por Mariana Abalos Irazábal (UNSAM)
La primera aproximación al campo de estudio de mi tesis de grado tuvo lugar en el año 2013, cuando me encontraba cursando la asignatura curricular titulada “Sociedad, cultura y poder” en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Nos habían encargado como trabajo práctico que eligiéramos un lugar donde poder hacer observaciones de campo, a modo de “jugar a ser” antropólogos/sociólogos. Recuerdo que una de mis primeras ideas fue asistir a la caminata semanal de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pero inmediatamente la descarté de las opciones por ser un acontecimiento que movilizaba mucho en mi interior a nivel emocional, y en ese entonces creía que eso iba a entorpecer mi labor científica. Por ese mismo motivo fue que también descarté avanzar sobre el Frente de Mujeres del Movimiento Evita [1], ya que era un espacio político en el cual yo me encontraba militando y lo consideraba demasiado próximo, demasiado personal, demasiado subjetivo. Teniendo únicamente como opción viable observar un grupo de capoeira [2] al que asistía una amiga para entrenarse cada sábado, se me presentó una temática que me atrapó desde el primer momento: la religión afroumbandista. En la experiencia militante anteriormente mencionada conocí a Claudia Borrás, referente política de la CTEP [3] del Movimiento Evita San Miguel y Mae de santo [4]. Ella me ofreció las puertas abiertas del templo de su Mae de santo – Paula de Oxum [5] – para poder llevar a cabo el trabajo, a lo cual accedí. Un sábado a la noche acordé con dos amigas y asistimos juntas a la ceremonia, que en esa oportunidad era una quimbanda [6].
El templo se ubica en el corazón de un barrio residencial, en su mayoría conformado por casas-quinta, mucha arboleda y calles que se extienden en forma de curvas. Nosotras cubrimos a pie el trayecto hasta sus puertas. Recuerdo que cuando estábamos a unos pasos de la entrada escuchamos cierto repique ahogado de tambor, sonido que me generó un vértigo ansioso en la boca del estómago.
Un portón de madera indicaba el ingreso al terreno, y una vez que nos lo abrieron avanzamos por un camino de piedras y material hasta el templo. Nos presentaron con Paula de Oxum, la dueña de la casa y jefa del terreiro [7]. Nosotras nos mantuvimos un rato afuera, disfrutando de la calma del lugar, el fresco de la noche y las emociones del momento previo a la ceremonia. Luego, uno de los miembros de la casa nos llamó para que entráramos ya que estaba por empezar la sesión. Más tarde llegó Claudia – en la religión, es Claudia de Iemanjá [8] – mi compañera de militancia quien minutos después entraría en transe y recibiría en su cuerpo a un espíritu femenino llamado María Mulambo Das Almas.
Continué asistiendo a sesiones durante muchos meses, enmarcada en la consiga del seminario que estaba cursando en la UNSAM. Mi primera atracción académica hacia esta religión fue porque vi algo que me llamó la atención y que no consideraba presente en otras prácticas religiosas que yo conocía hasta el momento: la persona que posee la jefatura de un terreiro o templo – y la máxima jerarquía que esto conlleva – puede ser un hombre como también una mujer. No hay restricción de género visible (en principio) para que una persona pueda acceder al rango jerárquico más elevado dentro del afroumbandismo; y en este caso, tanto Claudia de Iemanjá como Paula de Oxum eran mujeres, mães de santo y jefas propietarias de un templo abierto.
Durante el proceso de elaboración de este trabajo me encontré en lo personal atravesada por un gran conflicto familiar con mis padres, quienes lanzaron desde el primer momento una avalancha de opiniones negativas sobre mi asistencia a “ese lugar” con “esa gente” que practica “ese culto”. Finalizada la cursada del seminario, continué asistiendo por placer propio a las ceremonias, sufriendo una época muy tensa de tener que ir a escondidas, inventando excusas y ocultándome para no generar tensiones en mi casa.
Al año siguiente, en el 2014, cursé una materia curricular titulada “Estudios sociales de la economía”, la cual para su aprobación final exigía la realización de un ensayo. Nuevamente decidí trabajar la religión afroumbandista, poniendo como eje conductor del trabajo la idea de que el axé puede ser tomado – dentro de la religión – como la moneda mediante la cual se realizan intercambios, dones y contradones, y diversas dinámicas económicas. Aún posicionándome como una persona “externa” al grupo analizado, en ese entonces reconocía mi inclinación o preferencia académica a trabajar la temática “afroumbandismo” motivada principalmente por mis sentimientos y emociones personales. En ese mismo año para el seminario “Acción colectiva y movimientos sociales”, bajo una consigna similar a las anteriores, planteé que ciertos afroumbandistas nucleados en grupos y asociaciones religiosas específicas pueden ser considerados como un colectivo organizado que llevó a cabo acciones colectivas, como por ejemplo, movilizaciones al obelisco y eventos varios.
Durante todo ese tiempo, fui de manera cada vez más regular a las ceremonias religiosas en el ilé [9] de Paula de Oxum. Empecé a consultar y atender mis problemas personales y tiempo después, en enero del 2015, me bauticé bajo la mano de Claudia de Iemanjá, mi amiga, ex –compañera de militancia y actual mãe de santo.
Un año después, en el 2016, estaba dándole forma a mi proyecto de tesis – requisito para poder acceder a mi título de grado – y decidí sin dudarlo trabajar nuevamente la temática “afroumbandismo”. Actualmente, elaborando estas palabras, me reconozco como una persona compuesta y atravesada por múltiples identidades/roles: soy tesista de la licenciatura en sociología dictada en la UNSAM y afroumbandista; me llamo Mariana Abalos Irazabal y también Mariana de Xapaná [10].
Si bien tomar la decisión de cerrar mi carrera profundizando una vez más en esta temática no fue un paso difícil para mí (en realidad, en ningún momento hubo margen de discusión conmigo misma), sí resulta difícil a veces justificarlo al interlocutor. Me resultó un desafío arduo a lo largo de todos estos años y en este trabajo final sigue generando cierta tensión. El argumento punzante siempre fue el mismo: si investigás sobre algo que te apasiona o de lo que sos parte, es imposible lograr la objetividad científica necesaria para una buena elaboración profesional. Frente a esto, contrariamente a como se podría suponer, me resultó más difícil la contra-argumentación cuando no estaba bautizada en la religión (es decir, cuando era “externa” al grupo estudiado) que una vez que ya era parte. La dificultad pasaba por el hecho de que una parte mía también ponía en duda y prejuzgaba mi propia capacidad profesional. Como empecé trabajando “desde afuera” y me terminé bautizando… ¿todas aquellas voces no tenían razón, al fin de cuentas? ¿Por volverme “una nativa” no perdí mi cientificidad? Así y todo, seguí estudiando el tema y me bauticé, tomando luego de mi bautismo la decisión de encausar esta tesina en el mismo camino que venía transitando personal y académicamente. Hoy por hoy, como bautizada, estando “desde adentro”, lejos de resultarme más laboriosa la tarea de investigación, me resulta más accesible y práctica. Esto es porque ese miedo o desconfianza en mí misma respecto a la objetividad/subjetividad científica lo perdí al darme cuenta del hecho de que el ser parte o cercano a su objeto de estudio no hace menos legítimo o valioso a un investigador; sino que, justamente, si se lo maneja con las herramientas teóricas y metodológicas adecuadas esa pertenencia puede explotarse como una ventaja, algo a favor, y no como una traba u obstáculo. Si bien este postulado fue elaborado y defendido por diversos autores a lo largo de las últimas décadas, en mi imaginario pesaba más toda esa formación de base que recibí en mis primeros años en la academia (valores como la objetividad científica, la neutralidad como ideal durante la investigación, etc.).
En relación con esto, sostengo además que todos los científicos y profesionales en general tienen una gran responsabilidad con la sociedad, pero más aún los científicos abocados a lo social (sociólogos, antropólogos, politólogos, etc.). Creo que el investigador que se anima a avanzar sobre una problemática que lo atraviesa en lo personal es digno de mucho mérito. Cuando se estudia o trabaja sobre algo que lo interpela a uno subjetivamente, siempre es difícil. Es un trabajo exigente que requiere seriedad, compromiso, minuciosidad y profesionalismo, pero lejos está de ser un trabajo imposible. Considero que el proceso por el cual pasamos los que compartimos ese doble papel de investigador-nativo, es el de reconstruir nuestra mirada en la del investigador anfibio, el cual es: “una figura capaz de habitar y recorrer varios mundos, y de desarrollar, por ende, una mayor comprensión y reflexividad sobre las diferentes realidades sociales y sobre sí mismo.” (M Svampa, 2007:14). Con las correspondientes herramientas teóricas y el sustento conceptual específico, el investigador que es parte de su objeto de estudio puede acceder a ciertos matices de conocimientos distintos a los que podría llegar a acceder un observador externo. El anfibio puede nadar en su subjetividad y a la vez poner los pies en el barro científico, todo durante una misma experiencia de investigación.
Mi experiencia como anfibia está marcada por lo que yo concibo como una doble caracterización: el ser investigadora y afroumbandista al mismo tiempo me transforma en una persona legítima y marginal, respectivamente.
Como relaté en párrafos anteriores, mi iniciación en ésta religión fue un proceso tenso en lo personal, especialmente con mi familia. En la actualidad, los momentos de explosión de dicha tensión se redujeron, pero sigue existiendo la incomodidad interpersonal para/con mis padres por estar bautizada, y elegir el afroumbandismo no sólo para lo íntimo y personal, sino también para mi trabajo profesional. Debido a esto, a veces experimento mi condición de tesista como un paraguas o un escudo que me permite proteger y justificar mi interés apasionado por este objeto de estudio. Sigo percibiéndome como marginal por pertenecer a esta fe alternativa a lo hegemónico, pero soy legítima en mi acercamiento profesional por la tesis de grado… Ambas condiciones – marginal y legítima – conviven, alternando su peso dominante de una por sobre la otra dependiendo de quién sea mi interlocutor o juez, o el contexto en el que me estoy desenvolviendo.
Distinto es lo que vivo en espacios académicos, especialmente en aquellos abocados a los estudios de la religión desde las ciencias sociales. En esos casos, siento que mi condición de tesista y religiosa me torna legítima, sin grandes cargas peyorativas o negativas. Sin embargo, al salir del campo académico el estigma vuelve a hacer contrapeso sobre mis hombros, y el alter-ego de “marginal” asoma una vez más. Esto me lleva a reflexionar nuevamente sobre ese debate que alguna vez en la vida le ha surgido a la mayor parte de los investigadores: por fuera de nuestros propios colegas… ¿para quiénes escribimos los sociólogos/antropólogos? ¿Quién conforma el público que legitima nuestro saber y nuestro rol como investigadores? ¿Quién nos lee y nos dialoga? ¿Somos realmente legítimos para la sociedad externa a la academia o nos autoproclamamos como tales?
Pienso en estos interrogantes por la situación anteriormente expuesta: en mi experiencia, más allá de las paredes de la academia, recobra peso la condición marginal del ser afroumbandista, imponiéndose por sobre lo legítimo del ser investigadora. Una causa central de esto es el estigma que posee dicha religión en nuestro país, problemática social ampliamente analizada por distintos autores y que no explayaré en estas líneas para no extenderme demasiado. No obstante, lo que me resulta adecuado e interesante de reflexionar es que dicha situación no se debe sólo al “estigma umbanda”, sino que quizás se deba también a la carencia que tienen la sociología y la antropología de una divulgación profunda como disciplinas científicas en nuestra sociedad. Es decir: quizás no se deba sólo al gran peso negativo que carga históricamente esta fe en la sociedad argentina, sino también al poco peso que poseen la sociología y la antropología en el sentido común de aquellas personas externas y/o lejanas a la academia, a raíz de su poca difusión. Más allá de nuestros espacios profesionales y de nuestros colegas, ¿qué alcance tienen nuestras producciones científicas? ¿Quién conoce – más allá de los nombres – a las disciplinas y sus contenidos, aunque sea en líneas generales? ¿Quién sabe realmente lo que hace un antropólogo/sociólogo y la relevancia social de su labor profesional? Mientras más nos vamos alejando del núcleo institucional, social y cultural del mundo de la academia, menos son conocidas nuestras ramas de estudio y el trabajo que hacemos; en consecuencia, menos peso posee en el sentido común de los sujetos la condición de «legítimo» que creemos que tiene el hecho de ser investigador, por sobre nuestros demás rasgos personales.
Personalmente, mientras más me voy alejando del centro académico, más difícil se me hace lograr que mi interlocutor comprenda lo que hago y por qué lo hago, y acepte y legitime mi justificación. Para algunas personas soy tesista y afroumbandista, siendo ambos rasgos totalmente compatibles. Para mis padres y algunas otras personas cercanas, “lamentablemente” practico una religión (o “culto”, dirían…) que no es la ideal, pero seguro se me ocurrió hacer la tesis sobre eso momentáneamente y luego estudiaré otros temas. Para otras personas más distantes, simplemente soy una universitaria que se está por recibir de la carrera de sociología (esa ciencia que “no se entiende muy bien qué es, qué hace o para qué sirve”) y soy de “los umbanda”. Para otras personas, aquéllas más ajenas y alejadas aún de la academia, simplemente soy “la macumbera”.
Entonces, finalizo nuevamente con esas palabras que espero que inviten a reflexionar a los antropólogos/sociólogos sobre la propia labor profesional: este desequilibrio que vivo entre los roles que me componen como una anfibia, los cuales van alternando su dominio por sobre el otro según el contexto en el que me encuentro ¿se debe exclusivamente al peso que tiene el estigma cargado por el afroumbandismo en nuestra sociedad o se debe también a la falta de peso que tiene el atributo – creemos – positivo de ser un investigador social? Si es el caso de que más allá del estigma religioso, este desequilibrio se vincula fuertemente con el hecho de estar en una situación social de mayor o menor proximidad al núcleo académico… ¿estamos haciendo las cosas bien? ¿En qué estamos fallando como profesionales? ¿Realmente estamos dialogando e interpelando a “la sociedad” con los análisis que abordamos? ¿O más bien seguimos corriendo en círculos sin poder terminar de generar efectivamente un puente que una al pequeño núcleo académico con la sociedad, y asegure un diálogo fluido y una circulación recíproca de información?
En resumen: el hecho de que el ser investigadora afroumbandista me resulte legítimo en espacios cercanos al núcleo académico, y al interactuar en contextos cada vez más alejados se torne un rasgo marginal: ¿se debe a la fuerza del estigma religioso o a la debilidad de la legitimidad académica? Creo que la respuesta simple es: un poco y un poco. No se puede minimizar el peso que el estigma entorno a la religión afroumbandista tiene en el sentido común de la sociedad argentina, pero como profesionales sabemos que los imaginarios se construyen colectivamente y que son el resultado de herencias culturales, sociales e históricas, sumadas a las redefiniciones y actualizaciones que van emergiendo desde la dinámica social. Lo social entendido como tal, en tanto construcción colectiva de sentido, implica a todos los actores que componen a la sociedad; ergo, antropólogos y sociólogos estamos incluidos en esa dinámica, y debemos reflexionar sobre el rol que jugamos en la misma. Un estigma social, un prejuicio, un imaginario, pueden estar fuertemente enraizados y sostenidos en procesos sociales que se reproducen y re-significan diariamente; pero a la vez, su perduración puede deberse no sólo a la fuerza de su arraigamiento, sino también al débil alcance que tienen las ciencias sociales en sus intentos de cuestionarlo y aportar en pos de la resolución de las problemáticas sociales.
Si mientras más me alejo del núcleo académico más peso tiene el ser afroumbandista y menos relevancia tiene el ser investigadora, quizás sea correcto pensar que se debe al fuerte estigma que carga la religión; pero al mismo tiempo no hay que olvidar que como profesionales de las ciencias sociales, somos responsables de procurar un aporte para la comprensión y reducción de las tensiones sociales. Por lo tanto, ese estigma religioso sigue sosteniéndose fuerte también no sólo por su raíz o antigüedad, sino también porque los intentos que se dan desde la academia para poder disolverlo no tienen un alcance efectivo en los actores abordados. Y teniendo en cuenta eso, me pregunto nuevamente: ¿estamos haciendo las cosas bien? ¿En qué estamos fallando como profesionales?
Notas
[1] Espacio de militancia política feminista, inserto en la organización social y política llamada “Movimiento Evita”.
[2] Arte marcial brasilera.
[3] Confederación de Trabajadores de la Economía Popular.
[4] En el afroumbandismo, se denomina “mãe/pai de santo” a aquél que bautiza e inicia en la religión a una persona.
[5] Deidad femenina del panteón afroumbandista.
[6] Una de las ceremonias que se llevan a cabo dentro del afroumbandismo.
[7] Templo.
[8] Deidad femenina del panteón afroumbandista.
[9] Templo o casa de religión.
[10] Deidad masculina del panteón afroumbandista.
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