por Nicolás Viotti (UNSAM/CONICET)
Corre diciembre de 1994, o tal vez 1995. En un aula hacinada de la calle Marcelo T. de Alvear Pablo Semán presenta su investigación sobre el pentecostalismo evangélico en un curso introductorio a la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Usa jeans y remera, habla de pastores, habla del curanderismo, habla de barrios y de templos, se mueve de un lado a otro, gesticula e imita a sus interlocutores, pone el cuerpo para explicar sus modos de ver el mundo, sus creencias y sus políticas; habla de “centros” y “periferias” geográficas y culturales, de lo lejos (y lo cerca) que todo eso está de las aulas de una Universidad pública. Los alumnos miran quietos, es una de las primeras veces que ven a alguien investigando, haciendo trabajo de campo, hablando con personas de carne y hueso y, sobre todo, hablando de temas que van más allá de la transición a la democracia, la reforma del Estado de Menem, el neoliberalismo o el debate sobre si el programa de Marcelo Tinelli es el “apocalipsis” o la “integración” en la cultura de masas.
Desde esa charla hasta hoy han pasado casi treinta años. La publicación de Vivir la fe. Entre el catolicismo y el pentecostalismo, la religiosidad de los sectores populares en Argentina por la editorial Siglo XXI cierra un ciclo que empieza en una serie de intervenciones y escritos sobre el pentecostalismo a mediados de la década de 1990. Intervenciones en un campo, el del estudio de la religión, que en esa época era apenas emergente, y en un clima en donde la religiosidad (sobre todo la que tenía un componente mágico) era, en el mejor de los casos, algo sospechoso.
Pablo Semán ha construido puentes entre muchos mundos. Ha cruzado las antropologías brasileras con las ciencias sociales argentinas, ha jugado con los problemas de la cultura, la religión y la política, ha usado la lengua de lo cotidiano para entender problemas teóricos complejos y las lenguas de la academia para mirar lo cotidiano, ha cruzado los mundos populares urbanos realmente existentes con nuestro propio mundo intelectualizado de las amplias y heterogéneas clases medias, ha recobrado las largas duraciones históricas en un clima intelectual cortoplacista y una preocupación por la coyuntura que sorprende al purismo intelectual de los grandes procesos. Sus trabajos y sus intervenciones están siempre marcadas por el cruce, el pluralismo y por privilegiar casi obsesivamente la lógica de la diferencia, la discontinuidad entre “nosotros” y los “otros”.
Ni exotistas, ni narcisos
En Vivir la fe se describen problemas que atraviesan la vida cotidiana de un barrio del Gran Buenos Aires, entramando las trayectorias y experiencias de pastores, sacerdotes, devotos de santos, curanderos y vecinos de esa ficción etnográfica llamada Villa Aurora, que funciona como una metáfora replicable en innumerables barrios de las periferias urbanas de Argentina y de América Latina.
La investigación de Pablo Semán muestra que ni el secularismo es el modelo universal de la experiencia religiosa, ni tampoco la cultura popular es un mundo encantado pre-moderno.
La hipótesis de fondo hecha mano a una tradición clave de las ciencias sociales que en la antropología social argentina ha tenido poca repercusión: existen modos diferenciales y variados de construcción de la persona, categoría fundamental de la sociología clásica e inmortalizada en un celebrado y enigmático ensayo de Marcel Mauss en la década de 1930. En Villa Aurora existen modos no dualistas de entender a la persona, es decir concepciones del cuerpo-alma y de sagrado-secular que no suponen una ruptura radical. En esta concepción cosmológica del mundo, el individualismo moderno apenas se recorta tímidamente en un marco mucho más general de relaciones entre personas y fuerzas supra-humanas. Vivir la Fe muestra que esa lógica cosmizada convive con procesos de difusión del individualismo por medio de prácticas terapéuticas asociadas con la psicología, con un catolicismo aggiornado, por la experiencia histórica del peronismo y por la gran mutación hedonista que desde la década de 1970 llevan adelante las culturas juveniles.
Todo esto muestra por lo menos dos cosas. En primer lugar, que las lecturas realistas de la vida religiosa popular no pueden caer ni en el exotismo que quiere ver sólo un mundo encantado ni en el narcisismo de suponer que la secularización, el individualismo y los valores propios de las clases medias intelectualizadas son universales. En segundo lugar, que es importante leer en conjunto dimensiones que el análisis social suele pensar por separado, asentado muchas veces en áreas de especialización y tribus académicas. Los modos de vida juveniles, lo terapéutico y la política no son procesos autónomos, sino zonas de la experiencia social atravesadas de una misma corriente de fondo, un “bajo continuo”, que les da una cadencia particular.
La conclusión de que la experiencia religiosa popular es la de un “cosmos fragmentado” parte de un análisis de la diversidad religiosa en un barrio que no se reduce ni a catolicismo institucional, ni al pentecostalismo, ni a la devoción a los santos ni al curanderismo, sino a una lectura transversal del “campo religioso” y a un análisis de trayectorias descentradas que se describen en el capítulo primero. Los capítulos siguientes describen los núcleos analíticos de su argumento. El segundo, se detiene en la centralidad del curanderismo como una práctica que no disocia lo anímico de lo corporal, en una definición monista de la persona e inmanente de lo sagrado que recorta el modelo ideal de la concepción cosmológica. El tercero destaca el lenguaje psicológico como un modo de construcción de la interioridad en las prácticas religiosas, allí se incluyen tanto la “sanidad interior” como la “teología de la prosperidad”, dos modelos cristianos de producción de autonomía individual contemporáneos. El capítulo cuarto muestra hasta qué punto las ideologías políticas como el peronismo son un lenguaje articulado con la religiosidad, mostrando cómo en el mundo popular esos cruces expresan espacios de tensión y de complementariedad. Finalmente, el capítulo quinto pone en primer plano cómo las culturas juveniles, ese mundo hedonista y anti jerárquico heredero de la contracultura, afectan las sensibilidades católicas y pentecostales, produciendo síntesis creativas que muestran, junto con la psicologización y el peronismo, un modelo dinámico de mutación religiosa.
La última sección propone una clasificación transversal en las trayectorias de los creyentes religiosos de Villa Aurora que pueden ser sintetizadas en tres sensibilidades que conviven: quienes viven en un horizonte religioso doméstico heredado, espacio paradigmático del modelo cosmológico, quienes se identifican con las estrategias de las denominaciones religiosas católicas y pentecostales y quienes se alejan de los proyectos institucionales, las denominaciones e incluso de la propia categoría de “religión”, movilizando otras categorías mucho más laxas y autonomistas como, por ejemplo, la de “espiritualidad”.
Tradiciones múltiples en diálogo
Secularismo, religión y mundo popular podrían ser tres términos clave en el trabajo de Pablo Semán que además de describir la vida religiosa en un barrio popular del gran Buenos Aires, pone en diálogo diferentes tradiciones intelectuales.
Hay una tradición de una sociología argentina de grandes procesos, sobre todo la mirada histórico-cultural de la generación de la década de 1960 y el clima de una sociología preocupada por el “regreso del actor” en la década de 1980. También una corriente estructuralista de la antropología brasilera enfocada en las totalidades culturales. En el espacio restringido de los estudios sobre religión en Argentina, sobre todo los que privilegian miradas antropológicas, Vivir la fe viene a coronar muchos años de intervenciones, ponencias, mesas de debate y artículos sueltos, que construyeron desde la década de 1990 un área de estudios, redes y una agenda en fuerte diálogo regional con Brasil, lo que produjo un intercambio virtuoso para las relaciones académicas sur-sur de los últimos tiempos en las ciencias sociales.
Contra el mantra repetido hasta el agotamiento de la supuesta diferencia entre una sociología preocupada por lo general y una antropología preocupada por lo particular, el punto de partida de Semán es una síntesis entre tradiciones que no abandonan ni por un momento el problema de la totalidad, entendido como un todo abierto, múltiple e históricamente construido. Las corrientes culturales que se analizan en Vivir la fe son totalidades de largo plazo, que no se reducen a una institución, un grupo religioso o un grupo corporativo. Esta antropología no es por ello una antropología de grupos religiosos, de asociaciones barriales o de partidos políticos, sino la de los mapas sensibles que son la condición de posibilidad de esos colectivos. Si el título del libro reivindica la religión vivida, lo hace no por oposición a la institución religiosa (iglesia o grupo), sino en tanto lo vivido constituye una trama cultural más amplia, una lógica, una sensibilidad que atraviesa la vida social y que siempre es mucho más que lo religioso, lo político, lo estético o lo económico. Lo vivido para Semán, como lo “concreto” para Lévi-Strauss, no es una dimensión independiente del todo (la estructura): es su momento de actualización.
Una teoría etnográfica de lo popular
Vivir la Fe guarda una seria de consignas implícitas que están dichas sin ser gritadas al viento y que se pueden resumir en tres ideas centrales.
Primero encontramos una teoría de lo popular que evade miserabilismos, lo popular no es espacio de reproducción social de la cultura dominante, ni tampoco un mundo independiente totalmente autónomo. Sin embargo, supone lógicas diferenciales con respecto al mundo letrado que hacen declinar sus mismas transformaciones de un modo singular y propio. Segundo nos presenta una particular teoría de la religión: su objeto no son sólo las relaciones sociales, sino las relaciones en general, las sociales y las que actualizan actores y fuerzas no humanas, tal como son descriptas por sus interlocutores en Villa Aurora. Por último, hay un tercer aspecto que afecta a la propia agenda de las ciencias sociales hoy. Una de las obsesiones de Pablo Semán es desacralizar nuestra tendencia habitual a convertir en temas de investigación de culto aspectos que son más propios de nuestra cultura hiper-letrada en detrimento de fenómenos que suelen tener alta capacidad de impacto en la vida social, pero son mucho menos legitimados. En este sentido, Vivir la fe no tiene una curiosidad arbitraria por la religión del mundo popular, sino que se detiene en ella porque es efectivamente relevante en la vida cotidiana. De allí se deriva una última idea fundamental: seguir lo que es importante para los “otros”, incluso si eso implica destronar lo que es importante para “nosotros”.
Existen ideas que condensan una época. Esas ideas muchas veces llegan tarde a su tiempo y otras llegan demasiado temprano. Otras veces, las menos, hay ideas que logran sintetizar una época y lo hacen al ritmo de la coyuntura.
Ahí está Vivir la fe que nos nuestra una vocación por lo empírico, por lo concreto, sin que ello se aleje de lo que vale la pena preguntarse. Se encuentra allí también un programa que pone al trabajo etnográfico en un horizonte mucho más amplio del que el sentido común imagina. La convivencia con personas por un tiempo extendido compartiendo experiencias y la vida cotidiana no es analizar las “prácticas” y los “puntos de vista” de los actores en su contexto, como si esas prácticas y puntos de vista fuesen opuestos a una totalidad social o cultural, sino un modo privilegiado y sofisticado de imaginar esa totalidad que aun llamamos cultura. En la mejor tradición de las ciencias sociales, para Semán la totalidad cultural no es algo muerto, quieto y esencial, sino un flujo y una sensibilidad viva y en movimiento.
La cultura, tal como aparece en Vivir la fe, no es sólo un flujo sino también un contraste, un ejercicio de invención descentrada. El movimiento que se despliega allí es un artefacto óptico complejo de lentes telescópicos y microscópicos, pero también de espejos que están todo el tiempo devolviendo la imagen del analista, cuestionando su lugar social y su propia mirada dualista que separa cuerpos de mentes, órdenes sagrados de seculares, tradiciones heredadas y procesos de modernización en un juego de simetrías y de contrastes. Con este libro, Pablo Semán insiste en algo que nos viene diciendo desde hace mucho: que el análisis de la religiosidad y la cultura de los sectores populares no es solo un campo de especialización en las ciencias sociales, sino un modo de provocación intelectual de nuestras certezas, una kriptonita de nuestro mundo letrado, educado y psicologizado para decirnos todo el tiempo que nuestros modos de hacer mundo son más falibles, más vulnerables y menos omnipotentes de lo que solemos suponer.
Texto publicado originalmente en Panamá revista.
Aquí se puede leer un trecho importante del libro. Otra reseña de la obra, realizada por María Pilar García Bossio, se encuentra aquí. Este es el link al video de la presentación del libro.
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