por Lívia Reis (Museu Nacional) y Rodrigo Toniol (LAR/UNICAMP)
El 5 de octubre de 2021, el gobernador de Río de Janeiro Claudio Castro (PL) sancionó una ley que reconoce al “Movimiento Pentecostal o Pentecostalismo” como patrimonio inmaterial del estado. El autor de la Ley No. 9431/2021 que ya se encuentra en vigencia, es el diputado estadual Samuel Malafaia (DEM), hermano del pastor que preside la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, Silas Malafaia, lo que revela algunas dinámicas importantes en cuanto a la relación entre religión y poder en el Brasil actual.
Sin embargo, antes de continuar, es necesario reconocer que la reivindicación de la religión y las religiosidades como aspectos culturales de nuestra sociedad no es nada nuevo, ya sea por la clave del «patrimonio» o por las disputas sobre el reconocimiento de [algunas] prácticas religiosas como parte constitutiva de la identidad nacional brasileña. Se trata de una estrategia histórica del catolicismo, impulsada inicialmente por el reconocimiento de las iglesias católicas y los conjuntos arquitectónicos católicos como patrimonio cultural brasileño, ratificado por el Acuerdo Brasil-Vaticano, Decreto No. 7107, del 02/11/2010. Posteriormente, la misma estrategia comenzó a ser utilizada también por las religiones de matriz africana y, más recientemente, por el segmento evangélico.
Por un lado, el movimiento de culturalización de la religión (religión es cultura y cultura es religión) es una herramienta importante en la disputa por la legitimidad de las religiones en el espacio público. Además de generar visibilidad y reconocimiento, proporciona vías alternativas para buscar apoyo financiero y mejoras de infraestructura para las prácticas religiosas, así como, en muchos casos, fomentar el turismo. En el caso de un país mayoritariamente cristiano como Brasil, esta estrategia es también una forma de garantizar la continuidad de las religiones minoritarias. No es casualidad que las religiones de origen africano, que han sufrido persecución y violencia sistemática desde que Brasil es Brasil, sean el segmento religioso que mejor utilizó esta estrategia para promover el mantenimiento y la valorización de sus prácticas religiosas.
Por otro lado, esto también significa que las religiones necesitaron adaptarse y relacionarse con un conjunto de agentes, especialmente estatales, que están fuera del campo religioso: burócratas de la cultura y agentes políticos. Finalmente, también necesitaron negociar cierta pérdida de control y poder de decisión sobre sus propias prácticas o bienes, como en el caso de los espacios religiosos patrimonializados, por ejemplo. Sin embargo, aunque muchos religiosos cuestionan la eficacia de esta estrategia por la supuesta pérdida de autonomía o por la simple negativa a relacionarse con el Estado, la movilización de la cultura como arma se ha presentado como un elemento ineludible de disputa en el ámbito político y en el religioso, no sólo en Brasil sino también en otros países del mundo.
El “arma de la cultura”, expresión de la antropóloga Clara Mafra, fue acuñada en un artículo publicado en la revista Mana que aborda las disputas en torno a la categoría “cultura” por las diferentes matrices religiosas en Brasil. En este texto, escrito en 2011, la investigadora argumentó que los evangélicos, a diferencia de los católicos y afroreligiosos, tenían, hasta entonces, una actuación desastrosa en el campo de la cultura. Desde entonces, han pasado diez años, la configuración del campo religioso brasileño ha cambiado y la configuración del campo político también, y, en consecuencia, los agentes que movilizan el arma de la cultura también han cambiado. Hoy, el pentecostalismo figura, junto a la Umbanda, a las Festas de Iemanjá, la Procesión de São Sebastião, y también de las Escuelas de Samba y de la Bossa Nova, como una de las decenas de patrimonios intangibles del Estado de Río de Janeiro.
Es importante destacar algunos intentos puntuales por parte de los grupos evangélicos por adoptar la estrategia del arma de la cultura. En 2005, Marcelo Crivella intentó incluir a los templos religiosos en la lista de beneficiarios del Programa Nacional de Apoyo a la Cultura (PRONAC), la Ley Rouanet, sin éxito. En 2012, aún en el gobierno de Dilma Rousseff (PT), se cambió la ley y se comenzó a reconocer a la «música gospel» como expresión cultural y, en consecuencia, se autorizó la financiación de eventos religiosos como conciertos, festivales y eventos relacionados con este género musical. En ese momento, aún no era posible financiar eventos religiosos promovidos por iglesias, pero un proyecto de ley del diputado federal Vavá Martins (Republicanos / PA), que pretende incluir eventos religiosos promovidos por iglesias en la lista de beneficiarios de la Ley Rouanet, fue aprobado por la Comisión de Cultura de la Cámara en 2019 y está en trámite por la Comisión de Constitución y Justicia de la Cámara de Diputados.
En los últimos años, durante el gobierno de Jair Bolsonaro, la Secretaría Especial de Cultura (antes Ministerio de Cultura) se ha convertido en un espacio de disputas y controversias sobre cultura y religión. En un vivo sobre la Ley Rouanet para Artistas Cristianos, realizado en mayo de este año, el Secretario Especial de Cultura Mário Frias criticó a los artistas de funk y afirmó que el Estado no tendría la obligación de “bancar marmanjo”, refiriéndose a la captación de fondos por parte de los artistas a través de la Ley Rouanet. Además de reproducir argumentos erróneos sobre la ley, Mário Frías, el representante del Estado en el evento, señaló al público qué tipos de arte consideraba legítimos o no como movimientos culturales: la música gospel era una de ellas, el funk no.
En otro caso que tuvo repercusión, el Capão Jazz Festival, en Bahía, vio denegada su solicitud de recaudación de fondos. Según el diario Folha de São Paulo, el dictamen producido en el ámbito de la Fundación Nacional de las Artes (FUNARTE) combinó “citas de dudoso gusto, versos en latín y frases como ‘el principal objetivo y propósito de toda música no debe ser otro que la gloria de Dios y la renovación del alma ‘”. El Festival acabó siendo financiado con recursos privados.
En resumen, la discusión generada por el reconocimiento del pentecostalismo como patrimonio inmaterial de Río de Janeiro llama la atención sobre algunos puntos. Primero, que la apertura del Estado al reconocimiento de las manifestaciones religiosas como «cultura» es un proceso histórico inaugurado por los católicos, apropiado exitosamente luego por otras expresiones religiosas.
También, que el interés de los evangélicos por adherir a la estrategia de la “religión como cultura” ha ido en aumento, ahora en un contexto más favorable para ello, y la música ha adquirido un protagonismo central en esta reivindicación. Finalmente, en el caso de Río de Janeiro, también revela los esfuerzos del gobernador Claudio Castro, cantante católico y hasta entonces concejal con un mandato único, en fortalecer sus alianzas con líderes evangélicos en un intento por garantizar su reelección. Por todo esto, el “arma de la cultura” es un eficaz instrumento de disputa que debe ser observado con atención a la luz de las transformaciones en el campo religioso brasileño.
Publicado originalmente en portugués en el sitio Religiaoepoder, del ISER.
Para seguir pensando sobre este tema, el blog DIVERSA recomienda también leer el artículo de Emerson Giumbelli : «Sentidos da Cultura em suas Relações com a Religião:Políticas Culturais e Diversidade Religiosa no Brasil»
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