La clase media va al paraíso por Alejandro Frigerio (UCA/CONICET)
Víctor Sueiro instaló el (tema del) milagro (católico) en la cultura de masas en la Argentina. Lo sacó de las revistas populares. De las peregrinaciones. De las misas carismáticas. De las visitas de vecinas. De las charlas de sobremesa o de las rondas de mate. Y lo instaló en los best-sellers y los horarios prime time de los canales abiertos. En «Misterios y Milagros», su actual versión televisiva, Sueiro, a despecho de una pretendida humildad, se coloca en ese lugar -algo pedante- de haber devenido en la única manera en que la esperanza pueda llegar a los hogares, como el exlusivo dispensador de buenas ondas; en pocas palabras: en una versión mística de Raúl Portal: «¡Upa el alma!».
El emotivo desfile de testimonios que el programa presenta lleva a reflexionar acerca del tipo de milagro que instaura en la televisión argentina. En primer lugar, hay que remarcar que probablemente hable de los milagros de la única manera que hasta ahora es posible hacerlo en un programa de «no ficción» (?) en un canal abierto en la Argentina: con sobreabundancia de referencias católicas (a «mamita» la Virgen y al Angel de la guarda, preferentemente) y con casi igual cantidad de testimonios médicos. Estas alusiones no obedecen simplemente a las preferencias personales o ideológicas de Sueiro sino que reflejan, sobre todo, un fenómeno cultural más abarcativo y relevante: la (im)posibilidad de hablar de ciertas cosas en determinados ámbitos sin alguna clase de permiso simbólico de cualquiera de estas dos instituciones -la medicina y el catolicismo- que regulan la versión oficial de la cultura argentina.
Un médico por aquí…
La presencia de los médicos en los programas resulta imprescindible por -al menos- dos motivos. Ellos no sólo verifican la realidad y la gravedad de cada caso, sino que certifican los límites en los cuales la ciencia capitula y comienza la mano de Dios (la verdadera). En ocasiones, los médicos manifiestan su asombro por la curación. Esto sucede menos veces de lo que parece a primera vista, pero si el testimonio médico es demasiado descriptivo, luego aparecerá uno de los protagonistas para encargarse de recalcar que los médicos refrendaron el milagro. Por ejemplo, si el médico sólo sugiere que la respuesta a lo que sucedió «no la puede dar la ciencia», alguno de los parientes del beneficiado por el milagro retomará su voz y, sin vacilar, atestiguará: «como dicen los médicos, cuando no hay explicación científica es un milagro.»
Cuando los médicos son católicos -y varios de los que aparecen en el programa lo son- entonces están más dispuestos a insinuar la intervención divina. Esta convergencia emociona al conductor, quien -feliz por la colaboración de las instituciones hegemónicas-, suele afirmar: «Cuando fe y ciencia se dan la mano, todo es posible «.
La intervención de los médicos cumple, además de la (mayor o menor) certificación y validación del milagro, una función aún más importante. Certifica que quienes aparecen en el programa han transitado por los caminos correctos: primero han visto un médico, luego han recurrido a la religión -o han recurrido a ambosconjuntamente, alejando así las sospechas o posibles acusaciones de incitación al curanderismo. El programa de Sueiro, así, marca una diferencia importante con relación a -por ejemplo- los documentales de «Infinito», los cuales otorgan verosimilitud a los milagros sin preocuparse por su certificación médica ni por la prioridad de la medicina en el tratamiento de la enfermedad. Estas posturas, sin embargo, sólo pueden o deben ser expresadas por canales de cable: pareciera haber ciertos requisitos que los milagros deben cumplir antes de poder ser proyectados semanalmente a través de la televisión abierta.
La vida según Víctor Sueiro
Sueiro toma interpretaciones de hechos derivados de la religiosidad popular pero las presenta de manerainequívocamente ajustada a los ideales de clase media. Una versión, digamos, Gasoleros -nunca Malandras- de los milagros, con la impronta Pol-ka del barrio y la familia. Los productos clásicos de la factoría Suar, sin embargo, solían dar cabida a manifestaciones más prosaicas de lo sobrenatural: premoniciones tarotistas o sueños con padres muertos que daban consejos sobre problemas terrenales. Los parientes muertos de «Misterios y Milagros», por el contrario, siempre traen desde el más allá ilustrativos mensajes sobre la Vida.
Porque en «esto también es la Vida» -uno de los latiguillos de Sueiro- se presentan milagros que suceden enfamilias de clase media, mayormente blancas (con algunos matices cromáticos en el interior del país), siemprebien constituidas (padre, madre, hijos, abuelos). Las posibilidades de beneficiarse de un milagro, en La Vida según Sueiro parecen ser escasas o nulas si uno es pobre, vive en un barrio popular (ni hablemos ya de una villa), tiene tez oscura, es madre separada o soltera o sufre de SIDA.
Los milagros, además, no parecen tener credibilidad si no son narrados por un adulto con al menos secundaria completa (o por sus hijos). Hasta los fantasmas aparecen en un museo de la calle Suipacha y los ven bailarines y escritores.
Fe hay una sola
Si la posición de clase parece ser determinante en la posibilidad de acceder a los milagros, las probabilidades rozan el cero absoluto si se es evangélico, espiritista o umbandista. Pese a las frecuentes alusiones del conductor a que habla de la fe ‘de todos’, que habla «no del Dios católico, (sino) del que sea, del de ustedes»los evangélicos, espiritistas o umbandistas deben ser hombres y mujeres de poca fe, ya que -entre ellos- no se registran misterios y milagros. Tampoco entre judíos o musulmanes. Esta ausencia va a contrapelo de las historias que se cuentan diariamente en los templos pentecostales o los terreiros de umbanda, hasta conestructuras narrativas similares a las expuestas en el programa (la muletilla «los médicos no entendían nada», por ejemplo, es un estribillo que uno se cansa de escuchar en estos contextos). Va a a contramano, también, de los testimonios que pueden escucharse en los programas evangélicos que le siguen al de Sueiroen otros canales -pero ya en espacios pagos y no de prime time-. El único testimonio en el que apareció un evangélico -cuando se mostraron los esfuerzos y la confianza del guitarrista Cacho Tirao de que volverá a tocar la guitarra luego de una grave afección- su pertenencia religiosa no fue explicitada.
En la proposición de una ‘fe’ que se propone universal pero que es abrumadoramente singular, Sueiro participa de un categorización periodística habitual. Si es cierto esa frase hecha según la cual ‘la fe mueve multitudes’, en los medios de comunicación argentinos sólo sucede si las multitudes son católicas. Por el contrario, para seguir con el ejemplo de los evangélicos, siempre son multitudes que se mueven (¿acaso sin fe?). Quizás porque su uso plural suena extraño, fe, en la Argentina, parece haber una sola. Y capacidad para producir milagros, también.
En este gesto, Sueiro no se diferencia de otro activista mediático católico, el padre Oscar González Quevedo, quien suele afirmar: «en las universidades de todo el mundo, la parapsicología demuestra (que) el verdaderomilagro únicamente se da en la tradición católica».
El padre Quevedo, al menos, lo decía explícitamente.
Publicado originalmente en Dios! (2003)
Milagros catódicos: El caso del sonajero roto por Alejandro Agostinelli (periodista)
Misterios y Milagros. Idea, producción y conducción: Víctor Sueiro. Canal 13. Lunes, de 22 a 23: 00 horas. Desde el 6 de enero al 30 de marzo de 2003. Primera entrega: 13 Capítulos.
Dios, como le pasa con todos los de su nacionalidad, tiene especial apego por los argentinos. Y los argentinos, como les pasa cuando sacan a relucir su chauvinismo religioso, guardan especial devoción por un dios poco cosmopolita -sólo por eludir el en este caso sacrílego ‘hecho a su imagen y semejanza’-. Esta visión terrenal, temporal y casi de entrecasa del Creador -un dios tanguero, chantapufi y arrogante, que reivindica a grito pelado haber inventado el dulce de leche, la birome bic y a Diego Maradona- no es un retrato inverosímil: existen infinitas representaciones capaces de contener lo que es (o debería ser) la divinidad patria (1).
Víctor Sueiro, que en la Argentina era un periodista popular mucho antes de haber convertido a su experiencia de casi muerte en best-seller, parece ofrecer la imagen más ajustada a lo que espera de Dios el argentino desesperado de los días que corroen el alma nacional. En la TV, sólo él podía capitalizar relatos de este género, abundantes entre la grey. ¿Por qué? Porque Sueiro, en doce libros que se vendieron como estampitas milagrosas, tiene el copyright de este enfoque: él es el mentor, en la Argentina, de una categoría temática, un formato y un estilo. El suyo es un Dios piadoso, próximo a la clase media argentina. Un Dios 2003, es decir, un Dios de la última esperanza cuando todo parece perdido. Un Dios Canal 13. Y muchos, pero muchos argentinos, eligieron esa manera de tener a Dios en casa.
Sueiro -con perdón de la tautología- ofrece un Dios Sueiro.
Para algunos, la fórmula que explica su éxito es tan sencilla como efectiva:Misterios + milagros = esperanza.
Decodificado:Lo inexplicado que habilita a creer + magia reparadora = ‘lo que nunca hay que perder’.
Para que los números cierren, las apariciones (cristos, vírgenes, santos…) siempre traerán buenas noticias, las curaciones serán ineludiblemente ‘inexplicables’ y los ángeles acudirán, indefectiblemente, para salvar la vida del que tuvo fe (y a los que no, que vayan aprendiendo a rezar), en lo posible a último momento y cuando los doctores ya bajaron el pulgar. Todo lo cual sin contar con el carisma del conductor, que no es poco. Pero, al margen de los sentimientos que despierte, un valor difícil de mensurar, está su biografía reciente, inseparable del personaje. Lo cierto es que hace más de una década que Víctor Sueiro recopila estas historias prodigiosas protagonizadas, de un modo vigorosamente excluyente, por la familia católica. Para dar con ellas no necesitó buscar bajo las piedras: estaban allí o llueven del Cielo, mezcladas con creencias New Age, espiritualistas o esoterismo ligth ampliamente disponibles en el mercado de medios secular: experiencias cercanas a la muerte, sueños precognitivos, apariciones de ultratumba, profecías milenaristas… Que diera formato televisivo a sus escritos sólo era cuestión de tiempo (su enemigo más temido). O de contar con la garantía de imponer su criterio. La oportunidad se la dio el productor Adrián Suar, factótum de Canal 13, cuando coincidieron en qué este era el momento de hablar de esperanza. Así, a un año del crack nacional de diciembre de 2001, el cacerolazo se convertía en… «Misterios y Milagros».
Se va a emocionar, se lo aseguro…
«El 90 por ciento de los argentinos son católicos; la religión oficial suele arrinconar a la magia del catolicismo popular a los márgenes; basta recoger ese material ‘residual’ para tener un boom de rating.»
Esta afirmación, que muchos agnósticos podrían firmar sin chistar, tiene su grano de verdad. Sin embargo, no deja de ser una simplificación. Permítasenos pensar que estamos ante un asunto más complejo. Sueiro logró un promedio de rating de 15 puntos en un horario altamente competitivo. Convengamos que no cualquiera tiene el don de hacer de los milagros católicos un éxito catódico. Sin sus alabanzas, sin la figura de Sueiro como cochero de aquellas ‘historias de vida sobre la muerte’, el programa podría no ser más que una colección de testimonios de gratitud a las fuerzas del destino, en muchas de las cuales -sin él como guía- quién sabe si Dios hubiese ocupado el papel central. Sueiro interpreta las experiencias de los protagonistas de «Misterios y Milagros» presentando relatos que exaltan la fe desde el exclusivo punto de vista de su religión. Y él es -para más inri- un ferviente católico mariano (2). Si se nos pidiera caracterizar el estilo de su conducción, diríamos que prevalecen un (¿sobreactuado?) aire bonachón, apelaciones a la sinceridad que -sino fueran tan machaconas- serían más persuasivas y un dechado de cursilerías («La esperanza, esa gran dama», se tituló el primer capítulo); es decir, los mismos ingredientes que saturan a sus libros. Pero ese estilo es el suyo y no tiene fisuras: baja una línea directa de sus propias convicciones, consciente de que su propuesta no honra el rigor periodístico: no describe, predica; no analiza, exalta; no duda, afirma; no suspende el juicio; evangeliza. Presenta sus casos y a sus protagonistas con una retórica que se acerca más a la homilía que al copete. «Este testimonio es impresionante»; «se va a emocionar, se lo aseguro», dice. Por abusar de esa prosa grandilocuente, Claudio María Dominguez le podría reclamar derechos de autor. Pero Sueiro, a diferencia del tardío émulo que le predica a un puñado de amigos desde el cable, siente que le asiste el derecho a la subjetividad y, por lo tanto, a renunciar al desapego emocional que a menudo reclama el tratamiento periodístico, ya que -valga la paradoja- él puede decir: ‘Yo la viví’.
El programa donde se dedicó a su propia experiencia cercana a la muerte alcanzó el techo de medición: los avances anunciaron que iba a ‘contar por primera vez’ su historia personal (que en verdad ya habíamos oído en innumerables ocasiones en otros tantos almuerzos con Mirtha Legrand). Ese día invitó al piso a un médico amigo, ‘el excelente neurólogo y psiquiatra’ Hugo Skare. «Cuando el cerebro no recibe oxígeno, no pasa nada» -pontificó Skare-. «No hay nada, no se puede pensar, no se puede soñar, no se puede delirar. ¿Cómo se lo explica desde el punto de vista neurológico? La ciencia no lo puede explicar de ninguna manera». «Exacto y perfecto», celebró Sueiro. Al parecer, el doctor Skare ignora que existe una hipótesis científica que explica lo que pasa en el cerebro durante la experiencia del túnel. Es improbable que un ‘excelente neurólogo’ desconozca estas cuestiones. Pero, para el conductor, Skare estaba ayudando a develar qué hay más allá de la vida. En realidad, ambos omitieron mencionar qué se sabe del cerebro en situaciones de estrés: según los especialistas, la experiencia de casi muerte sería una ilusión perceptiva debida a la excitación al azar de grupos de neuronas de la corteza cerebral, siendo las creencias religiosas del sujeto las que determinan las interpretaciones (3).
Produciendo milagros
El ciclo, cuyos primeros trece capítulos concluyeron el 30 de marzo de 2003, se nutre con una selecta galería de personas comunes (aunque la balanza se inclina a los que coinciden con el target del canal, asunto sobre el cual abunda arriba el antropólogo Alejandro Frigerio) (4), quienes alegaron haber sido expuestas a ciertas manifestaciones de la divinidad, haber sido distinguidas con la recepción de profecías (de interés personal, social o religioso) o beneficiados con revelaciones del más allá. Eso no es todo; hay más: se trata -insiste Sueiro- de gente «con coraje». Y es cierto: hace falta audacia para ventilar a cámara intimidades del creer.
Si bien ‘dar testimonio’ puede ser una prestación al ministerio (o que «les sirva a otros que están viviendo algo parecido»), los protagonistas son ‘valientes’ en la medida que desafían el (pre)juicio de los que no creen. Reivindicar estos aspectos, sin embargo, no impide señalar que sobran motivos para tomar a los resultados con pinzas: a la hora de la verdad, prevalecerá la opinión benevolente de aquellos médicos (en lo posible católicos) sobre la de otros que -sin tanta fe- minimicen la intervención de lo extraordinario; se optará por el pariente que dramatice el milagro y se eliminará al que no comulgue con la fantasía donde se asienta la esperanza; se cubrirá con un compasivo manto de silencio el párrafo que eche una sombra de duda sobre el carácter asombroso de las experiencias y sobrevivirá aquel textual que resalte el prodigio, pues -en última instancia- esos son los diamantes en bruto con los que se tallará el programa.
La producción no explora contradicciones ni ‘pierde el tiempo’ con testimonios disonantes: busca y pregunta por lo que quiere demostrar: la edición desprecia matices y mutila vacilaciones; desde la conducción se privilegian las emociones a los argumentos; y ambos buscan afirmaciones y rechazan ambivalencias. Las historias y sus protagonistas luego son prisioneros de esa tríada, dueña y señora del gran relato. Sobre el resultado de ese proceso narrativo no hay apelación posible. Y cualquiera sea el veredicto sobre la naturaleza del estímulo que disparó lo sobrenatural en aquella historia, los vicios de origen nunca permitirán ser completamente justos con los conocimientos que la experiencia enseña.
Dios, si abstracto, dos veces bueno
En su programa, Sueiro no parece esperar la bendición de la Curia. Más que transgredir, tantea límites desde su personal interpretación de la fe. Así, aunque a menudo se aparta de la ortodoxia católica, se advierte un esfuerzo por no alejarse demasiado de ella. Por este motivo sólo trata de dar aire a historias que puede defender desde la doctrina: las ‘voces’ que sus entrevistados perciben del más allá no son mensajes de ultratumba canalizados por médiums espiritistas sino ‘locuciones interiores’, una clase de experiencia mística aceptada por la teología católica (5). Las curaciones milagrosas no se diferencian de las que podrían alegar los clientes de un pai de santo, pero éstas se deberán parecer a las que la Iglesia consagró en Lourdes. Una misteriosa luz nocturna filmada por un grupo de creyentes (que para un espectador platillizado será indistinguible de un OVNI) se convierte en un ‘documento sensacional’ porque Sueiro, nuestro filtro catódico, se encargará de compararla con el ‘sol danzante’ de Fátima.
Víctor Sueiro rechaza, dice, al mote de ‘iluminado’. Pero, sin duda, no le teme tanto a esta categoría como a la de «chanta». Y expone sin pudor -salvo ante sus seguros críticos, a quienes rehuye- su condición de ‘ferviente católico mariano’. Sus hábitos generan una predisposición negativa ante el telespectador que no es creyente a su manera. Sueiro lo sabe y no le interesa contrarrestarlo moderando la fogosidad de su fe sino que trata de hacerlo apelando a los numerosos nombres del mismo Dios (el ‘suyo’ es el de ‘todos’). De hecho, comenzó el ciclo atajándose de los incrédulos. ‘Yo entiendo que es difícil de creer’, ‘me imagino que les causará gracia’, dijo en la emisión debut. En la segunda, pareció acusar recibo de la crítica de la periodista Laura Gentile, quien desde el diario Clarín -del mismo multimedios- había observado: «Hay como un intento de convencer al televidente: ‘Es un milagro estudiado por el Vaticano’, aporta Sueiro como garantía. Ahora, ¿por qué tanta prueba si la esencia de la fe es no tener explicación? (…) Quizás el más prejuicioso sea él que supone ser mirado por un espectador escéptico.» (6).
Desde entonces, el conductor pareció quitarse de encima la preocupación de ser evaluado por agnósticos, explicitando aún más su cosmovisión religiosa. Y estrenó un nuevo salvoconducto: saltearse la falta de aceptación entre cierto público situándose por encima de diferencias teológicas. Por eso, quizás, comenzó a hablar de un Dios abstracto. Porque estas cosas pasan «cualquiera sea el nombre del Dios en el que creas». Por ejemplo: en una emisión, dedicada a los ángeles que se interesan por salvar las vidas de ciertos niños, Sueiro dijo: «No es que Dios esté más cerca de los chicos. Los chicos están más cerca de Dios. Por su pureza. Cualquiera de nosotros puede estar más cerca. No hablo de mi Dios católico. (Me refiero a) El que sea.»
Esta declaración de principios choca con asperezas indisimulables: la Virgen María, definitivamente, no es venerada por los evangélicos; hay católicos que no necesitan ver cómo una imagen grabada en mayólica llora sangre para creer que Mamita -como Sueiro le llama a la Virgen- les asiste en momentos de desamparo; y hay cristianos que dudan e incluso cuestionan la caridad selectiva de los ángeles guardianes, que protegen a unos y abandonan a otros.
Estas discordancias sacan chispas; pese a lo cual elude mencionarlas, tal vez porque, aunque sus intentos ecuménicos son evidentes, ‘sabe’ que su Dios católico es el ‘verdadero’. Al mismo tiempo, Sueiro tiene una pobre opinión de lo que considera ‘chantadas’. Y, como lo expuso en un reportaje, los evangélicos no son la excepción: visitas al país de pastores como Luis Palau son para él ejemplos de ‘penetración sociocultural’ (7). He aquí una (notable) contradicción: el fundamentalismo (católico) de sus homilías televisivas es casi tan virulento como el que pregonan ciertos pastores electrónicos. Así como en las emisiones de la Iglesia Universal del Reino de Dios desfilan historias de vida donde ‘Cristo obra milagros’ para conjurar el dolor o reconciliar una pareja, Sueiro presenta sus casos extraordinarios sin realizar mayores esfuerzos por diferenciarse de ellos ni por buscar corroboraciones científicas (aunque sí cientificistas, a través de médicos devotos): también él habla del poder de Dios; lo que cambia es, apenas, el signo de la fe. ¿Representar a la religión mayoritaría exime el compromiso de presentar las pruebas que se les suele reclamar a las minorías? El pecado de soberbia -dicho esto sin ánimo de blasfemia- aún forma parte de los mandamientos.
Pero no: el médico de Sueiro se parece más a un teólogo que a un científico. Y si no es él mismo el que se encargará de avalar el carácter milagroso del evento, el remate de su asombro será -como también señala Frigerio- la voz de los familiares del presunto beneficiado, para quienes, siguiendo un razonamiento muy vulnerable, la ausencia de explicaciones médicas es prueba de intervención divina (8).
Ahora bien, ¿qué importan las pruebas, si ‘la revelación’ consiste en pontificar el tranquilizador concepto según el cual la muerte no existe (porque ‘la vida continúa’)? Pareciera que el objetivo es uno solo: fomentar la fe a cualquier precio, incluso el de hacer del periodismo herramienta de una suerte de mercadotecnia espiritual. Hay indicadores de esta actitud marketinera. Sueiro, demostrando su inteligencia, escapa de la palabra muerte como a la peste, sobre todo cuando insiste en que hablar de ella es ‘honrar la vida’.
Este aparente contrasentido tiene, a nuestro modo de ver, una justificación táctica: Sueiro siente, culposamente, el deber de ‘contrapesar’ el riesgo que para él entraña presentar una imagen idílica del Cielo, ya que -él cree, así lo ha declarado- la promesa de la vida eterna puede ser un precipicio encantador para ciertos espíritus inestables. Si bien tanto desde el más allá como sus entrevistados «nos quieren quitar el miedo a la muerte», otras experiencias (ausentes en el programa) advierten: «No terminan bellamente los que deciden quitarse la vida». «Nunca intentes abrir un sonajero», dice Sueiro. (Ilustración: Claudio Scarcella).
Las cuentas del rosario
Sueiro respeta poco a la disidencia -cierta vez aclaró que ‘se caga en los escépticos’ (9)- y, paralelamente, tiene una manera mezquina de atender la diversidad religiosa. Tampoco reaccionó con indulgencia cuando la periodista Andrea Rodríguez, de la revista Veintitrés, develó la jugosa recaudación que cosechó por la venta de sus libros y se refirió al fenómeno «Misterios y Milagros» bajo el título «La fe mueve millones» (10).Ahora bien, ¿es posible advinar sus intenciones? Su producto ¿responde deliberadamente a la expectativa popular, es decir, se ajusta a una calculada estrategia de marketing? ¿O actúa con la libertad de quien ‘divulga aquello en lo que cree? ¿Es un católico disciplinado, o sólo presenta ‘el lado más conveniente’ (es decir, el más vendedor) de ‘la verdad’? Si sus ‘anteojeras’ le imponen una serie de temáticas (y un cierto tratamiento) que le quitan versatilidad (es decir, le impiden avanzar más allá de las categorías ‘legitimadas’ por su religión), ¿eso lo convierte en un oportunista? ¿Acaso no sería más fácil para Sueiro patear el tablero, y ‘hacer la fácil’ presentando casos o enfoques menos cuestionados por la Iglesia? En suma, ¿es ‘honesto’ o un ‘chanta’? Intentar una respuesta sería un ejercicio conjetural, y, si determinarlo fuera posible, ¿interesa realmente?
Lo que quizá sí importa es preguntarse por el espacio social que su programa ocupa, el cual -para ir llegando a algunas conclusiones- ofrece un camino alternativo para promover las creencias católicas cuando otros representantes de la misma fe (por ejemplo, el padre Julio César Grassi, paradójicamente denunciado por abuso de menores en el mismo canal que emite «Misterios y Milagros») aparecen muy cuestionados.
Sus apelaciones a ‘la esperanza, la emoción y a la vida’ son clisés cuya caja de resonancia son capas importantes de la población. A algunos espectadores les sonará como latiguillos agobiantes. La prédica, quizá, fastidie y hará cambiar de canal a quienes confundan a Sueiro con un predicador que les habla de una fe que no se parece a la suya, que puede ser ninguna. Pero, también, incluso entre aquellos dispuestos a dejarse sorprender con el relato de gente que parece sincera, puede despertar bostezos infinitos. ¿Por qué? Pues porque los relatos son lineales, los finales son siempre felices y, por más impactantes que sean las historias, no existe conflicto: todos están de acuerdo, nada se discute, todo es regocijo, bendita sea la Gloria del Señor…
La ciencia ocupa en el programa un papel secundario, utilitarista, satelital respecto de la fe: sus representantes -los médicos- son sólo instrumentos de Dios. Hasta en los casos extremos, los conocimientos, el sacrificio o la sensibilidad de los trabajadores de la salud sólo son valorados en tanto presten testimonio de su profesión de fe. Al promediar el ciclo, por ejemplo, se presentó el relato del doctor Alejandro López Graffney, especialista en medicina paliativa. El médico parece estar realizando un loable trabajo por sus pacientes, a quienes ayuda a morir. El especialista cuenta historias de pacientes que fueron a despedirse de su hija (a quien se presenta como poseedora de cierto don) cuando ya habían fallecido, y a otros que le enviaron a la niña señales «directamente desde el Cielo». El espectador aún ignoraba en qué se diferenciaba López Graffney de millares de médicos que hacen su mismo trabajo. Hasta que un oportuno insert despejó las dudas: mostró al médico dejando, como al descuido, un rosario sobre la mesa.
Sueiro, en suma, no se corre una línea de lo que los protagonistas de «Misterios y Milagros» manifiestan. ¿Le interesa profundizar más allá? Él mismo, en su programa, se encargó de responder a esta pregunta con una metáfora donde comparó a las experiencias de las que se ocupa con un sonajero.»
Corremos un grave riesgo si cruzamos la delgada línea del milagro y el misterio. Pensemos en un sonajero… ¿Por qué suena tan lindo? Lo abrimos y… nos quedamos sin sonajero. Cuando vemos algo demasiado hermoso, es el sonajero. Podemos jugar con él, pero no intentemos abrirlo porque lo perdemos. Sólo podemos mostrarlo.»Desde esta perspectiva, la curiosidad -esa que mueve a los niños a desarmar sonajeros, los mismos que cuando adultos descubren los misterios y las maravillas del mundo- no sólo es poco aconsejable: cruzar esa delgada línea -dice Sueiro- «es un riesgo grave». Después de todo, no es ninguna sorpresa revelar qué hallaremos dentro del sonajero de Sueiro: cuentas de un rosario.
Notas y referencias:
1) Este mismo sitio, acaso por su tozuda afición por comprender las inestables leyes que rigen el realismo fantástico, podría ser una de las innumerables variantes seculares de rendir culto a la divinidad.
2) ¿Cómo reconocer a un ‘ferviente católico mariano’? Bueno, una manera de hacerlo podría ser averiguando si a la Virgen María le llama ‘Mamita’.
3) Ver dossier Más allá del umbral, publicado en Dios!
(4) Frigerio, Alejandro; La clase media va al Paraíso, publicado en Dios
!(5) Ver, por ejemplo, «Textos del Movimiento Sacerdotal Mariano. Locuciones interiores: Criterios Teológicos para su comprensión». En http://www.msm-es.org/htm/es/mensajes/prologo/prologo05.htm
6) Gentile, Laura; «Aunque usted no lo crea», en suplemento Espectáculos de Clarín, 07/01/03.7) Entrevista en Radio 2 de Rosario de Alberto Lotuf, publicada bajo el título: «¿Qué se creen, que me morí a propósito?», en revista Venintitrés, jueves 20 de febrero de 2003. Pp. 24-26. Hallará un resumen de la polémica aquí.
8) Frigerio, Alejandro. Ídem.
9) Sueiro, Victor, Curas sanadores y otros asombros, Ed. Planeta. Buenos Aires, 1993. Página 14. Ver también Gociol, Judith; El periodista Víctor Sueiro asegura que ‘Con la fe no se jode’, en revista La Maga, Buenos Aires, 17/10/93. En La Gran Esperanza (Ed. Planeta, 1991) ya esbozaba su idea de los críticos cuando se referió a «algunos intelectuales» (quienes) «ignoran, entre muchas otras cosas y finalmente, que no están subidos a una torre de marfil sino a una de bosta, y que si deciden bajar al llano serán bienvenidos» (p. 69).
10) Rodríguez, Andrea. «La fe mueve millones», revista Veintitrés, 13 de febrero de 2003. Pp. 6-11.
Publicado originalmente en Dios! (2003)
Nota en la revista Veintitrés (13 de febrero de 2003)
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