Un año del Papa Francisco. Visiones desde las ciencias sociales (3): Opinan Pablo Semán, Cecilia Galera y Juan López Fidanza

Pope FrancisGestos y cambios
por Pablo Semán (antropólogo, investigador del CONICET-UNSAM)

A un año de la elección de Jorge Bergoglio como Papa Francisco  creo que uno de los  problemas para elaborar una evaluación del impacto de su “gestión” es el de los parámetros que se utilizan para evaluar esa acción.

Durante este año se ha dado una especie de contrapunto en el que cada “gesto” de Francisco recibe de los intérpretes consolidados el señalamiento del matiz y la falta.  Que sólo se trata de gestos, que si apuntan a la estructura eclesial no apuntan a la financiera, que si lo hacen a una y otra no apuntan a una crítica radical del capitalismo, que si lo hace no encontramos en su discurso una acogida plena a respecto de las demandas de igualdad en cuestiones de género y sexualidad. Más allá de que con el tiempo el Papa fue ampliando los planos sobre los que se pronuncia y de que se llegará al ridículo de solicitarle palabra acerca de las bondades de Daft Punk como prueba de aggiornamiento, esos señalamientos encarnan un problema doble: al mismo tiempo que sobrevaloran al catolicismo y su importancia para producir transformaciones que se consideran positivas para el conjunto de la sociedad, subestiman su potencial de cambio interno lo que redunda en también subestimar sus posibilidades de contribución al proceso político. En ese sentido y en este espacio que es necesariamente muy breve señalaré que los parámetros que se aplican para evaluar los cambios son  insensibles y que prescindiendo de ellos es posible señalar un rumo de cambios potenciales. Quizás no esté demás decir que nuestro argumento a favor de la posibilidad de cambios dista de estar comprometido con una visión que pueda asegurar que ese hecho es necesariamente positivo en términos de mis concepciones de lo que es positivo socialmente.

En cuestiones como la apertura a las cuestiones de derechos de género y sexualidad parece dejarse de lado que el escenario del que se trata es la Iglesia Católica, y que las fuerzas que operan en ese espacio se encuentra tan enquistadas como a “la derecha del mundo”. Los signos de cambio son reales, pero a la medida de un mudo tremendamente conservador: si hay un cambio es un cambio para ellos, para adentro del catolicismo. Y no porque ese cambio no se alinee en grado con las tendencias actualmente dominantes en Occidente deja de ser un cambio en una de las instituciones que en ese aspecto es de las más conservadoras de Occidente. En todo caso el problema es atar las esperanzas del cambio en la sociedad en ese aspecto al cambio que ocurra en esa institución. Creo que en el fondo no se toma conciencia de una inversión de relaciones que subyace a la contraposición de evaluaciones: en la actualidad el cambio del catolicismo trata más de sus  posibles  adaptaciones a la sociedad  que de la transformación de ésta por las acciones del catolicismo. Si esto último fue alguna vez posible en algún grado, hoy lo es en una medida mucho menor que no hace más que reflejar la perdida de centralidad del catolicismo en las sociedades contemporáneas. No obstante no debería minimizarse el hecho de que el papado de Francisco supone el acceso de otro criterio al comando de esa institución: los gestos de apertura en cuestiones de género y sexualidad (limitados, muchas veces humillantes por que están apoyados en un eje de concepciones que las sociedades tienden a dejar atrás, como tales), como el señalamiento de que las restricciones católicas no deben ser primarias en la evangelización no dejan de ser un factor de cambio potencial a mediano plazo. En cuestiones como la crítica del capitalismo, podría decirse que, por su formato y su contenido, la crítica de Francisco se queda atrás del Catolicismo Social y obviamente, del Liberacionista. Pero por otro lado se es injusto si se ignora en la evaluación que las fuerzas más críticas del capitalismo a nivel mundial han “rebajado” su formato y su contenido: ya nadie escribe Das Kapital para criticar al capitalismo, y son comunes las tomas de posición crítica a partir de la reivindicación de determinados sujetos y circunstancias críticas en la intención de ponerle coto a lo salvaje del capitalismo. En ese “reformismo global” de un mundo corrido a la derecha Francisco es un crítico más.  En este plano la posición de Francisco opera en consonancia con los críticos: señala no sólo lo evidentemente escandaloso del orden económico capitalista sino que  apunta a un tipo de subjetividad social que de cierta forma tiene el mismo lugar estructural  que el “pobretariado” tenía en la teología de la liberación cuando esta trataba de darle inscripción política a una morfología que como la que presentaban las periferias de Latinoamerica no cabía en el eje proletariado-burguesía. El tipo de injusticias interpretativas que se aplica al papado podría ampliarse, pero basten las señaladas para  indicar la cuestión de parámetros y dimensiones a la que nos enfrentamos para evaluar lo sucedido hasta ahora con el Papa argentino.

Quiero retomar una cuestión que  anuncié y sin la cual mi argumento se vuelve más frágil de lo que ya pueda ser. Vamos a suponer que todo lo obrado por Francisco hasta ahora se resuma a gestos.  ¿Los gestos son cambios?.  Estimo que si alguien quisiese evaluar la eficacia de estos gestos  a través de parámetros como cambios en las estructuras eclesiales locales, incremento de fieles, y de modos y contenidos de participación no vería grandes variaciones. La prisa respecto del tiempo en que estos procesos podrían madurar impediría ver un aspecto que me ha llamado la atención y no creo que sea poco importante: organizaciones como el catolicismo albergan en sus pliegues, en posiciones marginales o poco operativas, sujetos que han sido vencidos en batallas anteriores y esperan su oportunidad de volver y demostrar sus verdades. El exilio interior es un espacio invisible y muchas veces tomado por la ambigüedad con la que los derrotados intentan acomodarse a su derrota. La “rehabilitación”  de posiciones y sujetos  que otrora se veían marginados y limitados es una de las posibilidades de cambio que se han abierto con los “gestos” aún cuando este no sea el tiempo para percibir de la forma más contundente esa activación. Y junto con ello otro efecto en que se traducen los retornos del exilio interior: creo que han madurado una serie de contactos entre el catolicismo y la sociedad civil justo en las zonas en que se concentra el contenido crítico del discurso de Francisco respecto del capitalismo (incluso desde antes de ser papa). No solo se trata de lo que se activa dentro de la iglesia católica sino de lo que sucede en ciertos ámbitos sociales y políticos que comienzan a mirar al papado como una referencia moral para elaborar posiciones políticas en la inminencia de combates económicos y sociales que para las clases populares se juegan en posiciones cada vez más defensivas. El retorno del Estado que supuso una etapa del kirchnerismo es a veces menguante, y siempre insuficiente. En esa zona de demandas insatisfechas se produce la coalescencia de movimientos sociales y los efectos amplificadores de la transformación Bergoglio en Francisco en la militancia social católica del siglo XXI.

En una sociedad cada vez más diversa y policéntrica estos cambios no se traducirían en centralidad del catolicismo en la escena de no mediar algo que es frecuente en la Argentina: la combinación de ciclos económicos y políticos traumáticos que llevan a la sociedad a la instancia de darse “gobiernos de salvación nacional”. A medida que esos procesos queman mediaciones sociales y políticas el papel del catolicismo se incrementa potencialmente. Si eso ya ocurrió en ocasión del diálogo argentino que garantizó un acuerdo para la salida de la crisis de 2001, qué no podría ocurrir en una coyuntura relativamente semejante, incluso una no tan catastrófica, cuando el catolicismo argentino está potenciado por el efecto Francisco, y por las ya señaladas ligazones entre organizaciones sociales, militancia y orientaciones de la evangelización.

Papa  9 julioEl Papa Francisco, un orgullo para los argentinos
Por Cecilia Galera (socióloga, becaria del CONICET-UCA)

A muchos nos tomó por sorpresa la elección del sumo pontífice, avivada con banderas papales y nacionales, con llantos y gritos de ovación, con centenares de testimonios de sus allegados. Jorge Bergoglio pasaba de ser un simple mortal a manejar una de las instituciones más poderosas del mundo y enarbolarse como figura mediática destacada. Ese manto de sacralidad, de distancia, de poder se vertía sobre un hombre, dentro de todo común, que solíamos ver participando en los actos públicos y fiestas religiosas locales. Y nosotros fascinados con su condición de argentino, “nuestro papa” (¿acaso Dios no era también nuestro?). Tocando nuestra más profunda argentinidad, en esa simbiosis histórica con la cultura católica, y fogueada por los medios de comunicación, cientos de personas festejaban “el triunfo” dejando marcas por todo el paisaje urbano. Banderas blancas y amarillas colgando desde ventanas, murales, posters publicitarios en apoyo a su elección, fotos del Papa y recortes periodísticos exhibidos en vidrieras y puertas de comercios de diversos rubros. Actos que persisten hasta la actualidad y proclaman una visible adhesión a Francisco, “Aquí apoyamos a nuestro Papa”; más que dar cuenta de “Este hogar es católico”. En algunas conversaciones con comerciantes que exhibían la foto de Francisco, era común escuchar que no eran devotos ni practicantes, pero si creyentes y que les emocionaba y enorgullecía que el papa fuera argentino, y además para algunos su presencia actuaba como protección. Otros lo habían conocido en algún momento de sus vidas, o algún familiar próximo había tenido contacto, y les entusiasmaba esa cercanía. En altares al Gauchito Gil y San la Muerte, también aparecieron imágenes de devotos con Bergoglio que sumaban a sus ofrendas y pedidos; junto con la esperanza de que como argentino y ocupando ese lugar privilegiado en la iglesia, Francisco I reconozca estos cultos populares locales y los oficialice. Y los ejemplos son vastos y entretenidos para observar. El fuerte personalismo que caracteriza su popularidad favorece, en parte, las amplias apropiaciones que se hacen de él, apareciendo su imagen en diversos contextos religiosos y culturales.

¿Revolución? ¿Transformación? Sobre él se proyectan grandes esperanzas de cambio, y los esfuerzos mediáticos son constantes para ubicarlo en ese lugar. Flexible en los protocolos, con un discurso conciliador y evangelizador que emite frases y slogans (“Recen por mi” “Hagan lío”) que recorren en globo en su twitter personal. Y un gran carisma, siendo su sonrisa una constante en sus retratos. En una conversación con el Padre Pepe, amigo cercano de Bergoglio y seguidor de su obra con los pobres, destacaba este cambio en su presentación “no se cómo le estará yendo allá pero ahora no para de sonreír y acá siempre lo cargábamos por sus caras serias en todas las misas”. Lo cierto es que Francisco lleva al máximo su simpatía y la potencialidad de los gestos, siendo reivindicado por personas de diversas pertenencias a lo largo del planeta y su “efecto”, más allá del impacto real de sus declaraciones y acciones, está dando lugar a análisis que exceden el campo religioso extendiéndose al ámbito cultural y político, tal como propone Frigerio. Será cuestión de seguir atentos a los movimientos del papa y a nuestra mirada sobre lo que sucede.

Vestimentas-papa-francisco--644x700Palabras y  gestos, usos e imagen
por Juan Martín López Fidanza
(sociólogo, maestrando UCA)

La diversidad de apropiaciones que se han dado en torno a la figura y  palabras del  papa Francisco ha sido posiblemente el comentario recurrente de diversos cientistas sociales con motivo de su primer aniversario. En gran parte, este hecho refleja que la religión se ha vuelto, en palabras del sociólogo inglés James Beckford, un fenómeno de’ libre flotación’. Liberados de sus antiguos puntos de anclaje, los  símbolos religiosos flotan a la deriva, disponibles para los usos más diversos. Pero no menos cierto es que Francisco posibilita de modo particular esta diversidad de interpretaciones en la deliberada indeterminación de muchos  de sus gestos y palabras. Riqueza simbólica y poética, dicen quienes los festejan. Ambigüedad, responden quienes los cuestionan. En sus discursos -ya como arzobispo de Buenos Aires y seguramente desde antes- recurría a todo tipo de imágenes y analogías (con una gran capacidad estética, por cierto). Siempre sin un destinatario fijo: ‘al que le quepa el sayo que se lo ponga’, justificaba. Esta misma capacidad de sugerir más que determinar se puede percibir en su estilo habitual de predicación, así como en muchas de sus declaraciones. Por tomar una de las frases más mentada de este año pasado: «quién soy yo para juzgar a un gay». Muchos de los que bregan por un cambio en la Iglesia Católica vieron en la misma el comienzo de una apertura. Quienes no desean dicho cambio (o quienes descreen que sea posible), solo vieron simple cambio de tono, educado, políticamente correcto, pero sin deseos de un replanteo del tema.

Centrémonos particularmente en sus gestos, los cuales retoman la mejor tradición comunicativa de Juan Pablo II. Ciertamente ha sido esta vía la que le ha permitido ganarse a gran parte de la opinión pública mundial ya desde su presentación: sin la muceta roja ni una cruz pectoral suntuosa, con gestos casi tímidos, presentándose como el obispo de Roma (con todas las implicaciones ecuménicas que conlleva el no apelar a un título pontificio de supremacía romana), pidiendo ser bendecido por el pueblo. Su figura se ha enriquecido con un importante capital simbólico positivo: austeridad, compromiso con los pobres y excluidos, simpatía y sencillez, reforma de estructuras sospechadas. Tan evidente (y por ende, deseable) pareciera ese capital que diversos  mandatarios han buscado tomar parte de los réditos del mismo: no hablamos de una cuestión de política local (pensemos en CFK, entre tantos otros) o regional (Dilma), sino que tiene un alcance planetario (Obama, Putin). Tal vez este sea el cambio más evidente de los que podríamos llamar ‘el efecto Francisco’: el cambio de imagen pública y la benevolencia que ha recibido de parte de gran parte de los medios de comunicación del mundo occidental. Las diferencias con la cobertura mediática hacia su antecesor Benedicto XVI son  más que evidentes.

Esta imagen positiva se percibe también en muchos países, empezando obviamente por Argentina (en un reciente sondeo de Poliarquía se medía una imagen positiva de 93%) e Italia (el 90% de los italianos tiene «mucha confianza» en el Papa según un estudio de Demopolis). Con todo, esta papamanía no ha alcanzado para destronar de la cima de los sondeos de opinión pública a Juan Pablo II en algunos lares. Según un reciente sondeo del Pew Research Center, en Estados Unidos la figura de Francisco ha alcanzado una imagen favorable del 85% entre los católicos en un sondeo realizado en febrero pasado, por debajo aún del 93% que tuvo el papa polaco (1990, 1996).

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
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