Celso Lunghi vive en Pehuajó. En el 2012, a los 24 años, escribió una novela de terror para el Concurso Nueva Novela de Página 12. Su libro fue elegido ganador entre mil que se presentaron. Su novela fue editada por la Editorial La Página y mereció una larga nota de tapa en el suplemento Radar. La acción, llena de intriga, transcurre en un pueblo imaginario de la provincia de Buenos Aires: Tábano. Desde su nombre, este pueblo molesta, despierta asco. También sus personajes, múltiples voces que visitan muchos lugares de la religiosidad popular: la luz mala, sesiones espiritistas, la cura de empacho, la yeta.
La novela abre con la descripción periodística de una secta suicida liderada por una adolescente que asegura ser la reencarnación de la Virgen María y prometía a sus seguidores que después de realizar el paso, gobernarían con vara de acero a las naciones. El cura la considera una ridiculez y a los seguidores una banda de ingenuos, en sus palabras: “una verdadera gansada”. El narrador califica a la adolescente de delirante. Los escépticos la toleran en tanto que no pida tributos de orden económico. No obstante, también encontramos la voz de una seguidora que, a pesar de que reconoce su dolor como causa final de su fe, encuentra un refugio en tiempos difíciles de su vida, lo que funda un intenso lazo de solidaridad entre los suicidas.
La religión es cosa de adultos. Adultos con rencor y miedo, pero sobre todo, llenos de culpa; una culpa que los maneja y los mantiene simbólicamente atados a los errores del pasado. Lo primero que generan es un serio rechazo, aunque vistos de cerca ni siquiera. Más bien llevan al lector a una sensación difícil de nombrar, pero que oscila entre el asco y la tristeza. Eso que sentimos cuando vemos a un sujeto indigno y a la vez ignorante de su condición, preso de un dolor y una tristeza que no termina nadie de comprender, sobre todo él mismo.
Otro de los lugares desde los que se expresa la maldad de los adultos es su crueldad con los niños. Encerrados en un pueblo hediondo por las emanaciones del frigorífico, pero más aún por los actos espurios de los grandes, son los únicos que quizás podrían pasar por mártires, aunque no por santos. El autor se mantiene los suficientemente cerca de la infancia como para olvidarse de la inteligencia estratégica y la capacidad manipuladora de los niños.
No hay héroes ni protectores, en Me verás volver no hay quien encarne la moralidad o el heroísmo y nos proteja de la dureza de lo irreversible. Es una invitación al desencanto para los jóvenes idealistas de la capital que sueñan con un Interior amable. Los pobladores de Tábano, como cualquiera, son capaces de las venganzas más terribles y las traiciones más inconfesables.
El representante de la Iglesia Católica merece un párrafo aparte. El padre Levín es cínico, vengativo, cruel. También el personaje más calculador y racional de todos. Su voz interna expresa sin matices su odio hacia quienes lo rodean y sobre los que ejerce acciones terribles sin el menor signo de culpa. Estamos ante un cura sádico y nihilista, que se ríe por igual de sectas y sacramentos.
Pareciera que el autor no realiza una traspolación hacia la Iglesia Católica en tanto que institución, sino que deja ese juicio a cuenta de quien lee. Resulta llamativo, sin embargo, que el llamado a salvar a los que sufren sea el que desencadene -con total intencionalidad- la muerte de los sufrientes. Quizás una invitación a estar atento a que el peor del rebaño pueda a la vez ser el representante de Dios en la tierra.
El contenido religioso de Me Verás Volver tiene una fuerte marca popular, pero no plantea justicieros, mártires ni salvadores. No hay Gauchitos ni Gildas. En su enfoque lo que encontramos es una serie de delirios que se vuelven reales por esa maldita forma que tiene el azar de encadenar circunstancias (casuales) a nuestras espaldas: una virgen que llora sangre aplicada por un perverso; una niña cuyo carácter milagroso tiene como “prueba irrefutable” es que en su cercanía se huele a rosas sin que haya rosales; la negligencia de médicos inescrupulosos que no realizan una autopsia para ahorrarse posibles complicaciones -“esos hijos de puta son los únicos asesinos que no van presos”, desliza un personaje de costado-.
Tábano es un pueblo desolador, supersticioso. Las creencias se presentan como una respuesta a los miedos que invaden cada día; al viento de las tormentas, a lo inexplicable, a la luz mala, al castigo divino. Ese miedo que se opone a la experiencia científica, que despuebla el mundo de fantasmas y misterios. Pero también, y sobre todo, la creencia es una respuesta al vacío de la insoportable banalidad de la vida cotidiana, la búsqueda de una plenitud (y un disfrute) ausente en los días. Las sectas -según cree el autor (ver la entrevista abajo) y se refleja en el libro- son un peligro, un conjunto de delirantes y fanáticos que no pueden con el vacío existencial, que se suicidándose asesinan, que matándose matan. Toda creencia, desde esta visión, nace del miedo paralizante y el absurdo, presentándose como la única alternativa a una vida llena de dolor, culpa y frustración.
En definitiva, la religión es presentada negativamente, como superstición y fanatismo irracional, pero también son caracterizadas negativamente la medicina y la familia. Se resaltan las miserias de la intimidad cotidiana, como solo en un pueblo pueden conocerse. Celso Lunghi alerta sus antenas cuando hay humanos cerca.
Al lector, la novela lo pone en un lugar de conocimiento de la ridiculez de los móviles de la acción, pero con inteligencia y sutileza. La manera en la que dosifica la información es de una maestría tal que siempre deja la puerta con una luz de duda; abre el camino a la interpretación, por no decir la creencia. Quizás el mejor modo de leer Me Verás Volver, es como se leen las coincidencias: si son señales o burlas depende de lo que susurre el demonio de quien las vive.
Celso Lunghi entrevistado por Aarón Attias
AA (Aarón Attias): ¿Cómo calificarías el fenómeno de las «sectas»?
CL (Celso Lunghi): Como peligroso. A mí, personalmente, me producen pánico. La secta de la novela, de hecho, está basada en una real, “Creciendo en Gracia”, que, el año pasado, anunciaba la transformación de su líder: la idea era que el tipo y todos sus seguidores se iban a convertir en inmortales, cosa que, por supuesto, nunca pasó, pero los familiares de los adeptos temían que, para demostrarlo, intentaran suicidarse. El de las sectas, además, fue un tema que, el año pasado, estuvo muy de moda y, en esa vorágine, me topé con algunas que son antológicas, como una que se llama “Ejército de Dios”, la cual se prepara para una guerra santa. De cualquier forma, por distintas que parezcan a primera vista, todas responden a la misma lógica: un fanatismo extremo que suele terminar mal.
AA: ¿Dirías que la novela presenta a la creencia como una respuesta a los miedos de cada día?
CL: Nunca lo había pensado, pero sí. Me gusta lo que decís, aunque yo le agregaría algo: a los miedos y a las culpas que cargamos. Creo que la creencia viene a llenar un hueco emocional. Por eso, no importa el nivel de instrucción que tenga una persona. Si se siente vacía, igual va a recurrir a lo que sea para tratar de llenarlo, de sentirse plena. No casualmente el cristianismo apunta, permanentemente, a destacar que, en comparación a Jesús, somos inferiores. La idea es presentarse como la única alternativa o, mejor dicho, como la única alternativa válida para salvarte, para despojarte de tu grado de culpa. En ese sentido, trabajan sobre el miedo. Asustan. Paralizan. No te dejan margen de acción. Ahí, supongo yo, supongo yo, radica su efectividad. Tanto en las sectas como en las religiones oficialmente reconocidas.
AA: ¿Qué otras funciones cumplen las creencias en la perspectiva de la novela?
CL: Te diría que, en la novela, se destaca el carácter absurdo de las creencias. Margarita tiene la esperanza de que, gracias a las visitas del cura, va a poder redimirse, así como los seguidores de María Rosa recurren al suicidio para “entrar al Reino de los Cielos”. Actualmente, hay una tendencia a pensar a las creencias populares como una forma de resistencia a las religiones tradicionales. En ese sentido, mucha gente las destaca. A mí, sin embargo, tal como sucede en la novela, me parece que siempre desembocan en el fanatismo. Partir de algo irracional, creo, nunca puede llevar a nada bueno. Y las creencias populares, justamente, por su carácter novedoso, enseguida despiertan fanatismo. Para mí, en síntesis, son iguales o más peligrosas que los dogmas tradicionales, porque, con muchísima facilidad, captan adeptos que están dispuestos a defenderlas al precio que sea.
AA: ¿Afirmarías que las personas del pueblo son más ingenuas que las de las ciudades? Parece que hay una visión un poco despectiva de la mentalidad de pueblo.
CL: Para nada. Como te decía antes, ya seas de pueblo o de ciudad grande, ya seas barrendero o abogado, si te sentís vacío, igual vas a recurrir a lo que sea para tratar de sentirte pleno, por irracional o absurda que a otros les suene la creencia en la que hayas caído. En la novela hay un pueblo porque es un espacio que me interesa literariamente. Nada más que por eso. De hecho, es el lugar que elijo para vivir. Yo hui de la ciudad grande, entre otros motivos, porque nunca me sentí cómodo entre su gente
AA: Como lector, me dio la impresión de que me ubicás en un lugar de escepticismo respecto de lo que sucede. Sin embargo, la manera en la que dosificás la información permite que uno tenga alguna duda durante gran parte del relato. ¿Qué opinás de esto? En caso de que estés de acuerdo, ¿hay alguna intencionalidad ahí?
CL: La intención era que el lector cerrara el libro sin saber lo que había pasado. Es decir, sin saber si realmente el espíritu de la madre había poseído a la nena o si había sido todo producto de la sugestión. De ahí la multiplicidad de voces: cada personaje cuenta una historia parcial y, encima, desconfía de los demás. Así que sí, efectivamente, hay intencionalidad. ¡Y me alegro de que haya producido el efecto deseado!
AA: No me parece que el -atrapante- personaje del cura sea una crítica a la Iglesia en sí misma, sino una desmitificación de la figura del cura del pueblo. ¿Te parece correcta esta lectura?
CL: Totalmente. De hecho, el cura en ningún momento cuestiona sus creencias. Simplemente, es bastante renegado y, de repente, se le presenta la posibilidad de hostigar a alguien, de explotar su sadismo. De cualquier forma, me parece bien que haya gente que lo lea como una crítica a la Iglesia. Son efectos de lectura.
AA: Por último, encontré una distinción bastante marcada entre los niños y los adultos. Estos últimos son retratados con mucha crudeza, siendo los niños sus víctimas. ¿Hay una suerte de venganza simbólica en el personaje de Violeta?
CL: No estoy tan seguro, porque la pobrecita es víctima hasta último momento. A la única a la que puede matar es a una infeliz que cae en sus vidas de casualidad, aunque también es bastante zorrita. Mi idea, justamente, era destacar que nadie es del todo bueno ni del todo malo, sino que hay contrastes, que el Bien y el Mal conviven en nuestro interior. Por eso me gusta una frase de un cuento de Ana Maria Shua que dice “Nadie, ni siquiera un niño, es del todo inocente.”
Preciosa nota, llena de asuntos hondos, esos que dejan pensando sin respuestas!