El racismo y las tentativas de criminalizar las prácticas de sacrificios rituales de animales

Artista: Carybé

 

A fines de marzo, el Supremo Tribunal Federal de Brasil (equivalente a nuestra Corte Suprema) votó por unanimidad que el sacrificio de animales en rituales religiosos estaba amparado por la constitución. La medida despertó elogios, pero también suscitó debates. Colocamos las opiniones de dos antropólogos brasileros al respecto.

por Marcio Goldman y Clara Flaksman  (Universidade Federal do Rio de Janeiro)

Hay ocasiones en que es muy difícil saber dónde se encuentra la tenue frontera que separa a la simple ignorancia de la mala fe. En el caso del periodismo, aun cuando sea de opinión, se espera de aquellos cuyo objetivo es informar que, antes de eso, se informen: estudien, lean, conversen con personas que entiendan un poco más del asunto en cuestión que ellos mismos.

En el caso de las prácticas sacrificiales de las religiones de matriz africana en Brasil, hay un conjunto de aparentes mal entendidos que, de tanto perdurar, pueden y deben ser nombrados con una terminología más adecuada. Se trata, simplemente, de un capítulo más de un racismo secular que siempre embistió contra estas religiones de todas las formas concebibles. La decisión del Supremo Tribunal Federal del pasado 28 de marzo, decidiendo por unanimidad por la constitucionalidad de esas prácticas, podía hacer pensar que, finalmente, un freno había sido aplicado a esa campaña racista.

Pero no es esto lo que se puede observar, con la multiplicación de decepciones y lamentos de quienes no se consideran contemplados por la decisión, expresada en diversos artículos publicados en los últimos días. No es difícil percibir que esa campaña -y esta quizás sea su única y relativa «novedad» – se da a partir de dos frentes: el primero, más previsible, liderado por algunos segmentos neopentecostales; el segundo, ya no tan previsible, comandado por defensores de los derechos de los animales y por ambientalistas

El primer frente está centrado en una disputa propiamente cosmológica y tiene principios fácilmente perceptibles: supone que las religiones de matriz africana están equivocadas porque creen en y cultúan seres maléficos que, erróneamente, consideran benéficos. En relación a esa perspectiva, basta evocar la Constitución Brasileña y los principios de separación entre Estado y religión y libertad religiosa, refrendados por la última decisión del STF.

En el otro caso, lo que no deja de ser evidente, bajo el legítimo discurso de defensa de los derechos de los animales, es la «certeza» de que las prácticas sacrificiales de las religiones de matriz africana son «falsas». No en el sentido conservador de que se dirigirían a seres con los que no deberíamos tener relaciones, sino en el sentido moderno de que se dirigen a la nada misma. Serían frutos de la ilusión, más que del error.

Así, con supuesta bondad y mucha tolerancia, se pregunta por qué no podemos (o mejor, por qué «ellos no pueden») simplemente substituir al animal por algo que lo simbolice? Si yo («blanco, occidental, civilizado») sé que nada de eso existe, ¿por qué ustedes («negros, bárbaros, atrasados») no pueden simplemente abrir sus ojos y ver que, ya que todo eso es una ilusión?. Entonces sería lo mismo ofrecer a sus dioses imaginarios aquello de lo que siempre se alimentaron, desde mucho antes de ser traídos a la fuerza para Brasil, o sólo flores o un buey de madera o tejido. Sólo eso explica por qué la crítica al «antropocentrismo», tan frecuentemente invocada en esta discusión, no se extiende al menosprecio por los seres espirituales, que, al lado de los humanos, animales, vegetales y minerales, también componen el cosmos para los practicantes de estas religiones .

En esa dirección, es muy fácil no concentrar los ataques sobre el eslabón más fuerte de esa cadena, la industria alimenticia, cuya barbarie (esa sí) sería un blanco obviamente mucho más poderoso y difícil de alcanzar que las religiones de matriz africana. Todo bien, por lo tanto, con el pavo de Navidad, que, se dice, al menos sirve para alimentar a personas realmente existentes. Se ignora de ese modo (o, como decíamos al principio, se finge ignorar) el hecho más que conocido de que la carne de los animales sacrificados es siempre servida en comidas durante las ceremonias; se ignora también, lo que quizás sea aún más grave, lo que los practicantes de esas religiones no cesan de repetir: que los sacrificios tienen que ser rápidos e indoloros y que si el animal demuestra resistencia al proceso debe ser liberado bajo pena de terribles consecuencias para las personas y el mundo.

Es por todo esto y mucho más que la única conclusión a la que podemos llegar es que se trata aquí de prejuicio y racismo. Como suele suceder con excesiva frecuencia en el caso brasileño, este prejuicio y este racismo no son explícitos y funcionan sin mencionar colores y razas, siempre sustituidas por pseudo universales – en este caso, los loables ideales de respeto a los derechos de los animales y a la naturaleza.

Publicado originalmente en portugués en la revista Epoca.

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Marcio Goldman y Clara Flaksman

Marcio Goldman y Clara Flaksman

Marcio Goldman es profesor titular de antropologia del PPGAS/Museu Nacional de la Universidade Federal do Rio de Janeiro y Clara Flaksman es post-doctoranda en la misma institución.
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