Alasitas: Mito, tradición y modernidad
Por Carina Circosta (fotos: MAFIA y Sonia Mamani). (Versión abreviada de la original, publicada en Anfibia )
El mediodía de cada 24 de enero es el momento del encuentro para festejar Alasitas y al Ekeko, la deidad de la abundancia que siempre, dicen, asegura el buen clima para que la fiesta-feria alcance su esplendor. Hace varios años que participo de la celebración, originada en la zona del altiplano andino antes de que se formaran los Estados nacionales. Intento comprender su significado y la importancia de los objetos que intervienen en ella, partiendo del análisis de lo simbólico en las miniaturas, los rituales, las prácticas y acontecimientos que suceden en el evento año tras año, y sabiendo que nada significa por sí solo sino que cada uno es parte de la trama que hace al proceso total.
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Esta celebración ha cruzado tiempos y espacios: de los tiempos más ancestrales, donde se ligaba al calendario agrario y las necesidades rurales, a los tiempos más modernos y urbanos donde las fechas y los objetos sufren modificaciones y se “acomodan” para ser efectivos en los nuevos contextos. Prohibida por la colonia y restaurada en 1781 después del sitio de La Paz y derrota de Tupac Katari, fue aglutinando en esta larga temporalidad elementos tradicionales y modernos, naturales e industriales, rurales y urbanos. Llegó a Buenos Aires junto con la más reciente migración boliviana: primero, se realizó en ámbitos privados como restaurantes y centros culturales, al día de hoy se despliega en varios espacios públicos de la CABA y el conurbano bonaerense [1], sitios todos cercanos a los barrios en donde la comunidad boliviana vive, circula o consume.
La feria que se realiza en Parque Avellaneda forma parte de este proceso, pero busca diferenciarse del resto. De toda realización de esta “movida” cultural se encarga el Centro Cultural Autóctono Wayna Marka, grupo de sikuris (bandas que tocan instrumentos andinos) conformado por inmigrantes bolivianos y sus descendientes argentinos. Sus comienzos en el Parque tienen que ver con los ensayos del grupo de música. Con ellos se buscaba también que los hijos (en ese momento niños, hoy ya algunos universitarios) no pierdan las costumbres y la cultura de su lugar de origen. Con el correr del tiempo se convirtieron en actores culturales del Parque que vienen desarrollando hace 16 años actividades con el fin de positivar la imagen de los migrantes bolivianos revitalizando la cultura originaria quechua-aymara y haciéndola visible en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires.
Ya van 11 años de la primera celebración de Alasitas en la wak`a de Parque Avellaneda. Nada detiene a los fieles, ni la lluvia, ni los pasillos embarrados de las canchas Peuser en donde se extienden los puestos de venta de las artesanías. La organización del espacio y el armado de la infraestructura comienzan desde muy temprano, y como se dijo, Wayna Marka se encarga de la coordinación y la subvención del evento. Desde los puestos de artesanos, yatiris (sabio y líder espiritual aymara) y comidas típicas, así como el escenario, todo se dispone para que esté listo cuando den las doce, momento en el cual se realiza la apertura formal y se enciende el fuego en cada puesto de yatiri y en la wak´a (entidad sagrada andina) misma, el ambiente se va llenando de gente, de humo y del aroma característico de las esencias de sahumar. La cita es ineludible si se quiere asegurar la prosperidad, suerte, fortuna y abundancia para el año entrante.
En la feria se compran las miniaturas de aquello que queremos tener en realidad. El costo depende del tamaño o de la calidad de la miniatura: cuanto mayor es el gasto mayor es lo que se anhela (por eso no se regatea), pero también quien más invierte es quien más dinero o estructura tiene para hacerlo.
La venta de miniaturas se organizan a partir de la wak´a, el epicentro de la feria-fiesta. Desde ella surgen los pasillos de puestos: allí hay quienes solo venden toros de diferentes y algún que otro objeto; están los que se dedican a los billetes, casas, alimento y documentación; y están aquellos que venden de todo un poco. A partir de los registros de mi trabajo de campo, establecí a grandes rasgos los rubros de miniaturas que pueden comprarse. Entre ellos los más importantes son los productos genéricos para conseguir suerte, fortuna y prosperidad económica y buena salud, aquellos para la pareja o para conformar familia, los que tienen que ver con la propiedad privada y a la adquisición de bienes materiales. También hay productos que se relacionan con los oficios más practicados: la albañilería y la industria textil, y miniaturas que promueven la capacitación profesional como títulos universitarios, computadoras, contratos de trabajo, y otros tantos para la regularización legal y jurídica (documentos de identidad, pasaportes, títulos de propiedad y automóvil, etc.).
En la hora pico, sobre los puestos circula y se aglutina una gran cantidad de gente que busca comprar la materialización de sus deseos. Las miniaturas adquiridas van colocándose en un tari (pequeño aguayo cuadrado) y una vez tenidos los enseres necesarios se forman filas para hacerlos chall´ar. Y si bien son inevitables los cambios en el paso del culto del ámbito rural al urbano, año a año también puede observarse que la preeminencia de unos y otros objetos varía, dependiendo de la posición que la comunidad boliviana, como grupo y como individuos, va alcanzando dentro de esta sociedad.
Este año pudo observarse que todas aquellas miniaturas relacionadas con la producción textil como rollos de tela, combis y talleres, que han alcanzado una importantísima presencia en otras versiones, no aparecen ahora con tanta fuerza. Años atrás ya aparecían con fuerza los títulos terciarios y universitarios, que los mismos jóvenes y sus padres compraban con el anhelo de prosperar en otros ámbitos laborales. En esas fiestas también hubo personas promocionando carreras y cursos de capacitación profesional, donde son recurrentes algunas frases en los volantes tales como: “Estudiá no pierdas ¡tiempo!” o “¡Tiempo perdido, parte de tu vida perdida!”, “¡Basta! Algo tiene que cambiar”. Mientras que una artesana respondía al pedido de rollos de tela de una paisana “…no, ya basta de rollos de tela, tenemos que salir de eso”.
Y parece que algo cambió porque pudieron verse objetos que refieren a una mayor diversificación laboral en la que se busca tener prosperidad: negocios de otras ramas como comestibles, verdulería, almacén, mercados y kioskos particularmente, títulos terciarios y universitarios, construcción. También, la presencia del terreno con chapas para el techo de la casilla, herramientas y materiales para la construcción, que “compite” con la tradicional casita. La documentación -DNI, pasaporte, Títulos de propiedad, formularios de la AFIP, etc.- debe ser completada y firmada por el interesado y el yatiri en el momento del ritual y sigue siendo un rubro importante. Otro de los puntos más notorios en esta versión de la fiesta fue una mayor cantidad de toros de gran tamaño “adornados” con una enorme cantidad de billetitos que prácticamente ocultan su cuerpo, así como también negocios de mayor envergadura (casa de dos o tres pisos con uno o dos locales comerciales).
Esta diversidad y amplitud hacia otras actividades, hacia la profesionalización y la búsqueda de legalización y regulación administrativa, así como la figura de hacer la casa “desde abajo”, da cuenta de la conformación cada vez más organizada y arraigada de la comunidad en el país. A su vez, muestra los cambios generacionales y las nuevas perspectivas y deseos de sus hijos ciudadanos argentinos, que buscan “despegar” de las tareas de sus padres, aspirando alcanzar otro tipo de profesiones por medio de la capacitación y la formación como herramientas necesarias para la promoción social. Y si bien es un dato certero que una importantísima porción de bolivianos (e indígenas) sobreviven en una situación de pobreza que anhela riqueza además de poder cubrir sus necesidades diarias de subsistencia, también existen grupos de elite económica. Esa diversificación de clase, sin embargo, muchas veces queda invisibilizada bajo la aglutinante clasificación de “boliviano” asociado a la miseria económica y cultural.
La tradición manda: se debe pedir al Ekeko y comprar la miniatura de aquello que se desea tener. Se puede comprar para sí mismo, o mejor, para regalar a amigos o familiares a los que se les anhela buenos augurios. Una vez adquiridas, el yatiri chall`a (liba-bendice) las miniaturas con esencias andinas, alcohol y pétalos de flores para que adquieran la potencia necesaria para convertir el deseo en realidad. Esa acción es fundamental para que la artesanía-miniatura alcance la eficacia simbólica centrada en la creencia hacia el poder benefactor del Ekeko. (…)
Los yatiris, hombres o mujeres, son los únicos que pueden hacer las libaciones de las miniaturas: en ello se pone en juego el aprendizaje y el conocimiento de los mecanismos del ritual que es trasmitido de generación en generación. Su presencia en la feria se fue organizando e incrementando año a año. Distribuidos en medio de los caminos sobre mesitas o en puestos similares a los de los artesanos, usan ropas características de la indumentaria textil tradicional y están rodeados por los elementos que utilizan para la chall`a: alcohol, vino, pétalos de flores, papel picado, esencias andinas para sahumar, entre otras.
Durante la chall`a el yatiri habla en voz baja mezclando palabras en castellano, quechua y aymara. Pide por la fortuna, aunque, como pude observar y leer en algunas fuentes, muchas veces se le pide que interceda por cuestiones más intangibles como por ejemplo la salud, la paz familiar, el crecimiento y el buen comportamiento de los hijos. El chall´ado tiene un costo que en general es voluntario, dependiendo también del tamaño o cantidad de las cosas compradas. Mediante este “pago” al yatiri se realiza la ofrenda para conseguir lo solicitado, por ello es fundamental la creencia, comprar con “fe”, como narra Lourdes Quinteros, una de las mujeres que integran Wayna Marka, “…todo depende del que cree como si fuera verdad. Yo creo que cuando vas sahumando psicológicamente ya vas alcanzando tu sueño a la vez que vas pidiendo paz en tu familia, también. Luego es la misma fe la que te da ganas de seguir viniendo todos los años. Porque ves que lo has logrado. Entonces ahí vas a pedir más. Y eso te lleva a esforzarte, a trabajar más también”[2].
Las miniaturas son un modelo a pequeña escala, un “doble” de aquellos elementos que se ansia tener, que obtiene su eficacia por medio de la chall´a que le otorga el yatiri y que su dueño debe continuar una vez que los lleva a su hogar, ofreciéndole alcoholcito a las artesanías y un cigarro para fumar al Ekeko cada martes y viernes. De esta manera las miniaturas se convierten en un objeto que conlleva una potencia en sí misma, pero cada quien sabe que al comprar algún objeto que deberá hacer los esfuerzos necesarios para lograr aquello que quiere. En este sentido, la importancia del cuidado material del objeto que se elige, se paga, se lo hace chall´ar, se coloca en un lugar visible y bonito de la casa para renovar la ofrenda periódicamente, e incluso se propicia una situación ritual para al momento de desecharlo, acerca a las miniaturas al cuidado que se les confiere a las mismas wak`as en el mundo andino que son vestidas, se les da de comer, de beber y de fumar para propiciar la intermediación con las deidades.
La presencia de Alasitas en el espacio público busca ligar no tanto con la identidad nacional como con la identidad étnica (quechua-aymara). Este posicionamiento forma parte del proceso de visibilización de los pueblos originarios que se viene desarrollando desde hace unas décadas, que remite no solo a una cuestión exhibitiva, sino también a una serie de reclamos, estrategias y discursos orales y visuales para generar una disrupción en los valores consolidados. A lo largo de estos años Wayna Marka fue marcando la diferencia con otras versiones locales de la fiesta: en la wak`a no se permite la venta de alcohol e insta al no consumo excesivo, se encargan e involucran a los participantes en la limpieza del lugar. Tampoco dan lugar a venta de otras artesanías (a veces industrializadas) que no sean las de Alasitas, así como también limitan la música boliviana proveniente de la industria cultural para hacer lugar a los grupos de sikuris y música autóctona. Ante la mirada multiculturalista que celebra la igualdad cultural, a la luz de las explicaciones y acciones de Wayna Marka aparecen las tensiones, aparece el conflicto en la cultura y aparece la dimensión política de la fiesta y del grupo de sikuris, que desde el planteo consciente y programático de reivindicación cultural indígena busca configurarse en el derecho de ser diferente, en un proceso donde se quiere positivar la imagen que se tiene de la comunidad boliviana en gran parte de la población de la ciudad de Buenos Aires (que los tilda de sucios, borrachos e ignorantes), y la vez proyectarse desde aquellos valores ancestrales , desdibujando así la idea de ser migrante porque al instalarse en la identidad originaria, argentinos y bolivianos compartirían una misma identidad prenacional [3].
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La migración andina lleva ya varias décadas. Aun así, de alguna manera no se han tomado sus componentes culturales al “crisol de razas” que conforma la idea que hegemoniza la identidad argentina. Desde hace unas pocas décadas, situados en otra alineación política, cultural y cósmica (y aquí es bien significativa también la presencia de las miniaturas de Evo Morales-Ekeko como promesa del bienestar y la fortuna), la visibilización de los rituales andinos dan cuenta de la existencia y la continuidad de las creencias de larga data, conformando los procesos identitarios ambiguos, densos y complejos que resultan de la superposición de pautas y prácticas culturales que se sedimentan a través de las épocas.
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[1] En la CABA Alasitas se realiza en los siguientes espacios: Plaza de Mataderos en Av. Directorio y Av. Lisandro de la Torre; Parque Roca (sector A) en Pergamino 3900; Parque Indoamericano en Av. Asturias y Castañares; calle comercial José León Suárez del barrio de Liniers; Predio “6 de agosto” en Ana María Janner 3180; Barrio de Cildañes en White y Zuviría; Villa 312 de Retiro. En el Conurbano: Club Fradebol en Ruta 21 y Rotonda Querandí, Laferrere; en Villa Celina: Rossevelt y Francisco Ramírez; en Ciudad Evita: Barrio 22 de enero; y en Lomas de Zamora: Barrio 6 de agosto.
[2] Diario Página 12. Suplemento Radar. 18 de Enero de 2009.
[3] Aquí habría que introducir un dato que es digno de ser analizado más a fondo en futuros estudios. Son recurrentes en la fiesta local la presencia de objetos producidos masivamente que son “adornados” para que adquieran significación en la fiesta, como por ejemplos los clásicos chanchitos-alcancía. Por otro lado también aparecen elementos que refieren a cuestiones sagradas, la suerte y la abundancia en otras culturas como los budas, manitos, alcancías con la figura del comic Pucca y principalmente los elefantes han tenido en esta versión de la fiesta una importante presencia que le confieren un cierto carácter orientalista.
Carina Circosta se graduó como Licenciada y Profesora de Artes (UBA) y, luego, como Magíster en Estudios Latinoamericanos (CEL-UNSAM). En este momento, está completando su doctorado.
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