El Papa en México: Apuntes a bocajarro por Hugo José Suárez (Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México)
El llamado mediático
Cuando vino Benedicto VI a México, en el 2012, fui convocado por algunos medios a que diga algo al respecto. No estaba acostumbrado a hacerlo, así que actué con mucha prudencia. Pero ahora con la llegada de Francisco varios periodistas se me vinieron encima. Quise quedar al margen porque, si bien soy un sociólogo de la religión, me dedico a entender a los creyentes, y no a sus líderes. Mi conocimiento de la institución eclesial y particularmente del papa es muy limitado, un poco más que el sentido común, pero nada más. Finalmente cedo ante las presiones y empiezo a hablar de algo que en realidad no sé. Entro, casi sin quererlo, en la lógica mediática.
Y empieza un recorrido por circuitos con los cuales tengo poco contacto. Esto acostumbrado a mi cubículo, mis clases, largas horas de discusión, de lectura, de encuentros con estudiantes y colegas, mucho tiempo en el teclado y en los cafés escribiendo y pensando. Mi rutina entra en paréntesis, y empiezo a vivir otro ritmo.
Me piden el número de mi celular que resguardo celosamente, me dicen que a tal hora debo estar listo para entrar “al aire”, que me tienen que poder llamar en domingo, cuando ellos lo requieran y tantas cosas más. Voy a la televisión, paso por los camarines para ser maquillado, me siento como cuando te preparan –física y psíquicamente- antes de una cirugía. Entro al set, las cosas van muy rápido, las ideas se ponen sobre la mesa y se diluyen con una facilidad notable, se dicen normalmente cuestiones de sentido común, las preguntas suelen ser muy similares y las respuestas obvias. No se puede volver a un tema tratado al principio, así haya quedado incompleto o esté equivocado desde mi punto de vista. Poco importa el contenido de lo que se dice, el lugar preponderante lo tiene la forma, todo debe ser ágil, preciso, regular. Entiendo tan bien la crítica que hacía Bourdieu a los “fast thinkers” y al mundo de la televisión. Queda claro que también tengo el gusto de participar con algunos colegas, también académicos, que le dan otro formato a la experiencia mediática con una intención mucho más pensada, y ahí mi participación es diferente, más cómoda.
Para poder decir algo con mayor sustento, los días siguientes empiezo a leer todo lo que hay en periódicos sobre la visita del Papa, veo la pobreza analítica de los periódicos y de la radio, y la verdad me siento con más seguridad para dar una palabra. Finalmente, en los medios todos dicen mucho y con una convicción que asombra teniendo un conocimiento normalmente muy superficial y limitado. Me sacudo de mi “saber hacer” académico y empiezo a decir cosas como si supiera del tema. Curioso, en pocos días empiezo a convertirme en “intelectual mediático”. A la vuelta de los días ya tengo un discurso armado, sé que me preguntarán y qué responder, hay pocas sorpresas. Incluso intento influir, dar mi opinión, interpreto los hechos a mi conveniencia buscando una posición política, buscando contribuir a un sentido común.
Quién viene, quién recibe
Ante de la llegada del Papa me parece fundamental hablar del México que visita Francisco y del tipo de Papa que es. Dos preguntas son las fundamentales: ¿cómo está México en términos religiosos hoy? ¿Qué tipo de autoridad eclesial llega el país? La tesis central es que se trata de una inflexión en el tipo de visitas papales tanto por el momento dramático del país que lo recibe y de la particularidad de su experiencia religiosa, y por el tipo de papa tan diferente respecto de sus dos predecesores.
Las características del campo religioso mexicano son:
1- Sociedad altamente religiosa, creyente y practicante. Los templos están llenos, los dioses están vivos, las fiestas están a la orden, los santos están en las calles.
2- México es un país diverso en términos religiosos. Desde hace 50 años que el número de personas que en los censos responden que son católicos va a la baja, llegando, en el 2010 a 83%. La diversidad está en el corazón de la experiencia religiosa.
3- La diversidad no es homogénea, si se la analiza territorialmente los estados del centro (Aguascalientes, Guanajuato, Zacatecas) son mucho más católicos que los del norte y, con mayor distancia, los del sur (como Chiapas). Asimismo, si se pone la atención en la variable etaria, se ve una notoria distancia entre los jóvenes y los adultos mayores. Las generaciones están muy diferenciadas respecto de su catolicismo.
4- Frente a la “crisis del monopolio de sentido” de las instituciones tradicionales de salvación (particularmente la iglesia católica), el creyente se convierte en la figura central de la experiencia religiosa, siendo él el responsable de la construcción de su propia fe apoyada, fundamentalmente, en su propia trayectoria y las experiencias vividas.
5- Esto le permite al creyente la mezcla de distintas matrices culturales de diversos orígenes, tan distantes unas de otras pero que adquieren sentido y coherencia en el relato de fe de cada quien.
Las características de la iglesia católica mexicana actual son:
1- Desde la reanudación de las relaciones Iglesia Estado en 1992, hay una sinergia entre mundo político y mundo católico. En cierto sentido (lo dicen varios autores) parte del catolicismo busca legitimidad en la sociedad a través de su cercanía con el poder político.
2- Esto ha llevado a, en lo global, una relación muy estrecha de las élites política y religiosa, una complacencia mutua y necesidad de legitimidad de ida y vuelta. Los obispos viven como buenos políticos, son parte de la élite económica y social del país.
3- Hay una distancia entre élites eclesiales y creyentes, en el sentido de que, retomando la reflexión anterior, son los fieles los que reinterpretan los mandatos religiosos a su antojo más allá de lo que diga el dogma católico. La religiosidad popular, que nunca necesitó de institución eclesial para reproducirse, es, en buena medida, la encargada de alimentar la fe y las prácticas religiosas.
4- Hay un notorio desfase entre mandatos doctrinales y prácticas de los creyentes, particularmente en:
a) Moral sexual. Temas como relaciones prematrimoniales, uso de anticonceptivos, matrimonios entre homosexuales, aborto, son ampliamente aceptados –con diferencias- entre los católicos.
b) Baja sistemática de sacramentos o servicios religiosos como eucaristía, matrimonio, bautizos (lo que no conlleva pérdida de la práctica de la oración, que es muy importante).
c) Reinterpretación de dogmas católicos: Dios deja de ser “padre-hijo-espíritu santo” y se convierte en “energía”; ruptura de dualidades como Dios-diablo o cielo- infierno, la gente cree más en Dios y en el cielo que en el diablo y el infierno (lo que denota pérdida de su necesidad y eficacia).
5- Libertad de los creyentes católicos de invención de sus creencias. Flexibilidad en sus maneras de creer, posibilidad de mezclar desde elementos que vienen de la cultura mediática (la “fuerza” de la Guerra de las Galaxias y los caballeros Jedi con el equinoccio o la carga de energía en lugares prehispánicos, todo cobijado en los protocolos de la religiosidad popular).
6- Catolicismo diverso que alberga polaridades extremas, incontrolables para las autoridades eclesiales y que van más allá de cualquier filtro.
Preparando motores
La visita del Papa, del 19 al 17 de febrero (2016) es distinta respecto de las anteriores. La de Juan Pablo II estuvo marcada por una pulcra recepción de Estado, el presidente López Portillo le dijo “lo dejo con la feligresía”, y la preocupación central del pontífice fue intervenir en el CELAM de Puebla 79, batalla al interior del clero. Luego México se convirtió en una punta de lanza de su evangelización hacia A.L. En cada visita se esforzó en hacer de él mismo una imagen divina con amplia difusión de masas y controlar a los obispos que tenían influencia de la teología de la liberación (marginarlos, cerrar centros de teología, etc.). En su pontificado se restablecieron las relaciones iglesia-estado (en 1992), lo que construyó un matrimonio entre poder e iglesia retroalimentándose en miras de capitalizar legitimidades y programas frente a la sociedad. La línea vaticana fue armónicamente correspondida por la línea del clero local sin importantes desencuentros; los operadores políticos fueron eficientes; el primer nuncio apostólico en México Girolamo Prigione, el Cardenal Norberto Rivera y muchos otros que se encargaron de controlar al clero y endulzar el vínculo con el Estado.
Por eso la visita de Francisco es distinta en dos direcciones, por un lado él mismo representa un quiebre respecto de sus predecesores, y por otro lado, la sociedad, la política y el campo religioso mexicano ya no son los mismos. México se encuentra, a la hora de recibir a Bergoglio, destrozado hasta sus entrañas, dolido, violento, sangrante. Además, el pacto político religioso local ya se agotó en su eficacia, ni clero ni el mundo político tienen el control y la influencia de hace tres décadas.
La agenda de la visita papal es, de entrada, una provocación. La retórica inicial utiliza términos que en otro momento serían impensables: el lema es “Misionero de misericordia y paz”; entendiendo por misionero “salir al encuentro de todos, especialmente de los más necesitados”. En la página web se afirma con claridad: “El papa de la Iglesia Pobre y para los pobres” (www.papafranciscoenmexico.org). Los lugares que visitará son emblemáticos: Ecatepec, el municipio más pobre, con índices de violencia y descomposición muy elevados, el más inseguro de todo el país, donde empezó la evangelización en el siglo XVI; Chiapas, donde Fray Bartolomé de las Casas denunció los abusos a los indígenas y Samuel Ruiz emprendió uno de las pastorales indígenas más lúcidas en toda América Latina; Michoacán, donde el crimen organizado ha tomado varias localidades; Ciudad Juárez, lugar de migración, tránsito y feminicidios. También tiene la agenda política, social y pastoral; estará en la Catedral, en Palacio Nacional, en la Basílica de Guadalupe, etc.
Dichos y hechos
La llegada al Hangar Presidencial el 12 de febrero fue organizada por presidencia, con el toque de telenovela propio del estilo Peña Nieto y sus aliados de Televisa. Lo recibe el protocolo propio; a un costado, los cantantes de la farándula televisiva le cantan una canción cursi que no tiene nada que ver con los mensajes de Francisco. Todos de blanco, alzan sus voces al cielo; la primera dama se confunde con el pontífice, camina a su lado con un traje color hueso, un poco más oscuro que el del invitado. Un charro con sombrero mexicano le da el toque folklórico necesario. Todo está clínicamente pensado, cada cosa en su lugar, salvo la muceta del papa que el viento caprichoso se empeña en levantar batallando con su guardaespaldas que la devuelve a su lugar con insistencia.
Al día siguiente, el Palacio Nacional recibe por primera vez a un papa. El presidente da un discurso muy en el tono de lo que Francisco viene repitiendo por todo el mundo. Habla de la desigualdad económica, de la distancia digital, de la migración, de la ecología, de la globalización y apela a la solidaridad. Al escucharlo, uno se olvida que él es el presidente de un país que está exactamente en sentido contrario, con una violencia galopante, individualismo militante, donde manda el mercado, el narcotráfico, la corrupción y el autoritarismo. En un evento oficial, Peña Nieto dice que la visita del Obispo de Roma “trasciende el encuentro entre dos estados, se trata de un encuentro de un pueblo con su fe”. Y remata afirmando que en este país todos somos Guadalupanos, y que Francisco tiene un lugar en el corazón de los mexicanos. Peña deja de ser presidente y se convierte en un representante de los creyentes, deja al margen al 20% de la población que, de acuerdo a censos, no se dice católica.
El papa es mucho más lúcido. Empieza reafirmando que México es un “pueblo rico en culturas, historia y diversidad”, que “sus culturas indígenas, mestizas y criollas le dan una identidad propia y que le posibilita una riqueza cultural”. Pone en el centro la “sabiduría ancestral”, la multiculturalidad y la diversidad. Luego hace una denuncia que bien podría estar en boca de un profesor de marxismo en cualquier universidad latinoamericana: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la violencia…”. El problema de México, parece sugerir el pontífice, está en el desorden económico y social, en la incorrecta distribución de los recursos que favorece los males que hoy nos aquejan. Y vuelve al ataque afirmando que todos –autoridades y sociedad- debemos procurar la “gran causa del hombre” que es la “Civilización del amor” con “una política auténticamente humana y una sociedad en la que nadie se siente a víctima del descarte”.
Al fondo, los murales de Diego Rivera vigilan al estado laico rifado por Peña Nieto; la iglesia encandilada con el poder retratada por el muralista, todavía se refleja en la mayoría de la jerarquía eclesial presente en el acto. Al final del discurso las autoridades se abalanzan al hombre de blanco, algunos gobernantes le besan el anillo, otros lo quieren abrazar, les ponen a sus hijos al alcance de su boca para que los pueda besar. Todos quieren una foto como si fueran fans de una estrella de rock.
El discurso en la Catedral es fundamental. Nunca antes los obispos habían escuchado tales regaños, nunca se había visto tan pornográficamente la distancia entre el clero local y su máximo líder. Tal vez este es el discurso más incendiario, Francisco habla a los suyos, a sus cardenales y obispos, no perdona una. Les dice que los obispos tienen que tener una mirada limpia, un alma transparente, que la Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Les pide que desciendan con su gente, que se inclinen antes los pobres, que no se dejen corromper por el materialismo, que no pierdan tiempo en cosas secundarias, que no se vendan por unas monedas, que no se monten a la gloria de los faraones de turno. Los impulsa a enfrentar al narcotráfico, que no se comprometan con causas genéricas o abstractas sino que encuentren al Dios de rostro humano. La Iglesia, insiste el pontífice, no necesita de príncipes, sino de testigos; el protagonista de la salvación es el mendigo, sean pequeños, no se necesitan respuestas viejas a nuevas demandas. “Ay de ustedes” advierte Francisco, y sus palabras resuenan en un público acostumbrado a los privilegios de una iglesia cercana al poder y al dinero, un clero que, de cumplir con los mandatos de su líder, tendría que hacer un giro tan grande que sería irreconocible.
Pero la nota de color fue cuando en la tarde en la Basílica de Guadalupe, el presidente Peña Nieto comulgó frente a cámaras. Ya había anunciado que iba a participar del evento “a título personal”, quedando poco claro qué significa “título personal” para un presidente. Por supuesto que su presencia no se diluyó entre los miles de fieles, apareciendo en pantalla en varias ocasiones. Según algunos analistas, el tiempo de su presencia en la eucaristía, y particularmente cuando estaba recibiendo la hostia, México se quedó sin máxima autoridad, pues el ciudadano Enrique Peña ejercía su libertad de culto a costa de renunciar a su envestidura política.
Al día siguiente se lleva a cabo el encuentro masivo del papa con más de 300 mil personas, en Ecatepec, municipio marcado por la violencia y la inseguridad. Nuevamente el papa es radical, denuncia la riqueza como el resultado de adueñarse de bienes que son para todos, lo que equivale a robarse el sudor del otro o su vida. Parece que estuviera escuchando a un antiguo y conocido profesor de filosofía de la liberación cuando explicaba que la explotación era quitarle vida al trabajador. No hay necesidad de migrar para soñar, de ser explotado para trabajar; denuncia la vanidad y el orgullo. Sabemos lo que es ser seducidos por el dinero, la fama y el poder, concluye el papa, no sin antes hacer repetir a todo el público: “tú eres mi Dios y en ti confío”.
En San Cristóbal sucedió acaso el encuentro más intenso de la visita papal. En su discurso, evoca pasajes bíblicos y del Popol Vuh. Retoma tres aspectos recurrentes: la fortaleza de los pueblos indígenas, la injusticia que han sufrido y el constante desprecio y desvalorización, y el cuidado ambiental, tema en el cual los pueblos indígenas “tienen mucho qué enseñarnos, que enseñar a la humanidad”. Lo más significativo es que pide perdón en nombre de la Iglesia: “qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir perdón”.
Pero en Chiapas lo que más llama la atención no es lo dicho por Francisco sino lo que vio. El evento lleno de colores, de violines, marimba, música tradicional, eucaristía celebrada en cinco idiomas, muestran el trabajo del obispo Samuel Ruiz desde hace varias décadas. Se trata de una reivindicación de aquel trabajo del obispo marginado del clero mexicano, acusado por Vaticano y arrinconado por la jerarquía local. Entre los cantos y los rezos, se puede ver el fruto del trabajo pastoral, una iglesia indígena que nada tiene que ver con lo que se vivió en la Catedral ni con lo que se verá en otros lugares. Le toca presenciar cómo los indígenas bailan y rezan a la vez (alguien dice: “también oramos con nuestro cuerpo, se suplica no aplaudir al final”). Le regalan una Biblia traducida en lenguas indígenas. En varios momentos los organizadores le dicen: “aunque muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos”, “Gracias por aceptar el diaconado permanente indígena, con su propia cultura, con sus propios signos, de cada uno de los pueblos, de hombres y mujeres indígenas, por haber aprobado la liturgia en nuestros idiomas”; “Viva Tatic Samuel que puso la Biblia en manos del pueblo pobre”; “Francisco, amigo, los indios están contigo”.
En un coro multitudinario, se escucha a unísono: “Queremos un papa al lado de los pobres”. Recuerdo ese eslogan cuando los fieles gritaban “queremos obispos al lado de los pobres” frente al féretro de Sergio Méndez Arceo en 1992, que era un llamado desesperado de un pueblo abandonado por sus pastores que lloraban la partida de uno de los últimos obispos que habían hecho suya la opción por los pobres.
En la catedral chiapaneca, el papa se inclina frente a la tumba de Samuel Ruiz, ante su obra, y le devuelve un lugar en la historia de la iglesia latinoamericana. En Chiapas importa menos lo que el papa dijo que lo que se le dijo.
En Morelia Francisco empieza diciendo a los jóvenes: “no todo está perdido”. Los exhorta a no perder la capacidad de soñar, les pide que se alejen del narcotráfico, de la búsqueda de cosas materiales, les dice que ellos son la riqueza, la esperanza y que tienen dignidad, dignidad que no deben perderla. En un momento afirma: “no se dejen excluir, no se dejen desvalorizar, no se dejen tratar como mercancía”. Pero nuevamente lo más importante no es la fiesta y el tono juvenil de sus palabras; lo que marca la diferencia es que, los miles jóvenes y agentes pastorales reunidos en el estadio empiezan la cuenta ascendente desde uno hasta 43, evocando los jóvenes ausentes de Ayotzinapa, desaparecidos precisamente porque no se dejaron excluir, desvalorizar, ni tratar como mercancía; jóvenes que, antes que el propio papa lo dijera, lucharon por su dignidad arriesgándolo todo, los jóvenes a cuyos padres Francisco no quiso recibir. Quedará para la historia ese grito de miles de personas contando al unísono a sus desaparecidos, a los rostros más visibles de la violencia, rostros que, en el fondo, le dan sentido a las palabras del pontífice, y a quienes él les dio la espalda.
El último día de su estancia, el Papa participa de un nuevo acto en Ciudad Juárez y pide “no más muerte ni explotación”, evocando la dramática realidad de la frontera. Dice: “El lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien común. Y cuando el bien común es forzado para estar al servicio del lucro y el capital, la única ganancia posible, eso se llama exclusión.” Su voz es escuchada en ambos lados del Río Bravo, miles de latinos escuchan a su papa en El Paso, Texas. En la eucaristía menciona a la Virgen de Guadalupe (“México no se entiende sin ella”) y evoca las muchas “luces que alumbran esperanzas”. “México es una sorpresa” dice mientras los gritos y aplausos inundan el ambiente.
Y se fue como vino
Luego de 120 horas y 45 minutos de estancia en México, 295.7 kilómetros recorridos en Papamóvil en 28 desplazamientos, 5 viajes en avión, 4 traslados en helicóptero, 6 discursos en encuentros y actos oficiales y 6 eucaristías, 18.944 palabras pronunciadas (Reforma 21/02/16), Francisco empieza su retorno. Mientras camina por la alfombra roja hacia la aeronave, los niños saltan la seguridad y se le abalanzan. Claro no son los niños de la colonia Guerrero que viven entre las cloacas de la ciudad de México, son los hijos de altas autoridades que pasaron por cuidadosos filtros para poder tener un lugar cerca del hombre de blanco, niños “domesticados” y asegurados que no le harán ningún daño. Los privilegiados, los poderosos, todos aquellos que fueron vapuleados los días anteriores por el papa que hoy están ahí como si nada hubiera pasado. En los últimos minutos, cuando protocolarmente las autoridades se despiden uno a uno dándole la mano, la procuradora Arely Gómez se acerca con una medalla y, aprovechando su cercanía, le pide que la bendiga. Seguramente el de nominativo de “egoísta” que Francisco dijo a la persona que el día anterior quiso acercársele a costa de hacerlo tropezar, le hubiera quedado mejor a la licenciada Gómez.
Se cierra el ciclo
Nuevamente los medios preguntan casi en una sola voz: ¿qué nos dejó el Papa? La respuesta del sentido común es “un mensaje de paz y amor”. Pero yo apunto dos temas. Primero la insistencia en la relación causal entre desigualdad e injusticia (económica y social) y la emergencia de la violencia y el narcotráfico. Dicho de otro modo, si México sería un país más equitativo –o se encaminaría en esa dirección- resolvería sus grandes problemas sociales. La solución, dice el pontífice es una política de desarrollo, aquí en la tierra, que conduzca en sentido contrario de donde hoy estamos apuntando. Segundo, la promoción de un estilo de vida fuera de las delicias del poder y la élite –que, entre paréntesis, fue la que tuvo más cámara y cercanía al papa en estos días-, actuar desde la sencillez, vivir mesuradamente, no construir una sociedad cuya máxima aspiración sea tener más y seguir los patrones de consumo de la clase alta.
Pero en el fondo creo que la pregunta correcta es qué se llevó Francisco, y me quedo con la demostración de fortaleza cultural en San Cristóbal y la ausencia del dolor de Ayotzinapa en sus múltiples declaraciones. Me deja un enorme vacío que las palabras “desaparecidos”, “feminicidios”, “pederastia”, no hayan sido nunca pronunciadas.
En la radio, en la mañana del día que el pontífice toma el avión, Don Epifanio, un padre de los 43 desaparecidos, se queja en una radio de poca audiencia por no haber sido recibidos. Dice que les ofrecieron tres sillas en la misa de Ciudad Juárez, pero “somos 43 padres, no sólo 3”. En su lenguaje popular, doliente, víctima, fiel retrato de la injusticia que denunció Francisco los últimos días, Epifanio –cuyo nombre tiene que ver con “manifestación, aparición, revelación”- demuestra que los pobres mexicanos tienen esperanza más allá del propio catolicismo: “con él o sin él, la lucha sigue”.
Y a mí, ¿qué me deja la vista de Francisco? Un paréntesis en mis tareas cotidianas, ausencia en casa reclamada vehementemente por mis hijas, poco tiempo para leer, pensar y escribir, una necesidad de estar prendido a la televisión y a los periódicos para saber qué dicen los demás, comentarios de mi vecina, mi secretaria y algún cliente en un café que se me acerca y me dice “lo vi en la tele, estuvo muy bien”. Comprendo mejor la lógica mediática, la urgencia por decir algo, la obligación de una palabra aunque no tenga nada qué decir. Ya conozco los códigos, ya puedo hablar sin pensar, simular que estoy diciendo algo interesante, quedar bien sólo por la manera cómo se lo dice. Mi celular suena un par de veces más, alguien todavía pide mi opinión, pero queda claro que mis cinco minutos de fama ya pasaron. Habrá que esperar la próxima visita papal para volver a tener los reflectores a la orden y los micrófonos persiguiendo las palabras.
Excelente y variado retrato de aquellos días, con todos sus contrastes.
[…] Suárez, Hugo José. 2016. El Papa en México: Apuntes a bocajarro. Blog DIVERSA. Disponible en http://www.diversidadreligiosa.com.ar/blog/el-papa-francisco-en-mexico-1/ […]