por Emerson Giumbelli (Universidade Federal do Río Grande do Sul)
Para quienes investigamos la presencia pública de las religiones, la epidemia del coronavirus ha traído un conjunto interesante de situaciones para examinar. Hay informes que apuntan a casos documentados de transmisión de la enfermedad durante cultos cristianos en Francia y Corea del Sur. En Brasil, las aglomeraciones causadas por actividades similares se han convertido en objeto de controversias bien conocidas, generando campos de confrontación evidentes. Por un lado, el consentimiento para la interrupción de los servicios o el cierre de los templos como una forma de colaborar con las medidas de aislamiento, colaboración que puede llegar a la conversión de espacios de culto en clínicas ambulatorias. Por otro lado, la invocación al principio de libertad religiosa como fundamento para mantener las puertas de los templos abiertas y continuar con los cultos religiosos, con la posibilidad de que esto lleve luego al anuncio de curas o promesas de inmunización contra el virus. Desde la perspectiva de las autoridades civiles, podemos encontrar un dilema similar, a veces considerando a la religión como un «servicio esencial», otras veces tratándola como generadora de posibilidades de contaminación. En la opinión pública, a su vez, están quienes reconocen el papel de la religión para asistir a las personas en tiempos difíciles, pero a la vez la epidemia también refuerza la idea de que la religión tiene poco que ayudar en esta crisis.
Aunque es importante comprender estas oposiciones (y todo lo que cabe entre los extremos), no debemos apegarnos a ellas si queremos examinar las variadas situaciones en las que se configura la relación entre las religiones y la epidemia. Un punto fundamental es precisamente el de no restringirnos al universo cristiano, que es el que ha ocupado mayormente las noticias. ¿Cómo están enfrentando otras religiones la crisis por la que estamos pasando? Pregunta que nos lleva a lo siguiente: ¿cuál es el concepto de religión en juego cuando se supone que a un grupo de personas le es indiferente poder reunirse para practicar sus creencias?
La idea de que una religión puede persistir sin reuniones cara a cara está en línea con una concepción atomizadora. Supone que la creencia es lo primero, una relación personal entre los fieles y alguna fuerza divina, siendo los rituales colectivos una mera consecuencia de ésto. Esta concepción tiene su origen en la Reforma Protestante, lo que vuelve más interesante el hecho de que la reacción a las restricciones de aglomeración es más fuerte entre algunas iglesias que descienden de este movimiento. Esto parece indicar que incluso en las religiones más individualistas predomina la existencia de rituales colectivos. La pregunta entonces es: ¿cómo buscan las diferentes religiones mantener esta dimensión colectiva?
Observando el universo de religiones que adoran a los orishas, encontramos situaciones interesantes. En estas religiones, las ceremonias festivas y otros rituales colectivos son esenciales. Ante la imposibilidad de que esto ocurra, las mães y los pais de santo usan ciertas tecnologías para mantenerse en contacto con sus hijos, difundir mensajes o estar disponibles para la asistencia individual. Si esto ciertamente fomenta una dinámica más atomizadora, por otro lado, debido al mayor acceso proporcionado por una tecnología, amplía el alcance de la palabra de estos líderes religiosos y, en cierta medida, interfiere en sus fundamentos. ¿Qué pasará después de la epidemia, cuando los rituales puedan volver a ser presenciales?
Por lo tanto, al acompañar la relación entre la epidemia y las religiones, la cuestión no se limita a las reacciones de estas últimas a la primera (o viceversa). También cabe la pregunta: ¿qué está cambiando en las religiones cuando se enfrentan a los graves desafíos de la epidemia? Si el uso de tecnologías de contacto parte de la idea de reproducir prácticas establecidas en una religión, también es posible que creen nuevas realidades. Lo que es cierto para las religiones afrobrasileñas también sirve para seguir, con la debida consideración de las especificidades, lo que viene ocurriendo en otros universos: la transmisión de cultos desde templos sin fieles, la recepción de diezmos en Internet (fomentando el desarrollo de aplicaciones ), procesiones en automóviles, cadenas de oración o propuestas para oraciones colectivas virtuales, etc. Dado que algunas de estas prácticas tienen efectos sobre lo que ya estaba consolidado y consagrado, sus repercusiones, desde ahora, se convierten en parte de la forma en que una religión se extiende y pasa a ser conocida.
Volvamos entonces a la pregunta, planteada al principio, de la presencia pública de las religiones. Es posible formularla en el contexto de actuaciones frente a la epidemia en dos direcciones. Primero, si lo que sugiero arriba es correcto, las religiones pueden verse como experimentos sociales que participan de las formas contemporáneas de reinventar vínculos, produciendo más individualización y más colectivización al mismo tiempo. Son exactamente los cambios expresados en las formas en que las religiones tratan y se involucran en la epidemia lo que lo demuestra.
El segundo punto retoma la pregunta sobre los conceptos de religión, con un interés específico en sus definiciones sociales. Cuando se incluye a los templos entre los «servicios esenciales», se refuerza el argumento de que la religión es algo fundamental en la sociedad. Este argumento aparece también en otras controversias, como la de la educación religiosa en las escuelas públicas. Hay quienes lo defienden precisamente sobre la base de la idea -discutible- de que la religión es fundamental para los seres humanos. Por otro lado, el argumento de que la religión sería prescindible, o incluso un obstáculo, para enfrentar la epidemia expresa una opinión que parece no ser muy sensible al papel que ésta puede desempeñar en la sociedad. Lo que está en juego, en ese momento, son los entendimientos sobre qué es la libertad religiosa y sus implicancias.
Mientras que, para algunos, la libertad religiosa exige la inclusión de la religión entre los «servicios esenciales», para otros está vinculada a la búsqueda de formas de contacto entre los fieles que estén en línea con las medidas de aislamiento social. Tener que lidiar con la pandemia está permitiendo a las religiones encontrar y desarrollar nuevas formas colectivas de cuidado. Esto nos recuerda, por si fuera necesario, que la religión es algo social, no en un sentido banal, sino en el sentido profundo de que está inserta en la sociedad y depende de ella para existir (y para definirse). Por esta razón, los intentos de las religiones de reinventar los vínculos provocan un debate que pone en juego su papel social. Como estudiosos nos corresponde tanto acompañar las iniciativas de los grupos religiosos, como las actitudes de sus fieles y también los debates que esto provoca en la sociedad en general.
Publicado originalmente en portugués en el Boletim Cientistas Sociais e Coronavirus (no. 33) editado por ANPOCS, ACSRM y otras tres asociaciones científicas Brasileras. Recomendamos ver toda la serie, aquí.
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