Por Nicolás Viotti (FLACSO/CONICET)
El termino bienestar (o en inglés well-being), como también el de confort, tiene una visibilidad social singular en las ultimas décadas. Se utiliza tanto para hablar de buenas condiciones de trabajo, medir el desarrollo social, vender departamentos, hablar de temas de salud biomédica. Incluso marca ciertos debates sobre la política alrededor de sensibilidades neo-conservadoras y pragmáticas como el actual gobierno del PRO en la Ciudad de Buenos Aires o, más emancipadoras, como en la idea de “buen vivir” presente en algunos países andinos como Ecuador y Bolivia. También se utiliza para referirse a ciertos modos de la religiosidad contemporánea. Sólo en este último se vincula con lo que modernamente se entiende como “religioso”, lo que tiene como consecuencia que buena parte de las ciencias sociales recorten el problema dando por sentada esa frontera como cierta y no como un proceso histórico, un modo nativo de pensar el mundo (cuestionado incluso en ciertos ámbitos) y una categoría analítica socialmente construida.
Las reflexiones de Rodrigo Toniol en la entrada anterior de este blog hacen el esfuerzo por pensar ese impasse entre lo religioso y el bienestar sorteando creativamente estos problemas epistemológicos. Y lo hace en el contexto donde buena parte de los temas asociados a esa relación heredan un enfoque centrado en otro término: Nueva Era.
Este último concepto presenta fuertes ambigüedades en sus usos analíticos, sobre todo cuando no se aclara en que sentido se lo está utilizando. Por ejemplo, se puede utilizar el término para referirse a una identidad socio-religiosa, lo que es complicado en la medida en que muy pocas personas se han identificado con esa categoría y, como ha señalado María Julia Carozzi para el caso argentino, en general las personas que participan en lo que habitualmente entendemos por Nueva Era la han rechazado. También el término se ha utilizado para dar cuenta de un movimiento socio-religioso, lo que supone un gran nivel de generalidad y en sus versiones más estáticas suele asumir fronteras difíciles de delimitar. Finalmente, se ha analizado como una gramática socio-religiosa específica, para la cual hay que dar por sentados algunos contendidos cosmológicos específicos sobre los que no todos los analistas están de acuerdo. Estas tres perspectivas, combinadas de modos diversos, atraviesan los trabajos de las ciencias sociales sobre la llamada Nueva Era y no siempre se hacen del todo explícitas.
La propuesta de Rodrigo de poner en el eje de la discusión la idea de bienestar, creo, intenta salirse de ese atolladero para discutir un emergente cultural contemporáneo, más centrado en un valor que atraviesa culturalmente diferentes “esferas” sociales que un recorte analítico de lo “religioso” versus lo “médico” o lo “espiritual” versus lo “corporal”. Ese ejercicio rompe con ciertas inercias para pensar el mundo en recortes heredados de la sociología modernizante que no se corresponden con los modos nativos de vivir, o solo lo hacen en un período muy restringido y «alto» de la experiencia de la llamada “cultura moderna” euro-atlántica.
Así, muchas prácticas que rápidamente asociamos con la Nueva Era son también parte de otras circulaciones no espiritualizadas, como el yoga, el mindfullness o las técnicas de autoconocimiento con usos biomédicos o bio-psicológicos. A lo que también podríamos agregar los usos políticos antes mencionados o incluso empresariales de la meditación o la literatura de autoayuda. Grupos de coaching ontológico y recursos de la Programación Neuro Linguística en empresas, libros de autoayuda financiera para jóvenes emprendedores, yoga para embarazadas, meditación para personas con ataques de pánico. ¿Dónde esta lo espiritual o el vínculo con lo sagrado en todo ello? Desde el punto de vista de lo religioso, en la medida en que entendamos por ello un grado cero de relación con lo no humano ya sea ésta una relación intima o trascendente, encarnada o intelectual, sensible o racional, estas prácticas parecen más seculares y cercanas a la lógica del mercado o del cuerpo sin la presencia de un «espíritu».
El texto de Rodrigo nos obliga a repensar las relaciones entre religión y cultura y a mirar mejor como delimitamos nuestros objetos de investigación. Si fuese el caso, su objeto parece ser más una sensibilidad cultural que un hecho estrictamente religioso o, mejor dicho, los puentes entre ellos. Quizás es una buena oportunidad para revisar la bibliografía sobre la Nueva Era y ver que de todo esto ya esta allí en las descripciones y análisis de los trabajos pioneros que se agruparon en torno a esa categoría. Apurando un poco esa cuestión, me parece que la discusión sobre el valor de la autonomía y los modos de subjetivación que ello implica es un problema que resiste la transposición entre lo religioso y lo que llamamos cultural. Tal vez allí hay una pista para seguir pensando.
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