayores a medida que los hombres cargan y acomodan las barcas y la gran imagen de la homenajeada y las bahianas van subiendo con dificultad a los micros. Sus grandes polleras, almidonadas o armadas de diversas maneras, sin duda no fueron hechas para estos angostos pasillos y asientos. Pero tan milagrosamente como el cielo se va despejando, todas logran entrar y sentarse, con jarros de flores a cuesta o no, sin perder un ápice de sus sonrisas y buen humor.

Vista aérea de la procesión - Foto: Alejandro Frigerio

Vista aérea de la procesión – Foto: Alejandro Frigerio

Son casi las 7 de la tarde y estamos llegando a la rambla. Desde el micro se puede ver que hay mucha gente esperando. Este año hay un grupo de capoeiristas que realiza una roda mientras se organiza la formación del desfile. Entretanto se hacen las 8, horario en que comienza la procesión, el Babá Hugo, junto con la Iyá Peggie Odumola Sowunmi, darán varias entrevistas para los medios que cubren el evento.

Para cuando la procesión comienza, puntual, el cielo luce extraordinariamente despejado y celeste. No quedan casi trazos de las nubes y cualquier recién llegado encontraría difícil creer que todo estaba cubierto y lluvioso apenas unas horas antes. Desde el playón de las piletas cubiertas, pasando por enfrente de los Lobos Marinos -monumentos típicos de la ciudad- y dando vuelta en la última bajada de la Playa Popular hasta llegar al lugar que está preparado para el ritual. Durante la procesión, casi como si fuese una coreografía ensayada, la formación camina al compás. Y se detienen todos a la vez -cada veinte o treinta metros- para que el público pueda disfrutar. Cambian de mano las canastas y siguen adelante. Sobre la arena espera el equipo de sonido contratado -que hasta último momento estaba en duda por la lluvia- y una rueda enorme de personas que prefirieron perderse la procesión para ganar los mejores lugares para presenciar el ritual.

Plano del recorrido de la procesión

Plano del recorrido de la procesión

Al llegar al lugar prefijado sobre la arena, la formación en línea se desarma y se crea un gran círculo en la playa, a unos veinte o treinta metros del mar. Todos dejan los elementos que portaban: primero la plataforma con la imagen, luego las ánforas con flores y los canastos con frutas, después las antorchas. Cada cosa es estratégicamente colocada de manera que conforma, en segundos, un bellísimo altar lleno de flores, frutas y velas.

El Babá Hugo da comienzo al ritual, brinda unas palabras de gratitud hacia los presentes y agradece el apoyo de las autoridades locales. En particular, la presencia del Secretario de Cultura del Municipio de General Pueyrredón, Sebastián Puglisi, al que le entrega un ejemplar del libro “El don de la ubicuidad: Rituales étnicos multisituados”, coordinado por Renée de la Torre y en el que Alejandro Frigerio participa con dos capítulos relacionados a las fiestas de Iemanjá en Mar del Plata y en Montevideo. A continuación, da lugar a la ceremonia de tres casamientos. Las parejas vienen caminando desde el agua, junto a sus testigos de boda, hacia el altar donde los une en matrimonio el Babá Hugo y reciben la bendición de la Iyá Peggie. Luego se realiza una breve roda de Batuque -de media hora aproximadamente. Todos los orixás son invocados mediante cantos y baile, y algunos llegan para ocupar el cuerpo de sus hijos y danzar dentro de la enorme rueda que forman doscientos o trescientos hijos de santo, encapsulada a su vez dentro de una mucho mayor de fieles, devotos y curiosos que no se pierden detalle de la celebración. Los toques y los cantos del Babá Heber de Xangó y su grupo de tamboreros -que impulsaron la procesión desde su comienzo- brindan un marco mágico a la noche, que ahora se muestra serena y hasta desprovista del fuerte viento que suele soplar en las orillas de nuestro mar atlántico.

Sebastián Puglisi, Secretario de Cultura de General Pueyrredón, y Babá Hugo de Iemanjá

Sebastián Puglisi, Secretario de Cultura de General Pueyrredón, y Babá Hugo de Iemanjá

Comenzando la fase final de la celebración, comienzan a repartir entre el público los numerosos gladiolos, rosas y nardos blancos que las bahianas llevaron durante la procesión y luego engalanaron el altar de Iemanjá en la playa para que todos puedan participar con una ofrenda. Los más o menos prolijos círculos de personas que seguían la ceremonia playera se quiebran y ahora se arma un corredor de celebrantes hacia el mar. Los hombres cargan las barcas al hombro y encaran hacia el agua. Las mujeres llevan el resto de las ofrendas. El público se abalanza sobre las barcas para dejar las flores, los pedidos o simplemente para tocarlas. “¡Omio!”, “¡Gracias madre!”, “¡Reina!”, “¡Odoiá!”, “¡Mãe!”, son algunos de los gritos que puedo reconocer. Es el momento menos ordenado pero sin dudas más emotivo de la celebración. De pronto, el cielo se ilumina y se escucha un ruido estruendoso: comenzó la pirotecnia. Durante varios minutos los fuegos artificiales iluminan el mar y dejan ver a los fieles entregando las barcas, con el agua por el pecho. Mas allá, está Prefectura Naval esperando para llevar las ofrendas aguas adentro.

Con el último fuego artificial se da por terminada la fiesta y el público comienza lentamente a retirarse. Los que entregaron ofrendas en el mar caminan hacia atrás, para no darle la espalda a Iemanjá. Los que formaron parte de la procesión se saludan, felices por la tarea cumplida. Muchos arman filas para saludar a los orixás manifestados en la arena y reciben sus abrazos bendecidores. Yo, con los pies todavía en el agua, miro hacia el cielo -hace rato impecable- y no puedo dejar de pensar en la lección aprendida: “el arte de vivir con fe”.

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Dario La Vega

Dario La Vega

Darío La Vega es estudiante de Antropología Social y Cultural en la Universidad Nacional de San Martín y fotógrafo.
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