Maharishi en Buenos Aires (1968-1978): notas para una historia social de la espiritualidad en Argentina – por Nicolás Viotti (UNSAM/CONICET)
La historia social y cultural de la Argentina desde la década de 1960 y 1970 tiene una serie de deudas pendientes en relación con los modos de subjetivación, las estructuras de sensibilidad y la vida cotidiana. Nuestra imagen, me refiero al espacio académico, está aun demasiado apegada a la auto-narración de las elites intelectuales y politizadas sobre ese período, desconociendo otros modos más capilares asociados con temas “minoritarios”, tal vez mucho más masivos y sociablemente relevantes de lo que imaginamos o por lo menos muy significativos para entender el germen de transformaciones posteriores. La llamada contracultura, con su fuerte presencia en los modos de alteración de la vida cotidiana en torno a la sexualidad, la música, las drogas y la dimensión estética nos parece crucial para entender procesos pasados y también para entender su incidencia en transformaciones socio-culturales contemporáneas. En esa trama compleja de sentidos, prácticas y afectos que tejen la llamada contracultura, un término siempre vago, el tema de la espiritualidad tiene una gran centralidad. Es justamente en ese contexto donde un nuevo sentido se atribuye al término como un proceso de transformación colectiva que es siempre un proceso de cambio personal.[1]
Es cierto que desde las primeras décadas del siglo XX, prácticas alternativas como el vegetarianismo, el llamado “naturismo” o la crítica al ritmo de vida urbano conformaron junto con algunas tendencias anarco-socialistas heterodoxas y religiones no católicas, sobre todo la teosofía, el espiritismo y ciertas tradiciones protestantes, un horizonte cultural modernizante que promovía éticas y modos de subjetivación alternativos al modelo hegemónico de la medicina y el catolicismo romano. Una breve nota titulada “Ocultismo Hindú: Hata-Yoga”, publicada en la revista Caras y Caretas en 1928, hace referencia al “ocultismo” en el título, y a una relación con el hinduismo, de corte exotizante. Al referirse a la práctica del yoga se mencionan aspectos vinculados con la habilidad física, la salud y el autocontrol como una tema excepcional, propio de seres excepcionales, los gurúes, a los que solo se encuentran en la lejana India, en “lugares apartados”. Ese cuidado “natural” del cuerpo está asociado con un “rígido vegetarianismo” y con la abstención de “bebidas estimulantes”. Sin embargo, desde la década de 1960 emerge un campo de visibilidad y de enunciación pública nuevo.
Si en las primeras décadas del siglo esas prácticas aparecen esporádicamente en referencias orientalistas o son identificadas con una zona difusa entre el esoterismo y la medicina natural, a partir de la década de 1960 su difusión, cada vez más masiva, se va poniendo a tono con modos de vida alternativos de otro tipo. Se encuentran menos referencias al yoga y a la meditación como prácticas en sintonía con el lenguaje humoral, homeopático o el tema de los tónicos contra la falta de “vitalidad”, todos aspectos de una concepción de la terapia y de la subjetividad alternativa centrada en los fluidos, la energía y el equilibrio, y más en relación con un marco más general de la necesidad de un cambio de vida, de una transformación frente a la radicalización de los males de la vida urbana, la tecnología y la crisis civilizatoria. Al mismo tiempo la práctica del yoga o la meditación dejan de ser solo atributos de personajes exóticos (provenientes de India) y pasan a estar al alcance de la mano de las personas comunes, las que con algunas instrucciones y un poco de entrenamiento pueden lidiar con los nuevos males contemporáneos como el “stress” o la “angustia”.
Hacia la década de 1960 aun se encuentran materiales que mantienen algunos de los temas clásicos sobre el yoga y la meditación, pero produciendo algunas innovaciones. En “Yoga: amar, servir, meditar y realizar”, uno de los noticieros audiovisuales de la época, se describe la práctica de la escuela de yoga Vedanta en la Buenos Aires de 1965. Las imágenes muestran un público joven y moderno, ávido de experimentar con un “Swami” , posiblemente de origen indio, donde se practica el “control mental”, la “anulación de tendencias negativas” y el “cultivo de las virtudes”. El foco esta puesto en la mente y en lo físico, y se señalan los beneficios para problemas “nerviosos” o “sanguíneos”, temas caros a el lenguaje de la vitalidad y la tonificación corporal.
En un noticiero audiovisual algo posterior, puede verse la imagen del yoga como una habilidad excepcional, casi circense, de un “yogui” de origen indio llamado Ning Funk, que aparentemente realizó una performance de habilidad física y resistencia en la calle Florida. No es menor el tipo de performance del “yogui”, que se disponía a aguantar 45 días estacado en la calle porteña replicando el martirio de Espartaco. El audio insiste en el carácter cosmopolita y novedoso de una ciudad como Buenos Aires, que asume diversa y abierta a presencias poco usuales.
Ambos materiales muestran continuidades con la imagen exotizante de las prácticas orientales, y casi excepcional de ese tipo de prácticas, asimismo una centralidad en lo físico y en beneficios vinculados con la medicina natural, incluso remitiendo a un imaginario de lo sanguíneo y lo nervioso, propios de un lenguaje del cuerpo y la subjetividad popular en la tradición humoral. Sin embargo, al mismo tiempo muestran desplazamientos propios de un mundo social dispuesto a apropiarse de esos recursos. El yogui es síntoma de una ciudad cosmopolita y los frecuentadores del “Swami” son parte de un mundo social interesado en estos recursos como parte de un modo de vida.
En “Yoga”, una crónica firmada por Francisco “Paco” Urondo para la revista Leoplán, publicada en Febrero de 1962, se percibe un movimiento semejante al descripto en los noticieros audiovisuales. Allí se describen las derivas occidentales de la espiritualidad hindú, el yoga y la meditación, la centralidad del concepto de prana y el caso de la “gimnasia rítmica yogui” coordinado por una tal Susana Milderman, quien declara tener 15 años de trabajo y un grupo de instructores con más de 500 seguidores. Urondo anota las tensiones con otras terapias en boga y la mirada recelosa de los psicoanalistas, así como la presencia de una práctica arraigada en un nuevo estilo de vida que bien podría leerse en continuidad con otros procesos de transformación personal, centrados en el cuerpo y en la idea de autonomía, que no renunciaban a la dimensión colectiva (Manzano, 2017).
Esa nueva mirada es particularmente central en las notas periodísticas en torno a la llegada de Maharishi a Argentina en la década de 1960 y 1970. Maharishi es un célebre gurú fundador de la Meditación Trascendental (MT) que ha influenciando generaciones de practicantes de meditación y toda la sensibilidad estilo Nueva Era desde la década de 1960. Fue el gurú de The Beatles, promotor de los viajes a India de miles de baby boomers euro-americanos en búsqueda de la felicidad, y una figura central de influyentes sensibilidades espirituales contemporáneas como la que difunde el cineasta David Lynch, autor del un libro llamado Atrapa al pez dorado donde despliega algunos de los principios de la MT aplicados a la creatividad. También Maharishi es el maestro de Ravi Shankar, fundador del movimiento The Art of Living, con gran predicamento en Argentina durante la última década.
Las tres notas que transcribimos aquí corresponden a tres miradas sobre la Meditación Trascendental de Maharishi, quien visitó Buenos Aires en 1968. Luego de una visita en 1966, regresa en 1968 donde parece producir cierta reacción mediática. De esa visita transcribimos una nota publicada en Primera Plana, uno de los semanarios culturales mas importantes del momento, y en Estudios, una revista faro de los intelectuales católicos argentinos publicada entre 1911-1967. Finalmente, reproducimos un texto publicado en el Diario Clarín en 1978. La crónica, escrita diez años luego de la visita del gurú, describe el funcionamiento de la práctica en la sede porteña de la Asociación de Meditación Trascendental.
En “¡Ay, qué vivos los meditativos!”, de Primera Plana, se desataca la relación de Maharishi con la cultura de masas, que se critica implícitamente por su relación con el dinero, la publicidad y la industria cultural; se ironiza con respecto al hippismo como un movimiento de falsos seguidores del gurú y se destaca la crítica de Maharishi al psicoanálisis, piedra de toque de a modernización cultural de la década en Buenos Aires. La nota destaca su presentismo, el énfasis en el aquí y ahora, y su apología de la felicidad, temas que serían todos fundamentales en la llamada sensibilidad Nueva Era un par de décadas más tarde (Carozzi, 1999). Primera Plana mantiene una distancia con respecto al gurú, pero una distancia sensible y abierta a las corrientes culturales de época. La revista, dirigida por Jacobo Timerman y Victorio Dalle Nogare entre 1962-1969, era un magazine moderno para un público con un interés cultural sofisticado, publicaba notas sobre temas sociales y asuntos culturales, con un cuidado trabajo estilístico y con entrevistas a personalidades de la cultura. Por esa razón, la inclusión de una nota sobre la llegada de Maharishi es también sintomática. ¿Hasta que punto esta presencia resulta relevante para el semanario que se ponía a la vanguardia en estilo y formato y publicaba contenidos innovadores?
La nota de la revista católica Estudios es en cierto modo semejante a la de Primera Plana: retoma la crítica a su “occidentalización”, su relación con el dinero, temas habituales en las recepciones de los neo-hinduismos globalizados a partir de la década de 1960 (Altglas, 2005), e ironiza sobre el público juvenil con la referencia a que las conferencias eran “asistidas por muchos jovencitos melenudos”. La síntesis, sin embargo es diferente a la distancia amable de Primera Plana, para el cronista de Estudios la espiritualidad falsa y comercial, que evidentemente contrasta con la verdadera y saludable del catolicismo, se manifiesta tanto en la visita de Maharishi como en la devoción local quien fuera uno de los cultos más importantes de la década, el popular Tibor Gordon: “cada tanto aparece en Buenos Aires algún personaje que vende espiritualidad”.
El tercer texto pertenece a una crónica que escribió Oberdan Rocamora, pseudónimo del escritor y periodista Jorge Asís, en el popular Diario Clarín. Asís fue un cronista estrella del diario entre 1976-1982, y cubría notas diversas con un estilo personal. La crónica de grupos religiosas o prácticas espirituales tiene en Argentina una tradición que se remonta a Juan José Soiza Reilly y Roberto Arlt, quienes han escrito célebres crónicas sobre prácticas esotéricas en la Buenos Aires de las décadas de 1920-30. En ese linaje Rocamora-Asís se adentra en el local de la calle Viamonte de la Asociación Argentina de Meditación Trascendental y practica él mismo la meditación a cambio de una ofrenda: un pañuelo blanco, frutas y seis flores. En la crónica, titulada “Una antigua técnica para combatir el “stress”: Lo trascendente de la meditación”, llega incluso a recibir su propio mantra personal, de una tal Señora Gastaldi, y describir con detalle los principios básicos de la técnica de Maharishi: “Actitud aquí y ahora”, “Inteligencia Creativa”, sociedad “tecnificada”, lucha contra el “stress”. Este término registra un uso muy contemporáneo que llega hasta hoy, que contrasta con los usos más antiguos de corte vitalista (vigor, nervios y sangre) y en donde este tipo de técnicas son utilizadas como un dispositivo de mejoramiento personal, en cierto sentido más psicologizado, en un contexto particularmente agitado y tumultuoso.
Las décadas de 1960-1970 son las de la masificación paulatina de prácticas centradas en el cuidado de uno mismo en toda una nueva generación volcada a una concepción de la transformación que es al mismo tiempo colectiva y singular. Por esa razón estos textos resultan relevantes, muestran miradas sobre una práctica muy poco analizada en la historia de la vida cotidiana argentina reciente. Muestran toda una nueva visibilidad y una necesidad de dar cuenta de ello, cronistas renombrados como Francisco Urondo y Jorge Asís, revistas culturalmente sofisticadas como Primera Plana o la Revista Estudios, un ámbito significativo de intelectuales católicos, trataron el tema mostrando contrastes con las referencias previas al yoga o la meditación y colocando esas prácticas en un fenómeno que estaba en un proceso de amplia difusión.
Al mismo tiempo, las notas aquí transcriptas muestran modos muy locales en que los medios de masas, y los periodistas como agentes particulares, lidiaban con la diversidad de modos de vida, racionalidades en la gestión del yo y fronteras entre lo religioso y lo espiritual. La crítica directa, sobre todo católica, la ironía amable y la curiosidad sincera muestran también una diversidad en los tratamientos que van mas allá del orientalismo caricaturizado.
Finalmente, estos textos son testimonios de una diversidad en los modos de subjetivación y de unas fronteras difusas en llamado campo religioso como fenómenos mucho más antiguos de lo que solemos imaginar. Queda sin dudas profundizar en cuáles son los matices de estos procesos, pero es claro que la diversidad de prácticas espirituales y la crítica a la idea de religión como una institución jerarquizada y autoritaria no comenzó en la década de 1980, sino que posee una historia y procesos de continuidad y discontinuidad que le deben tanto a prácticas presentes en las primeras décadas del siglo XX, como al modo tan particular de difusión de la contracultura en Argentina.
Bibliografía
Altglas, V. (2005) Le nouvel hindouisme occidental. París: CNRS Editions.
Carozzi, M.J (1999) La autonomía como religión: la Nueva Era. Alteridades, 18.
Foucault, M. (1994) “L’esprit d’un monde sans esprit”. En Dits et Écrits, N°259, II.París: Editions Gallimard.
Manzano, V. (2017) Desde la «revolución total» a la democracia. Siloísmo, contracultura y política en la historia argentina reciente. Prismas, 21.
[1] Como ha señalado Michel Foucault (1994) en una de las reflexiones más agudas y menos secular-centradas sobre la religión en las últimas décadas, la espiritualidad es una de los dispositivos más centrales de la transformación política y de los procesos de cambio, en la medida en que se propone “renovar la existencia entera” (Foucault, 1994, p. 749).
Crónica 1: «Guru» – en sección «El diablo en la botella», revista Estudios de la Universidad del Salvador, agosto de 1968
Cada tanto aparece en Buenos Aires algún personaje que vende espiritualidad. Este mes le tocó volver (estuvo en 1966) al sabio hindú Maharishi Mahesh Yogi, que dirige la Sociedad Internacional de Meditación Trascendental, con sede en la India.
El gurú recibió a los periodistas, se sacó las sandalias, colocó sobre la silla un paño blanco, encima un cuero de cabra y encima se puso él (posición hindú). En sus manos había claveles juguetones. Este personaje, que tiene varios títulos universitarios para exhibir, nos visitó para dar una serie de conferencias y de paso ver corno andaba su filial porteña.
Lo extraño del personaje es su espíritu promocional, una rara manera de conjugar su postura oriental con el criterio publicista occidental.
Este espíritu se vio favorecido cuando supo encontrar entre sus adeptos a la famosa Mia Farrow y a los Beatles. Aunque estos último; después de la experiencia, opinaron que el refugio hindú en el Himalaya, donde predica el gurú, «más que un centro de meditación parecía un balneario muy selecto».
En cuanto a las conferencias, asistidas por muchos jovencitos melenudos, dejaron como síntesis una fórmula para llegar «a ser feliz y curar todos los males», consistente en ejercitar la llamada Meditación Trascendente. La posología de tal meditación fue indicada en dosis de veinte minutos diarios. Parece que no tiene contraindicaciones. Lo que no se pudo llegar a saber es en qué consiste o cuál es la técnica de la meditación trascendente, ya que sistemáticamente el Gurú se negó a revelarla.
El visitante hindú aseguró tener doscientos mil adherentes en todo el mundo, lo que conduce a pensar que su reinado puede peligrar el dia que el inefable Tibor Gordon decida salir de gira, ya que sólo en la provincia de Buenos Aires, tiene más de cincuenta mil adherentes.
Crónica 2: «¡Ay, qué vivos son los Meditativos!» -en sección «Personajes», revista Primera Plana, 17 de septiembre de 1968
«¡No hay espíritu cristiano!, ¡no hay espíritu cristiano!», coreaba un centenar de enfervorizados espectadores: Los responsables de la Asociación Argentina de Meditación Trascendental (750 adherentes), auxiliados por una decena de policías, intentaban contener el aluvión sin demasiado éxito. «Es un santo ese hombre, se lo juro. Yo lo vi cuando vino la otra vez», explicó una cincuentena componiéndose el sombrerito violeta y quejándose de «estos brutos que entran como si fuera una cancha de fútbol». Curiosamente, la segunda visita de Maharishi Mahesh Yogi,. 56, encendió el entusiasmo de los maduros, Dalila Puzzovio y Charlie Squirru fueron los únicos representantes de los ‘beautiful people’ que juntaron las manos y se inclinaron ante el gurú. Una muchedumbre fervorosa se extasió con las vaguedades que esparció en sus conferencias, y lo despidió con gestos plañideros, el viernes pasado, cuando partió a convertir uruguayos. La coincidencia de su visita, por otra parte, agotó en los quioscos la última edición de la admirable revista satírica norteamericana Mad, que dedicó su portada al santón.
Desde hace una década, el Maharishi pasea su túnica de seda blanca y sus largos pelos grises por el mundo, iniciando a discípulos occidentales. Sin embargo, este hombrecito de piel oscura y voz chillona trepó a la celebridad el año pasado cuando el monasterio de Rishikesh —en las faldas del Himalaya— comenzó a poblarse de visitantes famosos: Los Beatles y la ‘starlette’ Mia Farrow declararon, entonces, a los periodistas, que iban en busca de la Paz y la Felicidad. El idilio duró unos meses y Los Beatles regresaron de la India con una cítara bajo el brazo, un long-play con canciones inspiradas en la música hindú y una reflexión bastante agria sobre el Maestro: «Es un comerciante», (John, Ringo, Paul y George debieron pagar —en total— 400 dólares diarios durante su estadía).
Ahora, sentado sobre una piel de venado salvaje, con claveles entre los magros dedos y un racimo de flores que lo protege por todos los costados, parece divertirse con el revuelo que provoca. Cada una de sus respuestas está punteada por una risa que se le escapa de la garganta en espirales, que no tiene fin. «En la India —-se equivoca— hay 500 millones de habitantes; sólo 5 millones pasan hambre y eso ocurre porque son vagos y no quieren trabajar. Con la meditación trascendental aprenderían a ser hombres como los otros.»
Maharishi llegó a Buenos Aires después de dictar varias conferencias en usa. «En California —salmodiaron sus acompañantes— hizo un seminario para 60 decanos de universidades norteamericanas.» Mientras estrujaba un clavel rosado y jugaba con las 108 cuentas de su collar (una por cada año de vida del poeta de los libros védicos ,Baagavad-Gita), el maestro informó a Primera Plana: «De los 60, 46 profesores decidieron dedicarse a la meditación trascendental». Richard Aaron, 22, un estudiante de la Universidad de Princeton que lo acompaña en sus viajes, asentía.
Quizás ellos no lo sepan, pero la sola mención de los hippies. puede hacer estremecer de risa a este businessman místico: «No sirven para nada, son productos de padres tensos, tienen el sistema nervioso débil y no pueden soportar responsabilidades. Son unos frustrados. Abandonan los colegios no porque el sistema sea malo, sino porque fracasan en los exámenes». Cuando se le dice que, sin embargo, los hippies sienten un gran respeto por él y que su filosofía está inspirada en la suya, Maharishi no se conmueve. «Ellos —imagina— no tienen ninguna filosofía. Lo que sucede es que algunos muchachos con ambiciones políticas se ponen al frente y enuncian esas teorías. Por cien hippies, hay uno que es inteligente y ése es el que figura en los reportajes».
El psicoanálisis le merece el mismo desprecio que los jóvenes rebeldes: «Los psicoanalistas remueven el pasado, sacan a la superficie todas las miserias humanas —cavila mientras rompe el tallo de un clavel blanco—; para ser feliz no hay que mirar nunca hacia atrás. Yo miro siempre hacia adelante; me importa este momento y el futuro, no le temo a la muerte, porque es solamente un cambio de ropaje». Con sus ojitos inteligentes y sus gestos fascinadores, reflexiona; «Soy un creyente; todas las religiones tienen cosas buenas. Quiero creer en los platos voladores y creo en la felicidad a través de la meditación».
Sus seguidores son algo menos confiados. Por eso, su lenguaje está especialmente escogido para convencer a ejecutivos norteamericanos, a comerciantes de lowa o a industriales de Connecticut: «La meditación trascendental —teoriza— sirve para sacar más provecho de las actividades cotidianas. Si un comerciante practica los ejercicios media hora por día tendrá una cara más alegre, se sentirá fuerte y dinámico. Seguramente, venderá más y mejor. Estoy con el progreso de la civilización y por el confort». Hace dos meses, en Londres, George Harrison confiaba a Primera Plana: «Maharishi es una especie de Dale Carnegie (Cómo ganar amigos) de la meditación». Quizá no se equivocaba.
Agradecemos al blog «Mágicas Ruinas» por rescatar esta segunda crónica del olvido.
Crónica 3: Una antigua técnica para combatir el “stress” – Lo trascendente de la meditación (Clarín, 18 de Diciembre 1978, pp. 18-19).
Doce millones de personas en Estados Unidos, apenas seis mil en Argentina, dedican diariamente unos pocos minutos a una actividad de antiguo cuño que, según sus acólitos es capaz de reciclar la energía interna y devolver las ganas de vivir al más desahuciado. Se trata de la “meditación trascendental” una técnica cuyo pope máximo es un barbado yogui llamado maharishi Maesh. Un redactor de Clarín provisto de seis flores, dos frutas y un pañuelo blanco, se sometió a la experiencia.
Con seis flores, dos frutas, y un pañuelo blanco el cronista llega a un quinto piso, por Viamonte al 900, sede de la Asociación Argentina de Meditación; lo recibe la instructora, señora Elida de Gastaldi: “¿Vino munido?” Entonces se abre el paquete mayor, y se perfilan seis claveles rosados; el paquete menor, y aparecen dos naranjas; la mano hacia el bolsillo de atrás y aparece el pañuelito blanco, sin bordados ni pelos; mientras desde una lámina en tecnicolor, con su mirada serena y su sabiduría de siglos, vigila o protege o curiosea el barbado yogui Maharishi Maesh. Sin embargo, la nota comenzó la noche anterior, en la redacción.
“La meditación trascendental es una técnica comprobada, es la técnica ideal para la era del tecnicismo, y puede aplicarla cualquier persona, sin ninguna discriminación de credo, raza o ideología”, había dicho la señora, de 66 años que no aparenta. La acompañaba el presidente de la institución pensante, el joven Jorge Bullrich, que obsequió al cronista un ejemplar de “TM. Descubrimiento de la energía interna y superación del stress”, redactado por Harold Bloomfeld, el doctor Michel Peter Gain, y Dennis Jaffe, editado por Grijalbo. Y al tiempo que entregaba otros materiales, pidió: “Por favor no escriban hasta no estar bien informados. No se enoje, pero hay mucha confusión, los periodistas mezclan todo”.
La preocupación de Bullrich es comprensible, sobre todo al lastimoso calor de los acontecimientos de Guyana, que incitan a despreciar cualquier creencia que se aparte de ciertos estrictos moldes. Y es comprensible porque, por lo general, algunos temas que irritan al resquebrajado racionalismo suelen ser introducidos en la amplia bolsa de la superstición. Y porque suelen apilarse adjetivos para condenar ciertos aspectos de una realidad que no se entiende , como si se los condenara por las dudas. “La meditación trascendental no es ninguna religión, no aspira a ser un culto, sólo es una técnica universal, utilísima para utilizar mejor el caudal de la energía interna”.
Meditación trascendental, es decir, meditación que trasciende, que va “más allá”, pero ¿de dónde?, ¿por qué? “Va más allá del nivel de conciencia de vigilia”, es decir, a través de niveles desconocidos pero no extraños, en busca de la fuente del pensamiento, ese depósito, manantial de energía caudalosa zona donde –según Maesh y sus seguidores- se nutre la Inteligencia Creativa.
“Los psicólogos dicen que utilizamos solo el 12 por ciento de nuestra energía mental” –dice la señora de Gastaldi- “La meditación trascendental nos permite una recuperación de esa fuerza, que está en nosotros pero que no utilizamos. En cuatro días se puede aprender a meditar, y con dos sesiones diarias, de quince minutos cada una, aseguramos progresos sorprendentes, mayor rendimiento en el trabajo, mas felicidad, ganas de vivir, si mejora la claridad de percepción, aumenta el grado de inteligencia, proporciona un profundo descanso” y otras maravillas.
Es obvio que el ritmo de vida de las grandes ciudades puede ser infernal; paralelamente al crecimiento de la tecnología aumentan las tensiones, el stress –desgaste excesivo que se impone al cuerpo, incapaz, por otra parte, de asimilar constantes cambios- muestra cruelmente su espectáculo. “Verse repetidamente expuestos a un exceso de stress sin tener el descanso suficiente, permite un proceso de deterioro que va minando todos los aspectos de una persona: aumenta su susceptibilidad para las enfermedades psicosomáticas, y se encuentra perturbada por una angustia inexplicable, frustración, sentimiento general de insatisfacción, de falta de objetivo”.
Y el trabajo se torna entonces como una necesidad puramente económica, como un castigo, y que fomenta la idea de que la vida es una lucha cruenta y dura. “Y no, con la meditación trascendental pronto se comprenderá que la vida es alegría, que vale la pena ser vivida, y de eso uno no se da cuenta porque está saturado. Y la saturación es como el sarro, el moho que nos envuelve, la monotonía, la rutina.”
El maharishi Maesh – que reside en Suiza, desde donde lidera las huestes internacionales contra la angustia y otros males – describe la mente como algo similar a un océano, donde las olas son solo una actividad superficial; el secreto entonces está abajo, en las profundidades, donde reina una espesa quietud.
En nuestro país hay solo seis mil personas que participan, es decir que practican esta técnica; en Estados Unidos – donde funciona MTU, Maharishi International University – más de doce millones. Seguidores que en sus casas o en el autobús o en una plaza, cierran los ojos y piensan su incomunicable mantra, un pensamiento para dejar de pensar. “El mantra es una vibración, una clave, una palabra sánscrita que para nosotros no quiere decir nada”, dice la señora de Gastaldi, que dispuesta a callar, porque para saber otros detalles el cronista tenia que “iniciarse”. “Venga mañana; usted no tiene que pagar nada, solo traer seis flores, dos frutas, y un pañuelo blanco”.
Y ahora, antes de entrar a la habitación de la ceremonia, la señora de Gastaldi dice: “Sáquese los zapatos”. Se obedece, en el ambiente flota una atmósfera de paz, de rito, de sosiego. Sobre una mesa, un retrato en colores, un moreno de barbas largas. “Es el gurú Dev, que murió en 1953, pero que le transfirió a maharishi la técnica milenaria, que se remonta a los antiguos Vedas”. Y acomoda en la mesa una pequeña canasta que contiene las flores, las naranjas, el pañuelo. “El Maestro vivía en las montañas, por el Himalaya, el discípulo le llevaba flores de regalo, y alimentos, por eso pedimos futas, y le llevaban ropa, por eso pedimos el pañuelo blanco”. Huele a sándalo, ella habla en sánscrito, moja en agua un clavel, canta, está también descalza. “Su mantra es …” dice, no olvidar que el mantra es incomunicable. “Ni lo escriba, ni lo pronuncie en voz alta, ni se lo diga a nadie”. Ahora lo invita a sentarse, “póngase cómodo, cierre despacio sus ojos, piense su mantra, si surge algún pensamiento no se preocupe, cuando se de cuenta retome naturalmente el mantra, sin esfuerzo, si quiere muévase, todo tiene que ser natural”, agrega, y uno siente que las tensiones se disuelven, terrones de nervioso azúcar …
Bonus track: Fragmentos de un librillo de 16 páginas publicado con el motivo de la tercer visita de Maharishi Mahesh Yogi a Buenos Aires, en 1975.
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