Gilda: Mucho más que una santa popular

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por Eloísa Martin (Universidade Federal do Rio de Janeiro) (Publicado originalmente en revista Ñ, 10/9/2016)

Hay algo de improbable en la historia de Gilda -Miriam Bianchi, según su DNI, o Shyl, para sus vecinos-. Chicas -mujeres- con sueños de gloria y autonomía financiera, que deben atravesar obstáculos de diversa índole, hay cientos, y algunas de las seguidoras y herederas de Gilda podrían contarse en este número. Miriam estaba consiguiendo lo segundo, pero Gilda estaba lejos -todavía- de la gloria que conseguiría 20 años más tarde, cuando una de sus canciones más famosas fuera tocada en el balcón de la Casa Rosada y coreada por miles en la Plaza de Mayo.

Estrellas que trascienden más allá de la vida hay menos. Pero todos ellos han sido realmente famosos a la hora de su muerte: Elvis, la princesa Diana, incluso Selena, la cantante tex-mex asesinada por su representante y que resuena como un arquetipo para algunos intérpretes del «fenómeno Gilda». Muchas otras estrellas, la mayoría, han pasado la barrera de la vida sin pena ni gloria. Son recordados, a veces homenajeados. Pero nunca alcanzaron el estatus de mito.

gilda-corazon-valienteHacia mediados de los 90, Gilda era bastante conocida, pero no famosa como otras cantantes del género. Había conseguido un contrato con una de las dos mayores grabadoras de música tropical y se había presentado en programas de TV. Tenía giras pactadas y el hecho de disponer de un micro exclusivo para ella, sus músicos y parte de la familia que la acompañaba cuando podía, daba cuenta de que las cosas estaban yendo bien en su carrera. Tenía sus seguidores, pero eran bastante menos que las legiones que hoy la veneran. Y además, no había pasado aún al consumo de la clase media. Su muerte -inesperada, violenta, injusta- fue el catalizador que la consolida al mismo tiempo una estrella, una santa y un ícono de la cultura popular contemporánea.

Durante los últimos 20 años, la figura de Gilda ha tenido una ubicuidad notable en los medios. No sólo en diarios y revistas, programas de actualidad y documentales, sino en las historias de ficción de TV. Aún hoy, y cada vez más, Gilda aparece como referencia repetida para ilustrar las «costumbres» de los sectores populares: personajes de telenovelas son fans o devotos de Gilda, su imagen forma parte de los decorados de los hogares «pobres» y sus canciones suenan en las voces de algunos personajes o, en versiones originales, como cortina de fondo. Esta presencia es parte de una interpretación y una apropiación muy específica que las clases medias y altas realizan de un fenómeno mayor, el de la música tropical.

La música tropical está compuesta de varios géneros. La propia cumbia, de hecho, tiene numerosas variantes -musicales, estilísticas y coreográficas- que son subordinadas, desde una lectura mediática y del sentido común establecido, bajo el común denominador de «bailanta».

gilda-en-el-balcon-de-peronY desde este lugar es que la música de los bailes populares ha sido incorporada en la fiesta de clase media y alta. Pero la fiesta bailantera de la clase media sólo puede ser legítimamente consumida desde la parodia, desde la carnavalización. Y esto es lo que pudo ser observado, en cadena nacional, el día de la asunción presidencial de Mauricio Macri.

La «bailanta» y Gilda le permiten este floreo con los gustos populares, de forma legítima: como el carnaval carioca de los casamientos, como la sección de «pachanga» en las fiestas de 15 y en algunos boliches, los movimientos expansivos, sincopados, cuanto más caricaturescos y equivocados, más auténticos y festivos. Mauricio Macri performatiza la apropiación valorativa que las elites hacen de la cumbia, y no sólo no se esfuerza en «bailar bien», sino que hace del ridículo su marca registrada. Y en ese movimiento de incorporación de un ridículo aceptable, pasteuriza su performance de niño bien y su acento cheto, volviéndose una figura presidencial más digerible para la mayoría y un político al cual acercarse desde algún tipo de afecto. Algo parecido intentó hacer Gabriela Michetti cuando cantó «No me arrepiento de este amor». El día de la asunción presidencial, en el karaoke oficial del balcón de la Rosada, Gilda no fue entonada con la energía de los acordes graves de una hinchada, que desde hace dos décadas corean tantitos al ritmo de Gilda. Ni fue cantada por la voz afinada de Natalia Oreiro, que está lejos de ser unanimidad entre los fans, pero a quien se respeta porque observan en ella una posibilidad de mantener viva la memoria de Gilda. Tampoco sonó con la emoción con que la cantan las verdaderas herederas de Gilda, aquellas que prestan su garganta al timbre más idéntico posible al original. La falta de afinación, de energía, de emoción en la voz de Michetti es resultado de esta apropiación de la cumbia por las clases medias y altas.

macri-baila-gildaLo que los políticos y sus consejeros de imagen no midieron es cómo este mal uso del ícono, esta satirización de Gilda y de la cumbia, pudo haber impactado en los sectores populares. Además de los memes que se multiplicaron en las redes sociales, para la opinión de sus seguidores Gilda (des)entonada en la voz de la vicepresidenta dio vuelta la situación: quien fue objeto de bromas fue la mujer que pretendía encarnar los valores populares, pero que -al contrario de Macri- terminó demostrando en su performance que no es más que una mujer de su clase. La «bailanta» permite este juego: ridiculizada en la exageración, la pantomima del carnaval que invierte el sentido de los valores por-que, se sabe, se trata apenas de una cuestión momentánea que refuerza los valores establecidos. Ni Macri ni Michetti se hubieran animado jamás a cantar y bailar tango de manera paródica, mucho menos en el balcón de la Casa Rosada. La apropiación del partido en el gobierno, ya desde la campaña, responde a este uso específico de la música tropical y de Gilda-ícono de la cultura popular: un genérico higienizado, una cantante blanca y delga-da que condensa valores «modernos» de autonomía y que, aún siendo cumbia, no repite los tópicos picarescos o de doble  sentido de los cantantes del género. Gilda es una cumbiera apta para todo público.

Es imposible entender el «fenómeno Gilda» sin incluir el papel de los medios en la construcción, diseminación y consolidación de su memoria. No sólo han multiplicado la presencia de Gilda en el espacio público, sino que han intervenido en las definiciones póstumas del personaje, en la repetición de los hechos más o menos verosímiles de su historia y en la difusión de su imagen encuadrada en caracterizaciones que se replican a lo largo de diferentes productos. Más allá de la cantidad de fans que pudiera tener la cantante cuando viva, dificilmente mensurable y de importancia relativa, es a partir de su presencia en los medios cuando Gil-da pasa a formar parte del imaginario dominante como una figura que condensa lo popular en dos de sus prácticas más representativas: la música y la religión.

cronica-y-suple-tapa-7916-1-vertLa prensa y los programas de variedades de gran audiencia, durante dos décadas, le han dedicado un espacio notable. Un año después de su muerte, los principales diarios del país comenzaban a referirse al «mito de la cantante bailantera», los noticieros televisivos mostraban imágenes del homenaje en Plaza Miserere que, según los organizadores, había reunido más de diez mil personas; y Susana Giménez entrevistaba al ex manager Toti en su programa. Al mismo tiempo, Crónica TV presentaba un «Informe especial» donde se recordaba a la cantante. A partir de ese momento, la mayoría de los artículos en diarios y revistas comienzan a dar cuenta de los primeros «milagros» de la cantante, la mencionan como «santa» y se subrayan sus «poderes».

En esta misma línea, desde 1998 hasta hoy, han sido producidos diversos documentales para TV y publicados una docena de libros sobre Gilda, incluyendo una versión para niños. En todos ellos se destaca su capacidad de hacer milagros, su santidad. La repetición de estos tópicos y el énfasis en los aspectos devocionales (promesas, pedidos, milagros) colaboran para definir una mirada hegemónica sobre de qué se trata y quién es Gilda, un modo muy específico de mantener su memoria. Esta mirada no siempre coincide con la de quienes, hace más de 20 años, son sus fans. Para ellos, la extraordinariedad de Gilda no puede reducirse a los milagros que «cualquier santo» puede hacer. Al contrario, es su carisma, su capacidad de entender el alma humana y transmitir sentimientos en canciones lo que la hace, para los fans de toda la vida, un ser especial e incomparable: Gilda inspira, contagia, emociona, acompaña. Es mucho más que una santa popular.

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Eloisa Martin

Eloisa Martin

Doctora en Antropología Social, Museo Nacional/Universidad Federal de Rio de Janeiro. Profesora adjunta, Departamento de Sociología, Universidad Federal do Rio de Janeiro. Editora de Current Sociology.
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