por Luis Alonso Hernández (UNSAM e IICS-UCA/CONICET)
En Venezuela todos conocen al Dr. José Gregorio Hernández, personaje muy arraigado en la cultura local, famoso por seguir ejerciendo la medicina desde el plano espiritual. En este país estamos acostumbrados a pedir a José Gregorio ante cualquier malestar del cuerpo y, nunca falta una estampita en la billetera. Incluso, en algunos centros hospitalarios reposa su imagen, posicionándose como el líder absoluto de los galenos venezolanos. También está presente en altares domésticos y desde su flamante beatificación, ocurrida en Caracas el pasado viernes 30 de abril, comenzaron a proliferar estatuas gigantes en algunas plazas públicas.
Pero el doctor José Gregorio no es cualquier beato. Es una entidad porosa, flexible, cuya devoción desde hace años dejó de ser una exclusividad del catolicismo popular. Hoy día se le pide en todos los estratos sociales y es además una de las principales figuras del culto a María Lionza, religión espiritista venezolana caracterizada por la invocación por parte de médiums, de espíritus agrupados en cortes de acuerdo a sus características u oficios particulares. En el caso de José Gregorio, está al frente de la Corte Médica, la más famosa entre los practicantes.
Su invocación desde el espiritismo sería una de las causas por las cuales el Vaticano no le beatificó con anterioridad. Esta faceta del “médico de los pobres” siempre ha molestado a sectores conservadores letrados, que siempre han considerado como “salvajes” y “atrasados” a quienes asumen como parte de su vida, a estas prácticas no hegemónicas, invisibilizadas y/o estigmatizadas desde los medios de comunicación social.
Pero ¿quién fue el doctor José Gregorio Hernández? ¿cómo se fue gestando su santidad? -popular y ahora oficial?
Hacer un santo
José Gregorio Hernández nació el 26 de octubre de 1864 en la zona andina, específicamente en el pueblo de Isnotú, estado de Trujillo, región muy católica, creyente, callada y servicial, atributos que nuestro beato representó en vida. Desde pequeño se fijó como meta ser sacerdote, pero su padre le impuso estudiar Medicina, por lo que dejó las montañas y se radicó en Caracas, graduándose en Ciencias Médicas en 1888. Prosiguió su formación en Francia gracias a una beca del gobierno venezolano. En Paris se especializó en Histología Normal, Bacteriología y Fisiología Experimental. Regresó a su patria en 1891 y se incorporó como docente en la entonces Universidad de Caracas. Trajo el primer microscopio, fue pionero en investigar procesos embriológicos, así como sobre tuberculosis y fiebre amarilla.
Siendo un médico prestigioso intentó dedicar su vida a la Iglesia, estuvo una temporada como fraile, se internó en varios monasterios pero prefirió a sus pacientes con quienes se ganó los calificativos de “medico piadoso” o ”médico de los pobres”, tanto en vida como en su etapa de santo popular o de espíritu de la Corte Médica. Su consultorio siempre estaba atestado de gente, a todos los revisaba por igual con algunas excepciones: no atendía a pacientes con enfermedades de transmisión sexual, por lo que algunos biógrafos hablan de “aura de asexualidad”.
Murió el 29 de junio de 1919 atropellado por uno de los pocos automóviles que circulaban en Caracas. Con su muerte también visibilizó el poder de los más vulnerables. Aplica la consigna de que los santos son elevados a los altares por el mismo pueblo, como ocurrió en este caso. Comenzó a venerarse desde el mismo instante en que falleció trágicamente. A su funeral asistieron unas 30 mil personas con “el corazón electrizado”, según escribiera el gran Rómulo Gallegos. Además, la gente no permitió que el féretro fuera transportado en la carroza dispuesta para ello, sino exigió llevarlo en hombros gritando “el doctor Hernández es nuestro”, manifestándose así una lucha simbólica por el control de su devoción.
Los biógrafos igualmente coinciden en que el culto giró inicialmente sobre su tumba en Caracas, convertida en centro de peregrinación. A su vez, historias sobre el poder curativo del médico se fueron expandiendo por toda Venezuela. José Gregorio seguía interviniendo en el mundo de los vivos. La gente hacía promesas que consistían en visitarlo en su morada, llevar ofrendas, fortalecer la fe. A cambio, pedían resolver asuntos relacionados a la salud. José Gregorio cumplía y se fue estructurando una relación de confianza que trasciende las fronteras nacionales, en especial en la vecina Colombia, Ecuador, Centroamérica y el Caribe.
El culto tomó fuerza en la década de l930, con la fuerte migración de los campos a la capital, en medio de un país que saboreaba la industria petrolera y desdibujaba su pasado rural. La trayectoria del médico seguía expandiéndose como la pólvora. Se fue estructurando un espacio de hibridación entre prácticas biomédicas y formas subalternas de tratar la medicina que nunca se habían visibilizado en el país o por lo menos no a este nivel.
La trayectoria de José Gregorio Hernández fue aumentando. En 1949 la Iglesia Católica decidió intervenir e inició la recolección de información sobre los milagros. En 1958 se envió a Roma información valiosa relacionada a sus actos, lo que permitió iniciar los pasos por el camino de la canonización. En 1971 se aprobó el grado de “fama de santidad”; en 1975 su cuerpo fue trasladado a la iglesia la Candelaria, en Caracas y en 1986, el papa Juan Pablo II lo declaró Venerable.
El 19 de junio de 2020, en plena pandemia por coronavirus, los venezolanos recibieron con júbilo el anuncio de la beatificación. El milagro necesario fue certificado por una comisión teológica de expertos. Se trata del caso de la niña Yaxury Solórzano, quien, durante un atraco en los Llanos de Venezuela, recibió un balazo de escopeta en la cabeza. Tuvo fractura de hueso parietal derecho, edema y aire en la cavidad craneal. Lejos de un centro asistencial con equipos para intervenirla quirúrgicamente, durante el trayecto perdió masa encefálica y sangre. Pocas esperanzas de vida para la pequeña. Al llegar al hospital, la madre se aferró al doctor José Gregorio. Sintió su mano en el hombro y le dijo: “No te preocupes, que tu hija va a salir bien”. Lo demás es historia. La beatificación se consumó el pasado 30 de abril.
Con esta beatificación el papa Francisco hizo un guiño de ojo a los venezolanos, quienes esperaban con ansias este momento. Bergoglio ha evitado opinar sobre la crisis política nacional, pero nos dio un Beato presente en cada rincón, en cada familia, independientemente de la posición política de los creyentes. Las reliquias del beato han sido distribuidas en todo el país. En su mayoría, trozos de huesos de sus manos, su principal herramienta de trabajo como profesor y médico. También se distribuye el rostro oficial, el médico con bata blanca y estetoscopio, lejos del santo vestido de traje negro que regularmente usan los espiritistas.
Testimonios sobre sus actuaciones abundan. En lo particular he escuchado algunos en los que se describen visitas y hasta operaciones realizadas por el propio José Gregorio mientras el enfermo duerme. Siempre deja rastros de su intervención, como algodones con sangre, instrumentos quirúrgicos evidentemente usados y hasta órdenes médicas con su letra. Además, familiares afirman observar sombras en las noches. La manifestación más grande de su accionar: pacientes totalmente curados, algunos al borde de la muerte. Este abordaje alternativo se aprecia tanto en el mundo católico como en el espiritismo marialioncero.
José Gregorio marialioncero
Las luchas simbólicas sobre la figura de José Gregorio Hernández se han ido visibilizando con el pasar del tiempo. No es solamente un santo para los católicos, el médico de los pobres tiene otra faceta investigada con interés por cientistas locales y extranjeros: el José Gregorio Hernández de los espiritistas marialionceros, culto en donde se erige como una de las entidades con más luz, de los más poderosos por su poder de curar.
La antropóloga Angelina Pollak-Eltz afirma en varios de sus libros que esta emblemática figura frecuenta los cuerpos de los médiums de María Lionza desde la década de 1960. Desde entonces se encuentra en la élite del panteón y es una de las entidades terapéuticas con mayor influencia sobre las concepciones de la enfermedad y la curación. Ahora como beato, practicantes del culto consideran que se elevará la luz y fuerza en una entidad que ya estaba al mismo nivel de Simón Bolívar dentro de esta forma de expresión religiosa.
Los médiums que reciben a José Gregorio deben tener amplia experiencia en el espiritismo para recibir a una entidad con tanto poder. Hay que destacar, que José Gregorio no baja constantemente y ha dejado espacio a una serie de médicos más contemporáneos que se han incorporado al culto. El español Francisco Ferrándiz, durante su etnografía del culto a María Lionza observó que José Gregorio, como el resto de los espíritus de médicos, preserva muchas de rutinas de comportamiento, el discurso experto y los símbolos de prestigio de un doctor.
Por esta razón es habitual que los fieles antes de la invocación vistan al médium con una bata blanca, y en ocasiones le cuelgan un estetoscopio en el cuello. Para Ferrándiz, “estos son los signos de presencia más habituales de José Gregorio en sus consultas: con actitud distante y sobria, contenida, da la mano educadamente y examina con rutinas clínicas a sus pacientes, trata de dilucidar síntomas en los testimonios atropellados, elabora diagnósticos que pueden enmarcarse de manera laxa en el paradigma biomédico. Toma café, fuma cigarrillos, comenta con discreción las circunstancias del paciente con los familiares presentes, opera, ausculta, desinfecta heridas, refiere a sus pacientes a otros especialistas cuando considera que el caso desborda su competencia. Escribe recetas a mano donde recomienda medicinas de patente”.
Los espacios terapéuticos del culto de María Lionza son denominados velaciones, espacios rituales de formas geométricas o humanas, en los que se dibujan con talco o harina símbolos sobre el terreno, que ha sido previamente purificado con amoniaco. Los espacios dibujados se rodean con líneas de velas de colores en donde reposa acostado el paciente afligido. La estatua de José Gregorio se coloca casi siempre para presidir las curaciones. Las materias en trance efectúan los ritos de curación sobre el cuerpo de los enfermos al tiempo que se consumen las velas. Los pacientes experimentan angustia, dolores, vómitos, bajadas de tensión, frio, calor y otros malestares, en señal de que hay espíritus trabajado y de que se está botando el daño, está teniendo lugar la curación.
La velación es el espacio terapéutico más generalizado, por lo general se hacen en portales naturales al aire libre. También se pasa consulta en hospitales o consultorios místicos atendidos por espiritistas marialionceros, en donde médiums incorporados atienden a sus pacientes.
La Corte Médica
La Corte Médica es un espacio híbrido emergente. La lectura del tabaco es la forma más generalizada de diagnosticar la enfermedad. También se utilizan el pulso, las cartas y la interpretación del iris. Los pacientes llevan a las ceremonias los informes médicos o resultados de exámenes realizados en hospitales: heces, sangre, orina, tensión, que se interpretan por igual dentro del paradigma biomédico -fractura, disfunción, infección, tumor, cáncer- y espiritista –mal de ojo, daño, brujería, pena-.
Sin embargo, la antropóloga Angelina Pollak-Eltz resalta que el mayor impacto de la corte médica es la expansión de la cirugía mística, la cual ocupa el centro de la percepción popular de la eficacia biomédica. Los centros espiritistas o médiums que trabajan habitualmente con la corte médica, disponen de bisturís, guantes, máscaras asépticas, algodón, pinzas tijeras, esponjas, alcohol, jeringas, gasas, medicinas, en combinación con velas, tabacos y plantas curativas.
En la mayoría de estas operaciones no se toca al paciente. Se trata de reproducciones de los procedimientos quirúrgicos biomédicos. Los espíritus médicos y sus enfermeras imitan de forma estereotípica, la forma jerarquizada que se vive en un quirófano. Los médicos dibujan incisiones, cortes, suturas y otros itinerarios a corta distancia del cuerpo o sobre objetos que representan los órganos afectados. Como vemos, en estas curaciones se entremezclan y retroalimentan prácticas y racionalidades terapéuticas propias de la biomedicina y la mística. En este sentido, el culto a José Gregorio dentro del panteón marialioncero sería una instancia más del proceso de medicalización de los llamados cultos de curación.
Más allá de las concepciones y reapropiaciones de la figura de José Gregorio Hernández, su beatificación nos trae algo de aire fresco en tiempos de turbulencia. El país está contento y seguramente continuaremos presenciando escenas, en las que se siga combinando el paradigma hegemónico biomédico con eficacias místicas bien marcadas en la cultura venezolana, tanto en el ámbito del catolicismo como en el espiritismo marialioncero. Nuestro beato es amplio, plural, diverso, flexible, poroso y lo tendremos activo ahora más que nunca, con mayor fuerza, tejiendo espacios de hibridación relacionados a los procesos de salud y enfermedad en la Venezuela actual.
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