por Paulo Burgos (fotógrafo)
Llegué a Tucumán en abril del 2016, y durante los dos primeros años viví en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Recuerdo en una de esas primeras semanas subirme a un taxi y ver en el espejo retrovisor una estampita de San La Muerte. Le pregunto al chofer si era de él y me dice que sí; Me habla de un santuario alejado de la ciudad, al lado de una rotonda, cerca de una estación de servicio para camiones, detrás de un inmenso cañaveral. Después de unas semanas de estar pensando en ir, aprovecho un día para llegarme en bicicleta hasta esa parte. Habrán sido unos 8 kilómetros desde la ruta que delimita San Miguel, hasta el santuario alejado de la ciudad, que en realidad queda más cerca de una localidad llamada Lastenia.
Una vez que tuve el contacto de los dueños del lugar, estos me dijeron que todos los días 20, los fieles de San La Muerte y/o el Gaucho Gil aprovechan y pasan una tarde con sus santos. Al lado de los dos santuarios, pintados de negro y rojo respectivamente, hay un galpón, con parillas, mesas y asientos de hormigón, junto con baños públicos, donde los fieles preparan sus asados. Los que solo van por un momento breve, llegan a la capilla de San la Muerte para dejar una ofrenda (cigarrillo, licor, comidas o recuerdos) y rezarle a una de las varias esculturas que hay allí dentro.
Las enormes esculturas fueron realizadas por el “Gitano” un devoto motoquero, que cuando puede se dirige al santuario con sus amigos del mismo rubro. Su moto, y la de sus amigos, están tuneadas con dibujos de calaveras y guadañas. Las enormes esculturas son las principales protagonistas de cada 20 de agosto, en donde, además de haber música y comida para el Santo, estas son llevadas en varias camionetas, en una caravana que se dirige a Lastenia y pasa por la Banda del Rió Salí, y parte de la Ciudad de San Miguel, para volver nuevamente al Santuario. Al pasar por los barrios mas humildes, algunos devotos se acercan para tocar las esculturas y persignarse.
No recuerdo bien cuántas veces fuí al santuario, habré estado en 4 o 5 oportunidades. En mis primeras visitas, hacía un registro con mi cámara digital réflex, y un 20 de agosto que me llegué por la tarde, cuando el sol se estaba poniendo (“La hora mágica» como se diría en fotografía) a los pocos minutos se aprestó a salir la caravana. Me subí compulsivamente a una camioneta y comencé a tomar fotos con el celular que luego fui subiendo a las redes sociales. También en otra oportunidad llevé mi cámara Holga, una pequeña cámara de plástico que saca fotos con rollos, y que usé cuando fuí al Santuario de San La Muerte en Empedrado, Corrientes, en el año 2013. Me gustan los “errores” que crea la cámara, y ese formato de foto familiar-recuerdo, que está tan en boga hoy en día.
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