Dicen que para ser devoto de “El flaquito” (1) hay que pasar por una experiencia traumática. Una especie de prueba de fuego en la vida, un momento de esos que uno cree no va a poder sobreponerse. En que uno no va a ser el mismo. Personalmente siento que mi acercamiento a San La Muerte no empezó de ese modo. Casi diría que todo lo contrario, comenzó como un juego, no exento de mi tremenda curiosidad por hacer visible algo que aparece en gran parte oculto bajo un velo mediático, bajo ese filtro de información al instante.
Unos de mis primeros contactos con San La Muerte fue a través de Aquiles Ramón Coppini, un tallador correntino que trabaja sobre maderas y principalmente sobre huesos humanos. Con Aquiles realizamos dos muestras artísticas y una exposición en arteBA, dentro del proyecto de mi amiga Sol Severina, «Militantes Galería». Una de las cosa que más me interesan, no solo con Aquiles, sino con mis proyectos en general, es contextualizar dentro del arte contemporáneo aquellas cosas que quizás no se consideran estrictamente «arte». En el caso de Aquiles, el es «artesano». No quiero entrar en la discusión sobre qué es «arte» y qué no (debate que en su momento también sufrió la fotografía) pero cuando vímos la obra de Coppini, con Sol Severina pensamos en su santuario como una instalación de arte, y por mi parte, decidí realizarme la incrustación a modo de acto performático.
No puedo hacer mucha referencia a lo que fue la incrustación, ya que si bien en su momento lo tomé como una performance, sucedieron cosas a nivel personal que fueron movilizantes, y que logré entenderlas después de haberme realizado la misma. Lo único que podría aseverar es como dice Aquiles “Uno no elige al santo, es el santo que lo elige a uno”.
Previo al 20 de agosto (día del santo) decidí recorrer diferentes santuarios del conurbano, más que nada para tener un registro de la estética que sus fieles le dan al santo, y para tener ideas para una futura instalación artística en forma de santuario. Comencé por el santuario Jardín de San La muerte en Victoria, que de forma artesanal, mezcla la estética del santo con otra creencias (orientales, chamánicas). Luego fui hasta Wilde, mucho más enfocado en el culto al santo, y en el recibimiento de ofrendas (whisky, alcohol, cigarrillos, golosinas) por parte de sus fieles. Después pasé por el santuario de Paulina, ubicado muy cerca de la villa 21, y por el santuario de Karina, en San Miguel, que abrió hace poco al público y que tiene una escultura de cemento hecha por ella misma. Tanto Karina como Paulina me hablaron de la problemática que tienen de recibir gente en su santuario que viene a pedir el mal.
Este año quería tener la oportunidad de visitar una vez más Corrientes, para las celebraciones del santo, pero no pudo ser. Había tenido mi primer acercamiento en agosto del 2013; el año pasado también planeaba ir pero me quedé en los Valles Calchaquíes, en donde el 16 de agosto mi familia participa de las fiestas a San Roque (2). Me acuerdo que conversando con mi primo, el me pregunta sobre San La ;uerte, no sin cierta incredulidad. Me pongo a pensar y le digo: «¿y porque acá creen en un santo que vino de España?». ¿Porque es blanco, porque es español, porque seguramente lo trajeron los conquistadores para evangelizar a los indios con pecado original?. Mi primo me re-pregunta: «¿ y bueno, de donde viene San La Muerte?». Y es algo que aún no consigo responder del todo. Y todavía no logro aceptar el argumento del devoto más instruido en el tema.
Hay algo que me para mí va más allá de los Guaraníes y los Franciscanos (3), y es el hecho de la presencia de africanos en este continente que llegaron con la colonización. Hoy bien sabemos que en nuestro país no están, al menos gran parte de ellos. Pero si sus huellas.
Comencé a asociar la muerte con la religión en mi viaje a Livingston en el 2009. Allí tuve la casualidad de viajar durante el primero de noviembre, Día de Todos los Muertos, momento en el que los lugareños tienen la costumbre de pasar un día de picnic con sus queridos difuntos, en el cementerio. Livingston es la costa este de Guatemala, lindando con el mar Caribe, donde se asientan los Garífunas, un grupo étnico descendiente de los negros que escaparon de la esclavitud durante el siglo XVII.
Luego tuve la oportunidad de Conocer Haití. Allí el Vudú está presente como religión oficial y se realizan ceremonias donde se sacrifican animales para ofrendas y se baila hasta entrar en trance y conectarse con el “mas allá”. Y en Haití la muerte está siempre presente, desde la falta de hospitales y escuelas hasta la fatiga que provoca su clima tropical, que obliga a sus habitantes a caminar lentamente para no transpirar, pareciendo verdaderos zombies.
Tratando de atar cabos con este lado de América, vuelvo hacia el litoral Argentino, lugar donde ocurrió hace más de un siglo atrás la Triple Alianza contra el Paraguay, aquella guerra que empleó mano de obra esclava (negra) que luchó, murió y fue invisibilizada, a costa de la ganancia de un puñado de familias blancas argentinas, encargadas de escribir la historia a su gusto.
Y es como ese santo que mi familia venera los 16 de agosto. Veneración que acepto (porque creo que cada cual es libre de tener su propia fe) pero que considero que se alinea perfecto a ese modelo de país que nos han vendido durante casi toda nuestra historia, y es algo que de muy buena gana supimos comprar.
Y lo que hoy me pregunto es ¿Habrá algún día una plena revalorización de aquellas raíces diezmadas y silenciadas por la historia oficial en Argentina? Al menos creo que en este nuevo siglo de la mano de una política de estado, surge una apuesta por la identidad, que abarca desde los militantes desaparecidos de la última dictadura militar hasta los desaparecidos por los libros de historia del siglo XIX, los aborígenes y también los negros, que llegaron de los barcos para dejar apenas huellas, como San La Muerte, y que de a poco van reviviendo.
Para concluir, recuerdo que no soy antropólogo ni arqueólogo. No tengo una formación académica, ni siquiera en el campo del arte. Sin embargo considero que mi trabajo además de ser vivencial (como el hecho de realizarme una incrustación) es en cierto modo ancestral. Pienso en el arte como una resignificación del pasado: honrar a quienes ya no están, como por ejemplo, mi abuelo Leonardo, un catamarqueño que durante muchos años tuvo el hobby de desenterrar vasijas funerarias indígenas. Honrar a quienes se les quitó la palabra, reinterpretarlos, ponerlos al frente. Algo que en muchas ocasiones el arte contemporáneo se olvida de hacer, en su afán por ser futuro.
(1) Apodo con el que usualmente los fieles de San La Muerte nombran a su santo.
(2) La fiesta de San Roque es una festívidad muy importante que se realiza cada 16 de Agosto en el pueblo de San José, Provincia de Catamarca (Argentina).
(3) Entre las diversas hipótesis del origen de San La Muerte, se hace referencia a la relación entre la cultura Guaraní y las misiones Jesuíticas que comenzaron en el siglo XVII y al sincretismo religioso que de allí devino.
Una visión panorámica del álbum de fotos por Paulo Burgos aquí
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