por Alejandro Frigerio (UCA/ CONICET)
Pancho Sierra (1831-1891)
La figura imponente de Pancho Sierra se proyecta desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la actualidad abarcando diversas esferas de actividad social y campos de estudio académico que usualmente consideramos por separado: el «curanderismo», el espiritismo y la «religiosidad popular». Pese a que era una persona conocida y apreciada en su época, sólo poseemos algunos datos generales acerca de su vida y poco sabemos acerca de su religiosidad o de sus ideas sobre el arte de sanar. Por ello, sociológicamente, más interesantes que las escasas referencias que poseemos, son las apropiaciones de su figura que se fueron realizando desde su muerte en 1890. Actualmente es considerado, a la vez: un santo popular; un referente ineludible para todo un complejo poco estudiado de sanadores gauchos bonaerenses y un guía espiritual para algunas escuelas espiritistas.
Su historia se puede resumir así: era hijo de una familia acomodada de Salto, el pueblo bonaerense en cuyo cementerio hasta el día de hoy descansan sus (milagrosos) restos. Estudió en Buenos Aires y luego de una decepción amorosa se fue a vivir a la estancia de una familia amiga cerca de Pergamino. De allí, transcurrido un período de introspección y quizás de algún tipo de revelación divina, se establece en la estancia El Porvenir, en Carabelas, provincia de Buenos Aires, donde se dedica a ayudar a los más pobres y a curar a quienes van a la estancia en busca de su auxilio. Las múltiples anécdotas de sus hagiógrafos señalan que tanto acaudalados estancieros de la zona como peones y gauchos rurales procuraban su socorro.
Cosme Mariño, un célebre autor espiritista de la época, lo visitó atraído por su fama sanadora y nos dejó un testimonio de primera mano de su popularidad:
«Hemos presenciado la romería permanente de enfermos de toda clase que acudían a caballo, en charret, coches y sulkys. Hemos visto de paso su manera de curar, generalmente con agua magnetizada o por medio de la sugestión. Pocas veces lo hacía por la imposición de las manos pues por lo general ya conocía desde que el enfermo detenía su carruaje cuál era su mal (…)»
Otro testimonio interesante lo brinda un paisano entrevistado por Jorge Rivera para la revista Crisis (1975), que lo conoció de niño:
«Don Pancho tenía un consultorio chiquito (…) Un mostradorcito chiquito y había tres copas arriba del mostrador: una copa color amarillito, la otra natural y la otra borra de vino, y una botella de litro con agua … EI remedio que daba sabe lo qué era? Le llenaba esa copa y tenía que tomar tres tragos de agua en nombre de Dios, de la Virgen y del Espíritu Santo, y lo hacía rezar tres Credos, tres Ave María y tres Padre Nuestro … Ese era el remedio que le daba … Yo hasta ahora tomo el agua en nombre de Dios, la Virgen y el espíritu de Pancho Sierra … Yo no sé si me conservo tan bien a causa del agua.. »
El escritor vasco-argentino Francisco Grandmontagne, al rememorar sus años pasados en Pergamino, provincia de Buenos Aires para la revista Caras y Caretas (1932), también tiene un recuerdo agradecido para Pancho Sierra:
«Tuve el honor, en el Salto, de ser cliente gratuito de don Pancho, que no era curandero milagrero, sino un gran anatomista empírico, que sabía de averías óseas cuanto hay que saber. Lo afirmo por la experiencia de mi propio tobillo, que él supo meter en quicio con maestría insuperable. Algún día lo contaré, ensalzando debidamente la memoria de don Pancho…»
Prácticamente todas los evocaciones que nos llegaron sobre Pancho Sierra remarcan su popularidad, su hombría de bien, sus curaciones realizadas mayormente mediante un vaso de agua extraída de su aljibe, su don de la precognición (de los pedidos o del futuro de sus pacientes) y el desinterés económico con que realizaba sus actividades.
Esta memoria sobre las curaciones milagrosas y su conocimiento intuitivo de las aflicciones de sus consultantes es sin duda lo que inspira aún hoy a los múltiples sanadores gauchos que todos los 4 de diciembre se hacen presentes frente a su tumba -o se instalan en los alrededores del cementerio de Salto- para sanar a los fieles. Lo hacen invocando de manera más o menos explícita la figura del venerable santón bonaerense -más de uno con la larga barba blanca y vestimenta gaucha que a él lo asemejan. El milagroso gaucho sanador también devino santo popular y su devoción lleva a miles de personas a visitar su tumba en Salto, o a comprar su estampita o imagen de yeso en todas las santerías del país.
Sus habilidades curativas no pudieron sino llamar la atención de los espiritistas de la época, que rivalizaban con la ciencia en la explicación de fenómenos espirituales y físicos anormales. No sólo fue amigo de Cosme Mariño sino también de Rafael Hérnández, hermano del autor del Martín Fierro y ferviente defensor de la doctrina espiritista en su momento. Mariño afirma que, después de su visita a la estancia, logró interesar a Pancho Sierra en la cosmovisión espírita y en sus viajes a la Capital éste visitaba la afamada Sociedad Constancia. Los espiritistas -históricos y actuales- afirman que fue miembro y hasta propagandista de esta institución -algo negado fervientemente por otros seguidores actuales de Pancho Sierra, enrolados en una vertiente más católica-popular (por ejemplo, el Hermano Miguel, de quien hablaremos más abajo). Aunque no hay testimonios fehacientes de cuánto Pancho Sierra comulgaba con sus ideales, sí es comprobable que los espiritistas lo adoptaron como propio. Al fallecer, la comisión que lo homenajearía estaba integrada mayormente por representantes de asociaciones espiritistas de toda la provincia. Durante la década de 1920 y 1930 se editaron tres libros con comunicaciones mediúmnicas de Pancho Sierra: Pancho Sierra: Comunicaciones y Nuevas Comunicaciones de Pancho Sierra (de José Nosei 1922 y 1930) y ¡La Verdad! Pancho Sierra (1935). Humberto Mariotti, destacado autor espiritista, le dedicó dos de sus libros: Don Pancho Sierra El Resero del Infinito (1958) y Pancho Sierra y el porvenir de la medicina (1972). Hasta la actualidad Pancho Sierra figura como uno de los guías espirituales en varias asociaciones y el sitio web de la Confederación Espiritista Argentina, que nuclea a numerosas asociaciones kardecistas, le dedica una de sus páginas.
Sus influencias sobre el campo religioso y de la medicina popular actual se acrecientan si consideramos los efectos de otro evento notable que ayudó a proyectar aún más su figura en el tiempo. Su encuentro sanador y profético con la Madre María daría origen a otro movimiento religioso que se extendería durante el siglo XX, con distintas ramificaciones hasta nuestros días.
Madre María (1854-1928)
María Loredo de Subiza nació en España. De muy joven migró junto a su familia a Saladillo, provincia de Buenos Aires. Allí se casó con un estanciero, enviudando al poco tiempo y luego contrajo segundas nupcias con otro acaudalado hacendado. Mediando los treinta años, un desfavorable diagnóstico médico preocupa a su entorno que le sugiere visitar a Pancho Sierra. En algunos relatos habría sido un único encuentro en Salto, según otros, varios en Buenos Aires en una casa en la cual Pancho Sierra atendía cuando visitaba la ciudad. Este encuentro (único o múltiple) con el santón bonaerense cambiaría radicalmente su vida. Sierra le pronosticó se curaría de su dolencia, que no tendría hijos de su sangre como anhelaba, pero sí miles de hijos espirituales ya que ella sería la continuadora de su Misión.
Gradualmente convencida de la veracidad en estas palabras -ayudada también por algunas experiencias espirituales profundas posteriores- la Madre María comenzó a predicar una versión propia del mensaje cristiano («la verdadera religión Cristiana»), con tintes milenaristas y la creencia en la reencarnación, que sumado a su carisma personal atrajo a multitudes. Primero a su casa de la calle Rioja 771 en la ciudad de Buenos Aires y luego a la localidad de Turdera, en el Gran Buenos Aires. Qué tanto su popularidad se debió a su carácter (supuesto) de sanadora es muy incierto. Ella misma y sus seguidores lo niegan vehementemente, priorizando su mensaje espiritual. Los medios de la época, y aún más los de años posteriores, enfatizan la sanación e ignoran su doctrina religiosa. Su fama mediática de «curandera» le valió un proceso por ejercicio ilegal de la medicina en 1911 del que salió sobreseída en 1912.
Su fallecimiento en 1928 -algo que ella misma habría preanunciado- no disminuyó su relevancia religiosa-mágica para la sociedad argentina. Sus discípulos directos continuaron su obra creando linajes religiosos que reivindican para sí la verdadera enseñanza doctrinaria espiritual de la Madre María. Lo hicieron principalmente a través de dos maneras que no son excluyentes: publicando libros que difunden sus enseñanzas y/o abriendo templos donde las transmiten. Entre la obra escrita, se destacan los textos de su principal discípulo y «representante», Eleuterio Cueto: La Madre Maria y su doctrina (1921); La fe en Dios y la religión de Cristo -La doctrina de la Madre Maria» (1926); La religión cristiana y la Madre María (1938 (1928)); y también los de una segunda generación de discípulos o «apóstoles»: La religión de Dios por la Madre: Escuela de la Regeneración Espiritual (Carmelo Forte, 1944) y La misión cristiana de la Madre María : sus enseñanzas y profecías (Celia Rosa García Risso, 2010, segunda edición). Editaron también una revista, Páginas de Fe, que tuvo tres épocas (1926, 1942 y 1972). Al menos tres de estos linajes abrieron templos para continuar con sus enseñanzas: la Religión Cristiana Argentina (fundada por Eleuterio Cueto y renombrada así por su discípula y apóstol Consuelo Quinteros), centralizada en Turdera, la casa donde la Madre María pasó sus últimos años y diversas sucursales que se abrieron y cerraron en localidades bonaerenses; La Misión Cristiana de Dios por la Madre María, con dos templos en la ciudad de Buenos Aires y el Templo Cristiano de la Espiritualidad con Dios y la Madre María, ubicado en Luján. Su momento de mayor apogeo se dio en las décadas de 1950 y 1960, disminuyendo su popularidad progresivamente, sin por ello cesar en sus actividades.
Actualmente, la vigencia religiosa de la Madre María se manifiesta menos por la atracción de su mensaje transmitido por estos linajes creyentes y más por su transformación post-mortem en una santa popular -como sucedió con Pancho Sierra-. Una forma de culto que mayormente no posee intermediarios sino que se da a través de visitas y pedidos en su tumba en la Chacarita. En 1944, mediante una colaboración colectiva se erigió un monumento funerario en el panteón donde descansan sus restos: sobre un alto pedestal se erige una estatua tamaño natural de la Madre María, su mano derecha en alto y su dedo índice señalando el cielo. Actualmente infinidad de personas visitan su mausoleo al cual acercan flores y pedidos especialmente -pero no sólo- en el día de su natalicio y de su fallecimiento. Su estatua es una de las pocas en ese cementerio que siempre cuenta con varios ramos de flores frescas.
Una tercera modalidad de veneración a su figura, que semeja una combinación de ambas mencionadas (linaje creyente y devoción popular) es la que se da a través del Culto Cristiano Irma de Maresco del Hermano Miguel.
Hermana Irma (1914-1972) y Hermano Miguel (1936 -)
Según una primera versión, quizás más apegada a hechos históricos, narrada en el libro Miguelito el Moderno Misionero (Yderla Anzoátegui y Mafalda Anzoátegui de Braun, 1971), Miguel Maresco conoce a la Madre María por intermedio de la devoción de su abuela que lo lleva en varias oportunidades a visitar la tumba de la santa popular. Al fallecer su abuela, Miguel continúa yendo a la Chacarita a visitar su tumba y también la de la Madre María, donde arregla flores, reza, y comienza a entablar amistad con otros fieles. Pese a su juventud, su carisma y empeño pronto lo transforman en un predicador privilegiado que durante dos décadas lideró rezos y devociones semanales frente a la tumba de la Madre María.
Una segunda versión, algo posterior y quizás más cercana a la mitopraxis, acrecienta el protagonismo de Irma Inglese de Maresco, la madre de Miguel. De manera que remeda el encuentro profético entre Pancho Sierra y la Madre María, el mito fundante del Culto Cristiano Irma de Maresco sostiene que la propia Madre María habría profetizado que el aún nonato Miguel sería el continuador de su Misión. Con la beba Irma en brazos, la abuela de Miguel va a agradecerle a la Madre María haber tenido un parto sin problemas cuando toda la evidencia médica preveía lo contrario. La Madre María le preanuncia: «esta niñita llegará a grande, tendrá dos hijos y un hijo de ella difundirá mi Misión y la hará conocer a todas partes del mundo también, pero para ese entonces, hija, ni tu ni yo estaremos más en la tierra«.
Siendo Irma ya adulta, atraviesa una experiencia extraordinaria con Pancho Sierra que abrirá el camino a la institucionalización de un nuevo culto. Estando Miguel de prédica en el cementerio, Irma habría recibido la misteriosa visita de un hombre vestido de gaucho quien firmemente le señala la necesidad de que su hijo tuviera un templo propio, el cual ella debía procurarle. En un segundo mensaje, onírico, el gaucho revela su identidad. Persuadida por esta revelación, Irma compra una casona en Villa del Parque y su hijo dejaría de predicar a la intemperie en Chacarita. Esta acción fundante y su posterior fallecimiento la establecen como clara mediadora con Dios en el panteón del nuevo Culto Cristiano Irma de Maresco. Allí su hijo (el ahora Hermano Miguel) predica la veneración del Triángulo Espiritual: Pancho Sierra, Madre María y Hermanita Irma de la Caridad.
Se crea así un nuevo linaje religioso que se inscribe dentro del eje devocional Pancho Sierra – Madre María, con algunos énfasis teológicos novedosos. Proclama fuertemente su cristiandad brindando relevancia a las «devociones populares» incorporando una amplia gama de santos católicos al culto -sobresaliendo la Virgen de Lourdes, devoción de gran importancia en la vida de Irma de Maresco. Atiende a preocupaciones centrales de la religiosidad popular como la creencia en maleficios o malas energías que pueden ser eliminadas con la intervención de los integrantes del Triángulo Espiritual, del propio Hermano Miguel -o, más adelante, de sus discípulos-. Los cultos se realizan en la sede principal de Villa del Parque, también en templos afiliados en el Gran Buenos Aires y en el interior bonaerense -incluyendo uno en Salto, a pocas cuadras de la tumba de Pancho Sierra.
Gradualmente, Irma de Maresco ha ganado protagonismo en este linaje de la Misión y su tumba ornamentada en la Chacarita pasa a ser el epicentro de encuentros públicos, muy concurridos, de sanación. Sus fieles ya no van más colectivamente a la tumba de la Madre María, aunque realizan viajes anuales o bianuales a la de Pancho Sierra en Salto. En sus distintas etapas, el Culto Cristiano Irma de Maresco ha difundido su credo y relatado su(s) historia(s) a través de una serie de libros hagiográficos que recuentan la biografía de sus fundadores, exaltan sus virtudes y divulgan oraciones para los fieles. Esta rica producción bibliográfica incluye: Miguelito El Moderno Misionero (Yderla Anzoátegui y Mafalda Anzoátegui de Braun, 1971); In Memoriam de una santa Mujer: Irma de Maresco (Yderla Anzoategui, 1973); Madre María Mision Divina (Hermano Miguel, 1974); Mensajera de Fe: Oraciones y Novenas Cristianas -Escritos de la Hermana Irma recopilados por el Hermano Miguel (1979); Hermanita Caridad Oraciones y Novenas Cristianas (Hermano Miguel, 1981); Hermano Miguel: El álbum de mis recuerdos (1982); Historia del Triángulo Espiritual (Eva Romero de Torres, 1984) y Las páginas de mi vida: Memorias del Hermano Miguel Maresco (2003) -además de pequeños breviarios con oraciones y doctrina.
Una vigencia de casi dos siglos
Como vimos las figuras de Pancho Sierra, Madre María y más recientemente Hermana Irma, se proyectan sobre el mapa de creencias y prácticas religioso-mágicas argentinas de múltiples maneras, pero siempre prolongadas, significativas y actuales. Mayormente invisibilizadas o menospreciadas, sus devociones difícilmente son consideradas parte de la «diversidad religiosa» local – «apenas», ocasionalmente, como manifestaciones de nuestra «religiosidad popular». Ignorados académicamente, no poseemos estudios etnográficos que nos brinden una descripción detallada de su relevancia en la vida de millares de argentinos/as. Nuestros prejuicios sociales y académicos reducen a estas figuras a meros «curanderos» cuando en realidad, como esta brevísima reseña intentó mostrar, tienen desde su origen una verdadera propuesta religiosa -y si, como en el caso de Pancho Sierra, esto no fuera tan evidente, no obstaculizó su inclusión en grupos religiosos diversos. La devoción que despiertan en incontables fieles que peregrinan a la Chacarita, Salto o Villa del Parque en busca de ayuda espiritual muestra su importancia cotidiana y su vigencia, que se refleja también en apropiaciones desde otros campos seculares como el arte, la cinematografía y la industria cultural.
Texto publicado originalmente en el catálogo de la muestra Devociones Populares Argentinas editado por la Biblioteca Nacional. El catálogo completo se puede descargar aquí.
Deja una respuesta