Naomi Oreskes (Harvard University) entrevistada por Matilde Sánchez (revista Eñe)
Todos somos manipulables. Un nuevo ensayo de los historiadores Naomi Oreskes y Eric Conway, recién traducido al castellano en Capitán Swing, hace historia de las campañas de márketing que, en el siglo XX, moldearon al público estadounidense en favor del libre mercado. El estudio, que por momentos tiene el ardor partisano de un No logo, de Naomi Klein, se mete de lleno en la construcción del Homo libertatis estadounidense, repertoriando películas y novelas, canciones y series televisivas.
Esta profesora asociada de Ciencias de la Tierra y Planetarias de la Universidad de Harvard es también autora de Los mercaderes de la duda, sobre el negacionismo climático en la derecha estadounidense. Respondió a nuestro exhaustivo cuestionario.
–Su libro cuenta cómo las grandes empresas promovieron activamente las creencias generales sobre el libre mercado, al tiempo que socavaban la confianza en los gobiernos. ¿Cómo lo consiguieron?
–Fue con persistencia. En El gran mito, mostramos cómo en el siglo XX los principales líderes empresariales desarrollaron una narrativa muy cohesionada pro-mercado y anti-gobierno, que luego promovieron en diversos contextos, mediante campañas de propaganda, televisión, radio y cine, influyendo en los planes de estudio universitarios y apoyos académicos. También incidieron en comunidades religiosas. Gastaron mucho dinero y fueron persistentes.
– ¿Cómo definiría usted el “fundamentalismo de mercado”? Toman la expresión de George Soros en su libro «La sociedad abierta».
–La idea matriz del fundamentalismo es que sólo el libre mercado sin límites puede generar prosperidad y proteger la libertad política. Ellos tratan “el Mercado” como un nombre propio: algo único y en sí mismo, que tiene agencia e incluso sabiduría, que funciona mejor cuando se lo deja sin trabas y no regulado, imperturbable e imperturbado. El gobierno, según este mito, no puede mejorar el funcionamiento de los mercados, sólo puede interferir. Los gobiernos deben mantenerse al margen, a fin de no crear «distorsiones» que le impidan hacer su «magia». A finales del siglo XX, el fundamentalismo de mercado se revestía de la sabiduría popular.
–Lo define con una cualidad casi religiosa.
–De hecho, más o menos se inventó en el siglo XX y se promovió a través de una serie de campañas de propaganda e intervenciones empresariales en la vida académica y cultural estadounidense. Y sí, es cuasi-religiosa en el sentido de que no responde a las pruebas que revelan problemas con el argumento. También porque la “mano invisible del mercado” es tratada como una especie de dios. El lema bien podría ser, parafraseando la frase religiosa impresa en los dólares, “en el mercado confiamos”. Por otro lado, tenemos pensamiento mágico cuando uno supone que, al creer que algo sea verdad, será verdad. Los fundamentalistas imaginan un mercado libre perfecto. Nunca ha habido tal cosa y no podría existir.
–¿Cuál es el riesgo de ese apoyo sin restriccciones gubernamentales básicas?
–La creencia se convirtió en un ideal dominante. El riesgo no es potencial, es lo que vemos a nuestro alrededor: la realidad del cambio climático, la enorme desigualdad de ingresos, la vivienda y la sanidad inadecuadas y ahora, sobre todo en EE.UU., pero también en otros lugares, el atractivo de los autócratas que afirman que ellos, y sólo ellos, pueden arreglar el desastre.
–Al término de la Segunda Guerra, el economista Hayek se convirtió en favorito de los grandes conglomerados económicos. Ustedes despliegan en detalle las omisiones flagrantes de la versión abreviada de Camino de servidumbre.
– Los fundamentalistas del mercado encontraron poderosos aliados intelectuales en los austriacos Ludwig von Mises y en Hayek. Trabajaron conscientemente para promover sus ideas en Estados Unidos. En los años 40, un grupo vinculado al National Association of Manufacturers, NAM, Asociación Nacional de Fabricantes, pagó a Ludwig von Mises y Hayek para que vinieran a Estados Unidos y organizó su contratación en las Universidades de Nueva York y Chicago. Mises sostenía que las economías de planificación centralizada estaban condenadas al fracaso debido a la información defectuosa sobre el valor de los bienes y servicios: sólo las economías de mercado pueden proporcionar un sistema de precios que permita la asignación eficaz de los recursos. Hayek se basó en las afirmaciones de Mises para formular el argumento de que la libertad económica y la libertad política eran inextricables. Ellos dieron gran credibilidad intelectual al movimiento del libre mercado.
– Hasta el clásico de Adam Smith, «La riqueza de las naciones», del siglo XVIII, sufrió el recorte de sus advertencias. ¿Qué influencia tuvo esa operación? Llama la atención lo empoderados que estaban para intrvenir en el campo editorial.
–Estos grupos industriales, así como organizaciones políticas como la American Liberty League y think tanks libertarios como la Foundation for Economic Education (FEE) y, más tarde, el Cato Institute y el American Enterprise Institute, promovieron la tesis de la indivisibilidad: la afirmación de que la libertad política y la económica eran indivisibles, y que cualquier compromiso con la “libertad económica” (es decir, la libertad de los empresarios para operar como les plazca) pondría en peligro la democracia. Afirmaban defender el capitalismo; de hecho, defendían una visión radical del capitalismo desregulado, muy alejada de la sociedad comercial respaldada por Adam Smith y otras figuras del liberalismo clásico. Así fue que promovieron esa versión distorsionada de Adam Smith. El economista de la Universidad de Chicago George Stigler publicó una edición de la obra de Smith que eliminaba todos los pasajes en los que él reconocía que ciertos mercados (en particular, el bancario), requerían de regulación, y que se necesitan impuestos para apoyar al gobierno a proveer los bienes comunes que los mercados no proveen.
–Contra lo que imaginamos, en este siglo, los libertarios han crecido no entre sectores ilustrados de la comunidad, sino entre los peor escolarizados. ¿Por qué? ¿Cómo inclinan esto aún más las redes sociales, con sus simplificaciones excesivas?
–Si la gente escucha un mensaje suficientes veces y de maneras diferentes, empieza a calar. Este es el núcleo de la publicidad y el marketing. Hemos sido objeto de una campaña de marketing masiva diseñada para convencernos de la “magia del mercado”, y de que desconfiemos del gobierno. Está claro que ha funcionado. En el libro pretendemos que la gente tome consciencia de que se trataba de un marketing diseñado para vender un producto, en este caso una ideología que sirve a los intereses de los ricos pero no de la humanidad.
– En Argentina, debido a los últimos gobiernos, tenemos un estado hiperbólico y plagado de corrupción; el país ha sido fértil para ese fundamentalismo. ¿Conoce los mensajes globales del presidente Javier Mileí?
–No estoy familiarizada con el mensaje de Milei, pero es el mismo que los fundamentalistas de mercado promovían en EEUU: que el capitalismo protege nuestra libertad política y personal. Para los sudamericanos, la refutación obvia es Chile. Augusto Pinochet fue asesorado y apoyado por Milton Friedman y otros economistas formados en el pensamiento de la Escuela de Chicago. Creían que la liberalización económica conduciría a una mayor libertad política pero eso no ocurrió, como tampoco ha ocurrido en China. Y EE.UU., sin duda uno de los países más libres del mundo en términos de libertad económica, ocupa un lugar pobre en términos de democracia, muy por detrás de Canadá, Costa Rica, Chile y Uruguay. Fuimos degradados a la categoría de “democracia defectuosa” en 2016. Nuestras “políticas de libre mercado” no han fortalecido nuestra democracia.
–Al explorar la penetración de la ideología libertaria en el siglo XX en su país, destaca en su libro la influencia de dos escritoras fundamentalistas, Rose Wilder Lane y Ayn Rand, creadoras de narrativas muy populares. La primera, libertaria, autora de la saga de novelas La casa de la pradera, que da base a la serie «La familia Ingalls»; la segunda, de extrema derecha, autora de «La rebelión de Atlas» y de la primera hagiografía de Edward Hoover. ambas con una legión de lectores. ¿Qué representan en el imaginario colectivo? («El manantial», la novela de Ayn Rand, fue mencionada por el ex presidente Mauricio Macri como lo mejor que ha leído en su vida).
–Rand ha sido enormemente influyente. Recientemente, la Atlas Society, al notar que las niñas estadounidenses tienden a no ser libertarias sino que abrazan el credo woke, argumentó que ¡los conservadores deben hacer que las niñas lean a Rand!
– ¿Considera a Donald Trump y al brasileño Jair Bolsonaro de extrema derecha, alt-right o de qué variedad?
–Difícil de decir, pero alt-right es probablemente correcto, y encaja con la alemana AfD, Alternative für Deutschland.
–¿Cuáles son las amenazas a la democracia y a la libertad individual que plantean la economía y la política libertarias activas?
–Que los ultrarricos acaben controlando el sistema político. Su dinero compra poder e influencia, que debilita la protección de los trabajadores y consumidores y el medio ambiente. Esto ya ocurre en Estados Unidos. Si Trump es reelegido, también debilitarán la independencia del Poder Judicial, núcleo de cualquier sistema democrático.
El Gran Mito: Cómo las grandes empresas nos enseñar a aborrecer el gobierno y amar el libre mercado (trecho)
Estamos familiarizados con la idea de que, como ha resumido George Soros, «la doctrina del capitalismo del laissez faire sostiene que la mejor manera de lograr el bien común es la persecución desinhibida del autointerés». Ese es el argumento central que formuló Adam Smith en 1776 y los capitalistas satisfechos lo han aceptado desde entonces. Los fundamentalistas del mercado, sin embargo, se apartan de Smith al insistir en que no existe el «bien común», sino meramente la suma de todos los bienes privados de los individuos. Por esta razón, rechazan las pretensiones del gobierno de representar «al pueblo»: solo hay personas —individuos— que se representan a sí mismas, y la mejor manera de hacerlo no es a través de gobiernos, aunque hayan sido elegidos democráticamente, sino de sus decisiones libres en el libre mercado.
Milton Friedman, el más famoso de los fundamentalistas, llegó incluso a afirmar que el voto no era democrático, porque podía ser distorsionado fácilmente por intereses especiales y porque, en cualquier caso, la mayoría de los votantes eran unos ignorantes. Pero, en lugar de pensar cómo se podría mitigar la influencia de esos intereses especiales o cómo los votantes podrían estar mejor informados, sostuvo su idea de que la verdadera libertad no era la que se manifiesta en la urna electoral. «El merca-do económico proporciona más libertad que el mercado político», afirmó Friedman en Sudáfrica en 1976, mientras aconsejaba a los ciudadanos que no armaran escándalo por el apartheid y se centraran más bien en expandir su economía de mercado.
El argumento de Friedman funciona cuando hablamos de la libertad de comprar, digamos, zapatos de cualquier tipo. Pero no funciona cuando pensamos en un contexto más amplio, que incluye la publicidad engañosa, las campañas de relaciones públicas agresivas y falaces, y lo que los economistas denominan «externalidades»: costes que son invisibles o incomprensibles para los que compran los zapatos, o que afectan a personas que ni siquiera los han comprado. La polución es una externalidad.
¿Qué ocurre cuando el productor de zapatos vierte productos químicos tóxicos en la parte trasera de la fábrica y oculta este hecho a sus trabajadores, inversores y clientes? Friedman restó importancia a ese problema y le adjudicó la amable etiqueta de «efectos de vecindad», afirmando que cualquier remedio casi siempre sería peor que la enfermedad, porque se perderían libertades o el derecho de propiedad quedaría limitado, que es lo que sucede con las regulaciones públicas. En algunos casos, puede que tuviese razón. Es cierto que las regulaciones limitan la libertad de alguien para proteger la libertad (y el bienestar) de otros. En el caso de la polución, la «libertad» de las fábricas de arrojar residuos tóxicos ha sido eliminada, y con razón. En el caso del cambio climático, la «libertad» de las empresas de vender petróleo, gas y carbón nos pone en peligro a todos los demás. Esto crea un dilema fundamental para los fundamenta-listas. Pero, en lugar de repensar sus argumentos, los fundamentalistas del mercado protegen su visión del mundo negando que el cambio climático sea real o afirmando que, de alguna manera, «el Mercado» lo solucionará, a pesar de todas las evidencias en contra. Friedman sostenía que el capitalismo y la libertad son dos caras indivisibles de la misma moneda, pero esta «tesis de la indivisibilidad» se había formulado décadas antes.
A comienzos del siglo xx, fue promovida en Estados Unidos por un grupo de industriales que trabajaban bajo el paraguas de la Asociación Nacional de Fabricantes-(NAM). La NAM y sus aliados usaban esa tesis para oponerse a unas reformas políticas que hoy damos por hecho, como las leyes que limitaron el trabajo infantil, establecieron indemnizaciones a los trabajadores y crearon el impuesto federal sobre la renta. En la década de 1930, se alinearon con la industria eléctrica y usaron esa tesis para oponerse a la Administración de Electrificación Rural, la Autoridad del Valle del Tennessee y otras creadas por el New Deal. Perdieron la mayoría de los casos, en parte porque la tesis tenía un defecto fatal: era falsa.
La electricidad es buen ejemplo de ello. Los mercados habían sido incapaces de llevar electricidad a millones de estadounidenses que la querían, pero el gobierno lo había conseguido y esas áreas rurales estaban económicamente mejor y no eran menos libres. De hecho, se podría argumentar que eran más libres que antes, porque ahora tenían aparatos eléctricos, que reducían el trabajo manual y luz eléctrica que permitía que el día se pudiese aprovechar más. Dado que la tesis de la indivisibilidad tenía tan poca fundamentación factual, los líderes empresariales estadounidenses necesitaban otras formas de apuntalarla. Una de ellas era la propaganda.
La entrevista de Matilde Sanchez a Naomi Oreskes fue publicada originalmente en la revista Ñ. El trecho del libro apareció en la versión impresa de la misma revista.
«El Gran Mito» fue publicado en español por la editorial Capitán Swing.
Deja una respuesta