por Paulo Burgos (texto y fotos)
Llegué por segunda vez a Haití pensando que ahora sí estaría más fuerte para poder soportar la miseria de la condición humana, pero como naturalmente pasó no pude contenerme. La casa de Batalier, un haitiano de los suburbios de Puerto Príncipe que conocí a través de couchsurfing, y que me dió hospedaje, solo tenía luz un par de horas a la noche. Para buscar agua potable había que caminar hasta una bomba de agua comunitaria, un par de cuadras. Los haitianos cocinan a leña. Y no estoy hablando solo de Bon Repos, el Barrio donde nació y creció Batalier, sino todo Haití, salvo una pequeña elite, se encuentra en la misma situación de crisis.
Crisis que, en el caso de Latinoamérica y el Caribe, siempre las paga el pueblo.
Pero por suerte en este país hay una fecha muy especial. Una fecha donde una humilde vendedora de verduras del mercado, o un conductor de tap-tap (transporte público haitiano) tiene la oportunidad de ser «el espíritu de la muerte» que en Haití se llama Gédé, y que todos los primeros y segundos día de noviembre junta a sus devotxs para celebrarse en los diferentes cementerios del país.
En este que me encuentro, el gran cementerio de Puerto Príncipe, tiene en una de sus entradas, una parte dedicada a Nuestra Señora de los Dolores. Ella no está sola: su capilla se encuentra solo a metros de la gran cruz negra símbolo de los Gédé, que ve suceder durante el día primero a sus fieles, que la empolvan de blanco, le prenden velas, dan vueltas a su alrededor, le dejan platos de comida, y demás adoraciones. Esta coincidencia con las misas matinales de la capilla, propias del cristianismo, no tiene nada de contradictorio con el Vodú, religión sincrética que mezcla elementos católicos con rituales de antiguas tribus africanas, que hace más de 200 años confluyeron en lograr lo independencia de Haití, primera revuelta de esclavos emancipados que logran la creación de un estado independiente en la historia de la humanidad.
Durante los dos días el ritmo se mantiene igual. Desde temprano los Gédé eligen diferente puntos del cementerio para hacer sus interpretaciones, suerte de teatralizaciones al aire libre. Caracterizados con sus particulares colores purpura y negro, empolvados de blanco su cara, hablando groserías, o haciendo trucos de magia, los veremos rodeados de un público curioso, o en otros casos gente necesitada de algún consejo o visión particular.
El lado oscuro, violento, lascivo, sucio, de excesos se despierta. Quizás también para darnos lecciones, si es que podemos aprenderlas, o para jugar con nuestros límites, el Fet Gédé sube en intensidad con el transcurrir del día y por la tarde se vuelve más denso. Ya pocos quieren tomarse fotos. Desaparecen esxs personajes de ensueño que de la nada se veían reposadxs sobre una tumba, esperando ser avistadxs o caminando, como en una pasarela, exhibiendo su lujuria o histrionismo.
La fiesta continúa en el cementerio hasta las 19hs, cuando los Gédé y sus acólitos son expulsados por la seguridad del lugar, aunque aún así continuaran la noche del primer día deambulando por las calles de Puerto Príncipe con su energía traviesa y turbia, por lo que si uno decide sumarse conviene estar bien advertido de ello.
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