por Jonathon O’Donnell (Queen’s University, Belfast)
El 12 de diciembre de 2020, menos de un mes antes de que activistas de derecha tomaran el Capitolio de los Estados Unidos, cristianos de derecha de diferentes denominaciones se reunieron en Washington para llevar a cabo una Marcha de Jericó. En la práctica cristiana contemporánea, una Marcha de Jericó es una acción ritual que involucra actos de oración y caminar en círculos realizando toques de shofar (trompetas rituales judías). Estas marchas son parte fundamental de las prácticas contemporáneas de «guerra espiritual», cuyo propósito, incluyendo esta marcha, es destronar y exorcizar entidades demoníacas que supuestamente han tomado el control del objetivo: en este caso, el gobierno de Estados Unidos y los poderes judiciales, que los participantes de la marcha acusan de haber revertido las elecciones presidenciales de 2020 a favor de Joe Biden, impidiendo que Trump mantuviera su poder legítimo y, según ellos, otorgado por Dios. La Marcha fue una herramienta de legitimación y deslegitimación, posicionando a los participantes y a Trump como personificaciones de la rectitud y la autoridad divina, mientras que tildaban a sus oponentes, ya fueran individuos o instituciones, como agentes de fuerzas demoníacas ilegítimas. Aquí, los demonios son enmarcados, al igual que muchos de los objetivos humanos de la retórica presidencial de Trump, como ocupantes ilegales de espacios y recursos, que requieren una eliminación violenta en nombre de mantener o restaurar el orden «correcto» de la nación.
La Marcha de Jericó en Washington ilustra la relación entre la demonología y una preocupación fundamental de la teología política: la soberanía, la estructura y la justificación de quién gobierna o tiene el derecho de gobernar. En sus compromisos políticos, también ejemplifica cómo la demonización, es decir, cómo se etiqueta a otros como «con» demonios, tanto aflicción como afiliación, es una dinámica central del actual panorama político y religioso global. El ascenso global de fuerzas reaccionarias, que avivan el antisemitismo, la discriminación contra los afrodescendientes y la islamofobia existentes, ha intensificado la deshumanización de los inmigrantes, así como los ataques contra personas LGBTQ+, alimentando violentas reacciones contra los movimientos por la justicia racial, de género y sexual. En Europa y América del Norte, la religión, específicamente el cristianismo, proporciona el imaginario conceptual de estos movimientos reaccionarios, en los cuales los paradigmas de gobierno blanco, cristiano y cis-heteropatriarcal intentan (re)afirmar el poder soberano sobre la autonomía y el futuro de todas las demás formas de existencia y de ser. La demonología es uno de las herramientas conceptuales que estos paradigmas movilizan, ya sea enmarcando literalmente a otros seres humanos como «con» demonios o marcándolos con nociones deshumanizantes y de eliminación provenientes de la historia de la demonología cristiana. Sin embargo, a través de estos mismos conceptos, los teólogos políticos y los teóricos críticos podrían aprender a utilizar la demonología para sus propios fines, aprendiendo a pensar «con» demonios.
Para empezar, describo cómo la investigación contemporánea emplea generalmente el concepto de «demonología política» para denotar intensas dicotomías de sí/mismo y Otros. Críticamente, esta connotación a menudo está completamente secularizada, despojada de conexiones directas con las demonologías religiosas (pasadas y presentes). A partir de aquí, esbozo una comprensión alternativa de la demonología política más influenciada por la teología política. Basándome en el trabajo de Adam Kotsko en la sección dos y de Cecilio Cooper en la sección tres, exploro cómo la demonología puede recontextualizar las discusiones de teología política sobre soberanía, poder, libertad y subjetividad, así como un recurso potencial a través del cual los demonizados, aquellos marcados como «con» demonios, pueden desafiar los sistemas de poder y violencia que buscan demonizarlos.
¿Hacia dónde va la demonología política?
Para pensar «con» demonios es necesario reformular una teología política con o como una demonología política. Sin embargo, antes de hacerlo, es importante aclarar cómo la academia utiliza el término «demonología política» (o simplemente «demonología»). Al menos desde que el científico político Michael Paul Rogin utilizó el término en 1987, «demonología política» se ha referido simplemente a sistemas de deshumanización. Para Rogin, el término se refiere a la exacerbación de divisiones raciales y de clase existentes, vinculadas a una tradición reaccionaria más amplia en la vida cultural y política estadounidense, una que participó en la creación de monstruos al inflar, estigmatizar y deshumanizar a los adversarios políticos. Esta es la principal acepción en la que aparece hoy la demonología política en diversas disciplinas académicas, desde la teoría política de Bonnie Honig hasta la crítica de cine de Adam Lowenstein. En estos trabajos, la demonología política denota un proceso de narración de la cultura y la historia que privilegia una intensa binarización: cómo la política y la vida de uno se ven distorsionadas por la enemistad y la proyección, y la simplificación que traen consigo las divisiones nítidas y claras. La demonología aquí nombra el proceso de dividir el mundo entre el Yo, imaginado como puro, completo y saludable, y el Otro, entendido como amenazador, corruptor, violador y que debe ser rechazado.
Un rasgo distintivo de esta comprensión de la demonología política, especialmente relevante para los teólogos políticos, es su alejamiento tanto de la religión vivida (como la que se mostró en Washington el 12 de diciembre) como de la historia teológica de la demonología. Está casi completamente secularizada, colapsando variedades de demonología (pasadas y presentes) y conceptos incrustados en ellas para privilegiar la creación de binarismos de Sí mismo y Otros como la función única de la demonología. No estoy sugiriendo que estos binarismos no sean importantes, todo lo contrario. Más bien, situar la demonología más plenamente en sus contextos religiosos y teológicos proporciona recursos que no solo matizan las comprensiones de los movimientos para quienes la demonización es central, sino que también recontextualizan las discusiones sobre conceptos fundamentales de teología política, incluyendo soberanía, poder, economía, subjetividad y libertad. Al hacerlo, podríamos abrir el camino para pensar «con» los demonios, como herramientas teóricas para comprender los procesos sociales y políticos de la demonización, y a través de las cuales podríamos desafiar esos mismos procesos.
La Exclusión Incluida
La figura del demonio que emerge de la teología cristiana no es simplemente una figura del mal, sino una construcción y actualización de relaciones asimétricas de poder soberano. El Diablo es un ejemplo ilustrativo de esta construcción, como explora el crítico literario Neil Forsyth. El Diablo, que anteriormente era un ángel en el cielo, adquiere su identidad como el Diablo a través de su caída. Este es su origen como sujeto: está sometido al poder soberano divino, siendo derrotado y arrojado por Dios, una sumisión de la cual emerge su subjetividad e identidad. Esta subjetividad existe tanto dentro como fuera del orden divino: un sistema que lo excluye define el sentido del yo del Diablo, mientras que sus acciones y sus resultados aún existen dentro y se alimentan de ese sistema. El historiador Philip Almond se refiere a esta dualidad como la «paradoja demoníaca». El Diablo y los demonios en general son simultáneamente implacablemente opuestos al orden divino y (a menudo a regañadientes) agentes del mismo. Los demonios se oponen a, pero no pueden escapar del, orden divino. Al mismo tiempo, su antagonismo les permite ser posicionados como Otros, como figuras que encarnan todo lo que el orden divino rechaza mientras son chivos expiatorios de las fallas sistémicas de ese orden.
La posición interna/externa del Diablo es un tema que el teólogo político Adam Kotsko aborda explícitamente. Situando su trabajo como respuesta a la demonización contemporánea de las personas negras en la América contemporánea, Kotsko rastrea el viaje del Diablo desde la teología cristiana primitiva hasta el período moderno temprano para mostrar cómo la historia del Diablo, su caída y su condena irrevocable, sirve como el modelo para las nociones de pecado y culpabilidad en la sociedad occidental. Al interrogar el problema del mal desde un ángulo nuevo, Kotsko explora cómo la caída del Diablo ocurre arbitrariamente en el momento de la creación. Dios considera al Diablo moralmente culpable de esta caída sin especificar si alguna vez él podría haber elegido de otra manera. Además, con pequeñas excepciones teológicas, su condena es irrevocable. De esta manera, la caída del Diablo crea un reservorio permanente de «mal» cuyas energías siempre se pueden utilizar para alcanzar el plan divino. En el análisis de Kotsko, el Diablo y aquellos alineados con él se convierten en exclusiones incluidas, es decir, individuos y grupos que están excluidos de los beneficios y protecciones de un determinado orden social, pero cuya exclusión es necesaria para que ese orden se mantenga a sí mismo. El orden divino fabrica las condiciones para la exclusión del Diablo, al mismo tiempo que lo culpa por ello, recuperando en última instancia sus energías para su propio sustento y supervivencia.
Examinando el legado del Diablo en sistemas secularizados de antisemitismo, discriminación contra los afrodescendientes y orden económico y social neoliberal, Kotsko muestra cómo la demonización crea el marco en el cual el libre albedrío se convierte en un paradigma para asignar pecado y castigo. Crea sistemas de poder a través de los cuales se presenta a las personas como culpables de elecciones que no podrían haber evitado, justificando regímenes de violencia que recaen de manera desproporcionada en los lados desfavorecidos en términos raciales, de clase, género y sexualidad. Los objetivos de tales regímenes de violencia se demonizan, no solo en el sentido más general, según la perspectiva de Rogin, de que son deshumanizados y diferenciados, sino en el sentido de que adoptan la liminalidad estructural del Diablo como las exclusiones incluidas en órdenes sociales, políticos y teológicos. Al igual que los demonios, los demonizados están situados dentro y fuera de los sistemas de poder, ineludiblemente entrelazados incluso mientras luchan persistentemente contra estos sistemas.
El Inframundo (chthonic) Negro
Al situar a los demonios no solo en relación con construcciones del mal o la alteridad, sino también con la liminalidad y la asimetría, podemos fomentar un marco crítico que aborde las subjetividades demonizadas como parte de sistemas más amplios de poder y violencia soberanos. Comprender la demonización como la construcción e imposición de relaciones de sometimiento y subjetividad abre un espacio para articular una forma de teología política «desde abajo», una que habla «con» los demonios, con los demonizados, actuando en alineación con aquellos obligados a encarnar sustratos infernales de poder soberano, sus fundamentos, sus miedos, su combustible.
Este enfoque requiere una teoría y política que se base en los conocimientos de los pueblos demonizados, como se ve, por ejemplo, en el trabajo pionero de Cecilio Cooper. Cooper se basa en otros trabajos recientes en Estudios Negros, como el de Jared Sexton, que utiliza el potencial de lo demoníaco como recurso intelectual para reflexionar sobre la negritud y la anti-negritud. Al explorar discursos de brujería y alquimia del período moderno temprano, Cooper demuestra cómo la negritud simbólicamente llega a representar una amenaza para la teleología mesiánica de la futuridad reproductiva blanca y cristiana, tanto en el pasado como en el presente. El trabajo de Cooper sigue la tradición académica de brujería del período moderno temprano para describir las formas complejas en que la creencia sincera en la realidad de lo demoníaco y los esfuerzos para contrarrestar su influencia galvanizan regímenes de producción de conocimiento y transformaciones en las estructuras sociopolíticas y los conceptos del yo. Al articular la idea de lo «chthonic negro» (black chthonic -un inframundo negro), Cooper subraya cómo las ideas de la caída postlapsariana (la expulsión de Adán y Eva del Paraíso) se imbrican en las construcciones de la negritud racializada y los modelos coloniales de la indigenidad.
Al desentrañar las tensiones entre las construcciones de la negritud racial y las de una supuesta negritud simbólica no racial, lo «chthonic negro» de Cooper propone un sitio simbólico de amenaza demonológica para un orden social blanco, cristiano, cisheteropatriarcal, representando un sitio de extracción, oscuridad, infierno, muerte, desorden, indeterminación, caos y revolución contracultural, entre otros. Lo «chthonic negro» cose discursos en los que la victoria mesiánica de la luz sobre la oscuridad se mapea en relaciones de propiedad mediante las cuales la sociedad cristiana blanca reclama la propiedad de la humanidad negra. La negritud en el análisis de Cooper es algo siempre fuera de lugar, en un estado de caída perpetua y el nadir de la universalidad.
Como tal, dentro de la economía simbólica y material del cisheteropatriarcado cristiano blanco, debe, pero no puede ser controlado. Sitúa la existencia negra como codificada demonológicamente, pero también otorga a la existencia negra una potencialidad anárquica. Al desentrañar las multiplicidades de lo «chthonic negro», el trabajo de Cooper expone cómo lo demonológico representa no solo una proyección de la amenaza del orden normativo, que coloca a los demonizados en el papel liminal de la exclusión incluida, sino también un recurso potente del cual los demonizados pueden extraer nuevas estrategias de subversión, solidaridad y supervivencia.
Conclusión
Hasta ahora, el campo de la demonología política se ha ocupado de modelos ampliamente secularizados de una otredad intensa, modelos divorciados tanto de la demonología histórica como de las demonologías vividas del mundo contemporáneo. El ascenso de la demonología en los movimientos reaccionarios modernos como un recurso a través del cual estos movimientos enmarcan modelos de legitimidad, poder, soberanía propia y soberanía estatal, como se ha visto en la América contemporánea, destaca la necesidad de que la teología política articule un nuevo paradigma de demonología política más matizado.
Los trabajos de Cooper y Kotsko representan pasos cruciales en esta dirección, entrelazando la teología, los análisis demonológicos del período moderno temprano y la teoría crítica moderna para sentar las bases de una comprensión holística del paisaje conceptual de la demonología cristiana y su legado más o menos secularizado. Su trabajo no solo anima a los teólogos políticos y teóricos críticos a mirar más allá de la demonología como una herramienta para la violenta división del mundo en Sí-mismo y Otros, sino también a interrogar las relaciones de poder soberano, subjetividad y sometimiento que fomenta esta división, y también a empezar a explorar sus abismales profundidades en busca de recursos prohibidos a través de los cuales podríamos aprender a deshacer el mundo y sus estructuras.
Texto publicado originalmente en inglés en Political Theology Network
Ilustraciones: Obras de Gustave Doré para Paradise Lost, de John Milton
Varios de los libros de los autores mencionados se pueden conseguir gratuitamente online (aunque los links no pueden llevar allí)
Bibliografía Anotada
Cecilio M. Cooper. “Fallen: Generation, Postlapsarian Verticality + the Black Chthonic.” Rhizomes 38, 2022.
Una exploración de la demonología política como metodología crítica para examinar las construcciones de la negritud y la indigenidad en los discursos de la demonología del período moderno temprano, la alquimia y la crítica ecológica contemporánea.
Adam Kotsko. The Prince of this World: The Life and Legacy of the Devil. Stanford, CA: Stanford University Press, 2016.
Actualmente, el único estudio monográfico de teología política sobre el Diablo. El trabajo explora la relación entre el Diablo, la culpabilidad y la libertad desde la teología patrística hasta el período moderno temprano.
Adam Kotsko. Neoliberalism’s Demons: On the Political Theology of Late Capital. Stanford, CA: Stanford University Press, 2018.
Una secuela y texto complementario de The Prince of this World. El texto interroga el neoliberalismo contemporáneo como un sistema político-teológico que demoniza a sus sujetos, culpándolos de los problemas sistémicos.
Michael Paul Rogin. Ronald Reagan: The Movie, and Other Episodes in Political Demonology. Berkeley, CA: University of California Press, 1987.
Una teorización temprana e influyente de «demonología política». Decididamente no teológico, pero ejemplar de cómo se utiliza el término en la academia de manera amplia.
Jared Sexton. Black Men, Black Feminism: Lucifer’s Nocturne. Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2017.
Extiende el análisis de la demonización a través del afropesimismo de Kotsko para explorar la masculinidad negra y la posición liminal de los hombres negros en el movimiento feminista negro.
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