Un Café con Dios -en el centro de Córdoba

3Crónicas de un tour católico con sabor evangélico 

Por Mariana Espinosa (UNCor/CONICET)

Día 1

-“¿Quieren acompañarme a un café? Se llama “Un Café con Dios”. Aparentemente es un grupo de laicos católicos. Quiero ir a chusmear”. Inmediatamente mis acompañantes creyentes en Cristo, de una iglesia bautista de la ciudad Córdoba, se cambiaron y buscaron sus carteras. Dos amigas y yo. Suena el teléfono, era otra hermana en Cristo. Se le extendió la propuesta y agarró viaje. A pesar de estar cerca del destino, coquetas pueblerinas sacamos el auto, buscamos a la cuarta amiga que se sumó y fuimos hasta la calle Obispo Trejo donde se encuentra el café. Allí se puede observar un paisaje que reverbera el auge de Córdoba como Sede Episcopal de la Gobernación del Tucumán en el periodo Colonial (después que le quitaran ese honor a las llanuras santiagueñas).

Mis amigas evangélicas son abiertas y prestas a los tours religiosos. Siempre teniendo en claro a quién le deben autoridad: al pastor de su iglesia -y a Cristo Jesús. No es la primera vez que incursiono junto a ellas en un paseo de auténtico espíritu ecuménico. La última vez había sido una reunión de jóvenes adultos en una iglesia de los Hermanos Libres y, antes de eso, una reunión de oración en una mega-iglesia cordobesa. Ellas se sonríen un poco nerviosas por cómo puedan ser valorados sus paseos cristianos. Pero con buenos argumentos reafirman la idea de que sus paseos son simples excursiones de edificación y recreación. Siempre que se tenga en claro la responsabilidad que cada cual tiene en la propia iglesia no hay de qué preocuparse. ¡Ojo!, no es cuestión de andar exponiéndose demasiado. En aquel encuentro de oración de la multitudinaria iglesia de corte neopentecostal las chicas fueron capturadas en foto con los brazos alzados hacia el Señor en pleno ritual de adoración. Las imágenes del evento circularon por Facebook y no faltó alguien de la iglesia de origen que criticara la libertad de las señoritas. Pero el asunto no paso del chisme inter-iglesias. Yo les comenté que en mi experiencia de campo entre evangélicos en Santiago del Estero he visto frecuentemente la práctica de los tours cristianos (claro que hay algunos sightseers a los que después les cuesta encontrar el camino de regreso).

2Pero debo confesar que no sabía que los ánimos de salir a conocer el Jesús de los otros se podía extender tanto. Visitar una iglesia, un seminario o un grupo de oración evangélico es habitual pero ir hacia terreno católico romano es una hazaña. No nos olvidemos que una buena porción de evangélicos vienen de la iglesia católica. En la nueva adscripción quedan adherencias de un pasado en forma de valoraciones relativamente negativas la mayor parte de las veces. En suma, las chicas se animaron entusiastas a ir al innovador emprendimiento (o ¿emprendimiento misionero?) de miembros de la Renovación Carismática Católica. EL café se ubica en el centro del otrora catolicismo de contra-reforma colonial. Para llegar al mismo hay que atravesar la calle Obispo Trejo en su parte peatonal, el ex culto jesuítico, el monasterio de Santa Catalina, el enorme reverso de la Iglesia Matriz, mujeres y hombres cargando hábitos dibujando un paisaje “típicamente” cordobés. Ese paisaje, de un pasado denso y lóbrego, aquel día estaba pintado por un radiante sol y el humor festivo de mis acompañantes. Todas de algún modo nos sentíamos parte de la historia de Córdoba (¿o del catolicismo?).

Llegamos al Café, estaba cerrado. Feriado de carnaval. ¡Bajón! Nos quedamos del lado de afuera un buen rato. Mientras yo sacaba fotos, ellas miraban y hacían comentarios: “está muy bueno”; “mirá los libros”; “yo pondría una Biblia en la mesa”; “yo no porque la pueden manchar con comida o café”; “está bien puesto”; “y bueno”; “y qué esperas, 2000 años de experiencia”; “están bien los precios”; “Mariana, saca fotos aquí”; etc. Desde hace tiempo una de las chicas tiene ganas de poner un “boliche para el Señor” -lo que fue también una de las razones que motivaron ir a conocer Un Café con Dios. Como buenas paseantes nos sacamos fotos afuera del enorme local que ocupa una esquina codiciada del centro y el casco histórico. Después caminamos al café del frente. En el camino nos detuvimos frente al monasterio de Santa Catalina. Las chicas comentaron: “Parece un mausoleo”; “Es un monasterios de clausura”; “¡por Dios! Qué hacen ahí adentro”; “Le entregan su vida a Dios”; “Guau qué locas”. Luego nos acercamos a la iglesia, leí los carteles y saqué fotos. Una de ellas se acercó: “ah, El Padre Betancour! viene a Córdoba, vamos?”, me preguntó, “si de una”, respondí.  Anotamos el día y el lugar y otros datos. Nos fuimos a un café, ahora podemos decir, un café secular.

1Se habló de Francisco con admiración y hasta cariño. Una de ellas lo representó como el conductor e ideador de los cambios positivos que ya se ven en la iglesia católica (una visión no menos auténtica por estar mediatizada por la enorme publicidad franciscocéntrica que puebla nuestro cotidiano). Otra, más escéptica, contó que había estado viendo el canal católico, particularmente un programa de estudios bíblicos que a ella le gusta (“porque la Biblia es una sola”, comentó). Pero que al final, no le gustó nada que los conductores sugirieran la idea de que los evangélicos eran una secta. Otra de ellas sólo escuchaba. La conversación siguió. Yo me preguntaba cuánto podía tener que ver don Francisco con las valoraciones de mis amigas evangélicas sobre la Iglesia Católica y con el Café al que no pudimos entrar porque estaba cerrado. Cómo pensar desde una etnografía y desde una micro-sociología el fenómeno Francisco entre los evangélicos.

Día 2

Salí de la facultad y tenía dos horas libres hasta una entrevista con un empresario evangélico (esa es otra historia). Llovía mucho. Mucho. Entonces me refugié en el famoso café católico. ¡Y si! un día de semana tenía que estar abierto. Sedienta y hambrienta del andar citadino pedí un jugo de naranja con un “No matarás”. Les juro. Así se llama la porción de tarta de verdura. La comida y los cafés tienen nombres bíblicos o de lecturas bíblicas: los cafés llevan los nombres de los apóstoles, la pastelería lleva por nombre los frutos del Espíritu Santo, la comida salada sale como los mandamientos y los postres son los dones del Espíritu Santo. Las mozas fueron muy amables a pesar del enorme esfuerzo que debían hacer para atender un bar con al menos doce mesas sólo adentro.

5Libros, revistas, folletos para agarrar y leer en el bar; exposición de libros en venta; una muestra de productos, tipo santuario argento-católico, con motivos “Francisco” y “Un Café con Dios”. Las paredes con imágenes de hitos del catolicismo, santos y reconocidos religiosos de la Renovación Carismática. Por fuera las paredes están atravesadas por una franja pintada con los títulos de los libros de la Biblia, desde un Mateo, Juan, Marcos, pasando por un Efesios y un Filipenses hasta llegar a un Éxodo o un Levítico. Adentro el local es espaciado, con sillas y mesas confortables.

No soy una persona que transite mucho cafés y bares. Soy de un pueblo y en los pueblos no es común pasar mucho tiempo en un café leyendo o trabajando, se supone más el lugar de grupos de hombres que arreglan el mundo con palabras y de mujeres mayores que chusmean sobre sus vidas a otras mujeres mayores. Pero intenté mirar, pensar lo que veía, sin previa referencia de categorías para la perspectiva comparativa. Mujeres solas tomando un frondoso desayuno tardío como en gesto de emperifollar la soledad. Dos mujeres que por sus rostros y diálogos sin respiros parecían venir de una batalla y hacía mucho que no se veían. Hombres. Observé dos. Un treintañero, que estaba como haciendo tiempo, pidió café, leyó el diario y se fué. Otro, saliendo de los cincuenta entrando a los sesenta. Llevaba un pantalón de vestir y una camisa blanca. Se acercó a uno de los tres puestos de literatura empotrados en la pared y sacó una Biblia y pidió una cerveza chica. Pero lo que más llamó mi atención fue un grupo de jóvenes. Estaban sentados cuando llegué y seguían ahí cuando me fui. Si no hubieran estado en ese contexto y si yo no hubiera escuchado repetir varias veces palabras como “cura” y “Francisco”: ¿pensaría que son católicos? ¿Podría confundirlos con un grupo de jóvenes evangélicos?.

9Cuando el observador no se encuentra habilitado para acercarse y preguntar o simplemente no se anima a hacerlo, utiliza otras tecnologías del intelecto: la imaginación (informada, de lecturas y encuentros previos similares). Entonces, imaginé que sería una reunión típica de un grupo de jóvenes católicos agrupados en torno a la amplia familia de la Renovación Carismática, informándose mutuamente de las actividades que llevaban a cabo y que los vinculaban a varias instituciones católicas. Se trataría de un comedor en uno de los barrios de la periférica Gran Córdoba -que nada tiene que ver con Nueva Córdoba y con el mismo casco colonial católico donde ellos mismos se encontraban aquel día-. Pensé que podrían haber organizado el comedor a propósito de la llegada un nuevo curita a la parroquia. Con el tiempo, jóvenes de un colegio católico del barrio aledaño habrían comenzado a ayudar y ahora estarían reunidos viendo las posibilidades de pedir el apoyo institucional del obispado. También imaginé que algunos de estos jóvenes no eran de Córdoba. Vendrían de otras provincias o del interior de Córdoba a estudiar a la capital. Sus familias los enviaban a pensiones o residencias católicas el primer y segundo año para asegurarles a sus hijos un ambiente de contención y de “necesaria restricción”.

En el momento en que dejaba la especulación y me sumergía en mi gmail, escucho ruidos y una de las chicas de los jóvenes católicos sale corriendo del bar. Detuvo a dos monjas (jóvenes, también) que iban caminando algo apuradas hacia algún compromiso. La piba volvió al bar con las dos monjas. Charlaron muy afables y un poco efusivas en el área central del local. Volví a mi imaginación. Quizás la residencia católica, donde vivirían las chicas (del grupo de jóvenes católicos), era de monjas.

Mi café con Dios fue un jugo de naranja con un mandamiento. El paisaje católico debía ser dejado atrás ya era hora de masticar las preguntas que le iba a hacer a un empresario evangélico cordobés que también vende un servició con sabor “cristiano”, otro rubro, pero al fin de cuentas, empresas “consagradas a Dios”.

m3Mariana Espinosa es Licenciada en Sociología y candidata a Doctora por la UBA en el área de Antropología Social. Actualmente se desempeña como Profesora Asistente de la Carrera de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba y becaria del CONICET.

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Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio

Alejandro Frigerio es Doctor en Antropología por la Universidad de California en Los Ángeles. Anteriormente recibió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Católica Argentina.
Publicado en Crónicas.

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