Loredo de Subiza (publicado originalmente en la revista Sección Aurea, abril de 1991)
Pancho Sierra la recibió con un rezongo: «No querías venir a verme, ¿eh?», y luego de darle el infaltable vaso de agua fría extraída del mítico aljibe, le profetizó su misión futura. No tendría más hijos carnales, y enviudaría nuevamente, pero le aseguraba miles de hijos espirituales.
Hoy, la tumba de la Madre María es uno de los lugares más visitados de la Chacarita, y los claveles que se tributan sus hijos espirituales diariamente, junto al omnipresente pucho encendido en manos de la estatua de Gardel, son testimonios de la persistente vigencia de su memoria.
Venida de España en 1866, a su muerte en 1928 había construido lo que más tarde la Cancillería inscribiera, como religión, y convocaba multitudes ávidas de curación en el barrio de Turdera. Y aunque en sus fotos no se parece en nada a Tita Merello, quien la personificó en olvidable película hace unos años, los relatos de sus persecuciones, milagros y apariciones a los afligidos son ciertamente cinematográficos.
Las imágenes de la Madre María vestida de blanco, acompañada de sus apóstoles, su dama de compañía, o elegantemente ataviada en Mar del Plata o junto al auto de Hipólito Yrigoyen, transmiten una visión, curiosamente matriarcal de la religión, que sin duda se contrapone con la imagen de Jesús crucificado pero se acerca mucho más a lo que el pueblo siempre prefirió adorar en la Madre de Cristo.
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