por Alejandro Frigerio (CONICET)
Ze Pelintra, la figura arquetípica -cultural, social y espiritual- del malandro carioca, reina, sin duda, en Lapa.
El signo más obvio de la presencia de Zé es el santuario que construyeron en una esquina de los Arcos de Lapa, un lugar donde aparentemente los devotos ya dejaban espontáneamente imágenes y ofrendas pero que hace poco, gracias a los esfuerzos de religiosos, artistas y cineastas se transformó en un altar formal con numerosas imágenes. Un altar que ya fue vandalizado en repetidas oportunidades -se sospecha, claro, de manos evangélicas- y que sirve como punto de encuentro de actividades culturales y de giras de Umbanda/Quimbanda (la distinción no es tan clara allá).
Curiosamente, una de las imágenes principales fue bendecida por un sacerdote católico -algo que por estos lares sería inconcebible, tanto de un lado religioso como del otro. Alrededor del santuario, bajo los Arcos, hay siempre personas en situación de calle pero que no intervienen de manera alguna cuando uno se acerca a tomar fotos u ofrendar. Según los creadores del santuario, varios de ellos se transformaron en sus custodios. También hay una serie de interesantes murales, que dan cuenta del carácter cultural y no sólo religioso del sitio.
Más allá de esta presencia más obvia, también hay otros murales por el barrio que lo retratan. Alguno funciona como altar (ver crónica anterior). En dos de ellos, a su lado o enfrente está Maria Navalha, la reina de los malandros, la «Deusa da Lapa» -como decía su retrato en un bar-. La distribución de estos murales muestra su carácter «auténticamente» «popular» -no están cerca de sitios turísticos y cuando están en o cerca de bares, estos son frecuentados mayormente por locales.
La inaprehensibilidad turística de Zé se puede ver en un detalle bastante revelador: en el sitio más turístico de Lapa, la escadaría Selarón -bella, pero tan obvia como el Caminito porteño en la Boca- hay varios puestitos ambulantes y un par de comercios que venden souvenirs de Río. En ningún artículo a la venta está la figura de Zé. Cuando aparecen los Arcos de Lapa, siempre se acorta la geografía de la ciudad para que el Cristo Redentor aparezca al lado o inmediatamente detrás. Es el Jesús católico el destinado al consumo turístico, y no el «malandro divino» (título de un libro que le dedicó Zeca Ligiéro).
La popularidad de Zé Pelintra también se percibe en los muchos negocios de artículos religiosos en el inmenso Mercado de Madureira. Es probablemente el Exú que más aparece allí, frecuentemente en compañía de María Navalha. Y lo hace con mayor asiduidad, y en imágenes mayores (varias tamaño natural) que los patronos católicos de la ciudad y del estado de Río de Janeiro: San Sebastián y San Jorge (El nombre oficial de la ciudad es Cidade de São Sebastião do Rio de Janeiro, desde su fundación el primero de marzo de 1565, por eso la catedral metropolitana también lleva su nombre; en 2019 tanto San Sebastián como San Jorge fueron nombrados patronos del estado de Río de Janeiro).
Además de las imágenes y los murales, existe también, claro, otra manifestación más palpable de Zé Pelintra y su povo de malandros. Todos ellos bajan al menos mensualmente en buena parte de los terreiros de umbanda de la ciudad. En una sesión que pudimos ver dedicada al «povo da malandragem» (próxima crónica) el salón estaba llenísimo de consultantes que buscaban consejos de estas entidades espirituales que llegaron en los también numerosos médiums. Su sabiduría callejera y su rica experiencia de vida sin duda que los ponían en una buena posición para tratar con los problemas de toda índole que afectan a sus creyentes. No es difícil suponer que quizás sean las entidades espirituales más populares del momento en Río (y, claro, también han llegado a nuestra ciudad, aunque su presencia aún no se halla tan extendida).
Los malandros, entonces, sobreviven en Lapa, pero en una modalidad muy diferente a cuando caminaban las calles y disfrutaban de la rica vida bohemia del barrio. Actualmente, la bella arquitectura del barrio es difícilmente apreciada por debajo del gran deterioro que la afecta. La bohemia vivaz de otrora ha sido reemplazada por una calle con varios bares y casas de música que atraen a sectores más pudientes -mayormente brasileros, al menos en esta época- y algunos turistas extranjeros -los menos, quizás algo espantados por la mala fama de la zona. De hecho, aventurarse más allá del restringido circuito de bares de la avenida Mem de Sá a la noche puede ser poco aconsejable, salvo, quizás los viernes y sábado cuando varias de las calles transversales se llenan de puestitos ambulantes, con algún que otro equipo de música portable que las transforman en bares y lugares de baile al aire libre. Más allá de esta algarabía que, según los sitios web que recomiendan la ciudad al turista, trasunta el «espíritu carioca», la realidad es que durante todo el día , más allá de la efervescencia nocturna de algunas noches, sólo se ve pobreza extrema y personas de todo tipo viviendo en la calle -aunque siempre «negras», ya que allí la palabra «afrodescendiente» no se utiliza. Los malandros «reales» o ascendieron socialmente y se aburguesaron o cayeron en la miseria y la marginalidad extrema.
Su traje blanco y su habilidad para navegar ingeniosamente entre mundos sociales son algo del pasado y ahora sólo se manifiestan cuando los tambores tocan, las voces se elevan y entonces el povo malandro baja -o sube- de la dimensión donde sea que ahora reside. Podríamos decir: una nueva intermediación entre mundos diferentes (¿?), sólo que ahora entre el plano espiritual y el material.
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