Once años del Papa Francisco

Diego Mauro (Universidad Nacional de Rosario/CONICET) y  Aníbal Torres (Universidad Nacional de Rosario)

Su huella en la historia de la Iglesia Católica

Contra muchos de los pronósticos iniciales, el 13 de marzo el papado de Francisco va a cumplir once años. No solo sigue sentado en la silla de Pedro sino que todo indica que su papado va a dejar una huella profunda en la historia de la Iglesia católica, como lo hicieron en su momento desde diferentes perspectivas León XIII, Juan XXIII o Juan Pablo II.

En primer lugar, hay que subrayar el impacto social y mediático global de Francisco. Sus gestos de austeridad y su estilo de comunicación franco y directo, apoyado en el uso de redes sociales, le han permitido construir un vínculo más estrecho con el ámbito católico y el mundo en general. Su apuesta por usar canales directos de comunicación con los fieles le ha ayudado a construir un capital político y espiritual propio que se apoya en la institución papal pero que la traspasa. Francisco es Francisco porque es el papa, pero mucho más porque es Francisco. Esto, a su vez, ha sido clave para darle peso específico dentro de la Iglesia católica, donde las diferentes tendencias, grupos y sectores suelen librar batallas prolongadas, intensas e inclementes. En parte gracias a su prestigio social y a su autoridad moral, reconocida por los principales dirigentes de todo el espectro ideológico y político a lo largo y ancho del mundo, ha podido mantenerse firme como líder de los católicos y poner en marcha reformas importantes y ambiciosas, cuyos efectos, si bien aún están en pañales, ya pueden vislumbrarse en ciertos planos.

En segundo lugar, hay que destacar sus innovaciones en términos de lo que se conoce como Magisterio Social Pontificio. En sus principales encíclicas, Laudato si’ (2015) y Fratelli tutti (2020), así como en su reciente exhortación apostólica, Laudate Deum (2023), propone una suerte de actualización y hasta superación de la doctrina social católica desarrollada desde finales del siglo XIX. En estos documentos, Francisco insiste en que es preciso alentar nuevas formas comunitarias de producir, trabajar y convivir. No solo pide justicia social y moderación a los capitalistas, sino que alienta la búsqueda de formas más cristianas de habitar el mundo. Recuerda que la propiedad privada no es un valor absoluto y anima a buscar en la economía social y popular nuevas ideas para pensar el futuro. Por supuesto, el Pontífice no pretende proporcionar soluciones técnicas, medidas concretas de política económica, pero sí traza horizontes cristianamente deseables. Y, como ejemplifica su enfrentamiento con Javier Milei en Argentina, esos horizontes no son compatibles con la ideología neoliberal ni con las versiones teóricas radicales del anarcocapitalismo.

Francisco con obispos argentinos (REUTERS)

 

En tercer lugar, Francisco también está dejando huella en la propia forma de pensar el poder y la autoridad en la Iglesia. El Sínodo sobre la Sinodalidad, a completarse este año o el siguiente, tiene el propósito de pensar reformas y, más importante aún, formas más colegiadas en la toma de decisiones al interior de la Iglesia. Un debate que había estado en el corazón del Concilio Vaticano II, acontecimiento eclesial que Francisco quiere llevar a su cabal aplicación, sin vuelta atrás, con el objetivo de lograr cambios más concretos y palpables. La composición del Sínodo, que no debe confundirse con un congreso puesto que es de naturaleza no resolutiva, habla ya, de por sí, de la orientación de los cambios que quiere Francisco. De él participan por primera vez 54 mujeres, entre laicas y religiosas, sobre un total de 364 miembros con derecho a voto. En el Sínodo, además, están reflejadas todas las posiciones: las más cercanas a su papado pero también las más críticas. El propósito no necesariamente es sintetizarlas, o subsumir unas en otras, sino identificar rumbos posibles preservando la diversidad. En este aspecto, Francisco ha intentado mantener el centro del ring, cuestionando duramente a los sectores tradicionalistas que alientan lo que llama el “indietrismo” (ir para atrás) pero poniendo paños fríos también a los sectores más progresistas, como ocurre con los referentes de la Vía Sinodal de la Iglesia de Alemania. Según Francisco, estos sectores se olvidan que la Iglesia es diversa y que cualquier cambio debe construirse escuchando a todas las Iglesias particulares, entre ellas las más conservadoras, que, como las africanas, rechazan muchos de los cambios impulsados desde Alemania. El equilibrio es difícil e inestable, pero Francisco ha logrado por el momento contener las fuerzas centrípetas en la Iglesia universal y avanzar en medio de las tensiones.

Finalmente, Francisco propone una Iglesia “en salida”, que recorra las periferias sociales y existenciales, y que tenga siempre sus “puertas abiertas”. La definición tal vez más radical de su papado y la que más resistencias ha generado en los grupos conservadores. El argumento de Francisco es que, a la luz del Evangelio, nadie puede cerrarle la puerta a nadie o, dicho de una manera distinta, nadie puede tirar la primera piedra. En todo caso, tal vez, si hay algo que puede dejar a alguien por fuera de la Iglesia es paradójicamente el intento de dejar a otros afuera. Una posición que enfurece a los sectores conservadores, que quisieran hacer de la Iglesia un club exclusivo y amurallado, con pocos accesos e infinidad de acreditaciones y condiciones morales. Si se leen los Hechos de los Apóstoles, parece difícil sostener la postura conservadora aunque, es cierto, ha sido dominante por largos períodos de la historia de la Iglesia. Por otro lado, recuerda Francisco, la Iglesia no es algo que Dios necesite. Cristo no la instituye para ser adorado sino para ayudar a los hombres y las mujeres a atravesar su vida terrenal, donde empieza el Reino de los Cielos. La palabra clave que resume su visión de la Iglesia es misericordia y el neologismo creado por él: “Ser Iglesia es misericordiar”.

¿Logrará Francisco asegurar que el rumbo delineado a lo largo de estos años se mantenga tras su muerte o renuncia? Es difícil saberlo, más en una institución como la Iglesia que, seamos claros, es mucho más que una institución. La Iglesia es un universo en sí mismo, con sus galaxias enteras e infinidad de sistemas solares en su interior. Cada uno con sus principios, sus lógicas y sus criterios. No obstante, Francisco no ha perdido el tiempo. La reciente designación de Víctor Manuel Fernández en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe es una decisión clave y una señal fuerte a futuro. Fernández es un hombre totalmente identificado con las ideas de Francisco y relativamente joven. Con sus 60 años, probablemente perdurará en su cargo cuando Francisco ya no esté. Es cierto que un nuevo papa podría removerlo, pero también es cierto que no sería sencillo desplazarlo sin hacer olas. Por otro lado, el Colegio Cardenalicio que tendrá a su cargo el próximo cónclave ya ha sido nombrado en su mayoría por Francisco, lo cual aumenta las posibilidades de que su sucesor sea alguien cercano a sus ideas. Igualmente, esto no asegura nada. Muchas designaciones no dependen de su voluntad, sino de situaciones preexistentes que no pueden alterarse sin desatar una tempestad. El papado es una especie de monarquía pero con prerrogativas limitadas. Más de hecho que de derecho, es cierto, pero limitadas al fin. La sucesión, por tanto, no deja de ser una incógnita aunque, en cierto modo, puede decirse que, al menos por ahora, en este aspecto la cancha parece inclinada a favor de Francisco.

El papado de Francisco y la política argentina

En el plano político–institucional resaltamos que en estos años Francisco recibió a cuatro presidentes de diferentes signos partidarios. A decir verdad, ninguno de ellos plenamente identificado con su Magisterio, pese a ser —nominalmente— católicos.

En un rápido repaso podemos señalar que con Cristina Fernández costó construir un vínculo, a partir de la hostilidad manifiesta por su sector político, el kirchnerismo, en los primeros momentos de su elección.

Con Mauricio Macri la relación no fue buena, básicamente por las características del plan económico aplicado, alejado de la agenda social de Francisco.

Con Alberto Fernández pareció haber mayor sintonía en ese sentido, aunque el impulso presidencial a la sanción de ley del aborto enfrió el vínculo, deteriorado por el desacierto en políticas públicas claves.

Con el actual presidente, Javier Milei, la situación fue tensa desde la campaña presidencial de 2023, dado que el entonces candidato libertario expresó su abierta oposición a la justicia social, uno de los pilares de la Doctrina Social de la Iglesia. Por si fuera poco, y como trascendió internacionalmente, en su raid mediático hacia la candidatura a la presidencia Milei criticó abiertamente al papa. Lo acusó, incluso, de ser «el Maligno en la casa de Dios». Pero Francisco, como buen sacerdote católico, predica con el ejemplo y sabe poner la otra mejilla. Lo hizo con numerosos dirigentes políticos y líderes sociales que también lo habían criticado, lo cual se concretó muchas veces con los famosos envíos de rosarios, en tanto gesto pastoral.

Francisco con Cristina Fernández de Kirchner

 

Más allá de estos acercamientos, en líneas generales —con honrosas excepciones—, la dirigencia política y social no ha tomado muy en serio a Francisco. Acaso la clave sea que sus gestos y sus palabras son interpretados demasiado ideológicamente o de manera estricta a la luz de la realidad política local. Aunque Francisco parece seguir de cerca la política argentina es, ante todo, el «Pastor de almas» de una de las religiones más importantes del mundo y lidera espiritualmente a 1,200 millones de católicos. Dejando de lado a los sectores históricamente combativos de la Iglesia y a aquellos para los cuales ésta resulta irrelevante, no es casual entonces que para quienes levantan las banderas del neoliberalismo —o incluso, en la gestión, actual el anarco–capitalismo— el papa Francisco está en la vereda de enfrente. En cambio, para muchos de quienes se identifican como pertenecientes al denominado pan–peronismo la lectura tiene que ver con un mesianismo político, es decir, de corte nacionalista y triunfalista.

De manera que, tras el reciente encuentro cristianamente afable entre Francisco y Milei, su otrora detractor público, muchos —imbuidos de un «pensamiento de derrota»— entendieron equívocamente que allí había una suerte de traición de parte del pontífice. Así, ante el desconcierto fenomenal que dejó la victoria electoral de los libertarios y el naufragio de cierto relato progresista, lo cierto es que muchos no se toman el trabajo de estudiar a fondo el Magisterio de Francisco. La lectura de otros autores o incluso el enredarse en las redes sociales goza de mayor popularidad que la reflexión seria sobre documentos claves como Laudato Si’ y Fratelli Tutti, las dos encíclicas sociales del papa. De esta forma, encontramos en este amplio sector las siguientes derivas: los que se aferran a quienes ofrecen viejas certezas y «pureza» doctrinal partidaria y llegan a tildar al pontífice de «globalista», los que se entusiasman con los liberales críticos —otrora compañeros de ruta de Milei—, los que buscan respuestas en teóricos de otras latitudes y culturas, y los que indagan en el pasado «épico» de la época de la «resistencia», o sea, cuando el peronismo estuvo proscrito.

Francisco con Mauricio Macri y Juliana Awada

 

Si no se leen las cartas casi con formato de «encíclicas» de ciertos dirigentes encumbrados, menos aún se lee a Francisco y, claro está, no se aplican sus enseñanzas. Recién ante un nuevo mensaje del papa, reafirmando la relevancia del Estado y de la justicia social, desautorizando ante los jueces la supuesta «bendición» al programa económico de shock ejecutado por el gobierno libertario, muchos volvieron a entusiasmarse con Francisco, quien siempre estuvo del lado del pueblo–pobre–trabajador–descartado.

Como dijimos, hay excepciones a la ambivalencia en la lealtad al papa. Desde el movimiento obrero organizado y los movimientos populares se expresa en gran medida una genuina simpatía hacia Francisco y la Doctrina Social de la Iglesia que le toca actualizar y transmitir. No obstante, no se debe dejar de tener en cuenta que los sectores involucrados con la economía popular —que desde su conciencia de dignidad piden por derechos sociales básicos como tierra, techo, trabajo y tecnología (las “4 T”)—, representan solamente alrededor de un tercio de la vida económica nacional. Lamentablemente, se carece de actores que interpelen seriamente a los representantes del capital, a quienes Francisco tiene en cuenta cuando reivindica —siguiendo a Juan Pablo II— la economía social de mercado.

Francisco con Javier y Karina Milei

Ahora bien, para los grupos menos ideologizados, que son la mayoría del «santo pueblo fiel de Dios» —expresión muy propia de Bergoglio— que peregrina en Argentina, el papa es el papa. Y se lo aprecia y respeta como tal, además por ser un compatriota, aspectos que no conmueven a los católicos argentinos enrolados en la ideología «indietrista». Esa feligresía sencilla participa y vive con júbilo los regalos que Francisco ha hecho no solamente al catolicismo vernáculo, sino a todo el país, al destrabar causas que dormían el sueño de los justos: las canonizaciones del cura Brochero, de Mama Antula y de Artémides Zatti; las beatificaciones de Enrique Angelelli y los mártires riojanos, de Mamerto Esquiú, de los mártires del Zenta y del cardenal Pironio; el impulso hacia los altares de figuras como el empresario Enrique Shaw, el sacerdote Pascual Pirozzi y el «negro Manuel», primer cuidador de la Virgen de Luján. Aquellos devotos participan, en muchos casos, de una verdadera «mística popular», apreciada y avalada por Francisco, para quien resulta fundamental el hecho de que la salvación se da en un pueblo.

En cuanto al Episcopado argentino, en estos años el papa le ha ido cambiando el rostro a partir de las designaciones de obispos titulares y auxiliares que ha hecho en diferentes diócesis del país. Así y todo, en su mayoría la jerarquía está lejos de encarnar el audaz estilo pastoral que pide el papa. Él sabe bien, como lo dijera en 2009 al recordar la figura profética del obispo Vicente Zazpe, que «esta Iglesia argentina que siempre le tuvo miedo a la Cruz y siempre fue tentada de eludir la Cruz» también a veces ha vendido «la verdad».

Desde que en 1978 los cardenales eligieron a papas no italianos, que cada pontífice visite su país natal se ha convertido en «tradición». Juan Pablo II hizo nueve viajes a la Polonia «comunista» y Benedicto XVI lo hizo tres veces a la secularizada Alemania. En muchos católicos y no católicos persiste la esperanza de que Francisco haga una visita pastoral a su pueblo, que desde hace más de una década ve deteriorarse su calidad de vida, con alarmantes cifras de pobreza e indigencia.

Ni los arrebatos de los «payasos de mesianismo» que apelan estrafalariamente a «las fuerzas del cielo» ni quienes se conducen con la impaciencia propia del mesianismo político entienden que, como dijera Francisco, «mesías hubo uno solo y ese fue Jesús, que nos salvó a todos». Los problemas de los argentinos los resolveremos entre los argentinos, pero sin dudas la visita del papa, que por encima de la polarización política siempre predicó que «la unidad es superior al conflicto», sería una auténtica fiesta popular y prenda de paz social. Como es sabido, aun viviendo en el Vaticano, Francisco sigue siendo «el padre Jorge», atento a los avatares de su patria «del fin del mundo» y siempre dispuesto a ayudarla. De todas maneras, a partir de 2013, en realidad Francisco es Pedro y eso amplió notablemente su agenda y su misión. Porque, como bien sabe desde joven, cuando ingresó a la Compañía de Jesús, su casa es el mundo entero.

La primera parte de este texto fue publicada en el diario Perfil y la segunda, focalizada en la relación del pontífice con la política argentina, en la revista mexicana Christus.

Diego Mauro y Aníbal Torres coordinaron el volumen: «Construir el Reino. Política, historia y teología en el papado de Francisco» (Prohistoria, 2023). La introducción al libro se puede leer en esta entrada del blog DIVERSA.

Aníbal Torres  es profesor de grado en la Universidad Nacional de Rosario y la Pontificia Universidad Católica Argentina, y de posgrado en la Universidad Nacional de San Martín (Argentina).

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Diego Mauro

Diego Mauro

Diego Mauro es Investigador del CONICET y docente de Historia de Argentina II en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.
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