La devoción a la Inmaculada Concepción en Argentina: una historia

por Roberto Di Stefano (Instituto Ravignani/CONICET)

El 10 de diciembre de 2020 la Plaza de los dos Congresos de Buenos Aires y los principales espacios públicos del resto del país se tiñeron de verde y de celeste. Miles de manifestantes se movilizaron ese día a favor y en contra del proyecto de ley de despenalización del aborto que se discutía en la Cámara de Diputados. Una semana antes, la Conferencia Episcopal Argentina había convocado para el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, a una jornada de oración por el “cuidado de la vida no nacida”. El mismo 8 de diciembre, la diputada entrerriana Gabriela Lena (UCR), tras haber adelantado su voto positivo al proyecto de ley, publicó en Facebook un mensaje celebratorio del día de la Inmaculada. Entre los muchos comentarios indignados que el posteo suscitó, destaca el del sacerdote Leandro Bonnin: “celebrar la Inmaculada CONCEPCIÓN sólo es posible si reconocemos que hay VIDA HUMANA desde la CONCEPCIÓN” […] “Supongo que esta publicación significa que […] ha decidido votar CONTRA el PROYECTO DE ABORTO, que supone lo contrario”.[1]

El 8 de diciembre de 1955 la Plaza de Mayo se colmó de fieles que acudieron a celebrar la primera fiesta de la Inmaculada Concepción tras el derrocamiento del “tirano” Juan Domingo Perón. Desde los balcones de la Casa Rosada siguieron la ceremonia el presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, el vicepresidente Isaac Rojas, ministros del Poder Ejecutivo y algunos eclesiásticos de alto rango entre los que destacaba el nuncio apostólico. Antes de la misa de campaña, aviones de la Fuerza Aérea surcaron el cielo decembrino escribiendo en el cielo “el signo de la Revolución: la cruz y la V, el Cristo Vencerá” y el anagrama “AM” -“Ave María”-, tras lo cual dejaron caer sobre la multitud una lluvia de “volantes alusivos”.[2] En su discurso, el presidente Aramburu recordó que la fase final de la lucha contra la “tiranía” había comenzado un año antes, el día de la Inmaculada Concepción. Para muchos católicos de la época, el éxito de “la gigante empresa de la recuperación que se puso en marcha aquel 8 de diciembre de 1954” había sido, sin duda alguna, “el triunfo de María”.[3]

El 8 de diciembre de 1904 se festejó el jubileo por el quincuagésimo aniversario de la publicación de la carta apostólica Ineffabilis Deus, con la que el papa Pío IX había declarado solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción en 1854. En la carta pastoral que dedicó a la celebración, el arzobispo de Buenos Aires explicó a los fieles su significado para la “sociedad moderna”: las ideas subversivas de las izquierdas, que tendían “á la destrucción y á la ruina del orden de cosas existente”, tenían su origen en un nefasto principio de “un filósofo descaminado” -se refería a Jean-Jacques Rousseau-, según el cual “el hombre nace bueno y la sociedad lo pervierte”. De allí se concluía, observaba el prelado, que era preciso subvertir el orden. La Inmaculada Concepción, en cambio, venía “á pulverizar ese principio, puesto que declara que el hombre nace viciado, inclinado al mal por su naturaleza, en virtud de aquel veneno que inoculara Adán en las venas de la humanidad, por el pecado original, del cual la única que puede gloriarse de ser exenta es la Virgen Santísima”.[4]

Si seguimos retrocediendo en el tiempo, encontraremos a la Inmaculada Concepción involucrada en otros combates. En 1870, con la caída de la Roma papal en poder del Reino de Italia, la veremos invocada para asegurar el triunfo de la Iglesia Católica sobre sus enemigos laicistas y anticlericales. En 1855 la descubriremos llamada a proteger a los cristianos de los indígenas que asolaban las fronteras de Buenos Aires. En el siglo XVII la veremos combatiendo a caballo, junto al apóstol Santiago, a favor de los españoles de Catamarca contra los belicosos calchaquíes.

Este libro propone una breve historia del 8 de diciembre y de la Inmaculada Concepción en Argentina. En pocas páginas y con un reducido aparato crítico -puesto que no está dirigido exclusivamente a los especialistas, sino a un público amplio- busca dar cuenta de las vicisitudes que experimentó la fiesta y de las variadas connotaciones que fue adquiriendo el culto en diferentes contextos históricos. No es tarea sencilla, porque hablar del 8 de diciembre comporta varios niveles de abordaje superpuestos. Tenemos ante todo la fecha en sí misma: la fiesta decembrina, cargada de vastas implicancias religiosas, políticas y culturales. Tenemos luego las imágenes y santuarios dedicados a la Inmaculada, ya que la iconografía plasmó ese misterio en un tipo concreto de representación, y su culto dio lugar a la formación de importantes centros devocionales. Tenemos por último el culto mariano en general, ya que la fiesta del 8 de diciembre, aunque se celebra con especial fervor en las iglesias dedicadas a la Virgen, es una fiesta de primer orden para todo el mundo católico.

Coronación de la Virgen del Valle, Catamarca. 1941 (Archivo General de la Nación)

 

Intentaremos entonces ofrecer un panorama general que abarque esos tres planos a lo largo de un período varias veces secular, que comienza con la temprana colonización del país. La obra evoca diferentes contextos histórico-culturales y rememora las experiencias de muy diferentes protagonistas, desde los de la España tardomedieval -que la invocaron contra moros y judíos-, a los argentinos de mediados del siglo XIX -que impetraron su amparo contra los malones indígenas-, a los católicos de fines de esa centuria -que la convocaron contra el laicismo-, a los del siglo XX -que buscaron su protección contra el comunismo, la “inmoralidad” y la “despersonalización”- y a los de las postrimerías del milenio -que lo hicieron, singularmente, contra la despenalización del aborto-.

Por lo que hace a la fecha, intentaremos dar cuenta de sus significativas mutaciones, relacionadas a menudo con ciertas circunstancias políticas y económicas. Al reconstruir la historia del lugar simbólico que ocupó la festividad en el calendario oficial argentino, veremos que su presencia fue más errática que la de los demás feriados religiosos. Durante la era colonial era fiesta de doble precepto (prohibición de trabajar y obligación de oír misa) y se la celebraba con toda pompa, pero a mediados del siglo XIX comenzaron los cambios. En 1849 fue eliminada del calendario de la provincia de Buenos Aires, junto con otros feriados religiosos, por motivos económicos. En 1852, caído el gobierno de Juan Manuel de Rosas, fue repuesta junto con las otras que habían sido suprimidas. Fue entonces feriado nacional hasta 1955, cuando en el marco del conflicto entre el peronismo y la Iglesia Católica desapareció otra vez del almanaque, esta vez en todo el país, mediante una reforma que sólo dejó en pie el Viernes Santo y la Navidad. En 1956, depuesto Perón, fue recuperada nuevamente, pero sin su anterior carácter de feriado nacional, sino con el más modesto de “día no laborable” (obligatorio sólo para la administración pública y ciertas actividades). Con ese estatus subsistió durante casi cuarenta años, hasta que en 1995 el gobierno de Carlos Menem le devolvió su antigua categoría de feriado nacional. Recientemente, un grupo de legisladores preocupados por la laicidad del Estado propuso eliminar nuevamente el feriado del 8 de diciembre y consagrar el 10, día en que se conmemora el fin de la última dictadura militar y el comienzo de la presidencia de Raúl Alfonsín. Todas esas marchas y contramarchas tienen mucho que contarnos acerca de nuestra historia religiosa y política.

Procesión de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa en Plaza de Mayo, 8 de diciembre de 1930. (Archivo General de la Nación)

 

Ellas se relacionan, en términos generales, con el problema de la secularización y de la (re)definición de la laicidad argentina. La noción de secularización es una de las más debatidas en las ciencias sociales, por lo que es conveniente que aclaremos de entrada el significado que le otorgamos aquí. Entendemos la secularización como recomposición de la religión frente a los múltiples cambios relacionados con los procesos históricos que identificamos con la modernidad: la formación de esferas autónomas respecto de la religión -las de la política, la economía, la ciencia, el arte, etcétera-, la construcción de los estados nacionales, la conformación del mercado capitalista, la transformación de la sociedad estamental en una sociedad estructurada en clases sociales, el pasaje de la unanimidad a la diversidad en materia religiosa, la aceptación de la libertad de conciencia como derecho humano inalienable, entre otros. En otras palabras, al hablar de secularización no nos referimos a un supuesto proceso de pérdida de la religión, ni tampoco a su supuesta erradicación o marginación de la vida pública.

No tenemos motivos para afirmar que la gente crea hoy menos que en el pasado, ni que la fe se haya transformado en un asunto privado. La devoción mariana muestra que no es así, ya que conserva un lugar importante en las creencias y se celebra públicamente. Ella está presente, incluso, en el universo de fe de muchos no católicos: la Segunda encuesta nacional sobre creencias y actitudes religiosas en Argentina, realizada en 2019 por el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales del Conicet, reveló que creía en la Virgen un 15,3% de las personas que declararon no profesar ninguna religión y el 18,8% de quienes se identificaron como cristianos evangélicos. Si revisamos los medios periodísticos cada 9 de diciembre, observaremos que el feriado nacional del 8 no es una mera formalidad de almanaque: muchísimas personas se movilizan ese día para celebrar la solemnidad de la Inmaculada, rezar ante una imagen de la Virgen, cumplir promesas, visitar un santuario y también, por qué no, aprovechar la peregrinación para pasear por Luján, el Tigre, Catamarca o Itatí. En las más de noventa iglesias católicas que hoy en día están dedicadas a la Inmaculada Concepción, las procesiones, peregrinaciones y oficios religiosos del 8 de diciembre adquieren gran masividad.

Procesión de la Virgen, Chañar Ladeado, Santa Fe. 1932 (Archivo General de la Nación)

 

Relacionada desde luego con la secularización, la laicidad del Estado refiere a su mayor o menor neutralidad en relación con las religiones. Pero no hay una única laicidad, sino diferentes laicidades, resultado de las relaciones de fuerza de los múltiples actores políticos y religiosos involucrados en cada caso. Los calendarios oficiales nos proporcionan información al respecto. El argentino distingue entre feriados nacionales (algunos fijos y otros trasladables para fomentar el turismo) y días no laborables. La diferencia reside en que el feriado nacional rige para todas las actividades, mientras los días no laborables imponen asueto sólo a la administración pública y a algunas otras actividades (bancos, instituciones financieras y afines) y son de acatamiento optativo para las demás (comercios e industrias). Los únicos tres feriados nacionales religiosos que conserva el calendario argentino están dedicados a celebraciones cristianas. Las más importantes fiestas judías e islámicas, que fueron incluidas a partir de 2010, poseen el carácter de días no laborables para los fieles de esas religiones. Esa configuración refleja el lugar privilegiado que ocupan en la Argentina el cristianismo en general y el catolicismo en particular. Nuestro país y Costa Rica son las únicas naciones de América Latina que nunca separaron la Iglesia Católica y el Estado, lo que implica reconocerle al catolicismo un estatus especial. Ese lugar de privilegio es para algunos justificable por motivos religiosos, históricos y culturales, mientras para otros constituye una rémora anacrónica e injusta. Parece incrementarse el número de quienes aspiran a la neutralidad estatal en materia religiosa y a la consecuente igualdad jurídica de todas las religiones. En ese sentido, el 8 de diciembre es el más problemático de los feriados nacionales de carácter religioso, dado que las demás confesiones cristianas celebran también la Navidad y la Pascua -aunque no siempre en las mismas fechas-, pero no la Inmaculada Concepción de María, o no lo hacen con el mismo contenido dogmático, con la misma solemnidad o en el mismo día. Desde esta perspectiva, la decisión del gobierno de Carlos Menem de restituirle al 8 de diciembre el carácter de feriado nacional afectó la definición de la laicidad argentina.

Procesión de la Virgen de la Merced, San Juan. 1929 (Archivo General de la Nación)

 

Tenemos después las imágenes y santuarios dedicados al misterio de la Inmaculada. Su iconografía cuenta con una historia milenaria, aunque no fue fácil plasmar figurativamente una idea teológica tan compleja como la que se intentaba transmitir. La búsqueda terminó cristalizando en una representación de honda significación teológica: la de la mujer del Apocalipsis suspendida entre el cielo y la tierra: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas, y estando encinta, gritaba con los dolores de parto y las ansias de parir” (Ap, 12,1-2). Muy frecuentemente, además, la iconografía representa a esa mujer aplastando el cuerpo o la cabeza de una serpiente o de un dragón, símbolo del pecado y de Satanás. Cromáticamente revisten importancia la túnica y el manto de la Inmaculada: sus colores celeste y blanco permitieron que en nuestro país abundaran las lecturas históricas y políticas que subrayaban su coincidencia con los colores de la bandera nacional. Como si la Argentina estuviese especialmente identificada con la Virgen María y en particular con la Inmaculada Concepción.

Por último, de los santuarios dedicados en la Argentina a la Inmaculada hay que mencionar ante todo los tres más antiguos: el de Luján en Buenos Aires, el de Nuestra Señora del Valle en Catamarca y el de Itatí en Corrientes. Hasta el siglo XIX, esos tres centros de peregrinación proyectaban su influencia sobre limitados espacios del área bonaerense, del Noroeste y del Noreste del actual país. A fines de esa centuria, el templo de Luján se transformó en santuario nacional. Con el correr del tiempo, otras iglesias dedicadas a la Inmaculada fueron adquiriendo relevancia. Es el caso de la del Tigre en la provincia de Buenos Aires, donde cada 8 de diciembre, desde 1949, la imagen de María Inmaculada recorre las islas del delta del Paraná en el marco de una pintoresca procesión náutica. Que la fiesta tigrense conserva intacta su popularidad lo muestra el hecho de que en 2021 el municipio haya declarado patrona del partido a la Inmaculada, que es además patrona de Quilmes (Buenos Aires), Río Cuarto (Córdoba), Concordia (Entre Ríos), Concepción (Tucumán)… Además, en las últimas décadas nuevas imágenes marianas han demostrado una enorme capacidad para congregar multitudes los 8 de diciembre, como la de San Nicolás en el norte de la provincia de Buenos Aires o la Virgen “desatanudos”, de la que el papa Francisco es particularmente devoto.

Día de la Inmaculada Concepción, Lomas de Zamora. 1922 (Archivo General de la Nación)

 

Los santuarios más antiguos no han perdido su capacidad de convocatoria. El de Itatí recibe cada año unos cien mil peregrinos que acuden organizados en contingentes de ciclistas -en 2012 la peregrinación sobre dos ruedas movilizó a unas 8.000 personas-, de jinetes y de remeros. En Catamarca las celebraciones comienzan el 29 de noviembre, con la “bajada” de la imagen de “la morenita” hasta el Paseo de la Fe, y culminan el 8 de diciembre con la gran fiesta, a la que asisten el gobernador de la provincia, los miembros de su gabinete, el intendente de la ciudad, legisladores y otras autoridades. La procesión central reúne a miles de peregrinos y promesantes, y es tradición que las mujeres asistan vestidas de azul y blanco: los colores de la Inmaculada y de la bandera argentina. Grandes festejos tienen lugar también en Luján, por supuesto, ya que se trata de la patrona de la República y del santuario más importante del país.

Hay mucha tela para cortar, entonces, en relación con la Inmaculada Concepción en el pasado argentino. En esta obra hemos consultado numerosos estudios antiguos y recientes sobre imágenes, santuarios y prácticas devocionales que nos han resultado de suma utilidad. Pero muchos aspectos, problemas y períodos no han sido investigados todavía, por lo que hemos debido recurrir a fuentes primarias. Dado el estado actual de nuestros conocimientos, ninguna obra puede exponer exhaustivamente la historia del culto de la Inmaculada. Esperamos que este volumen, además de ofrecer una interpretación general de sus muchas vicisitudes, estimule a otros investigadores e investigadoras a realizar nuevas contribuciones.

El libro se puede adquirir a través del sitio web de la Editorial UNSTA, aquí.

[1] Elentrerios, 9 de diciembre de 2020. https://www.elentrerios.com/actualidad/sacerdote-cruz-a-diputada-que-est-a-favor-del-aborto-por-un-posteo-sobre-la-inmaculada-concepcin.htm. Consultado el 8 de noviembre de 2022.

[2] “Con Emoción se Siguió el Paso de los Aviones Sobre Plaza de Mayo”, Clarín, 9 de diciembre de 1955.

[3] “El triunfo de María”, Concordia (revista de la Asociación de Hombres de Acción Católica), enero-febrero de 1956.

[4] “Pastoral sobre las Fiestas Jubilares de la Inmaculada Concepción”, Revista Eclesiástica de Buenos Aires, 1904, pp. 1004-1007.

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Roberto Di Stefano

Roberto Di Stefano

Se graduó como Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires en 1991 y obtuvo el título de Doctor en Historia Religiosa por la Universidad de Bolonia en 1998. Actualmente se desempeña como investigador principal del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”. Es autor de numerosas obras y ha sido profesor invitado en varias universidades latinoamericanas y europeas.
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