por Damián Setton y Joaquín Algranti (CEIL/CONICET)
La espiritualidad recrea una acepción particular de lo inclasificable -de su elogio o impugnación-, pero relativa estrictamente a las cuestiones sagradas. De acuerdo al argumento del último capítulo (de nuestro libro «Clasificaciones Imperfectas: Sociología de los Mundos Religiosos»), podemos reconocer que la crítica a las categorías y al hecho de categorizar, es decir, la ruptura sistemática con las grillas que dividen las vivencias en compartimentos estancos moralmente sancionados, no es exclusiva de los mundos religiosos sino que surge en distintos órdenes sociales (en el arte, la política, las relaciones de género o la etnicidad entre otros); órdenes cuya característica común reside en la producción activa de diferente clase de bienes simbólicos y sistemas de representaciones.
La inclasificación produce definiciones desmarcadas de lo real y ellas poseen una eficacia propia que es preciso comprender en su capacidad para renombrar el campo de experiencias en el que se desarrollan. La desmarcación se expresa a veces por la ausencia deliberada de marcas, referencias y señales fuertes, es decir, por el rechazo explícito a los rótulos que designan a las religiones (catolicismo, judaísmo, islam, etc.). Otras veces, se manifiesta por una sobreexposición de marcas que llegan a saturar la espiritualidad con todo tipo de remisiones. Desde este punto de vista, lo espiritual puede ser encontrado en dominios diversos como el arte (sea en la producción como en la contemplación), el activismo político, en los vínculos con otras personas o seres vivos, incluso en prácticas ordinarias que a primera vista no tendrían relación con esta forma singular de experiencia. En ambos casos, el potencial expresivo de la espiritualidad radica, paradójicamente, tanto en las posibilidades de distanciamiento respecto a los rótulos y etiquetas propios a la categoría de religión, como en la capacidad para generar interpretaciones omnicomprensivas.
Uno de los modos posibles de habitar el espacio de producción de lo sagrado a través del marco de la espiritualidad es relativizando, si no es que negando, categorías ordinarias de identificación religiosa. Estas etiquetas resultarían restrictivas respecto a una experiencia que las trasciende y, en un punto, las equipara[1]. Pero la desmarcación no concierne sólo a las tradiciones o sistemas religiosos. También supone un cuestionamiento extendido de las fronteras que dividen, por ejemplo, lo sagrado de lo psicológico, lo biomédico, el espacio público, el fútbol o la vivencia cotidiana, en definitiva, un cuestionamiento a las fronteras entre lo sagrado y lo secular[2]. No existe, en principio, ámbito de la vida completamente exento de la crítica de sus axiomas, ni de una potencial espiritualización de sus fundamentos.
Ahora bien, el modo en que se construye lo espiritual, en tanto expresión situada de una corriente más amplia de desmarcamiento reconoce, por un lado, aspectos particulares relacionados con las apropiaciones biográficas de cada persona y las características del medio social contra el cual reacciona[3]. Y, por otro lado, presenta rasgos generales que dotan a esta perspectiva de una cierta uniformidad cultural. En este sentido, es posible reconocer seis vectores dominantes que, de acuerdo a nuestro trabajo de campo, tienden a ordenar el horizonte móvil de prácticas y representaciones relativas a la inclasificación.
(a) El primero consiste en la actividad simultáneamente política, intelectual y estética de ruptura con las taxonomías del grupo o de la tradición cultural de referencia. La desobediencia, también la incorrección, son posturas que afirman el valor social de la negatividad en su faceta tal vez más creativa o, por el contrario, en sus versiones más apáticas. En cualquier caso el ejercicio de la crítica ocupa un lugar central.
(b) El segundo refiere a la desnaturalización y tal vez el distanciamiento respecto a las formas de autoridad que sostienen, resguardan y corrigen los sistemas de clasificaciones legítimos. La controversia con los modelos establecidos puede ocurrir dentro o fuera de los ordenamientos institucionales en disputa. Los agentes de clasificación -el Estado, las leyes y la justicia, las federaciones de iglesias, la biomedicina o los medios de comunicación, por nombrar ejemplos variados-, pueden ser objetivados en su carácter arbitrario y contingente.
(c) El tercero plantea el elogio de la desmarcación asociado a nociones tales como la creatividad, la autonomía, la autenticidad, la afirmación del individuo frente a los sentidos dominantes y sus esquematismos. Esta actitud supone también, subrepticiamente, una pauta de superioridad respecto a aquellos que responden al común denominador de las tradiciones que los representan (“nosotros no hacemos lo que hace la mayoría de las personas”).
(d) El cuarto apunta al potencial clasificador de lo inclasificable, esto es, el esfuerzo por instituir nuevas definiciones, nuevas codificaciones y maneras de pensar, entender, nombrar y sentir a las experiencias que se afirman en oposición a las categorías existentes. A medida que ellas se afianzan, desarrollan también un conjunto integrado de normas, sanciones y límites en torno a las conductas legítimas, institucionalizando formas de clasificación que impactan en el desenvolvimiento de los espacios de la vida cotidiana, el ámbito laboral, etc.
(e) El quinto describe las variadas modalidades de sociabilidad, así como los medios culturales que reconocen, celebran, jerarquizan e incluso transforman en mandato la construcción de lo inclasificable, muchas veces vinculado a la máxima de “ser uno mismo”. Numerosos universos de sentido, distintos de la religión, producen efectivamente discursos contestatarios de las etiquetas. En ellos se apela, por ejemplo, a la ciudadanía y a la república, o también al término más general de “gente” o “vecinos”, por encima de las divisiones partidarias. Se invoca a la fusión de distintos géneros musicales, disciplinas artísticas e intelectuales, a la mezcla de la política con la cultura de masas[4], así como a una comprensión de la sexualidad y del amor sin rótulos ni distinciones de género.
(f) el sexto vector identifica las funciones determinantes que realizan los núcleos duros y las periferias en el trabajo de reformulación de los sistemas de clasificaciones y los marcos de referencia que construyen los proyectos institucionales. Los puntos de partida son diferentes. Mientras que las posiciones nucleares, en toda la compleja variedad de sus formas de liderazgos, intentan reproducir o ampliar sus condiciones de existencia haciendo un uso estratégico del discurso de la inclasificación, es probable que las posiciones periféricas busquen, en los mismos enunciados, los argumentos para afirmarse en su manera sui generis de relacionarse con las definiciones dominantes de la realidad que comprende un grupo o una tradición.
Los vectores señalados no tienen otro objetivo más que explicitar, analíticamente, la complejidad que envuelve al problema de la clasificación-inclasificación, así como su carácter trasversal, es decir, común a distintos mundos. Este problema funciona a la manera de un meta-discurso que se ubica por encima o más allá de las categorías (religiosas, políticas, sexuales, etc.) con las que discute, sin constituir una epistemología sistemática, sino más bien una comprensión sobre la realidad, producto de la experiencia.
A los fines de la introducción, es importante anticipar una clave de análisis de nuestro trabajo. Lo inclasificable-espiritual no es un asunto estrictamente biográfico, sino que también puede expresar complejos procesos institucionales y comunitarios de afirmación de las lógicas de autoridad existentes, las jerarquías, los sistemas de pensamiento y acción sobre el que se construyen las organizaciones. El sentido que aquí le damos a lo espiritual no tiene relación con nada parecido a la liberación definitiva de las supuestas “ataduras institucionales”. De hecho, este discurso condensa, muchas veces, nuevas y más exigentes formas de mandato, deberes éticos que coaccionan la experiencia del creyente en su vida cotidiana. Un ethos de la pureza del espíritu, que es también una técnica de profilaxis frente al mundo, sus amenazas y posibilidades de contaminación, bien puede regular las rutinas mínimas de las personas -las fórmulas de cortesía, los ritos de interacción, la dieta, la sexualidad, el trabajo y el ocio- sin recurrir necesariamente a los espacios colectivos de encuentro, a las sociabilidades de iglesia o a los cultos. El discurso de lo espiritual-inclasificable, dependiendo de cómo se vincule con otras esferas del mundo social, puede conducir tanto a una impugnación de las jerarquías como a su naturalización[5].
En definitiva, no hay un sentido unívoco para este fenómeno, por eso es necesario explorarlo empíricamente a través del modo en que se habitan los espacios de producción de lo sagrado, como veremos en el próximo capítulo. Pero antes, nos proponemos reconstruir un conjunto acotado de tópicos y debates relativos al concepto de espiritualidad en las ciencias sociales de la religión. Nuestra meta no es la sistematización exhaustiva de un estado del arte, emulando una conversación de especialistas para especialistas, sino una reflexión epistemológica de carácter introductorio que aborda este tema desde el enfoque de la inclasificación.
Este texto es parte del libro «Clasificaciones Imperfectas: Sociología de los Mundos Religiosos«, editado recientemente por Biblos.
Las ilustraciones pertenecen a Hilma Af Klint (1862-1944), recientemente reconocida como una pionera del arte abstracto. La obra de esta artista sueca intenta reflejar sus inquietudes espirituales influenciadas por la Teosofía.
[1] La producción de vínculos entre budismo zen y catolicismo ofrece un escenario para el análisis de estas cuestiones. Aquí, no se trata de la puesta en escena de estrategias de descategorización. En efecto, los individuos que participan en espacios de producción de la simbiosis entre budismo zen y catolicismo se siguen identificando como católicos, pero consideran al budismo como un camino que los lleva a descubrir una dimensión más profunda de su propia fe. Pero la persistencia de las identificaciones religiosas va de la mano de la realización de prácticas que ponen de manifiesto la porosidad de las fronteras entre ambos universos simbólicos. Sobre este tema ver Puglisi y Carini (2017). En este sentido, para McGuire (2008: 186), la mezcla y combinación de creencias representa la norma, dentro del paisaje religioso contemporáneo, más que la excepción.
[2] Remitimos a los trabajos de Nicolás Viotti (2010), quien da cuenta de cómo la práctica de un catolicismo espiritual supone tanto simbiosis como amalgamas con otros lenguajes como el budismo, el nativismo americano, el lenguaje ecológico referido a la naturaleza y la psicología, a la vez que ese tipo de catolicismo se configura a sí mismo en oposición a otro racionalizado y secular al que define como “tibio”. El código holista en el que se inscriben estas prácticas, pone en cuestión la distinciones binarias, desembocando en modos de reinstitucionalización de los vínculos entre lo sagrado y lo biomédico (Bordes y Saizar, 2018; Saizar, 2019; Scuro, 2019; Toniol, 2015). El dossier de la Revista Religião & Sociedade (2020) que tematiza a la noción de espiritualidades en las ciencias sociales ofrece un conjunto sugerente de reflexiones tanto teóricas como empíricas sobre la genealogías, las aplicaciones y límites de este concepto.
[3] Este último representa un entramado de relaciones semi-estructuradas, con sus propias instituciones y reglas generativas, con su forma histórica de resolver o valorar el problema de la descategorización.
[4] La comparación de Mauricio Macri con Batman, por parte de Alejandro Rozitchner, resulta un interesante ejemplo de este tipo de le lenguaje (Viotti, s/f)
[5] Cuando estos discursos se acoplan a perspectivas meritocráticas dentro de determinados proyectos políticos -que, a su vez, niegan las mismas categorías que constituyen la fisonomía particular al mundo político-, pueden desembocar en la naturalización de las jerarquías en el espacio social, provocando que estas sean percibidas como inevitables e incluso necesarias.
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