Bajamos del colectivo en medio de la ruta y caminamos por debajo de un puente hasta una agencia de remises. El escenario es igual a gran parte de esa zona del conurbano de Buenos Aires en donde las fronteras de la ciudad se pierden en el campo: los afiches de Scioli y Cristina, Massa Presidente, el campeonato amateur de box bonaerense, los recitales del circuito de la cumbia y de rock duro suburbano, un santuario perdido y mal cuidado del Gaucho Gil, dos iglesias pentecostales. Mientras el auto se aleja del centro, los campos sembrados con verduras y hortalizas de las familias bolivianas cambian el escenario. Largas calles de tierra, tranqueras y enormes jardines de invierno guardan las huertas que producen buena parte de las verduras que se consumen en Buenos Aires. Hasta aquí el conurbano bonaerense encarna esa imagen mas o menos estereotipada sobre la cultura popular contemporánea y la pequeña economía del agro periurbana.
Una hora de colectivo y quince minutos de remis es lo que se necesita para llegar de la plaza once a la finca del movimiento vaishnavista en la Provincia de Buenos Aires, una corriente del Bakhti Yoga, o el vínculo devocional, fundado en Nueva York durante la década de 1960 por el guru indio Bhaktivedanta Prabhupada. Esta corriente es parte del culto al dios Visnú (de quien Krishna es su octavo avantar) y sigue particularmente las enseñanzas del santo bengalí Chaitania Mahaprabhu (1486-1532), a quien sus seguidores consideraron encarnación de Krishna. Su doctrina principal se basa la devoción (bakhti), un amor tan fuerte que superaría todas las fronteras de naciones y castas.
En esa finca del conurbano se festeja Janmashtami, el nacimiento de Krishna en Mathura (India) hace nada más y nada menos que cinco mil años. La ceremonia se extiende durante la tarde del sábado esperando la medianoche, donde se inicia el día del advenimiento. Los devotos ayunan, cantan y dan sus oraciones para honrar el momento en que, según la mitología vaishnava, Krishna decidió ponerle fin a la tiranía de su tío Kamsa haciendo su aparición en este mundo para acercar a los hombres a una vida sin sufrimiento. El mito se recrea en cada aparición histórica de Krishna. La última fue hace quinientos años en Navadvipa, Bengala Occidental, en la persona de Chaitanya, quien propagó el mantra que caracteriza los movimientos krishnaistas hasta hoy: «Hare Krishna Hare Krishna, Krishna Krishna Hare Hare, Hare Rama Hare Rama, Rama Rama Hare Hare«. El mito no es solo un relato de los orígenes, sino un modelo ejemplar que tiene sentidos implícitos en la vida contemporánea de los devotos. Conforma una ética intramundana de santidad y devoción permanente que promueve vivir todos los días en la ética de Krishna.
El movimiento de fincas ecológicas esta inspirado en las enseñanzas de Paramadwaiti Swami, un discípulo alemán de Prabhupada y es una corriente del Bhakti Yoga paralela a la que tal vez sea la versión más conocida y popular: la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (ISKON por sus siglas en inglés). La finca funciona desde hace más de diez años y tiene un grupo estable que trabaja en la huerta, administra la producción y venta de verduras en la zona. En el centro de la ciudad también dan clases de yoga y venden productos y alimentos. Si bien muchos de los visitantes son miembros de la red de devotos de Buenos Aires también tienen un público de todo el país, Latinoamérica y Europa. Las fincas, esparcidas en más de veinte países, conforman una red transnacional y funcionan también como un espacio abierto que recibe visitantes interesados en la vida en la naturaleza, el yoga y la meditación, quienes pueden pasar allí unos días pagando una suma o como voluntarios de trabajo.
A diferencia de otros movimientos neo-hinduistas, como por ejemplo El Arte de Vivir, más cercanos a una lógica empresarial o a la cultura masiva, la devoción a Krishna recluta un perfil de las clases medias más austero y próximo a la contracultura. Es habitual que los devotos tengan inclinaciones artísticas y realicen actividades vinculadas a lo creativo. La música, la artesanía, la carpintería, la construcción o el dibujo son prácticas difundidas entre ellos. Por otro lado el estudio de los textos clásicos del hinduismo como de las enseñanzas de gurúes más recientes resulta muy importante.
Un cartel que dice ECO-YOGA nos da la bienvenida a la finca. «Hare Krishna, Hare bo!» Pronuncia una chica en jogging y se inclina levemente ante nosotros juntando la manos sobre su torso en forma de rezo. Entramos a la sala central de la finca ubicada junto a la cocina, un espacio con algunas mesas, libros y revistas sobre la conciencia Krishna y la importancia de la ayurveda. Hay documentales sobre el maltrato animal, la contaminación y CD´s: hardcore krishna, reggae krishna, música electrónica con mantras a Krishna. Los estantes están repletos de pequeños libros y revistas con las enseñanzas de Bhaktivedanta Prabhupada y Paramadwaiti Swami. Un gran mapa con la red de eco-aldeas muestra una trama de Centros de devoción a Krishna por todo el planeta. La cocina es, evidentemente, uno de los lugares más importantes de toda la finca y donde pasa buena parte de la vida social. A su alrededor pequeñas residencias albergan a quienes viven allí. Más lejos, otras construcciones de ladrillos, madera, adobe y botellas plásticas recicladas están destinadas para los invitados y los turistas. Todos en la finca son extremadamente amables, serviciales y atentos a las preguntas y dudas pero dedicados a sus cosas. Como si los visitantes fuésemos simplemente lo que somos: gente de paso.
Bakhta es un chico de poco más de veinte años que llegó a la finca hace seis meses desde Córdoba, donde estudiaba música. Interesado en algunas respuestas fundamentales sobre la vida pasó por algunos grupos esotéricos hasta dar con el movimiento vaishnavista, en donde siente que “se vive como piensa y se piensa como se vive”. Bakhta va a ser nuestro anfitrión por dos días. Nos explica como funciona la finca, nos muestra la huerta y las plantas perfumadas que se dejan crecer al lado de los huertos para proteger el cultivo de insectos y pájaros. Nos muestra una figura hecha con piedras blancas en medio de la huerta con forma de espiral: el ojo de Krishna. Nos muestra un gran recinto donde se practica yoga con dibujos impresos en las paredes. Nos enseña lo que tal vez sea el edificio más singular en kilómetros a la redonda: el Truli. Un alto edificio hecho de cemento con forma ovoide que funciona como templo. A su lado dos pequeñas casas de adobe y techo de paja unidas al Truli por un camino de piedra funcionan como recintos para almacenar elementos rituales como instrumentos y la ropa de los santos. La entrada del Truli tiene un zapatero hecho de cañas para descalzarse. Apenas se entra se observan detalles de decorados con vidrio en pedazos y grandes mosaicos de vidrio amurado a las paredes blancas con imágenes mitológicas. En uno de los lados y atrás de una cortina roja, un gran altar guarda un panteón de imágenes.
En la parte inferior del altar se exponen fotos de los gurúes y en el medio un busto en metal de Bhaktivedanta Prabhupada. Las primeras figuras parecen niños y representan la última encarnación de Krishna, la segunda figura es Madana-Mohana y se representa como un Shiva negro que toca una flauta. Al final Radha, la encarnación de Krishna como fuerza femenina. Abajo a la izquierda hay pequeñas representaciones metálicas del último Krishna encarnado. Todos son diferentes pero son el mismo dios. las imágenes se visten y desvisten todos los días, se les ponen ropas de dormir y de día, pero en Janmashtami son vestidas con ropas especiales y se decora todo el Templo con flores y guirnaldas.
La vida de la finca se pasa de la huerta a la cocina, donde la comida o prashmada (comida devocional) se prepara siguiendo normas rituales muy rigurosas. Para la fiesta de Krishna los devotos ayunan por veinticuatro horas, pero a nosotros nos reciben con alimentos devocionales, yoga devocional y una película sobre la importancia de despertar la conciencia. El yoga parecería semejante a cualquier práctica convencional. Sin embargo se practica en un ambiente perfumado con incienso y la instructora señala con firmeza la importancia de ofrecer a Krishna la práctica. Incluso, algunas posiciones toman la forma de una reverencia y encarnan en el cuerpo articulaciones cosmológicas más generales como alto y bajo, cielo y tierra o divino y mundano.
El sábado por la tarde nos avisan que comienza la ceremonia. El sonido de un gran caracol funciona como una trompeta que invita a los asistentes a entrar en el Truli. Entramos a través de una puerta con forma ovoide y nos sentamos en almohadones alrededor del altar. Algunos devotos tocan tambores horizontales, otros pequeños platillos de bronce y, en el centro, suenan las teclas del piano de un armonio de fuelle manual que hace vibrar el Truli. El mantra hare krishna se repite rápido, lento, suave, fuerte durante un buen rato. Entra el Swami, tiene algo más de treinta años, un gorro para el sol y la piel bronceada. Solo algunos utilizan las túnicas naranjas, pero muchos tienen colores fuertes. Las mujeres más devotas, que llaman “madres”, están vestidas con túnicas largas y la cabeza cubierta. La música se acelera y se intensifica, la piel se eriza y el mantra se canta cada vez más fuerte. Por un momento nos olvidamos donde estamos, puede ser India, puede ser Nueva York. Se hace silencio, de golpe. Se abre la cortina roja que cubre al altar.
Un gran cuenco se coloca frente al altar, adentro una piedra con dos ojos que representa a la «deidad» es colocada mientras se canta el mantra y la música suena fuerte. Primero el Swami la baña con un liquido especialmente preparado, luego invita a un visitante de ISKON a ser el segundo en pasar al frente. El mantra y la música se aceleran, se invita a todos a pasar uno en uno. El liquido se vierte sobre la «deidad» en un caracol y es ofrecido por tres devotas que se encargan de llenarlo cada vez que alguien se aproxima. Los devotos más experimentados besan el suelo frente al altar y lo bañan tres veces seguidas. Cuando todos ya han pasado al frente nos invitan a pasar a los visitantes, bañar a la «deidad» es propiciatorio y se espera que traiga un buen augurio.
Las figuras de los dioses, las guirnaldas y las flores parecen brillar intensamente. Se sigue cantando, el Swami y quien toca el armonio se sientan frente a los asistentes en un costado del altar. Hablan de los textos sagrados, de la historia de Krishna, de su nacimiento, de cómo Krishna juega en el mundo de los hombres.
La fiesta sigue hasta las doce. Algunos van a quedarse a dormir, otros se vuelven con sus familias. A las 21hs se va a dar prashmada para los que dejan el ayuno. Otro esperan hasta las doce. Se oye el sonido de los caracoles gigantes que suenan como trompetas.
Volvimos en un remise que nos llevó de vuelta a la ruta, y al colectivo que nos traía de nuevo a Buenos Aires. Viajamos con una de las participantes del Janmashtami. Vive en otra zona del conurbano donde se mezclan el suburbio y el campo. Se fue de Buenos Aires porque quería más naturaleza pero la vida está difícil, hay mucha violencia y a veces se le complica moverse. Viaja cuando puede a la finca pero no se pierde el cumpleaños de Krishna. Nos cuenta que en su zona se está reabriendo un nuevo Centro donde da clases de Bakhti Yoga y que espera que vaya más gente. Nos dice que durante años tuvo devotos al lado, una gran amiga y hasta un novio, pero siempre le pareció algo medio raro. Con el tiempo realmente descubrió que la devoción no es algo extraño, sino “gente común, gente como cualquier otra buscando ser un poco mejores”. Se baja rápido para alcanzar un colectivo donde va a viajar una hora, tomar otro colectivo y otro remis. Le ofrecemos pagar el viaje nosotros, se resiste, dice que siempre pagan entre todos. Sale rápido, se inclina con las manos juntas sobre el torso: Hare Krishna!
La celebración de Krishna y la finca no son un hecho aislado, sólo de un puñado de devotos. En realidad es parte de una red que enlaza a los devotos en una trama más amplia, que extiende sus aristas más allá de un movimiento religioso específico y que hace sinergia con modos de vida más extendidos.
En primer lugar, y lejos de los estereotipos sobre las prácticas estrictas y fuertes sistemas de normas, los principios de la devoción y el camino del amor a Krishna parece mucho más flexibles y en diálogo con la vida mundana de lo que se puede suponer. No muy diferente al de cualquier grupo religioso que vive su práctica intensamente pero adaptado a la vida contemporánea. Por otro lado, si bien reclutan redes amplias que no se insertan en un territorio específico, su emplazamiento incluye personas de localidades periféricas que no llegarían con la misma facilidad a Buenos Aires.
En segundo lugar, la finca es visitada tanto por devotos como por personas interesadas en la vida natural, algunas veces por personas con intereses espirituales cercanos a la Nueva Era y por turistas globales que hacen woofing (trabajo voluntario en granjas, el verbo en inglés proviene de World-Wide Opportunities on Organic Farms: WOOF). También es parte de una red de productos “orgánicos” y actividades “saludables” en la zona destinados a una vida más holista que no necesariamente comparten la devoción a Krishna. Los Hare Krishna, como los conocen los vecinos, tienen un lugar ganado en la zona. Si bien todavía algunos los ven con desconfianza y no faltan las imágenes estigmatizantes que los asocian con las “sectas”, muchas personas sensibles a la comida natural y la práctica del yoga frecuentan su espacio en el centro de la ciudad para tomar clases y, sobre todo, para adquirir productos orgánicos y elaboraciones “caseras”. Esos procesos matizan su estigma y entablan un diálogo en base a una matriz Nueva Era que tiene una fuerza significativa en las clases medias suburbanas y tal vez también incluso mucho más allá de ellas.
Las posibilidades de diálogo entra esa sensibilidad y manifestaciones intrínsecamente devocionales como el Bahkti Yoga suponen procesos más complejos. Sin embargo su presencia en esa zona del conurbano es sintomática de un movimiento que no por minoritario deja de ser significativo. Esa presencia es testimonio de una complejidad social, cultural y religiosa más amplia que la que las imágenes estereotipadas sobre el conurbano nos dan. Son tanto parte de la diversificación relativa del paisaje religioso del conurbano contemporáneo, como de la “nuevaerización” de sus sectores medios.
Deja una respuesta