por Diego Genoud para revista Crisis
Un agnóstico podría afirmar que si la religión es esto que se ve acá, entonces ahora sí la entiende. Un reventado nuevo milenio, argumentar que es lógico –y saludable– que donde se apiñen multitudes broten oportunidades para obtener una ventaja. Un miembro de la ortodoxia católica alertar, en cambio, sobre desviaciones injustificables y riesgosas. El Señor de los Milagros de Mailín, la ceremonia pagana que se repite cada año en el monte santiagueño, habilita todas esas interpretaciones. Pero ninguna logra aprehender por completo lo que pasa en este paraje donde la fe, la fiesta y el consumo se conjugan en tensa armonía. ¿Cómo explicar qué es lo que mueve a doscientas mil personas que, en poco más de 72 horas entran, se confunden y salen de una aldea que durante el resto del año se mueve en cámara lenta? Con la religión no alcanza.
Lo saben los altos dignatarios de la Iglesia que disputan metro a metro el sentido de esta celebración que nació al pie de un algarrobo hace más de dos siglos.
El camino
Villa Mailín es un caserío de contrastes en el que viven 1200 habitantes. Un pueblo como hay tantos en el interior de Santiago, en el departamento Avellaneda, a 140 kilómetros de la capital. En los días previos a la fiesta, algunos hablan de él como de un sitio del que conviene mantenerse lejos. Son los que se quedan en la ciudad y aseguran que en Mailín “roban, lucran y se emborrachan”. Otros se preparan y avisan que Santiago quedará vacía en poco tiempo. Algo está claro: el Señor de los Milagros aguarda y durante tres días nada será igual.
Es junio, hace frío y el viaje hacia la villa deriva en una geografía que transforma los sentidos. Se ingresa en un paisaje que abre a otra temporalidad. Los montes a la orilla de la ruta, los caminos de tierra que se cruzan hasta perderse, la memoria de los bañados, las escuelas rurales, los ranchos de suncho con DirecTV. Paralela a las vías descansadas del ferrocarril Mitre, corre la ruta 34 que atraviesa los municipios de Forres, Taboada, Robles, Garza y Lugones.
Por el camino, van los grupos de ciclistas que pedalean doce horas para llegar y los que se largan a caminar durante días a manera de ofrenda inicial. Ya se ve que mandan las camisetas de Mitre –igual a la de Olimpo-, una supremacía que en Mailín se confirmará. El resto es una interminable fila de micros y combis que van más rápido de lo que volverán. Según los datos de la Policía provincial, ingresaran catorce mil vehículos, incluidas las motos. Seis mil doscientos serán trafics y micros comerciales o alquilados.
Los 10 kilómetros finales, que separan a la ruta del corazón de esta comarca, son los que anuncian que algo importante está por pasar. Los peregrinos ahora se apropian del camino. Marchan con decisión. Solos, en grupo, en pareja, de la mano, de rodillas. Se esfuerzan por llegar a tiempo a la cita ancestral.
La fiesta
Este año, lo mejor está en Pista Mailín. Angela, La Champions Liga y Jorge Véliz, mix de cumbia villera y chamamé para doblegar a Estadio Mailín y Comedor La Esperanza, en la zona franca de la madrugada, cuando ya se acabaron las misas y sólo retumba la voz metálica del locutor de la lotería que duerme apenas cuatro horas. Ya hablaremos de él como merece.
La oferta para viernes y sábado es amplia e incluye dos boliches, Totodance y Superlatina, que libran una guerra de bafles sobre la principal. Ahí, la entrada es más barata y también se pone. Pero adentro hay que saber moverse entre los patovicas y el fernét, todo de afuera. Bares, pulperías y parrillas publicitan lo que tienen: “Emi el Enano, ex cantante de Los Grosso” cotiza en alza. En los alrededores, resguardados por micros estacionados como paredes, cada fogón alumbra una peña, las familias bailan chacarera en piso de tierra y los más jóvenes se entregan a la guaracha. Los prostíbulos están en las afueras, lejos de la vista de los servidores de Dios. A esta hora Mailín tiene otra cara: se revela como el sitio en el que la religión y el goce van de la mano.
Es el momento en que los changos bajan desde los pueblos de los alrededores. Fernández, Colonia Dora, San Antonio de Coppo, Herrera, Punta Corral, Blanca Pozo, Telares, Añatuya, Quimilí. Cuando amanezca, se dispersarán y cederán lugar a la celebración religiosa de corte tradicional, esa que sí podrán captar las cámaras de la televisión local y el diario El Liberal, del magnate provincial Néstor Ick.
“La Iglesia manifestó siempre su disgusto por los rituales extraoficiales de Mailín. Hubo tiempos en que prohibió la venta de vinos, pero no pudo evitar su circulación clandestina”, apunta el antropólogo tucumano Eduardo Rosenzvaig en “Etnias y árboles. Historia del universo ecológico del Gran Chaco”.
A dos cuadras, como si efectivamente se tratara de otro planeta, continúa el desfile silente de peregrinos que hacen una cola de dos horas y media para subir al templete y tocar por unos segundos el vidrio de la caja que guarda la cruz del Señor Forastero. La onda expansiva del agite no altera la quietud.
Ingresamos en un gran predio donde el tinglado es el cielo de estrellas que ampara infinidad de situaciones y experiencias. Se trata de universos contrapuestos que conviven. Los intentos por imponer uno sobre otro están destinados al fracaso.
El origen
Mailín es una palabra quichua. El pensador santiagueño Orestes Di Lullo menciona dos hipótesis sobre su origen en “La agonía de los pueblos”. Se pregunta primero si no habrá surgido de la leyenda de la Mailinpaya, vieja o bruja del bañado, que todavía corre por los aledaños de la actual Mailín. Después considera la teoría –más aceptada- de que el nombre se deba a los Maililuampis, la tribu que se asentaba sobre las riberas del Río Mailín o Maulin.
Sea como fuere, la tradición repite que una luz transformó su destino hacia fines del siglo XVIII cuando el mestizo Juan Serrano descubrió una cruz al pie de un algarrobo. Esa cruz que todavía se conserva y ese árbol que aún está de pie le dan encarnadura a la fe de los peregrinos que viajan hacia Mailín y a la fiesta popular que la transforma.
Di Lullo contó su esencia hace setenta años, después de haber andado varias veces este paraje perdido, en tiempos de fiesta y de quietud. Es que esta aldea reseca tuvo alguna vez su propio bosque; fue zona de quebrachales y de obrajes, de hacheros, carboneros y labradores de madera. “Pero -escribe Di Lullo en 1946- las lluvias empezaron a alejarse por la tala irracional de los bosques. Los ríos se agostaron por la captación de las aguas para el cultivo de otras tierras. Las crecidas que antes inundaban los campos disminuyeron. Los cauces de los brazos antiguos se secaron. El ferrocarril formó nuevos pueblos en la vecindad de Mailín. Empezó el éxodo de la población”. Rosenzvaig habla por eso de la fiesta de los deforestados.
Ahora el milagro esencial se actualiza cada vez que los plebeyos se apoderan de un lugar desolado en el que durante doce meses el viento se impone y el tiempo transcurre en un reloj de arena mojada. Después, hay otros de los que cada peregrino guarda un ejemplo que lo atraviesa o lo toca. Promesas que evitaron fatalidades, compromisos que alumbraron lo que hasta entonces parecía imposible, oraciones que iluminaron un porvenir distinto, la vida y la muerte como constantes. Hermandad, encuentro, bendición.
El sermón/palabra de dios
“¿Sabés a qué has venido? El enemigo va a buscar la distracción. La fiesta y el jolgorio no pueden ser más entusiasmo que una construcción popular. Que hayan venido a eso o que hayan venido a hacer negocio es inconcebible e inservible. El Señor no ama a la montonera”. Héctor Barrera domina con su sermón la plaza principal, en torno a la cual se mueven unas diez mil personas que reciben su prédica. El resto se pierde y circula en las calles aledañas en busca de ofertas o persiste aún en las parrillas de Mailín.
Canoso, 57 años, debe pesar alrededor de 120 kilos, Barrera nació en Añatuya pero hoy es rector del Santuario de la Virgen de Río Blanco y Paypaya, en Jujuy. Habla con una mezcla de desdén y preocupación de los que vienen a ver “la orquesta que toca bailanta”, “de los vendedores ambulantes” que llegan para salvar la temporada, de los que retornan a sus casas “sin pasar y tomar gracia”. Dice que Jesús entregó su vida al padre “sufriendo pero obedeciendo” y alerta sobre lo que realmente le preocupa a la Curia: “Nos hunde el armar nuestra propia religiosidad. ¡Cuidado!”. Ahí si que hay una clave. La que remite a los sentidos de esta celebración, a las apropiaciones posibles de la fiesta, a las acepciones emancipatorias de la religiosidad popular.
Barrera sincera la disputa principal que se libra en Mailín. “No se puede venir aquí y desobedecer a la palabra de Dios, a la enseñanza de la Iglesia”. Es la hora de la siesta en Santiago, sábado de sol a las tres de la tarde, todavía los cuerpos se mueven con lentitud, como desperezándose antes de la gran ceremonia. El cura grita: “¡No al aborto!. Lo van a querer legalizar las cámaras de diputados y de senadores pero hay que ser peregrinos las 24 horas del día”.
Al día siguiente, delante del árbol de Mailín –un algarrobo, sagrado para los indígenas- tiene su espacio Sergio Rafaeli, párroco de Pozo Hondo. La imagen es otra. “El monte es vida: no es sólo un bien comercial. Y en pos del crecimiento económico, se van aniquilando pueblos, culturas tradicionales. Hoy la soja da dinero y entonces arrasan comunidades. Esto en Buenos Aires nunca aparece, en canal 13, en TN. No podemos negociar la vida en pos del dinero, de la muerte de muchos, del beneficio para pocos”, dice con tono pausado.
Lo escuchan hombres y mujeres, jóvenes y viejos invitados a vocear el lugar de donde vienen: Mar del Plata, Monte Grande, Ituzaingó, Pampa del Infierno, Pozo del Indio, María Juana, Rafaela, Berisso, Claypole, La Boca, Bahía Blanca, José C. Paz, Ezeiza, La Rioja, Corrientes, Quilmes…
“¿Santiagueño no hay ninguno?”, provoca el cura. Sí, hay: Nueva Esperanza, Atamisqui, Añatuya, Malbrán, Beltrán, La Banda, Bandera Bajada, Salavina, Quimilí, Otumpa, Las Termas, Brea Pozo, Pinto, Suncho Corral, Los Telares, Pampa de los Guanacos…
Rafaeli concluye con un llamado queno se escuchará en la plaza principal: «Nos han colonizado, nos han acostumbrado a agachar la cabeza. Jesús quiere que vivamos dignamente y felices hoy. No pasa sólo por rezar y prender velas, también hace falta un compromiso ciudadano y político cotidiano. Tenemos que cambiar la estructura”.
Como pivot entre Barrera y Rafaeli, oficia Rolando Tenti, el cura de Mailín, el más peronista de todos, el que contempla todas las variables. “El norteño une fe y vida. Celebra la fe pero haciendo fiesta. La gente toma, se divierte, compra, viene a eso. Es parte del modo de nuestra gente. Mailín me enseñó a valorar más el sentido de la fiesta que quizás antes no valoraba”, me dice.
La apoteosis del cuentapropismo
“El capo de la papa frita” viene de Córdoba. Pesa 130 kilos y se queja por el aumento de los precios. Reniega porque este año pagó el triple que en 2010. Hoy le abona al frentista –que alquila su vereda- 600 pesos por día por los metros que ocupa con su puesto, su micro y su mercadería.
La pelea por el metro cuadrado es abierta, como en cualquier lado en el que se imponga la feria. Pero acá la competencia implica el vértigo de una oportunidad que expira en 72 horas y no se repite hasta el año próximo.
Un comerciante que viajó desde Catamarca consiguió instalar su puesto por 70 pesos el metro cuadrado. Llegó el miércoles entre los primeros y cerró su acuerdo con antelación. Vende aceitunas, higos y vinos -mistela/patero/syrah- por 18 pesos que son el néctar del señor de los Milagros. Al lado, otro productor regional ofrece arrope de tuna, miel de abeja, ají del monte y arrollado de cerdo. “Se vende todo entre el sábado a la noche y el domingo al mediodía”, cuenta. Es que a este universo forjado en privaciones ancestrales también le toca el boom del consumo. Los cuerpos circulan incesantemente pero no sólo contemplan: también se detienen y compran, se arriman y comen, se sientan y toman.
“Antes había 50 puestos, hoy hay mil. El 70 por ciento son de afuera”, afirma el comisionado de Mailín, Guillermo Gattas. Pertenece a Bases Peronistas, alineada con el radical Gerardo Zamora y con la remota Casa Rosada. Su padre también gobernó la villa en los ’90. “Pero siempre estuvo enfrentado a Juárez”, se ataja Gattas. Después, hace un cálculo rápido. Dice que si las 200 mil personas que van a la fiesta gastan en tres días un promedio de 400 pesos, el comercio mueve en ese lapso unos 80 millones de pesos. Sabe de números. Su familia es la dueña del Establecimiento de Ramos Generales, frente a la plaza desde 1925.
La voz omnipresente no es de un religioso sino del locutor que anuncia los números de la lotería. No se enrola entre los servidores de Jesús, pero es el reloj de la fiesta: la única continuidad en medio del caos. “Buen día a todas los peregrinos, bienvenidos a Mailín 2011”, dice a las 8 de la mañana y ya no para. Su show unipersonal se prolongará durante 14 horas ininterrumpidas. Agitando los números en una botella amarilla de lavandina y con maíz para los tableros, es capaz él solito de desafiar el poder secular de la Iglesia Católica. Su voz, una versión metálica de lo que supo ser Velazco Ferrero, es capaz de subsumir los sonidos de un mundo que desconcierta a los desprevenidos. “Molesta la estridencia y el volumen de la lotería. A las 17 horas, durante la misa de los enfermos, tiene que ir alguien a pedirle que por favor baje el volumen. Pero la gente lo sabe, lo asume y acomoda el oído”, se resigna el cura Tenti.
El humo de las parrillas arma un continuo que se prolonga a lo largo de la calle principal y de las arterias adyacentes. Asado, cabrito, lechón, pollo, chorizo y tortillas. Pero también shawarma, panchos, alfajores, helados y licuados. El resto es un desprendimiento de La Salada. La feria se traga todo. Ropa, frazadas, puloveres, pantalones, remeras de futbol, películas, pelotas, gorras, zapatillas, mesas de quebracho blanco, sillas, percheros, relojes, balanzas, y secadores de pelo. Como en el origen, sobreviven los vendedores de santos, rosarios, prendedores, muñecos y mates con la imagen del Señor.
Casi nadie gasta en alojamiento. Los peregrinos duermen en carpas, en iglúes, en autos, en camionetas y hasta en la bodega de los micros. Apenas son un puñado los que alquilan piezas que cuestan entre 300 y 600 pesos por tres días. “No damos abasto para brindarle servicio a 200 mil personas. Tenemos dos hoteles, uno de 20 habitaciones y otro de 54”, dice el Comisionado. Mientras enumera las dificultades de infraestructura, se corta la luz en su oficina. Entonces, la charla sigue durante veinte minutos a oscuras mientras Gattas fuma y habla por teléfono: encarna al Estado, en su ínfima expresión, que pretende hacerse escuchar. Lidia con la Policía, disputa con la Iglesia y busca hacer méritos para que lo escuchen en el poder central. Por tres días, tiene la iniciativa política. Pero está a merced de un campamento que se arma y se desarma con la fuerza de un torbellino, una toldería que se extiende a lo largo de 30 hectáreas.
Al costado del árbol de Mailín, por ejemplo, acampan los vecinos del barrio 8 de abril, uno de los más populares de la Capital. Son familias y amigos que vienen desde hace cinco años. Alquilaron un micro Mercedes Benz de dos pisos entre 50: 100 pesos por persona. Si los realizadores no hubieran sido uruguayos, “El baño del Papa” debería haberse filmado acá. Sólo que en esta película la espera no deriva en frustración.
Peregrinos
“Para la mayoría de la gente que viene a Mailín, esta es la única experiencia religiosa en el año. No están integrados en parroquias ni van a misa quizás, no tienen otro vínculo con la Iglesia que no sea este”, precisa el cura de la villa. Después postula que la fiesta une a ricos y pobres, gente del campo y de la ciudad, jóvenes y ancianos. “Aquí, no se distinguen las clases sociales”, dice. Pero alcanza con caminar un poco para advertir que la mayoría proviene de las periferias. La imagen es una postal del conurbano bonaerense en medio del monte santiagueño. La circulación es la constante y los peregrinos se mueven en círculos concéntricos que rodean a la plaza principal. Allí, la fricción rige sus movimientos pero se distienden y se dejan ir a medida que se alejan y se internan en ese segundo cordón donde el paisaje del monte ya se impone.
¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? Lo incaico y lo quichua está presente pero a simple vista parece minoritario. Predominan los rostros conurbanos, ese mestizaje que es hijo de las migraciones internas, de esa desembocadura forzada y duradera en el corazón del país unitario. Muchos son emigrantes santiagueños que vuelven a su lugar para la fiesta. Regresan con la familia que armaron en el Gran Buenos Aires y se distinguen por la forma de vestir, pero también por la manera de caminar y de mirar. Acarrean dolores, seguro, pero los miro y percibo que ahora experimentan el vértigo de cierta liberación.
Están también los representantes empinados de Acción Católica pero su presencia sólo se hará notar el domingo a la mañana a la hora de la misa principal, cuando suben a escena miembros de la curia y funcionarios. Son una minoría infinitesimal que conserva la potestad de coronar la fiesta a su manera. En la plaza y sus alrededores unas cinco mil personas asisten a la misa. El resto sigue en lo suyo, circulando, comprando, comiendo, bebiendo, compartiendo, ranchando. Es el momento en que, como si Bush estuviera a punto de desembarcar en Mailín, los celulares se quedan sin señal.
A una cuadra de la plaza, se reproduce otra realidad. La feria habilita la procesión más larga. Entre el desfile, la caravana y el paseo, sigue en movimiento una rueda que sólo dejará de girar cuando caiga el sol del domingo. Desde Google Earth debe verse como una isla plebeya. Una aldea que muta hacia una gran rave en la que los que circulan, agradecen y gozan son históricos convidados de piedra.
“Cuando esto termina parece que hubiéramos sufrido un bombardeo nazi. Queda comida, papeles, bolsas, basura”, dice el cura Tenti. Cuando la multitud se va y terminan de limpiar todo, los mailineros hacen su propio festejo, casi íntimo, para unas cinco mil personas. En setiembre la convocatoria se renueva, cuando entre 40 y 50 mil personas llegan para la ceremonia del Mailín chico.
Lo que distingue a esta fiesta es que aquí cada uno administra la dosis de sacrificio que está dispuesto a dar y la de goce que está decidido a ejercitar. Mailín nos permite construir nuestra propia celebración. Damos gracias por eso al señor de los Milagros.
Publicada originalmente en la revista Crisis.
[…] populares -peñas, pistas, boliches- en relación ambivalente con las celebraciones eclesiales (Genoud 2019, Podhajcer 2007). De la mano de los migrantes santiagueños la devoción también se ha extendido […]
Excelente. Vengo de leer «Ciudadanos de fiesta» de Paulo César Da Costa Gomes y me pareció imprescindible cruzarlo con un caso de nuestro país y el artículo me ayudó a comprender cuestiones que no me quedaban claras. Muchas gracias!