Por Alejandro Frigerio (FLACSO y UCA/CONICET) (Publicado originalmente en la revista Quilombo no. 68)
De todos los orixás yorubas llegados a América, Iemanjá es quien más ha trascendido los límites de las religiones afroamericanas. Deidad del agua salada y la maternidad, es uno de los orishás más venerados en todas las variantes de estas religiones surgidas en America. Su fiesta anual es una de las más importantes en Bahía, y se confunde con la noche de año nuevo en Rio, donde miles de cariocas y turistas van vestidos de blanco a las playas de Copacabana e Ipanema para ver los fuegos artificiales, las ofrendas al mar y desear que el próximo año sea propicio a sus deseos. En Porto Alegre, de donde proviene mayoritariamente la religión afro que se practica en Argentina, la fiesta de Iemanjá se fusiona con la de Nossa Senhora dos Navegantes, aunque varios templos han comenzado a realizar celebraciones independientes. En Montevideo ya hace muchos años que la fiesta en la céntrica Playa Ramírez es primero anunciada y luego relatada en todos los diarios de la ciudad. Miles de uruguayos, umbandistas o no, van a rendirle homenaje con sus pocitos con velas en la arena y/o sus ofrendas en el río/mar de la ciudad. Cerca de la playa, una poderosa estatua de “la madre de los peces” cuya base contiene placas con oraciones en yoruba, español y portugués engalana una plazoleta frente al mar.
En nuestra ciudad, en cada vez más playas del norte o del sur del conurbano se puede ver a los umbandistas dejar sus ofrendas y hacer sus ceremonias en homenaje al orixá. Si hasta hace unos años estas ofrendas se hacían al abrigo de la noche o de la madrugada, ahora se realizan a plena luz del día. Sin duda una de las fiestas más bellas es la que, desde hace varios años, organiza el pai Hugo de Iemanjá en Mar del Plata, en pleno centro de la ciudad: una procesión de cientos de hijos de santo que partiendo desde la explanada del casino se dirigen hacia la playa Popular, donde realizan una multitudinaria roda de batuque –con manifestaciones de orixás y todo- y luego entregan sus ofrendas en el mar. La celebración ha sido declarada de interés turistico y cultural (municipal y ahora provincial) y ha recibido cierta cobertura mediática, pero no ha logrado aún toda la repercusión nacional que merece.
Lo que sorprende en el multitudinario culto a Iemanjá ya no son las ofrendas de los afro-umbandistas, sino la creciente devoción de una cantidad de gente que no practica la religión regularmente. Esto es particularmente notable en Montevideo, donde se ve que cada vez más los concurrentes a la playa Ramírez son “poceros” independientes que no pertenecen a templos. Hombres y mujeres solos, en parejas o en pequeños grupos familiares hacen su huequito en la arena y colocan velas, alguna estampita de Iemanjá, flores -nada que indique un conocimiento religioso umbandista demasiado profundo. En realidad, en los últimos años pareció mermar la cantidad de templos que van a ofrendar a Ramírez. Se ve cada vez menos el arribo incesante de gente de blanco portando barcas -típico de hace una década- y ya son muchos los pais o mães que prefieren ofrendar en otro lado, o a la madrugada del 2, para evitar la aglomeración de la tarde y noche.
Durante esta gran fiesta popular que excede al afroumbandismo no es raro que la gente se refiera a Iemanjá como “la Virgen” o “la Virgen del mar”. Esta denominación debe sonar extraña para los propios umbandistas, y mas aún para oídos argentinos acostumbrados a escucharla sólo en referencia a peregrinaciones claramente católicas (ya sean más o menos populares). Esta forma de llamar al orixá, sin embargo, resulta indicativa de varias tendencias sociales contemporáneas. En primer lugar, confirma que en la post o sobre-modernidad los grupos religiosos han perdido la exclusividad del uso de sus símbolos religiosos. Esto parecía afectar principalmente a la Iglesia Católica pero ya sucede con todas las agrupaciones. Los símbolos se desprenden de las estructuras religiosas que les dieron origen y son apropiados de la manera más diversa por personas que tienen mucho o poco que ver con ellas, por otros grupos religiosos, por artistas plásticos, escritores, humoristas o diseñadores de moda. En segundo lugar, sugiere inequívocamente que la imagen de Iemanjá resuena con la de la Virgen católica aunque se le adjudican significados diferentes a los institucionales y mas apropiados para los tiempos que corren. Iemanjá como “Virgen” (en Buenos Aires no se la denomina así, pero sugiero que para muchos devotos de este lado del río, umbandistas o no, la superposición de símbolos se realiza de manera similar) retiene la característica primordial de “gran madre”, pero para la cual el ejercicio de la sexualidad resulta menos problemático. O sea, resuena con la Virgen católica en su aspecto maternal, pero bastante menos en el virginal. Iemanjá, aún en su imagen tradicional –y más recatada- umbandista, es siempre sexuada, opulenta físicamente bajo su túnica celeste y aunque no sea provocadora, no deja de ser sexy. Aunque la sexualidad no es su emblema (como sí lo es en el caso de Oxum), tampoco resulta un problema para esta virgen –como queda claro tanto desde su imagen como por los mitos que sobre ella circulan, en los templos, en internet y en distintos ámbitos de la cultura argentina.
Esta apropiación que realizan devotos de las extracciones más diversas –que probablemente se definirían como católicos si fueran preguntados acerca de su religión- muestra otra de las características de la religiosidad actual: una práctica religiosa que sucede mayormente por fuera de las instituciones religiosas, tanto de la católica como, ahora, también de las umbandistas. Una forma de práctica religiosa individualizada que prescinde mayormente de templos y de especialistas religiosos –característica que, en realidad, es más antigua de lo que se cree-. En este caso, esta distancia de las estructuras religiosas permite también alejarse de los elementos de la religión afro-brasilera que resultan problemáticos para un gran público de clase media: la extrañeza de los asentamientos a la africana de los orixás en vez de imágenes de yeso; el rechazo que causa el ebó ejé u ofrenda de animales, las rígidas jerarquías iniciáticas que van contra las ansias autonomistas de la clase media. Como bien muestran las festividades en la playa: quedan tan sólo los devotos y el inmenso mar –sin intermediarios, jerarquías ni complicados conocimientos iniciáticos.
Si el éxito extra-umbandista de Iemanjá se debe en parte a que resuena con la “gran madre” católica (por no mencionar arquetipos similares aún más antiguos) hay que reconocer que también lo hace con cosmovisiones modernas y preocupaciones de la cultura contemporánea. Por un lado, es clara la similitud entre sus atributos y la idea del mar como origen de la vida. Los grandes senos de las Iemanjás africanas y los relatos que la describen como madre de todos los orixás encuentran su correspondencia en las teorías evolutivas que postulan que la vida en la tierra provino de especies marinas. La “gran madre” religiosa africana y afro-americana resulta, entonces, casi la misma que la de la ciencia. La divinización y adoración de un aspecto vital de la naturaleza también se lleva bien con las preocupaciones de la ecología moderna – el culto religioso al mar y el cuidado por su no contaminación aparecen como convergentes. La superposición entre ambas visiones se hace evidente cuando los propios practicantes expresan su inquietud por la utilización de barcas de telgopor –material no biodegradable- para entregar las ofrendas.
En febrero del 2011 la conjunción Iemanjá-ecología se corporizó en una performance que Katja Alemann realizó en Punta del Este y a la que denominó “Iemanjá Empetrolada”. Personificada como el orixá, pero con el manto y los cabellos sucios de petróleo y un manto de red en el que estaban enganchados distintos envases de plástico, salió del mar y se dejó fotografiar por los periodistas. La impactante imagen fue reproducida por varios diarios uruguayos y argentinos, quizás por la conjunción actriz conocida-arte de vanguardia-mensaje ecológico-lugar de veraneo de sectores acomodados-símbolo religioso exótico. El resto de la performance, en la que se movía al ritmo de una reza para Iemanjá entonada por un pai de santo local para que luego un pescador con redes llenas de material contaminado cayera en sus brazos, se aprecia en youtube y puede despertar sentimientos ambivalentes en conocedores del tema. Es novedoso y meritorio, de todas maneras, que se utilice un lenguaje religioso usualmente considerado menor para transmitir inquietudes socialmente legitimadas.
Mientras tanto, en Buenos Aires, hubo otra apropiación extra-religiosa interesante del orixá. El INADI decidio lanzar el Programa “Afrodescendientes contra la discriminación, la xenofobia y el racismo” –en el 2011, Año Internacional de los Afrodescendientes- con una ofrenda para Iemanjá realizada en Costa Salguero. Aunque la conjunción afrodescendiente-religión de origen africana es débil en nuestro país, la iniciativa revela el creciente poder de condensación simbólica de la “Virgen del mar”.
De la misma manera que el Gauchito Gil deviene cada vez más en un Cristo vernáculo, nacional y popular, Iemanjá se transforma en una Virgen cool, una gran madre ecológica y sexy a la que se le puede rendir culto en la naturaleza, en shorts o bermudas, luego de pasar una tarde en la playa.
«Iemanjá», obra de Dany Barreto, acrílico, 2004, colección Nofal.
Una versión más larga y académica de este trabajo salió publicada bajo el título «Iemanjá: casi una Virgen (africana) del mar» en el 2021 en el libro «Devociones Marianas», compilado por Diego Mauro. Una versión preprint de ese trabajo se puede acceder aquí.
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